La Guerra Carlista (1833-1839)
Contexto Internacional e Interno
En el exterior, los carlistas no contaron con el apoyo oficial de ningún país, pero sí con las simpatías de los imperios absolutistas. En el bando isabelino, María Cristina no tuvo más remedio que buscar apoyos en los absolutistas moderados y en los liberales. La reina regente contó con el apoyo de parte de la nobleza, el alto clero, algunos generales, la alta burguesía, las clases medias urbanas, obreros y una parte del campesinado. Contaron con el apoyo de Portugal, Inglaterra y Francia.
Desarrollo Bélico
Primera Fase (1833-1835): Triunfos carlistas. Su suerte se trunca en 1835 con la muerte de Zumalacárregui en el cerco de Bilbao, la única ciudad que estuvo a punto de caer en sus manos.
Segunda Etapa (1835-1837): Difusión del conflicto por todo el territorio nacional. Destaca la expedición real de Carlos V, que estuvo a punto de tomar Madrid, pero fue rechazada por Espartero. Las ciudades se mantienen en actitud pasiva ante la llegada de partidas carlistas.
Tercera Fase (1837-1839): Agotamiento de los contendientes. Surgen dos tendencias dentro del carlismo: una radical, que quería continuar la lucha, y otra moderada, partidaria de llegar a un acuerdo con los isabelinos. Esta última facción se impone y Maroto firma el Convenio de Vergara en 1839 con Espartero. Los carlistas se rendían, pero conservaban sus grados militares. En el Maestrazgo, Cabrera continuó la lucha hasta su derrota en Morella.
Consecuencias de la Guerra
- La monarquía se inclinó hacia el liberalismo.
- Los gastos de la guerra forzaron la desamortización de las tierras de la Iglesia.
La Regencia de Espartero (1840-1843)
El Autoritarismo de Espartero
Tras la salida de María Cristina, Espartero fue proclamado único regente, iniciando una etapa de creciente autoritarismo y gobierno personal, apoyado en un grupo reducido de incondicionales. En las Cortes no tenía mayoría, pero buscaba apoyos entre los moderados cuando sus compañeros se los negaban. Practicó una política populista y contó con amplias simpatías entre las clases medias y sectores del ejército.
Entre sus primeras medidas legislativas estuvo la derogación de la Ley de Ayuntamientos, que permitía a los vecinos elegir el alcalde por sufragio universal masculino. Impulsó la continuación de la desamortización de Mendizábal con la Ley Espartero (1841), acelerando la venta de tierras eclesiásticas. Su apuesta por el librecambismo generó oposición entre los industriales textiles catalanes. Este hecho y la continua injerencia del embajador británico suscitaron un levantamiento progresista contra Espartero, dirigido por O’Donnell, que fracasó en 1841.
La Crisis de la Regencia
En 1842, las simpatías populares hacia Espartero disminuyeron, especialmente tras los sucesos de Barcelona. Su política librecambista y un tratado comercial con Gran Bretaña provocaron la oposición de la burguesía catalana. La situación empeoró al reclutar por la fuerza a milicianos de Barcelona, lo que desencadenó una rebelión. Espartero optó por la represión militar, perdiendo apoyos. El fracaso electoral de 1843 y la disolución de las Cortes por Salustiano Olózaga agravaron la crisis. Narváez se enfrentó a las tropas de Espartero, quien abandonó la regencia y se exilió a Londres. Se adelantó la mayoría de edad de Isabel II, dando comienzo a una etapa de gobierno moderado.
La Década Moderada (1844-1854)
Los moderados desplazaron a los progresistas del poder. Se buscaba asentar el Estado reformando la Constitución de 1837. Narváez, como presidente del Gobierno, inició reformas que limitaban las libertades propuestas por los progresistas. A fines de 1843, el gobierno de González Bravo suprimió la Milicia Nacional, fuerza de choque del partido progresista, y se comenzó a organizar la Guardia Civil para salvaguardar el orden público y la propiedad.