La Ilustración Española
La Ilustración española hunde sus raíces a finales del siglo XVII, con el movimiento de los novatores. Un grupo de científicos, médicos y humanistas.
Sus proposiciones se difundieron lentamente, a la vez que se revitalizaba la vida intelectual española: creación de la Biblioteca Nacional (1771), de la Real Academia de la Historia (1735), etc. Destacan las obras del padre Benito Jerónimo Feijoo y de Gregorio Mayans.
Bajo el reinado de Carlos III se produjo la eclosión de la más amplia generación ilustrada española. Personajes como el conde de Aranda, Floridablanca, Campomanes y Jovellanos dieron un considerable impulso al reformismo borbónico.
El pensamiento ilustrado español no pudo difundirse a través de las universidades. Fue necesario establecer nuevas instituciones; destacaron las academias y las sociedades económicas de amigos del país.
La mayor parte de las obras ilustradas se orientaron a la crítica de los factores que provocaban el atraso económico e intelectual de España:
- El predominio intelectual del pensamiento escolástico y el control que la Iglesia ejercía sobre la educación y la difusión de nuevas ideas.
- La escasa valoración social de la ciencia, la técnica y las actividades profesionales relacionadas con el comercio y las manufacturas.
- La mala situación agraria, provocada por la pervivencia de numerosos privilegios.
En consecuencia, la actuación reformista de los ilustrados españoles se encaminó a subsanar los problemas citados.
Las Reformas Moderadas
Los promotores de las reformas ahora eran españoles. Destacaron tres: Campomanes, el conde de Aranda y Floridablanca. Detrás de estos hombres existió otro grupo de ilustrados: Francisco Cabarrús, Pablo de Olavide, Jovellanos, etc. Las reformas abarcaron todas las áreas.
- Las reformas religiosas. La Iglesia era la institución más poderosa después de la monarquía, por ello quisieron disminuir ese poder. Además de la expulsión de los jesuitas en 1767.
- Las reformas económicas. El conjunto de medidas adoptadas en esta área fue muy amplio. Algunas pretendían aumentar la recaudación fiscal: creación de la Lotería Nacional (1763); del Banco Nacional de San Carlos (1782), etc. Otras se dirigieron a mejorar las actividades productivas; la liberación del mercado de cereales y vinos o la liberación comercial con América apuntan en este sentido. Muchos problemas económicos derivaban de la propiedad agraria; para ello se hicieron diversas propuestas, pero la ley nunca se promulgó. No obstante, se promovió el desarrollo agrícola: limitación de privilegios de la Mesta, desamortización de bienes comunales, etc.
- Las reformas militares. Se estableció el servicio militar obligatorio con un sistema de quintas, se creó un cuerpo de oficiales profesionales, y se promulgaron unas ordenanzas que perduraron hasta el siglo XX.
- Las reformas sociales. Las actuaciones ilustradas fueron muy dispares: desde la dignificación del trabajo industrial o comercial hasta las regulaciones de las corridas de toros o el control de los grupos marginados.
- Las reformas institucionales. Se limitaron al poder municipal. Carlos III introdujo en los gobiernos municipales cargos elegidos por la población: los síndicos y los diputados del común.
A pesar de la amplitud de las reformas y de las mejoras que se realizaron en muchos aspectos, el despotismo ilustrado tuvo importantes limitaciones.
El Levantamiento contra los Franceses
El 2 de mayo de 1808, antes de la salida de los últimos representantes de la familia real, el pueblo de Madrid se alzó contra las tropas francesas presentes en la ciudad. Goya reflejó la crueldad de estos hechos en dos grandes pinturas realizadas en 1814: La carga de los mamelucos y Los fusilamientos del 3 de mayo.
Mientras tanto, en Bayona, Napoleón obligó a Carlos IV y a Fernando VII a renunciar al trono y cedérselo a su hermano José Bonaparte, José I de España. Las abdicaciones de Bayona pusieron de manifiesto las verdaderas intenciones del emperador respecto de España.
En las localidades rebeldes se publicaron bandos contra el invasor y se formaron juntas para organizar el gobierno y la defensa.
Aunque se ha insistido en el origen popular de todos estos movimientos, también una parte notable de cargos del Antiguo Régimen integraron juntas o dirigieron y organizaron la defensa frente al ejército invasor.
El levantamiento, popular y espontáneo, sorprendió al ejército francés, que no pudo ocupar ciudades como Gerona, Zaragoza o Valencia, cuyos sitios fueron ejemplo de heroísmo y resistencia frente al invasor.
El Desarrollo de la Guerra
La ocupación de España no fue tan rápida como creía Napoleón. La victoria española en la batalla de Bailén, admirada en toda Europa, obligó al rey José I a abandonar Madrid y las tropas francesas se retiraron al norte de la Península. Napoleón tuvo que replantearse la que llamó «La maldita guerra de España». En noviembre, tomó el mando de esta tropa y el 2 de diciembre llegaba a Madrid. El rey José regresó a la capital.
Durante su estancia en España, el emperador francés llevó a cabo reformas por las que se suprimía la Inquisición, el régimen señorial y los conventos, todas medidas de corte revolucionario.
Mientras, un ejército inglés, al mando de Wellesley, desembarcó en la Península para ayudar a los portugueses, haciendo que el escenario de la guerra fuera el noroeste de la Península. El ejército español colaboró con el de Wellington.
La victoria francesa en Ocaña y el avance hacia el sur permitieron a Napoleón ocupar casi toda España, quedando libres solo Cádiz y el este peninsular.
En 1812, la situación internacional de las guerras napoleónicas, con la campaña de Rusia comandada por el mismo Napoleón, cambió el curso de los acontecimientos.
Tras las batallas de Ciudad Rodrigo y los Arapiles, en las que Wellington derrotó a los franceses, las Cortes españolas nombraron al inglés comandante en jefe de los ejércitos españoles, que actuaron desde entonces completamente bajo su mando.
La guerra se inclinó desde entonces del lado angloespañol. La derrota francesa en Vitoria precipitó el abandono del territorio español por José I y, en octubre, las tropas de Wellington en San Marcial obligaron al ejército josefino a cruzar la frontera hispanofrancesa.
Napoleón, al borde de la derrota en Europa, firmó con Fernando VII el tratado de Valençay, por el que finalizaban las hostilidades en España y Fernando VII era repuesto en el trono. Con la firma de este tratado se daba por concluida la Guerra de la Independencia.