La Guerra de Cuba y el Desastre del 98: Fin del Imperio Español

Antecedentes de la Guerra

El incumplimiento de los acuerdos por parte de España supuso una de las primeras motivaciones hacia un nuevo intento de separación de Cuba. En este contexto, en 1892, José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo fundan el Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo era la consecución de la independencia. El partido consiguió rápidamente apoyo exterior, especialmente de Estados Unidos.

Pocos años después, el Grito de Baire del 24 de febrero de 1895 dio inicio a un levantamiento generalizado. El conflicto surgía en un ambiente claramente popular y con un amplio apoyo de la población negra y mulata.

Desarrollo de la Guerra

La respuesta española

Cánovas del Castillo, jefe del gobierno español, envió un ejército al mando de Martínez Campos, que no consiguió controlar militarmente la rebelión. Fue sustituido por el general Valeriano Weyler, quien inició una férrea represión. Para ello, organizó las concentraciones de campesinos, obligándolos a cambiar de asentamiento y recluyéndolos en determinados pueblos sin posibilidad de contacto con los combatientes.

Dificultades del ejército español

En el plano militar, la guerra no era favorable a los soldados españoles, ya que se desarrollaba en plena selva y contra unas fuerzas muy extendidas en el territorio, que se concentraban y dispersaban rápidamente. Ni los soldados españoles estaban entrenados para hacer frente a una guerra de este tipo ni el Ejército contaba con los medios adecuados.

Cambio de estrategia y autonomía cubana

En 1897, tras el asesinato de Cánovas, conscientes del fracaso de la vía represiva de Weyler, el nuevo gobierno liberal encargó el mando al general Blanco. Además, se inició una estrategia de conciliación con la esperanza de paliar el conflicto. Para ello, se decretó la autonomía de Cuba y otros derechos en la isla. Sin embargo, estas reformas llegaron tarde: los independentistas se negaron a aceptar el fin de las hostilidades.

La Rebelión en Filipinas

Paralelamente al conflicto cubano, en 1896 se produjo una rebelión en las Islas Filipinas. Este territorio pertenecía a España desde el siglo XVI, cuando Miguel López de Legazpi lo conquistó en 1561. Conocida como la Capitanía General dependiente del virreinato de Nueva España (México), servía como punto de comercio entre el sudeste asiático y América, a través del Galeón de Manila.

En 1892, José Rizal funda la Liga Filipina, reclamando la expulsión de los españoles. Como respuesta, se ordena en 1896 el fusilamiento de José Rizal. Le siguió Emilio Aguinaldo, líder guerrillero que contó con el apoyo estadounidense.

Intervención de Estados Unidos

El incidente del Maine

En este marco, Estados Unidos decide intervenir. Recurrió a razones humanitarias para justificar su intervención, si bien el casus belli fue el incidente del acorazado estadounidense Maine, que estalló en el puerto de La Habana en abril de 1898. El Congreso le dio permiso al presidente McKinley para intervenir militarmente, a pesar del alto el fuego con los cubanos del 10 de abril.

Estados Unidos culpó falsamente del hecho a agentes españoles y envió a España un ultimátum en el que se le exigía la retirada de Cuba. El gobierno español negó vinculación alguna y rechazó el ultimátum, amenazando con declarar la guerra en caso de invasión de la isla. Comenzó así la guerra hispano-norteamericana.

Derrota española y la Paz de París

Una escuadra mandada por el almirante Cervera partió hacia Cuba, pero fue rápidamente derrotada en la batalla de Santiago, donde se enfrentaron barcos desvencijados contra modernos navíos. Estados Unidos derrotó igualmente a otra escuadra española en Filipinas, en la batalla de Cavite.

En diciembre de 1898 se firmó la Paz de París, por la cual España se comprometía a abandonar Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que pasaron a ser un protectorado norteamericano. El ejército español regresó vencido y en condiciones lamentables, mientras muchos españoles se preparaban para evacuar la isla y repatriar sus intereses.

El Desastre del 98 y sus consecuencias

La derrota y la consiguiente pérdida de las colonias fueron conocidas en España como el “desastre del 98”. Aunque la crisis del sistema político y, en parte, de la sociedad y la cultura españolas ya estaba anunciada, el desastre se convirtió en símbolo de la primera gran crisis del sistema político de la Restauración.

Consecuencias económicas y políticas

El desastre no influyó en el ámbito económico. Para financiar la guerra se procedió a una reforma tributaria y a la emisión de Deuda Pública. Además, se repatriaron los capitales cubanos y se consiguió superávit de Hacienda a comienzos del siglo XX. Tampoco afectó en demasía a la política, dado que la Restauración sobrevivió, asegurando el turno dinástico, aunque estimuló el crecimiento de los movimientos nacionalistas.

Consecuencias sociales y morales

No obstante, en los demás aspectos la crisis fue total. Demográficamente hablando, la guerra se cobró más de 50.000 soldados españoles. En términos de moral, la guerra hirió el orgullo del anticuado ejército. La derrota sumió a la sociedad y a la clase política española en un estado de desencanto y frustración porque significó la destrucción del mito del Imperio Español.

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