MAYORÍA DE EDAD DE LA REINA (1833-1868)
Durante este período se va a proceder a la auténtica construcción del estado liberal y, a diferencia de lo ocurrido durante las regencias, el protagonismo político va a recaer en los moderados, quienes van a gobernar prácticamente durante casi toda la etapa. Se distinguen tres momentos:
DÉCADA MODERADA (1844-1854)
Una serie de jóvenes políticos son los que protagonizan la vida española, sobresaliendo el general Narváez. Entre todos asumen la tarea de institucionalización del régimen liberal a través de una nueva constitución. Así, la Constitución de 1845 lleva a la práctica la concepción doctrinal del liberalismo moderado, según el cual la Corona y las Cortes son las depositarias de la soberanía nacional, compartiendo ambas el poder legislativo. Además, se dan a la Corona más prerrogativas de las atribuidas en el anterior texto constitucional de 1837. De todas formas, los diputados seguían siendo elegidos mediante sufragio censitario.
Durante esta etapa se desarrolla la II Guerra Carlista, iniciada tras el fracasado proyecto de boda entre Isabel II y Carlos Luís, hijo de Carlos María Isidro. El conflicto no pasa de una fase de guerrillas rurales en Cataluña, donde se exalta a Carlos Luís con el nombre de Carlos VI. Finalmente, el pretendiente es arrestado, renunciando a los derechos a la corona a favor de su descendencia.
Una importancia relevante tiene el Concordato de 1851, por el que se zanja la ruptura producida años antes entre la Iglesia y el Estado liberal español como consecuencia de las medidas desamortizadoras. A partir de esta firma, la Santa Sede acepta el hecho consumado de la desamortización eclesiástica y ratifica el Patronato Regio (derecho de presentación del rey a presentar a los candidatos a obispos en las sedes vacantes). El Estado, por su parte, reconoce la unidad católica y la confesionalidad, concediendo la protección civil a la Iglesia, reconociendo su intervención en la enseñanza y manteniendo económicamente al clero.
Igualmente los moderados van a gobernar bajo el signo del centralismo político-administrativo, estableciendo medidas tales como:
- La creación de la “provincia” como nueva demarcación territorial, creada por el ministro Javier de Burgos.
- Ley de organización de los Ayuntamientos (1845), designando la reina a los alcaldes de las capitales de provincia.
- Reforma del sistema tributario, implantando una serie de impuestos más uniformes y equitativos.
- Elaboración del Código Penal (1848) vigente hasta 1996.
- Creación de la Guardia Civil por el Duque de Ahumada, para resolver la inseguridad de los caminos rurales y vías férreas, persiguiendo el bandolerismo.
Pero la principal amenaza de los moderados proviene de sus propias filas debido a las posiciones ultra conservadoras y al aumento del malestar político ante las denuncias de corrupción, arbitrariedades y escándalos financieros. Así las cosas, los generales Dulce y O’Donnell lideran un pronunciamiento militar contra el gobierno, conocido como “La Vicalvarada”, en junio de 1854, en el que se publica el Manifiesto de Manzanares. Su politización moviliza a los progresistas, provocando una insurrección popular. En medio de la confusión generalizada, la reina Isabel II decide entregar el poder al general Espartero.
Isabel II, de popular a destronada
Nace en 1830 y para que pudiese reinar, su padre, Fernando VII, deroga la Ley Sálica. Educada por su madre María Cristina en un ambiente de conservadurismo y en la desconfianza hacia los sectores progresistas del liberalismo, su formación se convirtió en un grave lastre. Contrae matrimonio en 1846 con su primo, el infante Francisco de Asís, un hipocondríaco que no aporta nada a las necesidades de estabilidad política que España precisa. Su matrimonio, a pesar de los once hijos oficiales, resulta ser un fracaso y acaba por considerársela una mujer frívola cuyos devaneos la ponían a merced de cualquier chantajista. De hecho, se le acusa constantemente de mantener “favoritos”. De ahí que su posición política se vea debilitada por su conducta privada, muy similar a la de su madre.
A pesar de todo, Isabel II conserva su popularidad como soberana hasta la década de los años sesenta. Las continuas denuncias de parcialidad de la Corona a favor de los moderados, abandonando el papel de “poder moderador” que tenía encomendado según la Constitución, ponen de manifiesto las debilidades del sistema y colocan a la reina en una posición cada vez más frágil
Cuando en 1868 estalla la revolución, conocida con el nombre de “La Gloriosa”, nadie trata de salvar el trono de Isabel II. La reina, que se encuentra en aquel momento en San Sebastián, tiene que cruzar a toda prisa la frontera e instalarse en París, abandonando España. En 1870 abdica a favor de su hijo, el príncipe Alfonso. Muere en 1904 y está enterrada en el Monasterio de El Escorial.