LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA.
1El reinado de Carlos IV.
Carlos IV sucedió a su padre a la edad de 40 años. Casado con su prima María Luisa de Parma, que era realmente quien mandaba en palacio, pronto se mostró como un hombre de buena voluntad, pero carente de talento y de la energía necesaria para superar las difíciles circunstancias que le tocaron vivir. En efecto, a los poco meses de subir al trono,estallaba la Revolución Francesa, acontecimiento que condicionaría totalmente la política del nuevo rey. Por otra parte, Carlos IV heredó políticamente todas aquellas instituciones, cuando menos, criticadas por los ilustrados, como la Mesta, la Inquisición, los señoríos, los mayorazgos, los privilegios estamentales, etc. Todas ellas, junto a los conflictos marítimos internacionales, llevaron al Estado al borde la bancarrota.
La Revolución Francesa, iniciada en 1789, influyó de inmediato en la política interior de España, que estuvo dirigida por Floridablanca hasta 1791, quien impuso una férrea censura contrarrevolucionaria (censura de libros, control de los extranjeros, “cordón sanitario”, etc.); este hecho brindó a sus enemigos personales y políticos una excelente oportunidad para derribarle. En 1792 le sucedía en el gobierno el conde de Aranda, pero los acontecimientos del proceso revolucionario francés hicieron fracasar su política de transigencia. Pronto, a finales de 1792, fue separado del gobierno víctima de sus vacilaciones, siendo sustituido por el hasta entonces desconocido Manuel de Godoy. En conjunto, la Revolución Francesa puso en evidencia la debilidad del reformismo y de la Ilustración española frente al empuje de la “reacción”, que impactó en la sociedad española quebrando la confianza en el pensamiento ilustrado: la libertad, la razón y el resto d ellos principios ilustrados fueron presentados como las bases de la conspiración contra la tradición, la fe y el absolutismo. Cuando accedió al cargo de secretario de Estado Godoy tenía veinticinco años y contaba con el favor de la Reina. Su carrera había sido meteórica, inteligente pero inexperto, tuvo que afrontar serios problemas en política exterior. Así, en 1793, cuando fue guillotinado Luis XVI, España entró en guerra contra Francia. En el transcurso de la misma, las tropas francesas entraron en territorio español apoderándose de Fuigueres, Rosas, San Sebastián y Tolosa, llegando hasta Miranda de Ebro, lo que obligó a Godoy a pedir la paz. En 1795 se firmaba la Paz de Basilea por la que Francia devolvía sus conquistas en España y ésta cedía a Francia la parte española de la isla de Santo Domingo. En recompensa, Godoy recibió el título de Príncipe de la Paz. Simultáneamente, las agresiones de Gran Bretaña contra nuestras colonias americanas llevaron a Godoy a restablecer la tradicional política de amistad con Francia. En 1796, ambos países firmaron el Tratado de San Ildefonso, una especie de reproducción de los viejos Pactos de Familia. Desde 1796 hasta 1808 Godoy se convierte en un vasallo de Francia, a la que España presta ayuda con hombres, barcos y dinero en sus guerras contra Gran Bretaña. Las consecuencias de esta alianza fueron nefastas: en 1797, la escuadra española fue derrotada en el cabo de San Vicente y los ingleses se apoderaron de la isla de Trinidad; en 1801, Godoy emprendía una guerra contra Portugal sirviendo a los intereses de Napoleón, la llamada Guerra de las Naranjas; en 1805, el almirante inglés Nelson destruyó la flota hispano-francesa en la batalla de Trafalgar, acabando así con nuestro poderío naval; finalmente, Napoleón, que planeaba la adhesión de Portugal por la fuerza debido al bloqueo continental que había decretado contra Gran Bretaña, logró que España firmara, en 1807, el Tratado de Fontainebleau. Por el mismo, España se comprometía a enviar tropas para la expedición contra los portugueses, quedando Portugal dividido en tres zonas de las cuales le correspondía a Godoy la del sur, con soberanía hereditaria y título de Príncipe de los Algarves. Conforme a lo estipulado, un cuerpo del ejército francés entraría en España para marchar sobre Lisboa; pero en realidad no fue sino un pretexto, pues las tropas francesas comenzaron a ocupar toda la Península.
2Motín de Aranjuez y Abdicaciones de Bayona.
Godoy aconsejó a la Corte que se trasladara a Sevilla, por si era necesario
embarcar hacia América. Esta noticia inquietó al pueblo, que se amotinó en Aranjuez, en Marzo de 1808, asaltando la casa del valido. Obligado por las circunstancias, Carlos IV destituye a Godoy de todos sus cargos y, diez días más tarde, abdica en favor de su hijo Fernando. Napoleón aprovechó hábilmente los incidentes de Aranjuez; llamó a Bayona a los dos reyes españoles, Carlos IV y Fernando VII, que acudieron ante el emperador para dirimir sus discordias. Finalmente, Fernando VII renunció a la Corona y su padre abdicó en Napoleón a cambio de una pensión anual y de unas posesiones territoriales. Este hecho es conocido como las Abdicaciones de Bayona. Napoleón, por su parte, renunció a sus derechos en favor de su hermano José, proclamándolo así Rey de España: la sumisión a los intereses de Francia había alcanzado su punto álgido.
3El alzamiento antifrancés y la Guerra de la Independencia.
La ocupación de España por las tropas francesas supuso el levantamiento, el 2 de Mayo de 1808, del pueblo de Madrid, acaudillado por Dáoiz y Velarde y, por extensión, del pueblo español, que al no admitir la renuncia de Fernando VII se organizó en Juntas Provinciales de defensa y declaró la guerra a Francia. Estas Juntas estuvieron dirigidas por una Junta Suprema Central, presidida por Floridablanca, que organizó la resistencia y obtuvo ayuda de Gran Bretaña. El carácter de la guerra fue doble. Por un lado hay que considerarla una guerra de liberación nacional que marcará la evolución histórica posterior, no sólo por sus graves consecuencias económicas, sino también por sus efectos sociales. Además de este carácter de lucha patriótica, determinados pasajes de ella tuvieron un carácter liberal y reformista, y en este sentido revolucionario, porque ilustrados españoles aprovecharon la ocasión para realizar los cambios desde hacía tiempo pretendidos. La aparición de los guerrilleros, así llamados porque formaban partidas sueltas o guerrillas, revela el carácter popular de la Guerra de la Independencia; éstos aprovechaban las condiciones geográficas del territorio para dificultar los movimientos del enemigo, acechar y sorprender carruajes y destacamentos, así como para distraer la atención de los mandos franceses. Los guerrilleros más famosos fueron Espoz y Mina, Martín Díaz “el Empecinado” y el cura Merino. Dos ciudades inmortalizaron su nombre en la resistencia: Zaragoza y Gerona, cuyos habitantes defendieron durante meses sus ciudades frente a los franceses. En el proceso de la Guerra de la Independencia se pueden distinguir tres fases: • La primera (1808-1809), se caracteriza por el fracaso inicial de la ocupación a consecuencia del levantamiento español. En la Batalla de Bailén, las tropas napoleónicas del general Dupont fueron derrotadas por las españolas dirigidas por el general Castaños. Esta derrota, la primera sufrida por los franceses en Europa, hizo que los ingleses enviaran un ejército expedicionario al continente al mando del general Wellington, que desembarcó en Lisboa. • La segunda (1809-1812), de claro predominio francés. Napoleón decide trasladarse personalmente a la Península para ponerse al frente de sus tropas y dar la batalla definitiva a los angloespañoles. De hecho, la guerra en España sería uno de los problemas militares más graves a los que tuvo que hacer frente el Imperio napoleónico. Tras la batalla de Ocaña, a finales de 1808, los franceses recuperaron la mayor parte del terreno y sólo algunas ciudades, entre ellas Cádiz,se mantuvieron inexpugnables. La Grand Armée venció definitivamente. • La tercera (1812-1813), donde se produjo la ofensiva española que, con ayuda inglesa, culminó con la victoria de los aliados en las batallas de Arapiles, Vitoria y San Marcial. El último acto de Bonaparte con relación a España fue el Tratado de Valençay, firmado en 1813, en el cual el emperador reconocía a Fernando VII como rey de España y de las Indias.
4El reinado de José I y el Estatuto de Bayona.
La invasión y la guerra plantea en el país la aparición de dos poderes: por un lado el gobierno de José I Bonaparte, basado en la cesión de los derechos al trono de España que Carlos IV, Fernando VII y el resto de la familia real hizo a Bonaparte. Y por otro lado el de la Junta Suprema Central, y posteriormente de las Cortes de Cádiz, que no acepta la renuncia de los Borbones, asume la soberanía nacional y dirige el levantamiento antifrancés. Ambos centros de poder intentan llevar a cabo unas profundas reformas político-administrativas muy limitadas por el conflicto bélico.
La organización del gobierno de José I inicia su andadura mediatizado por Napoleón. Su instauración se plantea sobre unas bases que el propio emperador protagonizará: la promulgación de una Constitución semejante a las del Imperio y una serie de reformas que entroncan con el programa ilustrado, con el fin de atraerse a los reformistas españoles. El Estatuto de Bayona promulgado el 6 de Junio de 1808, es una “carta otorgada” ya que los diputados españoles convocados en Bayona sólo pudieron exponer sugerencias, sin llegar a discutir los proyectos. La misma convocatoria de una diputación general traslucía el deseo del emperador de que, sin ser propiamente unas Cortes tradicionales, hubiese una representación clara de los tres estamentos, un indicio obvio de su carácter conservador. El texto resultante de las sesiones celebradas en Bayona tenía la misma condición autoritaria de las Constituciones imperiales. Así la estructura del sistema político descansaba en tres órganos: el Senado, el Consejo de Estado (ambos de designación
real) y las Cortes. El Senado tenía la facultad de suspender la Constitución y proteger la libertad personal y de imprenta; y el Consejo de Estado intervenía en el proceso legislativo cuya iniciativa correspondía al gobierno. En el artículo 82 del Estatuto se indica que las Cortes tenían, entre otras, las funciones siguientes: elaborar las leyes, aprobar el presupuesto para períodos de 3 años y velar por su aplicación. A pesar del signo autoritario de esta “carta otorgada”, su aplicación completa, prevista hacia 1813, hubiese supuesto por primera vez en España la transformación socio-política y administrativa ya que tiene contenidos de carácter liberal. A lo largo de su articulado se disponía el reconocimiento de derechos fundamentales como la libertad de imprenta, inviolabilidad del domicilio, supresión de privilegios; prevé la elaboración de códigos civiles y criminales, la reforma de la hacienda y la abolición de las aduanas
interiores, se declaraba la libertad de industria y comercio suprimiendo los privilegios comerciales. El programa reformista de José I se completó cuando Napoleón, una vez más sin consultarle, decretó, en Diciembre de 1808, la abolición de la Inquisición, la reducción y supresión del número de conventos, medidas que de haberse aplicado hubiesen significado el final del Antiguo Régimen en España. El fracaso del gobierno de José I se debió en gran parte a que la mayoría del país rechazo un gobierno “intruso”, aunque un buen número de españoles, bien por convicción o bien por interés, colaboraron con él. Los afrancesados convencidos, algunos de ellos antiguos ilustrados, aceptaron el cambio dinástico. Estaban persuadidos de que la resistencia contra Napoleón era inútil y que los últimos Borbones -Carlos IV y FernandoLa Guerra de la Independencia y los comienzos de la Revolución Liberal. Habían demostrado su ineptitud para continuar el programa reformista emprendido por Carlos III. El nuevo gobierno de José I les parecía el compromiso más adecuado para aplicar las reformas que el país necesitaba, dentro de la Concepción clásica del Despotismo Ilustrado y del respeto a la ley a la idea de “reforma sin revolución”. El gobierno de los afrancesados, que nunca pasó del intento de mantener una mínima administración e impedir el fraccionamiento del país, fracasó en la aplicación del programa de reformas. Al final de la guerra, muchos afrancesados fueron perseguidos y marginados por lo que unas 12.000 familias afrancesadas tendrán que exiliarse