Introducción
A finales del siglo XIX, el imperio español solo mantenía las islas de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otras islas menores en el Pacífico. La pérdida de estas últimas colonias en 1898, como consecuencia de una guerra frente a movimientos independentistas y a los Estados Unidos (EE. UU.), inició una crisis progresiva y la desintegración del sistema político de la Restauración.
La Crisis del 98: La Guerra Colonial y sus Consecuencias
La Situación de Cuba y Filipinas
Cuba era la principal posesión española, con una economía centrada en la producción de azúcar y tabaco. España intentaba controlarla mediante políticas proteccionistas que limitaban su comercio con EE. UU., país interesado en sus recursos naturales y su mercado. En 1878, tras la Paz de Zanjón que puso fin a la Guerra de los Diez Años, se prometió una mayor autonomía a la isla, pero los sectores conservadores y los intereses económicos españoles la rechazaron.
En 1888, el gobierno liberal de Sagasta abolió la esclavitud en Cuba, pero las reformas autonómicas fueron bloqueadas repetidamente. Esta situación fortaleció al Partido Revolucionario Cubano, fundado y liderado por José Martí, que contaba con el apoyo político y económico de EE. UU.
En Filipinas, la presencia española era menor y la población local carecía de derechos políticos. El descontento social y el abuso de las órdenes religiosas llevaron a la creación de la Liga Filipina en 1892, liderada por José Rizal, que exigía reformas profundas y, eventualmente, la expulsión de los españoles.
La Guerra de Cuba y Filipinas
En 1895, los independentistas cubanos, liderados por Martí, iniciaron una nueva sublevación con el Grito de Baire. España respondió enviando tropas y reemplazando al general Martínez Campos por el general Valeriano Weyler, quien aplicó una dura política de represión, incluyendo la división de la isla con trochas y la concentración de la población rural en poblados controlados.
La política de Weyler fue duramente criticada en EE. UU., aumentando la tensión diplomática con España. El gobierno estadounidense exigió la pacificación de Cuba e incluso propuso la compra de la isla, oferta que el Gobierno de Sagasta rechazó. Para intentar calmar la situación, Sagasta sustituyó a Weyler por el general Blanco y concedió la autonomía a Cuba en 1897, aunque esta medida llegó demasiado tarde para frenar el independentismo.
Mientras tanto, el sentimiento independentista también crecía en otras colonias:
- Puerto Rico: Recibió la autonomía en 1897, lo que evitó temporalmente un conflicto armado similar al cubano.
- Filipinas: La rebelión iniciada en 1896 fue reprimida duramente, culminando con la ejecución de José Rizal. Sin embargo, el movimiento independentista continuó activo bajo el liderazgo de Emilio Aguinaldo.
La tensión entre España y EE. UU. alcanzó su punto álgido en febrero de 1898 tras la misteriosa explosión del acorazado estadounidense Maine en el puerto de La Habana. La prensa sensacionalista norteamericana culpó directamente a España. EE. UU. envió un ultimátum exigiendo la retirada española de Cuba, que fue rechazado por el gobierno español. Esto desembocó en la declaración de guerra estadounidense en abril de 1898.
La Guerra Hispano-Estadounidense se libró en dos frentes principales:
- Pacífico: En mayo de 1898, la obsoleta flota española del Pacífico, comandada por el almirante Montojo, fue completamente destruida en la batalla de Cavite (Bahía de Manila). Este hecho avivó la insurrección filipina liderada por Aguinaldo y facilitó el desembarco estadounidense y la posterior toma de Manila y la isla de Guam.
- Caribe: La escuadra española del Atlántico, al mando del almirante Cervera, fue bloqueada y aniquilada en julio de 1898 en la batalla naval de Santiago de Cuba. Tras la derrota naval, la resistencia española en la isla se desmoronó, capitulando Santiago y, posteriormente, La Habana. En julio, las tropas estadounidenses también ocuparon Puerto Rico sin encontrar gran resistencia.
El Tratado de París
Ante la evidente derrota militar, España solicitó un armisticio. Las negociaciones culminaron con la firma del Tratado de París en diciembre de 1898. En este tratado, España tuvo que:
- Renunciar a toda reclamación sobre Cuba, que quedó bajo ocupación militar estadounidense hasta que se le concedió una independencia formal en 1902, aunque fuertemente condicionada por la influencia de EE. UU. (Enmienda Platt).
- Ceder a Estados Unidos las islas de Puerto Rico y Guam.
- Vender Filipinas a Estados Unidos por 20 millones de dólares.
Este tratado puso fin formalmente al imperio español en América y el Pacífico. Aunque España intentó modificar las duras condiciones, tuvo que aceptarlas, consciente de su absoluta inferioridad militar y del riesgo que corrían las posesiones que aún le quedaban (Canarias, Baleares, posesiones africanas). Poco después, en 1899, España vendió a Alemania sus últimas posesiones en el Pacífico (las islas Palaos, las Marianas –excepto Guam– y las Carolinas), liquidando así su presencia en esa zona y quedando relegada a la condición de potencia secundaria.
La mala gestión política y militar de la crisis y las guerras coloniales causaron grandes sufrimientos y un elevado número de muertes, principalmente entre los soldados españoles, muchos de ellos reclutas de las clases populares.
Consecuencias Internas: Generación del 98 y Regeneracionismo
La derrota frente a EE. UU. y la pérdida de las últimas colonias supusieron una profunda humillación nacional y provocaron una grave crisis política y social en España. Francisco Silvela, quien se convertiría en el nuevo líder del Partido Conservador, describió la situación del país afirmando que España estaba «sin pulso». Se abrió un intenso debate sobre las causas y responsabilidades de la derrota, poniendo de manifiesto el agotamiento del sistema político de la Restauración (turnismo, caciquismo, fraude electoral).
Las principales consecuencias internas fueron:
- Económicas: Aunque se perdieron los mercados coloniales y los ingresos que generaban, la repatriación de capitales por parte de empresarios españoles («indianos») impulsó ciertos sectores como la banca moderna y la industria (por ejemplo, el cultivo de remolacha azucarera para sustituir al azúcar cubano). Sin embargo, a largo plazo, la pérdida colonial limitó el crecimiento económico.
- Políticas: Aumentaron las críticas al sistema canovista. Surgieron con fuerza corrientes de pensamiento regeneracionistas que clamaban por una modernización política, económica y social. También se fortalecieron los movimientos nacionalistas en Cataluña y el País Vasco, que vieron en la debilidad del Estado español una oportunidad para sus reivindicaciones. El descrédito del sistema llevó a la dimisión de Sagasta, siendo reemplazado por el conservador Silvela, quien llegó al poder con una declarada voluntad reformista.
- Ideológicas y culturales: La derrota generó una profunda crisis de la conciencia nacional. Se extendió una percepción generalizada de atraso, corrupción e incompetencia en la clase política. Esto permitió la irrupción en el debate público de nuevos actores sociales e intelectuales (obreros, intelectuales, nacionalistas) que hasta entonces habían estado marginados. En el ámbito literario y filosófico, la Generación del 98 (Unamuno, Baroja, Azorín, Machado, Maeztu) reflexionó de forma crítica y a menudo pesimista sobre los males de España y su identidad.
En paralelo, surgió el Regeneracionismo, un movimiento intelectual y político heterogéneo, muy influenciado por la Institución Libre de Enseñanza y figuras como Joaquín Costa. Proponía un programa de reformas urgentes:
- Políticas: Acabar con el caciquismo y la corrupción electoral, dignificar la vida parlamentaria.
- Económicas: Modernizar la agricultura (lema «escuela y despensa»), fomentar la industria y las obras públicas.
- Sociales y educativas: Mejorar la educación y la higiene, europeizar España.
Conclusión
De la crisis del 98 surgió una poderosa corriente regeneracionista que diagnosticó los problemas del país y propuso la urgente necesidad de iniciar un profundo proceso de reformas que modernizara la vida política, económica y social de España. Estas ideas influirían notablemente en el reinado de Alfonso XIII, que comenzó en 1902. Aunque se intentaron algunas reformas, el sistema político continuó deteriorándose debido a la inestabilidad, el aumento de las tensiones sociales y políticas (auge del movimiento obrero, nacionalismos, problema de Marruecos), culminando primero en la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y, finalmente, en la proclamación de la Segunda República en 1931.