IV. Situación del judaísmo en el siglo XIX
La emancipación no surge de presión judía, sino de la reforma ilustrada – liberal, por tal razón se da mucho antes y mucho más profunda y sistemáticamente en Occidente, donde los judíos son una minoría pequeñísima.
José II y edictos de tolerancia
- José II (el primero que reconoce a los judíos la misma dignidad como “ciudadanos”)
-Edictos de tolerancia: Bohemia (1781), Moravia (1782), Hungría (1783), Galitzia (1789)
-Decreta la emancipación de los judíos con el fin de convertirlos en “ciudadanos útiles al Estado”
- Tolerancia general y, por lo tanto, para los judíos en Estados Unidos
- Ley de Libertad religiosa de Virginia (1786)
- Constitución Federal (1787)
- Francia revolucionaria
-Declaración de Derechos (1789)
-Napoleón impone esta tolerancia a la Europa conquistada
Emancipación individual y reacciones contrarias
- Emancipación del judío como ciudadano individual, no como comunidad
- Napoleón considera a los judíos una nación que debe reformarse, pera incorporarse plenamente al Estado (Decreto de 1808, llamado “decreto infame” por los judíos)
- Pretende sujetar esta religión, como las demás, al Estado
Convocó en 1806 el “Gran Sanedrín” (45 rabinos y 26 seglares de todo su imperio)
- Tras la derrota de Napoleón (1815), por causas diversas, hasta 1791 no alcanzan los judíos la ciudadanía
- Europa occidental
- El proceso de emancipación civil y política fue lenta pero decidida
- Incluso en Gran Bretaña (condición anglicana del Estado) se consiguió (tras años de resistencia de los Lores) eliminar el juramento religioso que impedía ser diputado. Se lo había impedido a Lionel de Rothschild en 1847 y a David Salomons en 1848.
La asimilación y sus reacciones
Si durante siglos la asimilación se identifica con la conversión (más o menos difícil) al cristianismo (muchos conversos son mal vistos por los cristianos viejos), en el XIX se identifica con la inserción en los valores culturales de la Ilustración y sus herederos. Esta asimilación implica salida del gueto e integración en la ley común, abandono de la vieja autonomía y autosegregación rabino – farisaica, incorporación a la sociedad burguesa, sustitución del yidish y hebreo por el alemán u otra lengua estatal, sustituir formación talmúdica por formación secular o, si acaso, compatibilizarla, matrimonios mixtos (con baja fertilidad y en los cuales la mayoría de los hijos abandona el judaísmo)
Provoca una crisis de identidad y, como consecuencia, la reacción contraria de no pocos judíos que, dirigidos por sus rabinos, veían en esta política un empujón hacia la apostasía, so pretexto de asimilación. Temían lo que ejemplifica, en el siglo XIX, la familia de Mendelsohn al hacerse cristiana, eligiendo la religión “más razonable”. No es un caso aislado. 200.000 judíos se hacen cristianos en el siglo XIX.
Al mismo tiempo se produce una reacción antijudía de raíz nacionalista
Alemania.- La resistencia contra Francia hace que interesada y confusamente se mezclen Napoleón, la Ilustración, el Universalismo y el Racionalismo, colocando a los ilustrados judíos entre los “restauradores” gentiles y la comunidad judía.
Después de 1815 se multiplican los textos antijudíos que hablan de la existencia de un estado dentro de otro, y de la incapacidad judía para asimilarse.
En 1919 se producen violentas revueltas antijudías en varias ciudades (Würzburg, Francfort, Hamburgo)
Centro Europa.- Hasta 1848, la abolición de la emancipación provoca la conversión de unos y la posición radical de otros.
Al acabar la revolución, la mayoría de los estados del centro de Europa han emancipado a los judíos. Las únicas excepciones son los Estados Pontificios y Suiza, que no lo hace hasta 1874 por oposición popular. Al tiempo se han multiplicado las manifestaciones populares antijudías, nacidas no todas ellas de posiciones nacionalista, pero si todas contrarias a la emancipación. Aunque la emancipación (y quizás por eso) es siempre fruto de la coherencia liberal de los estados frente a la oposición popular, el 48 destruyó las esperanzas que los judíos pudieran haber tenido en la Revolución.
Austria.- En 1860 el gobierno austriaco comenzó sus reformas liberales. Nadie se benefició tanto de estos cambios como los judíos (igualdad educativa y jurídica, libertad de movimientos y acceso a la propiedad). Entre los judíos y la elite liberal alemana surgió una fuerte alianza social. Pero las expectativas liberales se frustraron a finales de los setenta. Con la reforma constitucional de 1867 los liberales clásicos pusieron el patriotismo austriaco por encima del nacionalismo alemán. Sin embargo, el drama de la unificación de Alemania impulsada por Bismarck avivó las llamas del sentimiento nacional, con lo que se creó entre los austro-alemanes un amargo resentimiento contra su gobierno, debido a su indiferencia cosmopolita y su postura antiprusiana. En 1870, los parlamentarios liberales se dividieron respecto de la cuestión nacional y la división del partido tomó la forma de división entre generaciones. ¡Quien ponía a Austria por encima de Alemania era ‘viejo’; quien sentía que había llegado al mundo como alemán, era ‘joven’; si en las elecciones se impusieron los viejos, los jóvenes hicieron de la universidad su campo de oposición. Los estudiantes encontraron un fundamento lógico cultural para su nueva política en Wagner y en el Nietzsche de la primera época. Ambos pensadores, críticos con el estado racional y el espíritu científico, exaltaron la cultura arcaica griega como modelo para la regeneración de la sociedad alemana. El antisemitismo, corriente tradicional entre las organizaciones conservadoras de estudiantes, comenzó a difundirse a finales de la década de 1870 entre los nuevos clubes que ejercían de transmisores más importantes del movimiento nacionalista. Los jóvenes judíos que habían participado en la cruzada a favor de la “regeneración” popular alemana —a menudo en puestos dirigentes— se vieron expelidos y excluidos a medida que en nacionalismo de la nueva derecha mostró su cara atávica. Con la fundación de un Partido Nacional Alemán por Georg von Schönerer en 1885, el nacionalismo estudiantil perdió toda su autonomía.
El judaísmo en la Rusia decimonónica
Los judíos (unos cuatro millones en el siglo XIX) son incorporados al imperio zarista cuando éste se hace, en 1769, con la Rusia blanca, luego con Crimea y con Polonia. El objetivo político era la conversión de los judíos al cristianismo por diversas medidas de fuerza:
- Después de que Alejandro I, en 1808, los autorizase a residir en todo el imperio, gozaron de alguna mejora con sus sucesores, pero estás fueron eliminadas tras la muerte de Alejandro II
- Restricciones legales,
- Promesas de permitirles la producción de alcohol o de entregarles tierras
La producción de alcohol (una de sus actividades tradicionales) se les prohibió a comenzar el XIX:Incorporación forzosa al ejército ,Bautismo forzoso,Creación de escuelas públicas para judíos, de escaso éxito dado el rechazo de los judíos,Impuestos especiales para poder vestir la ropa tradicional,Abolición de la cahal (e.i., el reconocimiento por el gobierno de la organización autónoma judía)División de los judíos en cinco categorías según su utilidad (1851):Comerciantes,Granjeros,Artesanos,Ciudadanos permanentes (propietarios),Ciudadanos no-permanentes (carreteros, orfebres, aprendices)
El hecho de que los maskilin estuviesen situados del lado de la autoridad en la época del alistamiento forzoso y otras medidas coercitivas, hacía que los judíos rusos los viesen como desleales al judaísmo.
En 1855 la Comisión creada, en 1840, para la resolución del problema judío reconoce el fracaso de la política de Nicolás I y, un año después, Alejandro II ordena cambiar la política. La nueva política favorece la integración de la minoría judía más útil (universitarios, hombres alistados al ejército), dejando a la mayoría en una situación muy difícil.
Desde 1866 (tras el atentado al zar) y, sobre todo, después de su asesinato (13 – III – 1881) la política contra todas las minorías étnicas se endurece (reacción conservadora de Alejandro III)
Leyes de mayo de 1882:
- Como medida temporal, y hasta la revisión general de las leyes que reglamentaban la situación de los israelitas, se les prohíbe a éstos establecerse en el futuro fuera de las ciudades y de los pueblos. Se exceptúan las colonias israelitas ya existentes, en las que los israelitas se dedican a la agricultura
- Hasta nueva orden, no serán prorrogados los contratos efectuados por un israelita y que tuviesen por objeto la compra, la hipoteca o el alquiler de inmuebles rurales, situados fuera de las ciudades y de los pueblos. Igualmente, se considera nulo el permiso concedido a un israelita para administrar bienes de la naturaleza antes indicada o para disponer de ellos
- Se prohíbe a los israelitas dedicarse al comercio los domingos y días de fiesta de la religión cristiana, y las leyes que obligan a los cristianos a cerrar sus comercios durante dichos días serán aplicadas a los establecimientos comerciales de los israelitas
Desde ese momento, y sobre todo a partir de 1890, las persecuciones se multiplicaron. Su situación empeora de día en día: violencia popular, alentada por los enemigos de las reformas que, para evitarlas, difundieron el antijudaísmo, aprovechando el incremento de los estudiantes judíos y de la presencia capitalista judía, Los judíos creyeron, equivocadamente, contar con la protección estatal
La tradición narodniki (Narodnaya Volga / Voluntad popular) veía en los levantamientos antijudíos el preludio de la revolución.
Nicolás II (1894 – ) pone en marcha una política activamente antijudía, organiza políticamente pogroms, difunde propaganda antijudía.
- Crimen ritual de Beilis (1911):Mendel Beilis fue acusado de matar a un niño cristiano,La policía falsificó pruebas para culparle del crimen.Cuando fue absuelto por falta de pruebas, la propaganda presentó la sentencia como una victoria del judaísmo contra el régimen.La violencia antijudía se incrementó durante la I Guerra Mundial, mezclada con acusaciones de traición, produciéndose expulsiones masivas de los judíos de las zonas del frente.
El nacionalismo
La novedad del concepto moderno de nación reside en el vínculo que establece entre el Estado y la Sociedad, apareciendo como legitimadora del primero e integradora de la segunda, en un esfuerzo, de clara raíz ilustrada, por afirmar la emancipación del mundo político. El Estado es la comunidad políticamente organizada; es el ámbito de la seguridad y el derecho, el instrumento que garantiza la posibilidad de la convivencia, al establecer los límites y las garantías de las libertades; el protector del orden social sobre la base del bien común. Reservándose el ejercicio de la soberanía, vincula a los miembros de la sociedad por medio de la ley y la obediencia para garantizar el ámbito de la libertad. En la relación del Estado y la Sociedad, la Nación —entendida como esfuerzo democrático por participar— garantiza la integración política de los individuos y legitima la acción del Estado. La Nación, única soberana desde la tradición liberal contemporánea, se caracteriza por una cultura, por afirmar una continuidad histórica, un pasado que obliga, y una identidad activa (alguna forma de participación que se refleja en la toma de decisiones y en el logro de resultados) y, en último término, por reconocerse sus miembros como compatriotas.
El factor de participación que hace referencia a una herencia cultural activamente asumida, no a una esencia objetiva y permanente, no puede fundarse si los individuos no comparten una determinada cultura, que nada tiene que ver con los rasgos formales y objetivos a los que en ocasiones se la reduce. Al tiempo, es absurdo no tener en cuenta la existencia de comunidades políticas ya constituidas, lo contrario, un puro nacionalismo político, voluntarista, ajeno a la historia, tendría, por su carácter radicalmente revolucionario, una propensión natural al terror.
Sin olvidar la situación de partida y los factores que distinguen cada caso, puede afirmarse que el nacionalismo nace en una sociedad dominada por el cambio, en torno a la confluencia de tres procesos: 1) el Estado, para seguir proporcionando la seguridad y el derecho, puede y debe desarrollar en el mundo contemporáneo nuevos medios de control, movilización y formación y, vinculado a esta actuación, puede desatar reacciones defensivas en algunos grupos; 2) la Sociedad movilizada como nunca hasta entonces y, por lo mismo, desarraigada, necesitada de nuevas formas de identidad y sentido, y 3) en relación con el esfuerzo estatal, la respuesta nacional, vinculada a la reacción —parcialmente religiosa— contra el desarraigo y el cambio amenazador, en situaciones de conflicto o en una profunda crisis de valores, en la que juega un papel muy importante el trauma de la Revolución y el grado en qué éste se vive. Entre la Revolución Francesa y la Gran Guerra fue necesario asimilar cambios de una profundidad hasta entonces desconocida. Se multiplicó el número de los hombres. La migración nacional e internacional se generalizó. Se alteraron las demandas laborales. Se multiplicó el intercambio de información y bienes procedentes de lugares cada vez más alejados y diversos. Todo se vio psicológicamente agravado por las dramáticas experiencias revolucionarias del siglo XIX, políticas y económicas, que hicieron sentir durante años el destino de Europa amenazado. Esta profunda transformación generó, por un lado, una situación de desarraigo social y por otro, obligó a reinterpretar la acción del Estado. El desarraigo se vincula a la sustitución de la seguridad propia del Antiguo Régimen por la libertad económica, que introduce expectativas, movilidad profesional y riesgo; a la sustitución de los lugares tradicionales de habitación por los efectos de la movilidad física, las migraciones y la apertura de espacios, y a la sustitución de las cosmovisiones tradicionales por la duda religiosa, una descristianización que fuerza a buscar nuevas respuestas de sentido, asociadas a la ideología revolucionaria, a la percepción del progreso como indefinido y a las místicas de grupo.
El sistema político debe reaccionar ante esta revolución; el Estado debe intervenir más activamente en todos los ámbitos sociales, tiene los medios para hacerlo, gracias a la gran revolución técnica y económica, y debe hacerlo para garantizar el orden social. Debe responder a las demandas, implícitas y expresas, de la sociedad; debe incrementar su control sobre una sociedad mucho más movilizada y debe lograr una legitimación que cubra todas las restantes ideologías, las enmarque y, al mismo tiempo, le asegure la aprobación de sus ciudadanos: esta legitimación será la idea de nación. Así, al ritmo al que se desarrolla la nueva política de masas, se incrementa el intervencionismo estatal.
El Estado, para seguir siendo, responde a una doble necesidad: por una parte, el servicio a la sociedad, y su control, y por otra, el desarrollo de una nueva identidad, y la legitimación de la acción política. Esta respuesta se desarrolla por una parte en el incremento del poder coercitivo (desarrollo de la administración policial, impositiva, judicial, etc.), por otra, en el desarrollo de las líneas de movilización y participación política (libertades políticas, derechos, legitimación nacional, etc.) y, por último, en la respuesta a las demandas y necesidades sociales (desarrollo económico, educación, seguridad social, etc.). Si la sociedad, o parte de ella, no experimenta las tres líneas de actuación del Estado como una sola actuación equilibrada, no se identificará con el proyecto político que éste defiende y podrá buscar proyectos nacionales alternativos, en la medida en la que goce de elementos propios de identidad, factores de diferenciación o un desarrollo significativo. Es decir, el éxito nacional depende de la capacidad del proyecto político para resolver las rivalidades y los conflictos entre los grupos, para garantizar las demandas sociales en torno a la seguridad, la continuidad, la legitimidad, la participación y la libertad, y así permitir una legitimación, una aceptación social del Estado existente y del proyecto nacional propuesto, que dependerá del equilibrio alcanzado entre las demandas del Estado y sus servicios.
Cuando este objetivo no se alcanza la nación étnica sustituye un difícil proyecto político de voluntad de vida en común por la pertenencia objetiva, a la que uno no debe integrarse, sino que pertenece. Se hace de la etnia el único agente legítimo de autoridad, forzando a una exclusión que conduce a este nacionalismo a negar la democracia. Su planteamiento se queda en el ámbito de lo inmediatamente dado —raza, lengua, religión, folklore…— para asegurar, aferrándose a esa referencia colectiva, dos sentimientos cruciales en la formación de la personalidad: la identidad y la autoestima. El nacionalismo étnico es mucho menos exigente. Psicológicamente, frente al desafío difícil de asumir lo propio y, por lo tanto, someterlo a discusión e, incluso, capacitarnos para aceptar lo ajeno, el etnicismo, desde su pretendida objetividad, da por hecha la pertenencia y, en contrapartida, genera la exclusión.