La Oposición al Franquismo (1945-1975)
El PCE y CC.OO.
Dirigido por Santiago Carrillo, el PCE no fue invitado a la reunión de Múnich debido a la hostilidad de muchos hacia el comunismo. Sin embargo, el PCE era el partido con mayor implantación y mejor estructurado en el interior de España, y el que estaba más directamente implicado, a través de Comisiones Obreras, en la movilización obrera y estudiantil. Esta movilización, que se extendió de 1963 a 1975, produjo cerca de 12.000 huelgas en las que estuvieron implicados casi cuatro millones de trabajadores.
Nacionalismo vasco
En el País Vasco, la presencia de ETA, que había nacido en 1959, marcó la dinámica de la oposición antifranquista.
Las revueltas de estudiantes
Ya en febrero de 1956 se produjeron los primeros incidentes graves en Madrid, con un muerto y varios heridos graves. En las universidades aparecieron organizaciones estudiantiles frente al oficial Sindicato Español Universitario (SEU), en el que participaban tanto alumnos como profesores.
La revuelta de la Iglesia
La Iglesia fue un foco de oposición creciente desde los años 60. La hostilidad de algunos sectores religiosos hacia la dictadura se convirtió en abierta confrontación al principio de los 70. Este proceso se aceleró con los nuevos aires que llegaban de Roma tras la celebración del Concilio Vaticano II (1962-1965) y tras el nombramiento del cardenal Tarancón como presidente de la Conferencia Episcopal Española. En septiembre de 1971, la Asamblea de Obispos y Sacerdotes aprobaba un documento en el que se abogaba por la separación de la Iglesia y el Estado, se rechazaba la participación de los obispos en las instituciones franquistas y se manifestaba un compromiso a favor de la democracia. En 1973 pidieron la revisión del Concordato y el respeto al pluralismo ideológico y político.
Otros grupos
En la extrema izquierda, desaparecido el anarquismo, surgieron pequeños grupos terroristas como el FRAP y el GRAPO.
El Ocaso del Franquismo
Desde principios de los años setenta, la incapacidad del régimen para reformarse y adaptarse a las demandas sociales y al contexto internacional lo precipitaron a una crisis irreversible, desatada abiertamente con la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975.
Luis Carrero Blanco murió víctima de un atentado de ETA el 20 de diciembre de 1973. Era considerado como el personaje clave para mantener la unión de todas las familias franquistas y asegurar la continuidad del régimen. La reacción del régimen ante esta crisis hizo que se conformaran dentro del mismo con mayor claridad dos grupos de políticos: los inmovilistas y los aperturistas.
En enero de 1974 se formó un nuevo gobierno presidido por Carlos Arias Navarro, que anunció una reforma limitada del franquismo. Fue famoso el discurso del 12 de febrero en las Cortes, en el que se habló de una apertura del régimen hacia un mayor pluralismo político (espíritu de febrero). Arias prometió una nueva ley municipal que permitiese la elección de alcaldes y diputaciones provinciales, aumentó el poder de los procuradores en Cortes y anunció reformas sindicales y una nueva ley sobre asociaciones políticas. Pero pronto se evidenció que las reformas prometidas no eran sino un formalismo con poco contenido real y que el régimen era incapaz de modernizarse, aunque las tímidas reformas irritaron a los sectores más inmovilistas.
Se desencadenó, entonces, una dinámica en la que, con Franco gravemente enfermo, el gobierno de Arias Navarro se decantaba hacia el inmovilismo político. Los aperturistas no consiguieron imponerse y dar un giro al gobierno. Arias Navarro cesó al ministro Pío Cabanillas, lo que provocó la dimisión del ministro de Hacienda y otros altos cargos. El intento de apertura había fracasado.
Por contra, se confirmó la permanencia de lo que se llamó el búnker, con presencia de altos mandos militares y cohesionado en torno al carácter inalterable de los principios del 18 de julio. Este sector frenó toda apertura e incluso inició la violencia fascista con bandas ultras en la calle.
Fuera del régimen, los grupos de oposición se dedicaban no sólo a mostrar en la calle (huelgas, manifestaciones) sus posiciones a favor de la democratización del país, sino también a configurar organismos de política unitaria. El PCE se mantuvo como principal referente del antifranquismo e impulsó la Junta Democrática (julio de 1974), que englobaba a CC.OO., algunos socialistas, independientes, monárquicos, carlistas y grupos de extrema izquierda. La Junta propugnaba la formación de un gobierno provisional que implantase un régimen democrático y que adoptase inmediatamente medidas como la amnistía, las libertades políticas y sindicales y la legalización de todos los partidos políticos. Pero no se incorporaron en sus filas ni el PSOE ni los democristianos.
El PSOE, en julio de 1975, impulsó la Plataforma de Convergencia Democrática (con la UGT, el PNV, Izquierda Democrática, Unión Socialdemócrata Española, Organización Revolucionaria de los Trabajadores, etc.), con un programa muy parecido al propuesto por la Junta.
A lo largo de 1974 y 1975, las enfermedades de Franco le impedían ejercer el gobierno y el príncipe Juan Carlos hubo de ejercer en varias ocasiones la jefatura interina del estado, pero sin poder alguno. La oposición se organizó creando plataformas de actuación conjunta y las manifestaciones en la calle aumentaron. Por otra parte, la actitud represiva no cesó y en 1975 se promulgó una nueva Ley Antiterrorista que castigaba a los terroristas con la pena capital. En septiembre fueron condenados a muerte cinco activistas de ETA y del FRAP, condenas que fueron cumplidas a pesar de las numerosas peticiones de indulto. Se produjo entonces la última de las grandes oleadas de protesta internacional contra Franco y la situación española.
Además, el gobierno hubo de hacer frente al conflicto del Sahara, colonia española desde finales del siglo XIX, rica en fosfatos por lo cual era ambicionada por las vecinas Argelia, Mauritania, y sobre todo Marruecos. En 1973 los saharauis habían creado el Frente Polisario, una formación nacionalista y de tendencia socialista que propugnaba la independencia saharaui. España optó por aceptar la descolonización y permitir un referéndum de autodeterminación en el territorio.
El rey de Marruecos, Hassan II, que contaba con el apoyo de Estados Unidos para frenar una posible expansión de la Argelia socialista, organizó en octubre, en plena agonía de Franco, la llamada Marcha Verde, una invasión pacífica del territorio que movilizó a decenas de miles de civiles. Ante el peligro de un conflicto bélico con Marruecos en un momento tan delicado, España optó por claudicar y el 14 de noviembre se firmó el Acuerdo de Madrid que suponía la entrega del Sahara a Marruecos y Mauritania. El abandono de España inició un conflicto todavía no resuelto entre el Frente Polisario, que proclamó la República Árabe Saharaui, y Marruecos, que no reconoce la independencia del Sahara.
Desde el verano de 1975, la sensación de que se estaba en los últimos momentos del régimen de Franco se extendía. El 20 de noviembre de 1975, después de una larga agonía, Franco falleció a los 83 años de edad. Dejaba un régimen anacrónico y en profunda crisis. La sensación de inseguridad y de incertidumbre respecto al futuro político y al relevo en el poder eran muy grandes. La pretensión, expresada por Arias Navarro, de que el dictador dejaba todo “atado y bien atado” era sólo una ilusión sin fundamento.
Conclusión
El franquismo se mantuvo como dictadura, enquistado rígidamente en el inmovilismo político. Su incapacidad reformista frenó los intereses de modernización, mientras la represión era la única respuesta a las nuevas demandas sociales y a la actividad de oposición política. Todo ello precipitó la crisis del régimen y fue imposible su continuidad una vez fallecido Franco en 1975. Significativamente, las últimas dictaduras de la Europa occidental (Portugal y Grecia) habían caído un año antes.