La Monarquía Hispánica bajo los Austrias
Carlos I (1516-1556)
La herencia de los Reyes Católicos recayó en 1516 en su nieto Carlos de Habsburgo, hijo de Juana la Loca y Felipe el Hermoso. Carlos I, quien residía en los Países Bajos, se trasladó a España para gobernar durante casi toda la primera mitad del siglo XVI.
Carlos I reunió una herencia que lo convirtió en el monarca más poderoso de ese siglo:
- De su abuela materna recibió el reino de Castilla, incluidos los territorios de América.
- De su abuelo materno Fernando, la corona de Aragón y posesiones en el Mediterráneo.
- De su abuela paterna María de Borgoña heredó los Países Bajos y el Franco Condado.
- De su abuelo paterno Maximiliano de Austria, el Sacro Imperio Germánico (Austria y Alemania).
A esta herencia añadió territorios como tierras en el norte de África, conquistados por él mismo.
La llegada de Carlos I a España
Su llegada a España no fue bien aceptada por la población debido a que no hablaba español, a su estricta educación y a que se rodeó de consejeros flamencos. Se caracterizó por la defensa de los intereses dinásticos de los Austrias; su primer objetivo fue mantener los territorios recibidos de su familia, los cuales sólo tenían en común al rey. A esto hemos de añadir los intentos por mantener la monarquía universal sobre una base cristiana. Esto le supuso un reinado lleno de deudas bancarias y campos de batalla.
Crisis durante el reinado de Carlos I
Su reinado comenzó con una doble crisis:
- Por un lado, el levantamiento de Castilla por la pérdida de poder que habían experimentado los nobles debido a la monarquía autoritaria y por ser los castellanos los que más impuestos pagaban, proporcionando la mayoría de los recursos de España.
- Por otro lado, también tuvo que hacer frente a problemas externos con Francia, con los turcos por el control del comercio del mediterráneo y la lucha contra la expansión del luteranismo en Alemania.
La abdicación de Carlos I
Al final de su reinado, tras la firma de la Paz de Augsburgo (1555) con los príncipes protestantes, Carlos I decidió renunciar al poder y vivir sus últimos años retirado en el monasterio de Yuste. Dividió sus posesiones entre su hermano Fernando, a quien cedió el título imperial y los Estados alemanes, y su hijo Felipe, a quien traspasó la Monarquía Hispánica, a la que sumó los territorios borgoñones en los Países Bajos.
Felipe II (1556-1598)
El reinado de Felipe II (1556-1598) estabilizó la corte real y la instauró en la nueva capital, Madrid. De su padre recibió los territorios en la península (Corona de Aragón y Castilla) y las posesiones en América. Por otra parte, de su abuelo recibió la Corona de Portugal y sus posesiones en América, África y Extremo Oriente en 1580. La unión con Portugal supuso lo que conocemos como Unión Ibérica.
Defensa del Catolicismo y Centralismo
Felipe II continuó defendiendo la unidad católica al igual que su padre, aceptando las condiciones del Concilio de Trento (1545-1563). Para controlar el catolicismo en su Imperio, la Inquisición continuó vigilando a la población, prohibió a los moriscos utilizar su lengua e indumentaria desencadenando una guerra que acabó dispersándolos.
Por otro lado, defendió el centralismo y autoritarismo de la monarquía, intentando fijar las mismas leyes en todo el territorio para tener el poder absoluto del mismo. Por esta razón, se produjo la crisis foral aragonesa, iniciada con protestas por querer conservar sus fueros, aunque acabaron perdiendo parte de sus privilegios. En el caso de Castilla, se asentó la monarquía autoritaria.
Problemas Económicos y Conflictos
Durante su reinado, se agravaron los problemas económicos de España; la economía se basaba en agricultura poco productiva y una ganadería que exportaba casi toda la lana por falta de medios para trabajarla. A todo esto, se sumaron conflictos con los Países Bajos, quienes estaban mucho más desarrollados mientras España estaba sumida en una crisis económica agravada por el crecimiento de los funcionarios y el ejército, que multiplicaron los gastos de la monarquía. Los metales llegados de las colonias no eran suficientes para pagar las deudas y aumentaron así los impuestos.
Los conflictos con los protestantes, con el imperio turco por el control del mediterráneo (termina tras el triunfo en la batalla de Lepanto en 1571) y con Francia continuaron, aunque las rivalidades con estos últimos cesaron con la victoria de España en la Batalla de San Quintín. A esta situación se sumó la competición con Inglaterra por el comercio y relaciones con América, teniendo que hacer frente a los corsarios (piratas), que estaban protegidos por la monarquía inglesa. Felipe II mandó construir la armada invencible para derrotar a Reino Unido, pero esta fue derrotada en 1588 y dio lugar a una larga guerra anglo-española.
El Descubrimiento y Conquista de América
La Administración de los Nuevos Territorios
Después del descubrimiento de 1492, los nuevos territorios fueron incorporados a la Corona de Castilla, desde donde se ejerció su control político y económico. Para ello se fundó, en 1503, la Casa de Contratación, y el Consejo de Indias en 1524. La administración política de los territorios americanos siguió el modelo castellano. En cuanto a la organización territorial, esta se ejerció a través de virreinatos (como la tradición aragonesa), y por debajo, las gobernaciones o capitanías generales, similares a las provincias.
Consecuencias Económicas
En el ámbito económico, la principal consecuencia para España del descubrimiento y conquista de América fue la llegada de abundantes productos, muchos de ellos desconocidos en Europa, así como de metales preciosos. Estos pasaron a convertirse en una fuente de ingresos esencial para la monarquía, pues el rey era el titular de las minas americanas. A esto hemos de añadir lo que supuso para Sevilla ser sede de la Casa de la Contratación, institución desde donde se controlaba el comercio y se organizaban las expediciones al Nuevo Mundo. Esta ciudad, al ser la única que contaba con ese derecho, se vio notablemente favorecida en esa época.
La llegada de los metales preciosos, especialmente plata, de América permitió también que se produjera una importante expansión económica en la Europa del siglo XVI. Esto se manifestó, fundamentalmente, en una mayor circulación de moneda y en el enriquecimiento de los principales comerciantes del continente. Más tarde, el empleo generalizado de productos agrarios como la patata y el maíz, produjeron un importante avance para la mejora de la alimentación de los europeos.
Consecuencias para la Población Indígena
En lo que se refiere a la población indígena, cabe destacar que, para el trabajo de las minas, los españoles emplearon a los autóctonos mediante la mita. Este sistema de origen incaico les obligaba a trabajar en ellas a cambio de un paupérrimo salario. A esto hemos de añadir que, la necesidad creciente de mano de obra, unida al descenso demográfico de los nativos, endureció estas labores. La consecuencia más grave de todo esto fue la disminución de la esperanza de vida para este grupo de población.
Otro efecto de la colonización para la población americana fue el enrolamiento obligatorio en plantaciones agrícolas; las llamadas encomiendas. Los altos niveles de mortandad que afectaron a la zona del Caribe, llevaron a que los españoles optaran por trasladar africanos a América con el fin de sustituir a los indígenas ya fallecidos en las mencionadas plantaciones.
El Reinado de Felipe III y Felipe IV
Felipe III (1598-1621)
Tras el agotamiento de los recursos españoles en las guerras del siglo XVI, durante el reinado de Felipe III se vivió una etapa pacificadora mediante la firma de la paz con Inglaterra y la Tregua de los Doce Años con los Países Bajos (1609).
Felipe IV (1621-1665)
Con la muerte de Felipe III y la sucesión de Felipe IV finalizó la época de paz. Se produjo el final de la Tregua de los Doce Años (1621) y el inicio de la guerra de los Treinta Años (1618-1648), guerra de carácter internacional en la que intervinieron la mayoría de las grandes potencias europeas de la época.
El inicio de esta guerra fue causado por la reactivación de las diferencias religiosas entre católicos y protestantes en el Imperio Germano, aunque conforme se sumaron países, cambiaron las motivaciones. Fundamentales fueron la pretensión de la Casa de Austria de imponer de nuevo la autoridad imperial y la política francesa que pretendía acabar con la hegemonía de los Austrias. La monarquía española se vio obligada a iniciar de nuevo una época de guerras para mantener sus territorios y su poder sobre unas zonas muy importantes comercialmente.
Consecuencias de la Guerra de los Treinta Años
Tras numerosas batallas con derrotas de unos y un gran avance de Francia, los diferentes bandos firmaron tratados de paz que cambiaron Europa para siempre:
- La Paz de Westfalia (1648), donde España reconoció la independencia de las Provincias Unidas (Holanda).
- La Paz de los Pirineos (1659), que cedió zonas de los Países Bajos, el Rosellón y Alta Cerdaña, a Francia firmándose, además, el acuerdo matrimonial entre Luis XIV de Francia y Maria Teresa de Austria que abrió el trono español a los Borbones.
La guerra de los Treinta años trajo como consecuencias un aumento del poder de Francia pasando España a ser un estado menor, de las naciones frente al imperio (se reconoció el poder de los príncipes en sus estados) y la libertad religiosa en Alemania.
La Colonización Fenicia y Griega en la Península Ibérica
La Colonización Fenicia
La presencia de colonizadores fenicios y griegos supuso una evolución de los pueblos que ocupaban la Península Ibérica. La colonización fenicia fue la más temprana y la que tuvo más impacto. Lideraron una exploración del Mediterráneo occidental en búsqueda de materias primas, llenando la zona del Estrecho de Gibraltar de sus mercaderes y colonos que fundaron asentamientos, en especial Gadir (Cádiz), que fue clave en el control de las rutas comerciales, luego otras como Sexi (Almuñécar) o Malaka (Málaga). Estos obtenían plata y otros metales a cambio de joyas, telas y cerámicas con los pueblos indígenas (Tartesos). Tuvieron una gran influencia en estos pueblos, impulsaron el cultivo del olivo y la vid, la pesca y la salazón de pescado. No obstante, su principal aportación fue la escritura. La influencia de los fenicios es clave para el desarrollo de la cultura tartésica, situada en el bajo Guadalquivir (yacimientos como El Carambolo (Sevilla)), ya que impulsó la explotación en la minería para fomentar el comercio. Después, en el siglo VI a.C., las colonias fenicias decayeron. Y a partir del siglo IV a.C. el sur de la Península Ibérica estuvo influenciado por Carthago (Túnez), una antigua colonia fenicia que tomó el relevo en el control de las colonias y fundó Cartagena.
La Colonización Griega
Comparativamente, la colonización griega fue mucho menos intensa. La ciudad de Focea, en la actual Turquía lideró la colonización. Fue la responsable de fundar las colonias en la Península. Pero la presencia de estos se limitó a pequeños establecimientos comerciales. Solo dos de estos acabaron por convertirse en auténticas ciudades, estos son Rhode (Rosas) y Emporion (Ampurias). A partir del siglo VI a.C., iniciaron la colonización en la península y comerciaban con los iberos e intercambiaban cereales y metales por productos manufacturados. Por último, acuñaron moneda, una novedad para las poblaciones nativas y exportaron el alfabeto.
Los Pueblos de la Península Ibérica: Iberos y Celtas
La Península Ibérica estaba ocupada por un conjunto heterogéneo de pueblos, pero a partir del siglo VI a.C. podemos decir que se habían configurado dos grandes áreas diferentes cultural y lingüísticamente, estas son la Ibera y la Celta.
Los Iberos
Los iberos se situaban (ss.VI a II a.C) desde el sur de Francia hasta el alto Guadalquivir, lo que denominaríamos el arco mediterráneo. Estos desarrollaron una rica y compleja cultura organizada en torno a ciudades- estado aristocráticas, como Castulo (Linares) y Ilerda (Lérida). La sociedad era tribal y estaba muy jerarquizada en función del poder económico y militar. Establecieron un control del territorio con asentamientos en lugares elevados y amurallados. Su base económica era la agricultura y la ganadería. Además, comerciaron con los pueblos colonizadores, lo que propició la acuñación de moneda propia. Entre las manifestaciones artísticas encontramos cerámica pintada y esculturas como la Dama de Elche y la Bicha de Bazalote. También tenían una escritura distintiva, la cual conservamos, aunque su lengua continúa intraducible.
Los Celtas
Mientras, los pueblos celtas ocuparon el interior de la Península Ibérica (La Meseta), la cornisa cantábrica y la fachada atlántica entre los siglos V y I a.C. Pero su desarrollo económico, político y cultural era muy inferior al de los pueblos iberos. Fueron unos pueblos ganaderos que también explotaron las minas de estaño y oro para favorecer el comercio con los fenicios y cartagineses. Habitaban en poblados llamados “castros”, en cimas rocosas, amurallado y con viviendas circulares. Uno de los pueblos celtas reconocidos son los celtíberos, que ocupaban territorios con zonas de contacto entre ellos y los Iberos. Y fue su gran oposición a la dominación romana en el siglo II a.C. (“Guerras Celtibéricas”) lo que hizo que los autores antiguos les prestaran mucha atención. Se destaca su ciudad de Numantia (Numancia). Finalmente, también conservamos inscripciones en lengua celtibérica y muestras artísticas de los celtas como los “verracos”, que son grandes esculturas de animales en piedra (los toros de Guisando).