La Restauración Borbónica y el Sistema Canovista
La restauración de la monarquía fue un proceso liderado durante el Sexenio Democrático por Antonio Cánovas del Castillo.
Su estrategia se basó en la creación de un “partido Alfonsino” cuyo programa se centraba en el liberalismo y la lealtad a Alfonso XII. Se desarrolló un programa conservador que atrajo a gran parte del partido moderado. El lema “Paz y orden” resumía este programa, que captó el apoyo de las clases medias y altas.
Además del papel de Cánovas, el ejército jugó un papel importante, aunque Cánovas buscaba que estuviera subordinado al poder civil. El pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto no fue de su agrado, ya que prefería una restauración monárquica por la vía civil.
El grupo de presión esclavista también apoyó el proyecto restaurador, ya que suponía el fin de las reformas liberalizadoras del Sexenio.
El Manifiesto de Sandhurst, redactado por Cánovas y firmado por Alfonso, recogía las ideas fundamentales del proyecto restaurador:
- Carácter abierto e integrador de la monarquía constitucional.
- Compatibilidad de la tradición católica con la libertad.
- Superación de las dos constituciones anteriores.
El proyecto político de Cánovas defendía un sistema donde la monarquía fuera la base y los partidos, un instrumento a su servicio.
- El nuevo Partido Liberal Conservador o Partido Conservador se formó a partir de los restos del partido moderado y sectores de los constitucionales y progresistas. Buscaba conciliar a los isabelinos con quienes habían destronado a la reina. La mayoría de este grupo provenía de los antiguos moderados.
- El Partido Liberal fue el otro gran partido, que tardó más en formarse. Integraba a progresistas de derecha y sectores avanzados de la Unión Liberal. Aunque defendían la Constitución, un grupo era proclive a colaborar con Cánovas. Este partido representaba al sector reformista de la Restauración.
La Constitución de 1876
La Constitución de 1876 fue la de mayor vigencia en la Historia Contemporánea de España, manteniéndose en vigor hasta 1923. Su principal característica fue la estabilidad.
Se trata de un texto breve, con pocos artículos, que surgió como una síntesis y un punto intermedio entre las dos constituciones anteriores. Fue elaborada por una comisión de expertos y aprobada por las Cortes surgidas de las elecciones de 1876 mediante sufragio universal por amplia mayoría.
La forma en que se elaboró reflejaba el espíritu de pacto, lo que explica su durabilidad. Su escasa concreción dejaba en manos del partido gobernante aspectos básicos como el sufragio o la cuestión religiosa, que generó numerosos debates. Sus rasgos principales fueron:
- Soberanía compartida rey-Cortes.
- El derecho de sufragio se dejó pendiente. Dos leyes electorales definirían este derecho: la que retomó el sufragio censitario (1878) y la que recuperó el universal (1890).
- La cuestión religiosa generó un intenso debate. Se declaró al Estado confesional y se le encomendó el mantenimiento del culto, pero se introdujo la libertad religiosa, aunque limitada a las manifestaciones privadas.
El Caciquismo y el Sistema de la Restauración
El régimen de la Restauración fue considerado, según la interpretación de Joaquín Costa, como oligárquico, caciquil, corrupto e ineficaz.
Las clases medias y populares quedaron excluidas de la toma real de decisiones políticas.
Hubo un desajuste entre la modernización económica y política del país, quedando España rezagada respecto a las transformaciones socioeconómicas de otros países europeos.
El sistema de la Restauración respondía al modelo de relaciones de patronazgo, es decir, las relaciones entre el patrón y sus clientes, que recibían favores a cambio de fidelidad. Estas relaciones no eran solo económicas o de clase, sino también familiares y de negocios.
Este entramado de relaciones afectaba a todos los ámbitos. En la vida política se manifestaba a través del clientelismo, cuyos tres ejes eran los altos cargos en Madrid, los gobernadores civiles en las provincias y los “caciques”, grupo formado por terratenientes, dirigentes de los partidos y cargos de confianza de los gobernadores o presidentes de las diputaciones. Estos tres grupos, cada uno en su ámbito, concedían favores a cambio de votos y apoyo político.
En los sistemas parlamentarios sin democracia, como el de la Restauración, el clientelismo y el populismo fueron dos instrumentos de participación de las masas en la política.
El caciquismo derivaba directamente de la riqueza como instrumento de dominación y fue un fenómeno social propio de la mentalidad de la época.
El turnismo o turno pacífico fue otro elemento fundamental del sistema de la Restauración. Su origen estuvo en la exigencia de Sagasta de que el rey llamase a gobernar a su partido como alternancia al de Cánovas. Se instauró el relevo pacífico en el poder. Se acordó que los dos partidos que apoyaban la monarquía de Alfonso XII se turnarían en el poder, mediante la manipulación del proceso electoral, un fraude que permite hablar de democracia puramente formal o “sistema liberal sin democracia”.
- El rey llamaba a gobernar a uno de los dos grandes partidos del sistema: si gobernaba el Liberal, llamaba al Conservador y viceversa. El primer paso era contar con el apoyo de la corona.
- Como el régimen de la Restauración era un sistema parlamentario, era necesario que el nuevo gobierno contara con el respaldo de las Cortes. Para ello, el rey disolvía las Cortes y se convocaban nuevas elecciones, que se manipulaban para que obtuviera mayoría el partido que debía formar gobierno.
La consolidación del turnismo tuvo lugar en la etapa de la regencia de María Cristina, especialmente tras el Pacto de El Pardo, que estableció el acuerdo entre Cánovas, Sagasta y la regente de turnarse en el poder.
La inexistencia de un electorado independiente fue la clave de la Restauración, ya que la injerencia del gobierno de turno en los resultados electorales lo hacía imposible. El proceso por el que se fabricaban los resultados electorales era el siguiente: aprovechando la estructura centralizada del Estado, el ministerio de Gobernación elaboraba el encasillado (con el nombre del futuro parlamentario en cada casilla del mapa electoral) y luego se negociaba en las provincias los candidatos por distrito. Después, los gobernadores controlaban a los electores, de forma que votaran al candidato designado previamente. Para ello daban instrucciones a los alcaldes y contaban con la ayuda de caciques locales. Si este proceso resultaba insuficiente, eran frecuentes las alteraciones de las actas o el voto de personas inexistentes en el censo. La manipulación directa de los resultados electorales recibía el nombre de pucherazo. El proceso electoral estaba, pues, en manos del gobierno y de sus hombres de paja, no de los electores.