La Restauración Borbónica en España (1874-1902): Estabilidad y Crisis

La Restauración Borbónica (1874-1902)

Introducción

El fracaso del Sexenio Democrático (1868-1874) posibilitó la vuelta de la dinastía borbónica, cuya cabeza visible era desde 1870 el hijo de Isabel II, Alfonso XII.

Esto fue posible gracias a Antonio Cánovas del Castillo, que consiguió atraer a la causa alfonsina al ejército y a las clases dirigentes. Se inició así la Restauración borbónica, un largo periodo de estabilidad política que duró hasta 1902, cuando Alfonso XIII alcanzó la mayoría de edad.

El Reinado de Alfonso XII (1875-1885)

Isabel II había abdicado en su hijo Alfonso. El 1 de diciembre de 1874, Alfonso XII firmó el Manifiesto de Sandhurst, redactado por Cánovas, donde afirmaba que la monarquía constitucional era la única salida viable para cerrar la crisis del periodo revolucionario. El 29 de diciembre de 1874, un pronunciamiento militar en Sagunto, liderado por el general Martínez Campos, proclamó a Alfonso rey de España.

El Sistema Canovista: Bipartidismo y Turnismo

A su llegada a España en enero de 1875, Alfonso XII ratificó a Cánovas del Castillo como presidente del Consejo de Ministros.

El nuevo régimen político es conocido como sistema canovista, ya que fue Cánovas del Castillo quien lo diseñó tomando como modelo el parlamentarismo británico. Creó así un sistema bipartidista conocido como turno pacífico o turnismo, en el que dos grandes partidos dinásticos se alternarían pacíficamente en el poder:

  • El Partido Liberal-Conservador, liderado por el propio Cánovas del Castillo. Aglutinaba a los sectores más conservadores (moderados, unionistas de derechas), terratenientes y alta burguesía, y contaba con el apoyo de la Iglesia y de las oligarquías financieras.
  • El Partido Liberal-Fusionista, liderado por Práxedes Mateo Sagasta, que integraba a antiguos progresistas, unionistas de izquierdas y republicanos moderados. Representaba los intereses de la burguesía industrial y comercial, profesionales liberales y clases medias, defendiendo un reformismo más progresista (incluyendo el sufragio universal masculino y mayores libertades).

Se trataba, sin embargo, de un falso régimen parlamentario, ya que el turnismo se sustentaba en la manipulación electoral sistemática. El rey encargaba formar gobierno al líder de la oposición; este convocaba elecciones que siempre ganaba gracias a una red de caciques locales y provinciales y autoridades que recurrían a la compra de votos, la coacción o el falseamiento de censos y actas (pucherazo).

Durante los gobiernos conservadores de Cánovas, los principales éxitos se centraron en la pacificación militar del país. En 1876, se puso fin a la Tercera Guerra Carlista (simbolizado en el manifiesto de Somorrostro). En 1878, se logró una pacificación temporal de la insurrección cubana mediante la Paz de Zanjón.

Bajo los gobiernos liberales de Sagasta se impulsaron algunas medidas de carácter más aperturista, como la autorización de la propaganda republicana.

La Constitución de 1876

En los primeros meses de la Restauración, Cánovas concentró inicialmente el poder. Para dotar de legitimidad y estabilidad a la nueva monarquía parlamentaria, se impulsó la elaboración de una nueva Constitución, aprobada en 1876, de carácter moderado y flexible. Las características principales de esta Constitución fueron:

  • Soberanía compartida entre el Rey y las Cortes. El Rey mantenía amplios poderes: poder ejecutivo, iniciativa legislativa, derecho de veto, potestad de convocar, suspender o disolver las Cortes y mando supremo del ejército.
  • Establecimiento de Cortes bicamerales: Congreso de los Diputados (elegido por sufragio censitario inicialmente) y Senado (compuesto por senadores por derecho propio, vitalicios nombrados por la Corona y electivos).
  • Reconocimiento de una amplia declaración de derechos y libertades (expresión, reunión, asociación), aunque su ejercicio quedaba supeditado a la regulación por leyes ordinarias posteriores, lo que permitía restringirlos.
  • Declaración del catolicismo como religión oficial del Estado, que mantenía el culto y clero, aunque se toleraba el culto privado de otras religiones.
  • Supresión de la autonomía local, centralización administrativa, y establecimiento de la igualdad fiscal, la unidad jurisdiccional en todo el territorio y el servicio militar obligatorio.

La Regencia de María Cristina (1885-1902)

En noviembre de 1885 falleció prematuramente Alfonso XII. Su viuda, María Cristina de Habsburgo-Lorena, asumió la regencia hasta la mayoría de edad de su hijo póstumo, el futuro Alfonso XIII.

Para asegurar la continuidad y estabilidad del régimen monárquico, Cánovas y Sagasta suscribieron el llamado Pacto de El Pardo, comprometiéndose a mantener el turno pacífico y apoyar la Regencia.

La Regencia se inició con el gobierno liberal de Sagasta (conocido como el «Parlamento Largo»), durante el cual se aprobaron importantes leyes de carácter progresista:

  • Ley de Asociaciones (1887): Permitió la legalización de sindicatos y organizaciones obreras.
  • Ley del Jurado (1888): Restableció el juicio por jurado para determinados delitos.
  • Ley de Sufragio Universal Masculino (1890): Restableció el voto para todos los varones mayores de 25 años, multiplicando significativamente el censo electoral, aunque el fraude electoral persistió.

El desgaste del gobierno liberal y las acusaciones de corrupción facilitaron el retorno de los conservadores al poder. El gobierno conservador presidido por Cánovas se mantuvo hasta 1892. Tras un nuevo turno liberal con Sagasta, Cánovas volvió al poder en 1895, coincidiendo con el estallido de la insurrección definitiva en Cuba, que conduciría al Desastre del 98.

El sistema canovista sufrió un duro golpe en agosto de 1897 con el asesinato de Cánovas del Castillo a manos de un anarquista italiano.

La Oposición Política al Sistema

El sistema político de la Restauración, basado en el turnismo entre conservadores y liberales, marginó a importantes fuerzas políticas y sociales:

Carlismo

Tras la derrota militar en la Tercera Guerra Carlista (1876), el carlismo quedó muy debilitado y muchos de sus líderes partieron al exilio. Aunque intentó aglutinar al catolicismo más intransigente, el apoyo de la jerarquía eclesiástica y del Vaticano a la monarquía alfonsina limitó su base. En 1888, una escisión dio lugar al Partido Integrista. El carlismo mantuvo cierta influencia en sus bastiones tradicionales (País Vasco, Navarra, Cataluña, Valencia) a través de las Juntas Tradicionalistas, evolucionando de la lucha armada a la actividad política.

Republicanismo

El republicanismo se encontraba profundamente dividido tras el fracaso de la Primera República. Existían diversas corrientes: los posibilistas de Castelar (más moderados y dispuestos a colaborar con el régimen), los progresistas de Ruiz Zorrilla (partidarios de la insurrección), y los federalistas de Pi y Margall. A pesar de su fragmentación y escasa representación parlamentaria, mantenían cierta influencia social e intelectual.

Movimiento Obrero

Durante los primeros años de la Restauración, las organizaciones obreras fueron reprimidas e ilegalizadas. La Ley de Asociaciones de 1887 permitió su reorganización y expansión, aunque el movimiento obrero español estaba dividido en dos grandes corrientes: anarquista y socialista.

Anarquismo

En 1881 se fundó la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), de ideología anarquista, que alcanzó una notable implantación, especialmente en Cataluña y Andalucía. Desarrolló una intensa acción sindical reivindicativa. La dura represión gubernamental (episodios como el de la «Mano Negra» en Andalucía) llevó a su disolución en 1887. Una parte del anarquismo derivó hacia la «propaganda por el hecho», protagonizando atentados terroristas contra figuras políticas (asesinato de Cánovas), miembros de la burguesía y eclesiásticos. La represión estatal fue contundente (Procesos de Montjuïc de 1897). El fracaso de la vía terrorista impulsó el retorno a la acción sindical (anarcosindicalismo), que culminaría en la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en 1910.

Socialismo

El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) fue fundado en la clandestinidad en 1879 por Pablo Iglesias. Su objetivo era la abolición de la sociedad capitalista y la toma del poder por la clase trabajadora. En 1888 se creó el sindicato socialista, la Unión General de Trabajadores (UGT), para defender los intereses económicos y laborales de los obreros. El socialismo arraigó principalmente en Madrid, País Vasco y Asturias. A partir de 1891, el PSOE priorizó la participación política y electoral, obteniendo su primer diputado en las Cortes en 1910 (Pablo Iglesias).

Nacionalismos Periféricos

Durante la Restauración surgieron y se consolidaron movimientos políticos que cuestionaban el modelo de Estado centralista liberal y reivindicaban el reconocimiento de la identidad y los derechos de distintos territorios. Los más destacados fueron el catalán y el vasco.

Catalanismo

Impulsado por el renacimiento cultural de la Renaixença, el catalanismo político comenzó a articularse. En 1882, Valentí Almirall fundó el Centre Català, defendiendo la autonomía para Cataluña. Posteriormente surgieron organizaciones como la Unió Catalanista (1891), que aprobó las Bases de Manresa (un proyecto de autogobierno), y la Lliga Regionalista (1901), liderada por Prat de la Riba y Cambó, que se convirtió en la principal fuerza política catalanista, de carácter conservador y burgués.

Nacionalismo Vasco

El nacionalismo vasco surgió como reacción a la abolición definitiva de los fueros en 1876, tras la derrota carlista, y a los profundos cambios sociales y económicos derivados de la industrialización (llegada masiva de inmigrantes o maketos). En 1895, Sabino Arana fundó el Partido Nacionalista Vasco (PNV), inicialmente de carácter independentista, católico radical y antiliberal, que idealizaba el mundo rural tradicional vasco y defendía la pureza racial. A partir de 1901, tras la muerte de Arana, el PNV moderó sus posturas, adoptando una línea más autonomista.

La Crisis de 1898: El Desastre Colonial

La Guerra Colonial y la Intervención Estadounidense

En 1895 estalló una nueva y definitiva insurrección independentista en Cuba, liderada por José Martí. Poco después, la rebelión se extendió a Filipinas.

Los intentos del gobierno español por sofocar la rebelión (dura represión del general Weyler) fracasaron. En 1897, el gobierno liberal de Sagasta concedió la autonomía a Cuba y Puerto Rico, pero la medida llegó demasiado tarde y fue rechazada por los independentistas cubanos, que contaban con el apoyo creciente de Estados Unidos.

La intervención de Estados Unidos fue decisiva. Utilizando como pretexto la explosión del acorazado Maine en el puerto de La Habana (febrero de 1898), EE. UU. declaró la guerra a España. La superioridad militar estadounidense fue aplastante, destruyendo las flotas españolas en las batallas de Cavite (Filipinas) y Santiago de Cuba. La guerra concluyó con la firma del Tratado de París (diciembre de 1898), por el cual España cedía Cuba (que obtuvo una independencia tutelada por EE. UU.), Puerto Rico y Filipinas a Estados Unidos a cambio de una compensación económica. La pérdida de los últimos restos del imperio colonial se conoció en España como el «Desastre del 98» y sumió al país en una profunda crisis política, social y moral, simbolizando el fracaso del sistema de la Restauración.

Consecuencias del Desastre del 98

A pesar de la conmoción inicial, las consecuencias económicas inmediatas del Desastre no fueron tan catastróficas como se temía. La pérdida de los mercados coloniales se compensó en parte, y la repatriación de capitales desde las antiguas colonias impulsó la inversión y el crecimiento de la banca nacional. Sin embargo, no hubo una crisis política profunda que acabara con el sistema de la Restauración, que logró sobrevivir. No obstante, el Desastre sí tuvo importantes consecuencias políticas y sociales: agudizó el desprestigio del sistema político, fortaleció a la oposición (republicanos, socialistas) y dio un nuevo impulso a los nacionalismos periféricos, especialmente en Cataluña y el País Vasco, que vieron en la derrota la prueba de la decadencia de España.

La crisis del 98 dio lugar a un amplio movimiento intelectual y político conocido como Regeneracionismo. Figuras como Joaquín Costa denunciaron los males de la patria (caciquismo, corrupción, atraso económico, analfabetismo) y propusieron reformas profundas para modernizar España («escuela y despensa»), mejorar la situación del campo, fomentar la educación y la cultura, y europeizar el país.

Conclusión

La Restauración Borbónica (1874-1902) implantó un sistema político constitucional y parlamentario que proporcionó una notable estabilidad a España tras el convulso Sexenio Democrático. Sin embargo, este régimen liberal-conservador distó de ser plenamente democrático, sustentándose en el fraude electoral (caciquismo, pucherazo) y en la exclusión de amplios sectores políticos y sociales (republicanos, movimiento obrero, nacionalismos periféricos).

La pérdida de las últimas colonias en 1898 supuso un duro golpe que evidenció las debilidades del sistema y generó una profunda crisis política, social y moral. Esta crisis impulsó el surgimiento del Regeneracionismo, una corriente de pensamiento que clamaba por la necesidad urgente de reformas estructurales para modernizar el país y superar sus males endémicos, abriendo una nueva etapa en la historia contemporánea de España que se desarrollaría durante el reinado de Alfonso XIII.

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