La Restauración Borbónica (1875-1902)
En diciembre de 1874, Alfonso XII, hijo de Isabel II, publicó el Manifiesto de Sandhurst desde su exilio en Gran Bretaña, poniéndose a disposición de los españoles. Poco después, el General Martínez Campos proclamó su candidatura como rey en Sagunto, respaldado por las agitaciones sociales y el apoyo de propietarios e industriales que buscaban estabilidad tras las convulsiones del Sexenio. Así, el régimen de la Restauración se consolidó con el reinado de Alfonso XII (1875-1885). Este sistema, impulsado por Antonio Cánovas del Castillo, se basaba en la alternancia de dos partidos (conservador y liberal), con el objetivo de superar los problemas de la monarquía de Isabel II, como el intervencionismo militar y los conflictos políticos. El modelo se inspiraba en el sistema inglés, pero sin democracia plena, ya que excluía el sufragio universal.
Cánovas creó un sistema bipartidista con un «turnismo pacífico«, en el que los dos partidos se alternaban en el poder sin necesidad de recurrir al ejército. La Constitución de 1876, basada en la de 1845, estableció un sistema centralista con un rey con amplios poderes, un sistema electoral censitario (con sufragio universal masculino introducido en 1890), y la declaración del catolicismo como religión oficial. La constitución se mantuvo vigente durante muchos años, y su aplicación variaba según el gobierno, siendo más restrictiva bajo los conservadores y más liberal bajo los liberales.
Nacionalismos y Regionalismos
- El primer texto, de Enric Prat de la Riba (1906), es un fragmento político-social dirigido a la opinión pública española, especialmente catalana, y al gobierno de la Restauración. En él, Prat de la Riba define el concepto de «nacionalidad» y defiende el Estado federal, considerando el nacionalismo como una vía hacia el progreso. El segundo texto es un artículo de Sabino Arana (1894) publicado en su revista «Bizkaitarra». De carácter histórico-literario y subjetivo, Arana refleja su visión del nacionalismo vasco, defendiendo la idea de que los vascos vivieron libres e independientes en el pasado y criticando la mezcla de la sangre vasca con la española, a la que considera inferior.
Ambos textos reflejan los movimientos nacionalistas y regionalistas de la Restauración, que surgieron como respuesta a las políticas uniformadoras del sistema y como parte del desarrollo del nacionalismo europeo. Estos movimientos se dieron especialmente en regiones con identidad cultural propia o con un desarrollo económico diferenciado, como Cataluña y el País Vasco, donde la industrialización reforzó las ideas nacionalistas entre la burguesía. También surgieron regionalismos en Galicia, Valencia y Canarias, defendiendo la identidad y el desarrollo de sus respectivas regiones.
Comparativa de los Nacionalismos Catalán y Vasco
Ambos textos coinciden en su rechazo a la política centralizadora del sistema canovista y reflejan movimientos nacionalistas derivados de regionalismos con un carácter conservador. No fue hasta la Segunda República cuando se dio respuesta a las aspiraciones de autogobierno, aunque en 1913 se creó la Mancomunidad de Cataluña, un instrumento administrativo bajo la Lliga Regionalista. En cuanto a los partidos políticos, Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó fundaron la Lliga Regionalista, mientras que Sabino Arana fundó el Partido Nacionalista Vasco.
Las diferencias radican en los orígenes de cada nacionalismo: el catalanismo surgió por las transformaciones socioeconómicas de Cataluña, como la industrialización y el fortalecimiento de la burguesía, y estuvo influido por el movimiento cultural de la Renaixença. En cambio, el nacionalismo vasco nació tras la abolición de los fueros en 1876 y la inmigración asociada al proceso industrial, lo que provocó una ruptura de la sociedad tradicional vasca y fortaleció la defensa del euskera y la cultura vasca. En cuanto a la autogobernanza, Arana pedía la independencia total para el País Vasco, mientras que Prat de la Riba defendía la autonomía dentro de un modelo federalista. Además, Arana mostró un fuerte «antiespañolismo«, considerando a España una nación extranjera y despreciando la mezcla de sangre vasca con la española, mientras que el catalanismo no adoptó una postura tan radical. Por último, el nacionalismo catalán se extendió principalmente entre la burguesía y el campesinado, mientras que el vasco tuvo más apoyo en la pequeña y mediana burguesía y el mundo rural.
El Caciquismo y la Falta de Democracia
El sistema político de la Restauración no puede considerarse democrático debido a la prevalencia del «caciquismo«, que controlaba el proceso electoral. El «turno pacífico«, que alternaba a los dos principales partidos en el poder, se mantenía mediante la manipulación electoral, favoreciendo la abstención generalizada. El caciquismo consistía en el control político local por parte de élites influyentes, especialmente en zonas rurales, que manipulaban las elecciones. Los caciques, en colaboración con los gobernadores civiles, se encargaban de asegurar la victoria de los candidatos previamente seleccionados en las provincias, utilizando prácticas como el paternalismo, la extorsión, amenazas e incluso fraudes como el «pucherazo«, que consistía en alterar los resultados electorales. A pesar de ser un sistema al servicio de una élite, el pueblo, engañado y manipulado, se sentía parte de él debido a favores, compra de votos o lealtad al patrón.
El Movimiento Obrero
El movimiento obrero español emergió durante el Sexenio Democrático (1868-1874), impulsado por la Constitución de 1869, en respuesta a las duras condiciones laborales del siglo XIX: largas jornadas, bajos salarios, inseguridad y falta de derechos sociales. La migración de población hacia zonas industriales, como Cataluña y el País Vasco, intensificó estas condiciones, originando las primeras sociedades de socorro mutuo y huelgas, como la primera huelga general en 1855.
El movimiento anarquista creció con la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) y la llegada de Giuseppe Fanelli, alcanzando más de 40.000 miembros. Se dividió entre los que defendían la acción directa y violenta y los que optaban por el anarcosindicalismo. En 1911, se fundó la CNT, que se convirtió en la principal organización obrera en Cataluña, Valencia y Andalucía.
El socialismo en España, representado por el PSOE (fundado en 1879) y la UGT (1888), rechazaba el terrorismo y promovía la revolución pacífica a través de la participación política y la negociación. A pesar de ser minoritario, logró cierto impacto tras el sufragio universal masculino de 1890.
El sindicalismo católico, inspirado por la encíclica Rerum Novarum (1891), defendía la protección paternalista de los trabajadores y promovía sindicatos católicos, como los fundados por el padre Vicent en 1872.
En resumen, el movimiento obrero español se diversificó en anarquismo radical, socialismo pacífico y sindicalismo católico, cada uno con diferentes enfoques para mejorar las condiciones laborales.