La Ayuda a la República
La República española solo pudo contar con el apoyo y la ayuda militar de la URSS y, en mucha menor envergadura, de Francia y México. La ayuda de la URSS en material bélico, pilotos, técnicos y consejeros políticos fue importantísima. De la intervención de tropas extranjeras al lado de la República sobresalen las Brigadas Internacionales. Estuvieron formadas por voluntarios de un amplio abanico ideológico, movidos por un sentimiento de solidaridad en defensa de la causa republicana frente a la amenaza internacional del fascismo. Su intervención fue destacada en la defensa de Madrid. La República financió la guerra con las reservas de oro del Banco de España.
La Ayuda a los Militares Sublevados
La guerra española iba a ser el campo de pruebas para su material militar y para las nuevas tácticas de guerra. Hitler y Mussolini accedieron a las demandas de ayuda militar solicitadas por Franco. Esta ayuda fue decisiva para trasladar las tropas del Protectorado español de Marruecos a la Península y emprender el avance sobre Madrid. Alemania envió unidades de carros de combate, fuerzas de defensa aérea y aviación organizadas en la llamada Legión Cóndor. La aportación de Mussolini fue más numerosa y estuvo constituida por el Corpo di Truppe Volontarie. Destacó también la ayuda de la dictadura del Estado Novo portugués. La ayuda militar de nazis y fascistas fue regular, muy considerable y decisiva para la victoria del ejército de Franco. La República siempre se encontró con obstáculos. Los sublevados obtuvieron ayuda financiera de capitalistas españoles y de grandes compañías multinacionales angloamericanas como Texaco, que le suministró petróleo «a crédito», y de Ford y General Motors, que le proporcionaron material de transporte.
La Batalla de Madrid (1936-1937)
El principal objetivo de los militares rebeldes era una rápida conquista de Madrid. Mola inició las primeras operaciones. El general Fanjul, refugiado en el Cuartel de la Montaña, esperaba refuerzos, pero el avance quedó detenido en la sierra de Guadarrama. Con este fracaso, el protagonismo recayó en el ejército de África al mando de Franco. Con la ayuda de aviones alemanes e italianos, comenzó el traslado del ejército de Marruecos a la Península.
Una columna de legionarios y regulares, al mando de Yagüe, inició una rápida marcha sobre Madrid por la carretera de Extremadura y tomó Badajoz. Franco decidió aplazar la conquista de Madrid para liberar el Alcázar de Toledo, donde un grupo de militares sublevados al mando del coronel Moscardó resistía el asedio republicano. Su liberación supuso un triunfo propagandístico para Franco, al que poco después la Junta de Defensa de Burgos designó generalísimo de las fuerzas sublevadas. Este retraso permitió a los republicanos organizar la defensa. El gobierno republicano abandonó precipitadamente la capital, se trasladó a Valencia y dejó una Junta de Defensa de Madrid dirigida por el general José Miaja y Vicente Rojo. Los sindicatos y partidos obreros alentaron un espíritu de resistencia en el pueblo madrileño con el grito de «¡no pasarán!», que se convirtió en el lema de toda la España republicana. La llegada de carros de combate soviéticos, de la primera Brigada Internacional y de la columna anarcosindicalista de Durruti para defender Madrid elevó la moral de la población. Se libraron violentos combates en la Casa de Campo, en la Ciudad Universitaria y en el Puente de los Franceses, mientras la ciudad era bombardeada sin descanso por aviones alemanes. Pero las tropas republicanas consiguieron resistir. Franco varió su estrategia. Decidió completar el cerco de la ciudad mediante ofensivas por los flancos, cortando la carretera de Valencia, con la batalla del Jarama y la de Guadalajara, en la que el recién constituido Ejército Popular de la República derrotó al cuerpo de ejército italiano. Esto obligó a Franco a abandonar la batalla de Madrid. Las tropas de Queipo de Llano ocuparon la provincia de Málaga.
La Caída del Norte (1937)
Los fracasos en Madrid hicieron que Franco modificase su estrategia. Inició una guerra de desgaste, de ocupación sistemática del territorio y de aniquilamiento del ejército republicano. Italia y Alemania reconocieron oficialmente al gobierno de Franco. Franco se dirigió contra el norte industrial y minero bajo el dominio republicano. La ofensiva de los rebeldes contra Vizcaya, al mando del general Mola, se inició con el apoyo de la Legión Cóndor. Lanzaron bombas incendiarias sobre la población civil indefensa de Durango y Guernica, que fue arrasada. Mola falleció en accidente de aviación. La grave situación en el norte decidió al gobierno republicano a emprender una ofensiva para reducir la presión. Preparó una operación militar de gran envergadura en Brunete, al norte de Madrid, que terminó en fracaso y además no logró evitar la toma de Santander. Para salvar Asturias, lanzaron una ofensiva en Belchite (Aragón). Sus resultados fueron desastrosos y no impidió que las tropas franquistas entrasen en Gijón. Todo el norte era ya «nacional».