Introducción
En 1875 se produce la restauración de la dinastía borbónica. Con ella vuelven también algunas de las características del reinado de Isabel II, sobre todo en lo que respecta al dominio político real constituida por los dirigentes de los grandes partidos, ahora llamados conservador y liberal, y que son los herederos de los viejos grupos moderados y progresistas.
Este largo periodo comprende el reinado de Alfonso XII y la regencia de María Cristina de Habsburgo, y está presidido por la Constitución de 1876. Una etapa que se verá duramente sacudida por el impacto de la guerra de Cuba y el Desastre de 1898.
El indudable crecimiento económico de finales del siglo no permitió acercar el nivel de desarrollo de las grandes potencias, inmersas en la llamada segunda revolución industrial. La sociedad de la Restauración siguió caracterizada por el atraso, el analfabetismo y la desigual distribución de la riqueza.
El restablecimiento de la monarquía
El retorno de los Borbones
Tras el golpe del general Pavía y la disolución de las Cortes, se estableció un gobierno provisional. En teoría seguía vigente la República, pero en la práctica fue una dictadura militar del general Serrano.
Un aumento de impuestos y nuevas movilizaciones permitieron detener el avance carlista. Pero a finales de año la posición de Serrano era ya frágil al mismo tiempo que crecía el apoyo a la causa alfonsina entre las clases medias y en el seno del Ejército.
El príncipe Alfonso firmaba el Manifiesto de Sandhurst, siguiendo el consejo de Cánovas, garantizaba una monarquía dialogante y constitucional, y su voluntad de aceptar buena parte de los avances políticos realizados en el Sexenio.
Cánovas preparaba así la vuelta a la Monarquía. Pero los generales monárquicos se le adelantaron y se pronunciaron en Sagunto a favor de la Monarquía. El gobierno no opuso resistencia y dimitió. Cánovas formó un gabinete de regencia y comunicó a Alfonso su proclamación como rey.
Las primeras medidas del régimen
Para restablecer la autoridad de la Corona, Cánovas nombró nuevos gobernadores y alcaldes monárquicos y decretó una serie de medidas de represión contra la oposición.
La aplicación de las medidas represivas fue selectiva, Cánovas mantuvo el contacto con los líderes progresistas y demócratas porque quería conseguir que aceptaran la Monarquía y se sumaran al nuevo régimen político.
La campaña final contra los carlistas permitió primero la caída de la zona carlista catalana, y el estrechamiento del cerco del núcleo navarro y vasco, hasta concluir con su rendición en 1876 (Manifiesto de Somorrostro).
El carlismo había sido derrotado. Permanecía el sentimiento regionalista. Tampoco desapareció el movimiento católico ultraconservador y tradicionalista; de hecho, el carlismo siguió vivo.
El final de la guerra carlista permitió enviar tropas a Cuba. Durante dos años se combinó la negociación con una dirección militar eficaz. La paz de Zanjón, que puso fin a la guerra en 1878, incluía una amplia amnistía, la libertad de los esclavos de origen asiático y una serie de reformas legales.
El sistema canovista: Constitución de 1876 y turno de partidos
Los fundamentos políticos del sistema canovista
Antonio Cánovas fue la figura clave de la Restauración.
Su primer objetivo fue asentar firmemente la Monarquía, por encima incluso de la Constitución. Para él, la Monarquía y las Cortes eran los dos pilares básicos de la historia de España. La Corona debía recuperar el prestigio perdido durante el reinado de Isabel II. Pensaba en una Monarquía que compartiera la soberanía de las Cortes, que dispusiera de amplias competencia y sobre todo que desempeñara un papel protagonista en la vida política.
En segundo lugar, el marco constitucional debía acoger todas las tendencias liberales. Se trataba de crear un sistema que fuera igualmente válido para los antiguos moderados, unionistas, progresistas y demócratas. Quería conseguir una Constitución que durase, que permitiera gobernar a partidos distintos y que acabara con el pronunciamiento como vía para la toma del poder.
Este último aspecto preocupaba especialmente a Cánovas. El ejército debía volver a los cuarteles. Fue decisivo el papel del ejército por Alfonso XII, un rey-soldado con formación militar. El modelo ideal de parlamentarismo era, para Cánovas, el británico. Se basaba en la existencia de dos grandes partidos que aceptaran turnarse en el poder, con el fin de evitar la atonización parlamentaria y garantizar las mayorías.
El régimen de la Restauración fue muy conservador, tanto en el terreno de la política como, sobre todo, en materia social y económica. La Corona había sido restablecida por los políticos conservadores, los hombres de negocios y los mandos militares. Todos ellos compartían unos intereses y una visión comunes: la defensa del orden social, la Monarquía como garantía de estabilidad…
Esa visión de la política fue compartida por las clases medias, que identificaron los años del Sexenio con la crisis económica. Aunque esas clases no participaron de hecho en la vida política, el nuevo régimen tuvo un amplio respaldo.