Si en el plano económico y social España se acercó a las formas de vida europeas, en lo político no se originó un proceso paralelo de liberalización y apertura, sino un atrincheramiento en el autoritarismo del régimen.
La rígida moral católica trató de mantenerse y las medidas de liberalización fueron más aparentes que reales. En 1966 se aprobó la Ley de Prensa e Imprenta por Manuel Fraga, Ministro de Información y Turismo. Esta ley eliminaba la censura previa, pero no garantizaba la libertad de expresión. La nueva ley no fue bien acogida ni por los más reaccionarios franquistas ni por la oposición, que la percibíó como una trampa. La segunda medida aperturista fue la Ley de Libertad Religiosa (1967), por la que se reconocía la igualdad de todas las confesiones religiosas. En 1967 se promulgó la última de las Leyes Fundamentales del franquismo, la Ley Orgánica del Estado que manténía la esencia autoritaria del régimen y continuaba otorgando a Franco como Jefe del Estado un poder prácticamente ilimitado. Para garantizar la continuidad del régimen, en 1969 Franco nombró a don Juan Carlos como su sucesor a título de rey. El propósito de Franco era establecer una monarquía continuadora de su propio régimen a su muerte (todo debía estar “atado y bien atado”, en palabras del dictador).
Tras la Guerra Civil, la oposición quedó desmantelada. Su reconstrucción fue lenta y dificultosa. Los principales grupos de oposición fueron los siguientes:
El movimiento obrero se desarrolló mediante sindicatos clandestinos. El más importante fue CC.OO. (Comisiones Obreras, de ideología comunista y liderado por Marcelino Camacho); también destacaron UGT (socialista), USO (cristiano) y ELA-STV (nacionalista vasco).
El movimiento estudiantil universitario reivindicaba libertades democráticas. En 1965 las protestas alcanzaron una gran magnitud y fueron expulsados de sus cátedras destacados profesores como Tierno Galván o Aranguren.
Un sector de la Iglesia, como consecuencia del Concilio Vaticano II (1962 – 1965), puso en evidencia que la Iglesia católica española debía distanciarse del régimen franquista y cesar en el apoyo incondicional que le había otorgado desde 1939. La labor de los llamados “curas obreros” fue fundamental entre la población más desfavorecida. Para impulsar esta nueva orientación, la Santa Sede procedíó a renovar la jerarquía eclesiástica y puso al frente de la Conferencia Episcopal al cardenal Tarancón, claro dirigente del sector conciliar y reformista.
La oposición dentro del Ejército se organizó en torno a la UMD (Uníón Militar Democrática).
Aunque ilegales, proliferaron los partidos políticos de oposición al régimen. Destacaron el Partido Comunista de España (PCE), dirigido por Santiago Carrillo, mayoritario; y el PSOE, minoritario, dirigido por Felipe González.
Los partidos de extrema izquierda canalizaron el descontento de la juventud más radical; algunos de ellos derivaron hacia el terrorismo, como GRAPO (Grupos Revolucionarios Antifascistas Primero de Octubre) y el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico).
La oposición nacionalista vasca (Partido Naconalista Vasco) y catalana (Convergencia Democrática y Ezquerra Republicana) también crecíó a pesar de su carácter clandestino. La vía radical, surgíó con Euskadi ta Askatasuna (ETA), grupo terrorista fundado en Fundada en 1958, llegó a cometer 44 asesinatos durante la Dictadura, entre ellos el asesinato de Carrero Blanco en 1973.
Desde el exilio también crecíó la oposición española al régimen. Cuando España trató de ingresar (1962) en la Comunidad Económica Europea (CEE), un grupo de exiliados españoles manifestó en Múnich su rechazo y recomendó su no admisión al no reconocerse libertades básicas. España no fue admitida y el régimen comenzó a hablar del “contubernio de Múnich” y multiplicó las detenciones de dirigentes de la oposición. Julián Grimau (dirigente comunista) fue ejecutado en 1963 en medio de un gran escándalo internacional.
A pesar de la importancia de los anteriores elementos, la oposición al régimen más determinante vino de la mano del cambio que en la década de los sesenta empezó a notarse en la cultura y especialmente en la sociedad, por la llegada de turistas europeos, por el regreso de los emigrantes y por el acercamiento a Europa. El cambio en la mentalidad fue trascendental.
Al término de la Guerra Civil buena parte de los intelectuales y artistas españoles tuvieron que partir al exilio; las manifestaciones culturales en España estuvieron marcadas por la exaltación del nacionalismo español. La censura vigiló las actividades intelectuales y a los medios de comunicación. Aún así, Camilo José Cela en “La familia de Pascual Duarte” o Buero Vallejo en “Historia de una escalera” reflejaron las duras condiciones de vida. Con el desarrollismo cambió el mensaje del franquismo, que propició el crecimiento de la cultura de evasión: Cine folklórico, comedia intrascendente, fútbol y toros. La respuesta de los intelectuales fue un mayor compromiso social: nacía la llamada generación realista, con obras como “El Jarama” de Sánchez Ferlosio o “Las ratas” de Delibes. El cine también se renovaba reflejando la sociedad española de una manera crítica: “Bienvenido Mr Marshall” de García Berlanga o “Muerte de un ciclista” de Bardem. A finales de los sesenta nacíó una literatura experimental, con escritores como Juan Goytisolo. La cultura española en el exilio fue muy importante, con figuras como el poeta Rafael Alberti o el ensayista liberal Salvador de Madariaga.
El periodo de 1969 a 1973 supuso un deterioro generalizado del régimen, paralelo al biológico del dictador: septuagenario y enfermo de Párkinson.
En 1969 el “escándalo MATESA” –caso de corrupción en una empresa de maquinaria textil en el que ve vieron implicadas varias instituciones públicas- provocó una crisis de gobierno.
Franco cesó a varios ministros para crear un nuevo Gobierno más homogéneo (“Gobierno monocolor”), con Carrero Blanco en la vicepresidencia y 11 ministros del Opus Dei. Los principales objetivos eran mantener la unidad de las fuerzas franquistas e impedir el crecimiento de la oposición.
1973 marcó el inicio de la crisis final del régimen. Franco renunció a sus funciones de Jefe del Gobierno a favor de Carrero Blanco, que se convirtió en la persona clave para mantener la unidad. Era la primera vez que se diferenciaban los cargos de Jefe de Estado (Franco) y Presidente del Gobierno. Seis meses después, el 20 de Diciembre de 1973, un atentado de ETA acababa con la vida de Carrero Blanco. Con Franco cada vez más enfermo, Carrero era el único capaz de mantener unidos a los diferentes sectores del franquismo. A partir de ese momento crecíó la fractura entre los inmovilistas (conocidos como “el búnker”, defensores del carácter inalterable de los principios del Movimiento -Girón, Solís, Blas Piñar-) y los aperturistas (partidarios de un cambio progresivo que permitiese la formación de asociaciones políticas -Fraga, Aleiza, Pío Cabanillas-).
A comienzos de 1974 se formó un nuevo gobierno presidido por Arias Navarro, que pretendía unir a aperturistas e inmovilistas. El programa del gobierno quedó resumido en el llamado “espíritu del 12 de Febrero”, fecha en la que el nuevo presidente presentó en las Cortes un proyecto de apertura hacia un mayor pluralismo político. El “búnker” denunció el inminente peligro de destrucción del régimen y Arias Navarro volvíó a acercarse al inmovilismo. Pese a la publicación de la Ley de Asociaciones Políticas, el clima de inestabilidad política fue en aumento. Proliferaron las manifestaciones y las huelgas obreras; además los grupos de oposición promovieron la creación de organismos unitarios para reivindicar la democratización del país. Por ejemplo, por iniciativa del PCE, se formó en París la Junta Democrática de España, que integraba a varias fuerzas de izquierda (sin el PSOE) para pedir la formación de un gobierno provisional que implantase un régimen democrático. Por su parte, el PSOE impulsó la Plataforma de Convergencia Democrática junto a la Democracia Cristiana y el PNV. Posteriormente la Junta y la Plataforma terminaron por fundirse en un organismo común al mantener un programa similar, y fundaron la Coordinadora Democrática (“Platajunta”).
En los últimos años de la dictadura se produjo también un recrudecimiento de la violencia política de ETA, GRAPO y FRAP. El franquismo respondíó con una intensificación de la represión: Un joven anarquista (Puig Antich) fue ejecutado en 1974; el decreto de Ley Antiterrorista (1975) significó en la práctica la instauración de un estado de excepción permanente. Apenas dos meses antes de la muerte del dictador fueron ejecutados cinco activistas de ETA y del FRAP, a pesar de las numerosas peticiones internacionales de indulto.
El final definitivo del régimen vino por el agravamiento de la enfermedad de Franco a lo largo de 1974 y 1975. Con el dictador incapacitado para ejercer sus funciones de Jefe del Estado, estalló el “conflicto del Sáhara”. El rey Hassan II de Marruecos, que contaba con el apoyo de EEUU para frenar una posible expansión de la Argelia socialista, organizó la Marcha Verde, una invasión pacífica del Sáhara. España optó por claudicar: Firmó el Acuerdo de Madrid, que supónía la entrega del Sáhara a Marruecos y a Mauritania. El abandono de España inició un conflicto todavía no resuelto en la actualidad (el Frente Polisario reclama la independencia del pueblo saharaui).
Finalmente, Franco fallecíó el 20 de Noviembre de 1975 dejando tras de sí un régimen anacrónico y en profunda crisis.