4.1. La Guerra de Sucesión Española y el sistema de Utrecht. Los Pactos de Familia
La mayor parte de las potencias europeas (Austria, Inglaterra, Portugal, Holanda), así como una parte de los españoles (sobre todo en la Corona de Aragón) no aceptaron que los Borbones franceses reinaran en España, y se inició la Guerra de Sucesión (1701). El conflicto internacional terminó con el Tratado de Utrecht (1713), que otorgó los territorios españoles y americanos a Felipe V (a condición de renunciar a la posibilidad de reunirlos con el reino de Francia), los territorios flamencos e italianos a Carlos de Habsburgo (para entonces ya Archiduque de Austria) y lugares estratégicos (Gibraltar y Menorca) a Inglaterra, que también obtuvo ventajas en el comercio con América (navío de permiso y asiento de negros). La Guerra Civil en España continuó (toma de Barcelona, 1714). Desde 1722, gracias a los Pactos de Familia, se fueron recuperando territorios en Italia en cuyos tronos se situó a hijos de Isabel de Farnesio, la ambiciosa segunda mujer de Felipe V. Fue ejemplo Carlos III (que pasó de duque de Parma a rey de Nápoles y por último a rey de España), pero manteniéndose la costumbre de no reunir dos reinos en el mismo soberano. Antes de ello Felipe V había abdicado en su hijo Luis I, que murió al poco tiempo, especulándose con la posibilidad de que fuera un intento de acceder al trono de Francia (1724). La alianza entre los Borbones se mantuvo en las sucesivas guerras del siglo hasta la Revolución francesa (1789), teniendo como principal enemigo a Inglaterra.
4.2. La nueva Monarquía Borbónica. Los Decretos de Nueva Planta. Modelo de Estado y alcance de las reformas
Se imitó el modelo borbónico (la monarquía francesa de Luis XIV: absoluta, centralizada y uniformizadora), especialmente en los reinos de la Corona de Aragón (que habían apoyado a Carlos de Habsburgo en la Guerra de Sucesión), a los que se impuso la legislación castellana y su «planta» judicial («Decretos de Nueva Planta», 1707-1716 -algunas carácterísticas no se alteraron, como el Derecho civil catalán-), junto con impuestos teóricamente mayores, más racionales y previsibles («única contribución» en Aragón, «catastro» en Cataluña, «equivalente» en Valencia, «talla» en Mallorca); pero no tanto en los de la Corona de Castilla (que habían apoyado a Felipe V), manteniéndose los fueros particulares de las provincias vascas y el reino de Navarra. La administración se modernizó suprimiendo los Consejos (excepto el de Castilla) y estableciendo las secretarías de despacho (precedentes de los ministerios). El territorio se dividíó en provincias gobernadas por intendentes. Por primera vez se convocaron Cortes Generales (sin separación por reinos). En el reinado de Fernando VI (1746-1758) se intentó implantar en Castilla la reforma fiscal, que había tenido mejores resultados en la Corona de Aragón: la «única contribución» a partir del estudio estadístico de todas las fuentes de riqueza; pero fue descartada por la oposición de los privilegiados. Más éxito hubo en la imposición del regalismo, obteniéndose un Concordato con el papado (1753). En el reinado de Carlos III (1758-1788) las reformas iniciadas por su equipo de ministros ilustrados encabezados por el italiano Esquilache, también encontraron resistencias que conectaron con el descontento popular, provocando el motín de Esquilache (1766). El rey sacrificó a su ministro, pero encargó una investigación secreta a Campomanes, que culpó a los jesuitas; fueron expulsados al año siguiente.
4.3. La España del Siglo XVIII. Expansión y transformaciones económicas: agricultura, industria y comercio con América. Causas del despegue económico de Cataluña.
El modelo mercantilista-colbertista de inspiración francesa que se impuso con la llegada de los Borbones significó la creación de manufacturas reales, como la Real Fábrica de Tapices (1721), y compañías privilegiadas para el comercio con América, que estaba muy deteriorado como consecuencia de la piratería y las ventajas concedidas a Inglaterra. El monopolio de Sevilla se trasladó a Cádiz. El impacto favorable del impuesto del catastro en Cataluña (un impuesto previsible y equitativo, que gravaba las fuentes reales de riqueza, por muy alto que fuera, proporcionaba seguridad a los productores) hizo que se pretendiera extender a Castilla (única contribución vinculada al catastro de Ensenada, 1749 -precedente de la fisiocracia-), pero fue imposible de implantar por la oposición de los privilegiados.Los ministros ilustrados de Carlos III impusieron la libertad de comercio de granos (1765); pero la ausencia de un mercado eficiente, por razones geográficas, técnicas (difíciles comunicaciones) y sociales (los excedentes agrícolas se quedaban en manos de acaparadores que esperaban las subidas de precio y no de comerciantes que compitieran), provocó una carestía que desencadenó una crisis de subsistencia y protestas populares (motín de Esquilache, 1766). La repoblación de Sierra Morena, dirigida por el intendente Olavide, se enfrentó con el clero. El expediente de la Ley Agraria se prolongó durante años, sin resultado efectivo, por la oposición de los privilegiados a cualquier transformación del régimen señorial. En un contexto de crecimiento de la población se disminuyeron los privilegios de la Mesta en beneficio de los agricultores (permisos de cercamiento, supresión de cargos). En Cataluña, las tradiciones locales estimularon la acumulación de capital que se dedicó al comercio (dinamizando el puerto de Barcelona, que se benefició notablemente con la libertad de comercio con América) y a la industria, fomentada también por el Estado con el proteccionismo y la intervención directa.
4.4. Ideas fundamentales de la Ilustración. El despotismo ilustrado: Carlos III
Tras la pre-ilustración de los «novatores» de la primera mitad del Siglo XVIII (Reales Academias, Feijoo, Mayáns, Jorge Juan y Antonio de Ulloa); en la segunda mitad del siglo llegó la influencia del enciclopedismo francés (idea de progreso, crítica racional frente a la tradición, búsqueda de la felicidad), que se recibíó con gran oposición por los «casticistas» (que dominaban el clero y la universidad) y sólo fue aceptado por una pequeña minoría (algunos nobles y clérigos, militares y profesionales).
Carlos III, que en Nápoles había demostrado ser un ejemplo de déspota ilustrado («todo para el pueblo, pero sin el pueblo»), encontró decepcionante el atraso español, y estimuló los debates intelectuales que se limitaran a las «ciencias útiles» y no cuestionaran el orden establecido, en foros como las Sociedades de Amigos del País y algunas publicaciones; aunque no pudo proteger a los que se enfrentaron más directamente con el clero, como Olavide, que fue procesado por la Inquisición. En 1783 se declararon «honrados» las artes y oficios antes “viles». Los intentos de reforma de la universidad no tuvieron éxito; pero sí se reformaron algunas instituciones educativas de los jesuitas expulsados en 1767 (Real Seminario de Nobles de Madrid, Universidad de Sevilla). En torno al Paseo del Prado de Madrid se fundaron instituciones científicas punteras: Hospital de San Carlos, Platerías Martínez, Jardín Botánico. Entre los ilustrados más destacados están Campomanes o Jovellanos.