La España del siglo XIX: Entre la Restauración y la Crisis del 98

El Sistema Político de la Restauración (1874-1898)

La Restauración es la etapa de la historia de España que se inició en 1874, con el regreso al trono de los Borbones. Su artífice fue Antonio Cánovas del Castillo, que en el Sexenio Revolucionario había creado el Partido Alfonsino en defensa de los derechos del hijo de Isabel II. El fracaso del régimen republicano (golpe de Estado de Pavía, dictadura de Serrano) y la inestabilidad política llevó a buena parte de la sociedad a contemplar el restablecimiento de la monarquía. El príncipe Alfonso se dirigió al país el 1 de diciembre de 1874 en el Manifiesto de Sandhurst, redactado por Cánovas, y en el que presentaba la monarquía constitucional como único modo para solucionar los problemas de España. Con ello se esperaba una restauración por aclamación popular pero el general Martínez Campos lo proclamó nuevo rey en un pronunciamiento el 29 de diciembre. A inicios de 1875 Alfonso XII entraba en Madrid y puso a Cánovas al frente del gobierno.

Cánovas del Castillo diseñó el sistema político de la Restauración. Su objetivo era crear un régimen liberal estable, pero tradicional y no democrático, que alejase al país de procesos revolucionarios. Sus tres pilares fueron:

  • El Rey

    Se convertiría en el árbitro de la vida política y jefe del ejército (rey-soldado). Esta última medida buscaba acabar con el protagonismo de los militares en las instituciones.
  • El Turno Pacífico

    Consistía en la alternancia en el poder de dos grandes partidos, según el modelo inglés. El Partido Conservador, que representaba a las clases altas, estaba liderado por Cánovas y formado por antiguos moderados y unionistas. Y el Partido Liberal, representante de las clases medias, estaba dirigido por Práxedes Mateo Sagasta y unía a antiguos progresistas, demócratas y republicanos posibilistas. La alternancia se lograba mediante el falseamiento sistemático de las elecciones. Cuando el rey nombraba nuevo gobierno, se convocaban elecciones y el ministro de la gobernación ponía en marcha el encasillado: la «fabricación» de los resultados colocando a los candidatos que debían de ganar en cada distrito. La lista se enviaba a los caciques locales que, mediante redes clientelares, compra de votos o amenazas, se imponía a los votantes de su área. Si no era suficiente, se recurría al fraude para ajustar los resultados (pucherazo, manipulación del censo o secuestro de urnas).
  • La Constitución de 1876

    La más duradera de la historia de España (47 años). Era conservadora pero flexible, lo que permitía a los dos partidos gobernar sin modificarla. Establecía la soberanía compartida y no tenía una clara división de poderes: el ejecutivo estaba en manos del rey (cuya figura salía reforzada con amplios poderes) y el legislativo en unas Cortes bicamerales (Congreso y Senado). Los derechos y libertades incorporaron buena parte de los avances del Sexenio. Los asuntos más polémicos como imprenta, asociación y sufragio serían ajustados en leyes posteriores.

Oposición al Sistema de la Restauración

El régimen de la Restauración buscaba fuera del juego político al resto de grupos políticos, que se convirtieron en la oposición al sistema (carlistas, republicanos, nacionalistas y socialistas):

  • El Carlismo

    Tras su derrota en 1876, se convirtió en un movimiento marginal y ultraconservador. Se dividió en dos corrientes: una que luchó dentro de la legalidad liderada por Juan Vázquez de Mella; y otra antiliberal e integrista dirigida por Ramón Nocedal.
  • El Republicanismo

    Conservó cierto peso social pero estaba muy dividido. Los principales grupos eran los posibilistas de Emilio Castelar, que aceptaron el sistema e incluso se acabaron uniendo al Partido Liberal; los progresistas de Ruiz Zorrilla, partidarios de la lucha armada; los unitarios de Salmerón: y los federalistas de Pi y Margall.
  • Los Nacionalismos Periféricos

    Surgieron en esta etapa como reacción al centralismo del sistema canovista. Defendían su identidad lingüística, cultural e histórica y reclamaban el autogobierno o incluso la separación del Estado.
    • El Nacionalismo Catalán
      El primer partido nacionalista catalán fue la Unió Catalanista (1891), fundado por Enric Prat de la Riba y de tipo conservador. Su programa quedó recogido en las Bases de Manresa, que reclamaban la autonomía política, la oficialidad del catalán y la participación en la política nacional para lograr sus reivindicaciones. En plena crisis nacional española por el «Desastre del 98», la Unió Catalanista se unió a otros grupos y formó la Lliga Regionalista (1901), liderada por Prat de la Riba y Francesc Cambó, que sería la fuerza catalanista predominante hasta la Segunda República.
    • El Nacionalismo Vasco
      Fue más tardío y surgió como reacción a la abolición de los fueros en 1876 y la defensa de la identidad vasca, amenazada por la industrialización y la llegada de inmigrantes (maketos). Su mayor representante fue Sabino Arana, fundador del Partido Nacionalista Vasco (1895), una formación antiliberal, tradicionalista, y ultracatólica.
    • El Regionalismo Gallego
      Tuvo un desarrollo más lento y menor arraigo social. En 1890 se creó la Asociación Regionalista Gallega, de corte progresista y que reclamaba la autonomía, la defensa del gallego y un mejor trato desde el Estado.
  • El Movimiento Obrero

    Se dividía en dos grandes corrientes ideológicas.
    • El Anarquismo
      Fue la mayoritaria, sobre todo en el campo andaluz y ciudades catalanas. Rechazaba participar en política pero se dividió entre los partidarios de utilizar la huelga (anarcosindicalistas) o atentados contra el régimen (grupos de acción directa).
    • El Socialismo
      Fue minoritario, pero con especial fuerza en Madrid, Asturias y País Vasco, Su representante fue el PSOE, fundado por Pablo Iglesias en 1879 y que obtuvo su primer escaño en 1910. Su sindicato fue la UGT, creado en 1888.

La Crisis del 98: Guerra y Pérdida de las Colonias

Tras la independencia de las colonias americanas durante el reinado de Fernando VII, el imperio español quedó reducido a Cuba, Puerto Rico, Filipinas y algunos archipiélagos en el Pacífico (Palaos, Carolinas y Marianas). De todos estos territorios, Cuba era el más importante y un activo esencial para la economía española. Era la principal exportadora mundial de azúcar, que se comercializaba directamente desde la isla y se pagaba en dólares. Más del 90% se dirigía a Estados Unidos. También era una importante productora de café y tabaco. Además era un mercado cautivo, obligado a comprar los textiles catalanes y el cereal castellano.

Sin embargo, en la isla había ido creciendo el malestar por el dominio político y económico colonial. La clase media criolla, formada por profesionales liberales, intelectuales y pequeños terratenientes, tenía ideas reformistas y aspiraba a acabar con el monopolio, el centralismo y la esclavitud.

Las Guerras de Independencia Cubanas

Como fruto del descontento se produjeron dos guerras:

  • La Guerra Larga (1868-1878)

    Una rebelión independentista liderada por Carlos Manuel de Céspedes, que comenzó con el Grito de Yara (1868) y terminó con la Paz de Zanjón (1878). En ella, el general Martínez Campos se comprometió a la abolición progresiva de la esclavitud y dar a la isla una cierta autonomía. El incumplimiento de estas promesas dio origen a un nuevo levantamiento.
  • La Guerra Chiquita (1879-1880)

Los gobiernos españoles no atendían las reivindicaciones cubanas por la presión de la élite colonial, la burguesía catalana y los terratenientes castellanos. Esto condujo al estallido de la guerra de Cuba (1895-1898). La insurrección fue liderada por José Martí, comenzó con el Grito de Baire y contó con el apoyo masivo de la población negra y mulata. Inicialmente, las tropas españolas fueron dirigidas por Martínez Campos, que fracasó. Fue relevado por el general Valeriano Weyler, que pese a su brutal estrategia represiva (la reconcentración) tampoco tuvo éxito. Tras el asesinato de Cánovas en 1897, Sagasta cesó a Weyler y ofreció una amplia autonomía pero fue rechazada por los rebeldes.

La Sublevación en Filipinas

Casi simultáneamente estalló otra sublevación en Filipinas, un archipiélago lejano y desatendido por las autoridades españolas, que tenían dificultad para garantizar su dominio efectivo. Su respuesta fue una dura represión en la que fue fusilado uno de los principales líderes independentistas: José Rizal.

La Intervención Estadounidense y el Tratado de París

En 1898 se produjo la entrada de Estados Unidos en los conflictos cubano y filipino. Este país tenía intereses económicos y geoestratégicos en Cuba desde hacía décadas. El pretexto utilizado para declarar la guerra a España fue la voladura del acorazado norteamericano Maine, que estaba fondeado en La Habana, y del que culpó a un sabotaje español. Los estadounidenses destruyeron la flota española del Pacífico en Cavite (Filipinas) y luego la del Atlántico en Santiago de Cuba. Tras ello desembarcaron en Puerto Rico. Estas derrotas obligaron al gobierno español a firmar el Tratado de París (diciembre 1898), por el que se aceptaba la independencia de Cuba y se cedía Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam (en las Marianas) a Estados Unidos. La pérdida del imperio se completó en 1899, cuando el gobierno decidió vender a Alemania el resto de archipiélagos del Pacífico.

Consecuencias de la Crisis del 98

La derrota frente a Estados Unidos y la pérdida de las colonias abrió una grave crisis nacional. Es la llamada «crisis del 98», que marcaron un viraje en la vida del país y cuyas consecuencias fueron:

  • Económicas

    Que en un principio, no fueron negativas. Los años siguientes a la derrota fueron de ligera bonanza económica, pues se repatriaron numerosos capitales que se canalizaron hacia la industria e impulsaron el sistema financiero. Sin embargo, el Estado respondió a la pérdida del mercado colonial acentuando su proteccionismo en defensa del textil catalán y el cereal castellano. Una especie de «nacionalismo económico» que se mantuvo hasta la dictadura franquista.
  • Políticas

    El sistema de Cánovas resistió a la derrota, pero quedó desacreditado, así como el ejército, que desde entonces se va replegar en sí mismo y mostrar un recelo hacia la política civil, a la que culpaba del desastre. En el interior, la crisis impulsó los nacionalismos periféricos; y en el exterior, España pasó a ser una potencia irrelevante. Esta pérdida de peso internacional se intentó compensar dirigiendo la atención a África.
  • Ideológicas

    La crisis marcó el surgimiento del regeneracionismo, una corriente de pensamiento preocupada por los problemas que atravesaba España (la corrupción política, el atraso económico y cultural, y el aislamiento internacional). Su principal representante fue Joaquín Costa, cuyas ideas influirían en los nuevos líderes de los partidos dinásticos, Maura y Canalejas, que trataron de llevar a cabo propuestas de reforma y modernización. El regeneracionismo también tuvo su vertiente literaria con la «generación del 98» (Unamuno, Machado, Valle-Inclán, Maeztu).

Evolución Demográfica y Social en el Siglo XIX

Durante el siglo XIX la población española se caracterizó por un crecimiento lento, pasando de unos 10,5 a 18,6 millones de habitantes. Esto se debió a la existencia de unas altas tasas de natalidad (35%) y de mortalidad (30%, la segunda más alta de Europa después de Rusia). Especialmente grave era la mortalidad infantil (180-200 %), que duplicaba a la europea. La esperanza de vida rondaba los 35 años. Una situación que se explica por las malas condiciones sanitarias, los efectos de las guerras que azotaron el país, las crisis de subsistencia y las epidemias.

Desequilibrio Territorial y Migraciones

La población española presentaba un fuerte desequilibrio territorial, con un interior peninsular casi despoblado (excepto Madrid) y una periferia muy poblada, tendencia que ya se había iniciado en el siglo XVIII. Las regiones más dinámicas demográficamente fueron Cataluña, Valencia, Asturias y Vizcaya. Otro rasgo característico fue la intensificación de los movimientos migratorios, como un modo de aliviar el desequilibrio entre población y recursos.

  • Migraciones Internas

    Destacó el éxodo rural hacia regiones como Cataluña, País Vasco o Madrid.
  • Migraciones Externas

    La emigración a América, que había sido prohibida por los Borbones en el siglo XVIII pero se volvió a permitir en 1853. Desde ese momento se produjo una migración masiva a las jóvenes a las repúblicas americanas, que necesitaban repoblarse y explotar sus recursos. La mayoría de los emigrantes fueron gallegos, canarios, vascos y asturianos, de bajo nivel cultural y sin oficio. Entre ellos destacaron los indianos, emigrantes que volvían enriquecidos («hacer las Américas») y construían en sus localidades natales fabulosas residencias y financiaban la construcción de escuelas, hospitales u obras de beneficencia.

Crecimiento Urbano y Reformas Urbanísticas

En el siglo XIX se produjo un crecimiento de las ciudades. Las dos más pobladas fueron Madrid y Barcelona, que al acabar la centuria superaban el medio millón de habitantes. El crecimiento urbano fue tan acusado que pronto fue necesario llevar a cabo reformas urbanísticas. La más importante fue el derribo de las murallas y la construcción de ensanches, barrios residenciales levantados al margen de los cascos antiguos, siguiendo un trazado ortogonal y con infraestructuras modernas (iluminación, alcantarillado y zonas ajardinadas). Los dos proyectos más importantes fueron el Plan Cerdá en Barcelona y el Plan Castro en Madrid, ambos aprobados hacia 1860. Otras ciudades como Zaragoza, Bilbao o Valencia, las tomarían como modelo en décadas posteriores.

De la Sociedad Estamental a la Sociedad de Clases

Con la consolidación del liberalismo se produjo el paso de una sociedad estamental a una sociedad de clases. Esta se caracterizaba por la igualdad ante la ley, la diferenciación social según el poder económico y la movilidad social. En la España del siglo XIX se diferenciaban tres grandes clases:

  • Las Clases Altas

    Eran una minoría que concentraba todo el poder político, económico y cultural. En ella destacaba la antigua nobleza (que pese a perder sus privilegios conservó sus propiedades y un gran poder político); la jerarquía eclesiástica y militar y la gran burguesía. Esta última formada hombres de negocios, terratenientes, banqueros, dueños de fábricas y del ferrocarril. Todos estos grupos coincidían en su deseo de mantener el orden social y el proteccionismo para garantizar su supremacía política y económica. Toda la legislación de la época se dirigió a proteger su propiedad y el disfrute de sus rentas. En general fueron partidarios de los moderados.
  • Las Clases Medias

    Aumentaron en esta época pero sin alcanzar los niveles del resto de Europa. Estaba formada por profesionales liberales, funcionarios, militares de media graduación, pequeños propietarios y comerciantes. Fueron partidarios de los progresistas, excepto una pequeña minoría compuesta por estudiantes, profesores universitarios y periodistas de ideología democrática.
  • Las Clases Bajas

    Eran el sector más numeroso y padecían un estilo de vida y condiciones laborales muy precarias. El más importante fue el campesinado (75% de la población), muy empobrecido por las desamortizaciones y que en su mayoría vivió al margen de la política y sometido al control caciquil y religioso. Un porcentaje importante se hizo jornalero (centro y sur peninsular) o emigró a las ciudades (éxodo rural). Algunos se sintieron abandonados por el régimen liberal y se radicalizaron. En las ciudades el grupo que más creció fue el servicio doméstico, mientras que el proletariado siguió siendo reducido, concentrado sobre todo en Barcelona, Asturias y Vizcaya.
    Por último, no podemos dejar de mencionar aquí dos aspectos esenciales de la sociedad de la época: el problema del analfabetismo, de los más altos de Europa; y la situación de la mujer, supeditada al hombre en todas las clases sociales, sin derechos políticos y con unas condiciones laborales y de vida más limitadas.

Economía y Transportes en el Siglo XIX

La Persistencia del Mundo Rural

La España del siglo XIX era un país rural. Más del 70% de la población vivía en núcleos con menos de 10.000 habitantes y la agricultura era la principal fuente de riqueza, generando el 60% de la renta nacional. Se caracterizaba por el uso de técnicas tradicionales, una baja productividad dirigida al autoconsumo y un desigual reparto de la propiedad de la tierra. Las mejoras agrarias consistían en el aumento de la superficie cultivable, sobre todo de cereales y la vid, pero eran insuficientes para cubrir la demanda interna. Hacia 1900 el sector seguía estancado y poco modernizado.

Las Desamortizaciones

La desamortización es el proceso que consiste en la expropiación por el Estado de los bienes de la Iglesia y los municipios, y su posterior venta en subasta pública. Aunque las primeras medidas de este tipo se realizaron a finales del siglo XVIII (desamortización de Godoy, 1798) y principios del XIX (Cortes de Cádiz, 1813; y Trienio Liberal, 1820); estas no fueron efectivas hasta la consolidación del régimen liberal en el reinado de Isabel II. Las desamortizaciones tenían un triple objetivo: aumentar los recursos del Estado y disminuir la deuda pública; crear una nueva clase de propietarios, fieles al liberalismo, y minimizar el peso del clero; y modernizar el sector agrario confiando en que los propietarios impulsarían la producción.

  • La Desamortización de Mendizábal (1836)

    Se aprobó en la regencia de María Cristina, en plena guerra carlista y crisis de la Hacienda. Afectó a los bienes del clero regular (monasterios y conventos) y desde 1841, con Espartero, a los del clero secular. Fue frenada por los moderados en 1845. Con ella se obtuvo unos 3500 millones de reales, destinados a sufragar la guerra y la deuda. Pero el gran tamaño de los lotes de tierras, la corrupción en las subastas y los métodos de pago (en metálico al contado o con títulos de deuda) hizo las compras inasequibles para los pequeños propietarios y campesinos.
  • La Desamortización de Madoz (1855)

    Tuvo lugar en el Bienio Progresista, sin apuros financieros y fue un proceso mejor controlado. Finalizó la venta de los bienes del clero (provocando la ruptura con la Santa Sede y conflictos con la reina) e incorporó las tierras de los municipios (propios y baldíos). Con ello se recaudó unos 5000 millones de reales, destinados a financiar el ferrocarril y la industria. Las subastas se prolongaron hasta final de siglo.

Consecuencias de las Desamortizaciones

Las consecuencias de las desamortizaciones no fueron las esperadas. Disminuyó la deuda, pero el enorme desembolso para pagar las tierras lastró la inversión industrial en décadas. La propiedad de la tierra permaneció en sus antiguos dueños (excepto la Iglesia, la gran perdedora de todo el proceso). Y la producción agrícola creció, pero por aumento de la superficie cultivable, no mejoras técnicas. La situación del campesinado empeoró de forma notable, convirtiéndose en un foco de conflictividad.

La Industrialización Tardía y Desigual

La industrialización en España fue tardía (se inició hacia 1850 y no cogió fuerza hasta final de siglo), incompleta (no logró transformar la estructura económica del país) y regionalizada.

Las principales razones de su atraso fueron la falta de materias primas y fuentes de energía; la escasez de capital nacional y la dependencia del extranjero; y un mercado interior débil por el poco poder adquisitivo de la población. Los principales sectores industriales fueron el textil y la siderurgia:

  • El Textil

    Se implantó en Cataluña, cuya tecnificación fue posible gracias a la inversión del capital autóctono procedente de la agricultura y el comercio americano. En 1832, la fábrica Bonaplata de Barcelona fue la primera de España en instalar una máquina de vapor. Desde entonces el sector vivió una expansión hasta 1860, frenada por la guerra civil estadounidense. Pero este crecimiento fue posible por la política proteccionista del Estado, que gravaba los textiles importados. Por eso sus empresarios fueron los más firmes defensores del proteccionismo, que se restableció en 1891. Otra región textil, en menor grado, fue Valencia, especializada en la industria lanera y sedera.
  • La Siderurgia

    Se desarrolló de forma más lenta y en áreas próximas a minas de hierro.
    • Primer Foco: Málaga (1830)
      La escasez de carbón la volvió improductiva e inició un rápido declive.
    • Segundo Foco: Asturias (Mediados del Siglo XIX)
      Disponía de minas de carbón propias pero dependía del hierro vasco y capital extranjero.
    • Tercer Foco: País Vasco (1876)
      El de más éxito y cuyo despegue se produjo desde 1876, con la abolición de los fueros (que permitió la explotación ilimitada de sus minas de hierro) y el librecambismo (que abarató la importación de carbón galés). Hacia 1890 sus altos hornos habían desplazado a los asturianos y la compañía Altos Hornos de Vizcaya, fundada en 1902, se convirtió en la empresa más poderosa de España.
  • El Sector Minero

    Otro sector clave fue el minero, que se liberalizó por la Ley de Minas de 1868. En pocos años, más de la mitad de las minas españolas fueron compradas por empresas extranjeras. Las más importantes fueron las de cobre en Riotinto (Huelva), mercurio en Almadén (Ciudad Real) o plomo en Cartagena.

Comercio y Proteccionismo

En general, el comercio interior fue débil debido al escaso poder adquisitivo de la población y las malas comunicaciones. El comercio exterior sufrió la pérdida de las colonias y cuando se recuperó consolidó un modelo perjudicial para el país: exportador de materias primas e importador de bienes industriales. La política comercial del Estado en el siglo XIX fue mayoritariamente proteccionista, en parte por la presión de la burguesía catalana y los cerealistas castellanos. Solo entre 1868 y 1890 se impuso un librecambismo moderado; y desde 1891 se regresó un rígido proteccionismo.

El Ferrocarril y sus Problemas

Un factor clave del atraso económico de España fue la lenta implantación del ferrocarril, debido a la accidentada geografía del país, la escasez de capital y la reducida capacidad industrial. La primera línea se construyó en Cuba (La Habana-Guines, 1837) y en la Península, en Cataluña (Barcelona-Mataró, 1848). Hacia 1850 los tramos eran localizados y no sumaban 500 km de vías. El verdadero impulso al sector vino con la Ley de Ferrocarriles de 1855, aprobada en el Bienio Progresista. Esta puso en marcha medidas dirigidas a atraer la inversión extranjera como subvencionar la construcción de nuevas vías, prolongar las concesiones de 20 a 99 años y la posibilidad de importar los materiales sin pago de aranceles. Sus resultados fueron espectaculares. Se construyeron más de 4.000 km de vías en diez años y se crearon veinte compañías ferroviarias. Pero muchas líneas no eran rentables y con la crisis financiera de 1866, quebraron buena parte de ellas. La actividad se reanudó en la Restauración pero de un modo más lento. Hacia 1900 la red española superaba los 13.500 km. La construcción del ferrocarril en España comportó diversos problemas. La prioridad que le dieron los gobiernos no se justificaba por su deseo de impulsar la industria (los materiales se importaban) o el comercio (la red radial del trazado discriminaba otras rutas más atractivas y el ancho de vía ibérico cerraba virtualmente las fronteras). El boom ferroviario se debió a la especulación y los intereses creados entre la clase política y la alta burguesía, que beneficiaba sus ganancias particulares.

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