En la historia de España, se conoce con el nombre de Restauración el periodo comprendido entre 1875 (llegada al trono del rey Alfonso XII) y 1931 (proclamación de la Segunda República). Esta etapa se suele dividir en dos fases, separadas por el año 1898, fecha de la pérdida de las últimas colonias españolas de ultramar. La Restauración se caracterizó por la tolerancia en cuanto a política (aunque con un acentuado conservadurismo) y la intransigencia en el terreno social. En contraste con el resto del siglo XIX, durante la primera fase de la Restauración (1875-1898), los signos más evidentes de la tolerancia se concretaron en un periodo de pacificación militar e ideológica, con una estabilidad propiciada por una nueva Constitución, la de 1876, y la alternancia pacífica en el poder de dos partidos.
Pero bajo este aparente equilibrio político, basado en elecciones fraudulentas, ya se fraguaban los fenómenos que aparecerían con fuerza en la segunda fase de la Restauración (1898-1931): la emergencia política y social de las organizaciones obreras, el republicanismo de las clases medias urbanas y el ascenso de los nacionalismos periféricos, sobre todo el catalán y el vasco.
1. Acontecimientos Políticos (1875-1898)
La Restauración de la monarquía borbónica en la persona de Alfonso XII (hijo de Isabel II) se produjo mediante uno de los pronunciamientos militares, tan frecuentes a lo largo del siglo XIX. En esta ocasión fue protagonizado por el general Martínez Campos y tuvo lugar en Sagunto (Valencia) el 29 de diciembre de 1874. Sin embargo, el artífice del sistema político de la Restauración fue Antonio Cánovas del Castillo, que hizo firmar en diciembre de 1874 al príncipe Alfonso el Manifiesto de Sandhurst (nombre de la academia militar británica donde estudiaba el heredero al trono). Este documento, publicado en España pocos días antes del golpe militar, anticipaba la Restauración monárquica, que se produjo en enero de 1875.
Muchos fueron los obstáculos que se tuvieron que salvar, pero los alfonsinos iban ganando posiciones y siempre contaron con los apoyos de la burguesía terrateniente, ansiosa de una mayor tranquilidad política una vez consolidadas las desamortizaciones; de la burguesía industrial catalana, enemiga del librecambismo; de los intereses de los cubanos, esperanzados ante una mayor protección estatal; de amplios sectores del ejército; e, incluso, del Vaticano, deseoso de un cambio que diera fin al anticlericalismo revolucionario.
Tras su entrada triunfal en Madrid, el nuevo rey no defraudó a nadie. Por su juventud, actitud comprensiva e inteligencia, pronto se ganó la simpatía popular y de la clase política, favoreciendo el éxito del nuevo sistema y convirtiéndose en uno de sus símbolos.
En la evolución de la Restauración se pueden distinguir varias fases:
- La primera, que llega hasta 1885, fecha de la muerte de Alfonso XII.
- La segunda, en la que su esposa María Cristina de Austria, ejerció la regencia durante la minoría de edad de su hijo Alfonso XIII.
- Y la tercera, que empieza en 1902 con la mayoría de edad de este rey.
1.1. El Final de la Guerra Carlista
La primera acción política importante del nuevo rey, bajo la dirección de Cánovas, fue desplazarse hacia el norte para conducir la guerra contra los carlistas. Mientras se dirigía a la zona del conflicto, Alfonso XII ofreció una amplia amnistía en la que proponía a todos olvidar el pasado y adherirse a la monarquía constitucional que él representaba. Uno de los líderes del carlismo, el general Cabrera, aceptó la amnistía y dirigió un manifiesto a las tropas carlistas, en el que se invitaba a poner fin a la guerra. Pero el conflicto no se resolvió de forma definitiva hasta marzo de 1876, fecha en la que Carlos VII, pretendiente carlista, pasó con sus tropas a Francia. Los carlistas comenzaron a participar en la vida política y se situaron en la extrema derecha del arco parlamentario.
1.2. Los Fundamentos Doctrinales de la Restauración
El sistema político de la Restauración fue ideado y ejecutado por Cánovas del Castillo; este contó siempre con la ayuda de Práxedes Mateo Sagasta. Cánovas, historiador y político liberal, se había formado en las filas de la Unión Liberal de O’Donnell y tenía un proyecto muy claro de lo que España debería ser como nación.
Los principales fundamentos del sistema canovista se pueden resumir en los siguientes:
- La Restauración no era solo la vuelta de la legítima dinastía borbónica, significaba, sobre todo, la superación de la inestabilidad política del periodo anterior y la consecución de la pacificación social y política del país.
- Por ello, era necesario realizar una síntesis entre lo viejo y lo nuevo, entre el legado de la historia, es decir, lo que él llamaba «constitución interna» de un país, y los ideales progresistas del Sexenio.
- Esta «constitución interna» estaba constituida por una serie de principios políticos esenciales como la libertad, la propiedad, la monarquía, la dinastía y el gobierno conjunto del rey con las Cortes.
- Admitido esto, todo lo demás es accesorio, por lo que se impone el sentido de la realidad, y la política debe verse como el arte de lo posible, es decir, como algo adaptado a las circunstancias del tiempo y del lugar.
- Civilismo frente a militarismo. El poder civil es superior al militar, porque tiene la legitimidad que le da la voluntad nacional manifestada a través del sufragio.
- Cánovas es enemigo de las posturas inflexibles o irreconciliables. Hay que buscar acuerdos o transacciones, consensos.
- Se imponía, en definitiva, un pacto entre todas las fuerzas políticas, que posibilitara una convivencia pacífica en el seno de la monarquía parlamentaria. Tal pacto quedaría fundamentado en una nueva Constitución que debería estar ampliamente consensuada.
1.3. La Constitución de 1876
Cánovas inició el proceso constitucional convocando una asamblea de la que salió la comisión de «notabilidades» compuesta por 39 personalidades, estas se encargaron de redactar un proyecto de Constitución que fue presentado a las Cortes constituyentes, elegidas por sufragio universal, y promulgado en junio de 1876.
La Constitución de 1876 fue concebida como un punto intermedio entre la moderada de 1845 y la revolucionaria de 1869. Tiene dos partes sustanciales: en la primera, se hace una declaración de los derechos individuales; en la segunda, se establece y planifica un mecanismo político encaminado a elaborar e imponer la ley.
En su primer título, siguiendo el modelo de 1869, se recogían los derechos individuales característicos del liberalismo progresista: la seguridad personal, la inviolabilidad del domicilio y la correspondencia, la libertad de residencia, de conciencia, de expresión y de enseñanza, así como los derechos de reunión y de asociación.
El espíritu del liberalismo doctrinario de la Constitución de 1845 le daba un aspecto moderado y conservador. Así, queda definido implícitamente el principio de soberanía compartida del rey con las Cortes. El rey es inviolable, sanciona y promulga las leyes, disuelve las Cortes y tiene derecho a veto. El gobierno es ejercido por los ministros, únicos responsables de sus actos.
Se expresa la confesionalidad del Estado, definiendo la religión católica como la oficial, si bien se establece la libertad de culto.
Las Cortes se estructuraron en dos cámaras: el Congreso, con un diputado por cada 50.000 habitantes, y el Senado. Este último estaba integrado por los grandes contribuyentes de nombramiento real, y otros elegidos por las corporaciones: la Iglesia, Universidad… Las Cortes discuten y aprueban las leyes, intervienen en la sucesión de la corona, en la minoría de edad y en las regencias.
Complemento de la Constitución fue la ley electoral de 1878, de tipo censitario, solo votaba el 5% de la población. El sistema introduciría después un elemento democrático, al implantar en 1890 el sufragio universal por el que tenían derecho al voto los varones mayores de 25 años. Pero una cosa era la Constitución formal del país y otra la realidad social. Existía un gran desfase entre lo técnicamente aceptable y la realidad de una España en su mayor parte campesina y analfabeta, lo que dio lugar a un funcionamiento anómalo del sistema.
El régimen de la Restauración se convirtió en un modelo controlado por las élites políticas, sociales y económicas, sin extender la participación política al conjunto de la sociedad. Esto fue posible por la debilidad de la oposición alternativa:
- El movimiento obrero todavía estaba en sus inicios, y además fue reprimido.
- El republicanismo se encontraba dividido y debilitado por el fracaso de la Primera República.
- Aunque los nacionalismos catalán y vasco dieron en esta época sus primeras muestras políticas, aún no habían adquirido la consistencia necesaria.
2. El Funcionamiento del Sistema. Bases Sociales e Institucionales
2.1. Los Partidos Políticos
El conocimiento y la admiración que sentía Cánovas por el parlamentarismo inglés le llevaron a concebir el funcionamiento de la vida política española sobre la base de dos partidos políticos (bipartidismo) que, aceptando la legalidad constitucional, se alternasen en el poder: son los llamados partidos dinásticos. Cánovas se dedicó a configurar su propio partido, el Liberal Conservador, que se apoyaba en las clases altas, y el partido contrario, el Partido Liberal, sostenido por la burguesía industrial y las clases medias urbanas, al frente de este se encontraba Sagasta.
Cánovas y Sagasta se entendieron perfectamente entre sí, y ambos con los reyes. Esto hizo que tuvieran muchos seguidores. Cánovas aglutinó a los moderados y a los unionistas, y Sagasta integró a la antigua izquierda progresista.
A la derecha y a la izquierda de los partidos dinásticos se situaron otras formaciones políticas, como la Unión Católica, el regionalismo catalán y algunas facciones del progresismo democrático.
2.2. El Turnismo de los Partidos
Para gobernar en el sistema canovista se necesitaba una doble confianza: la de las Cortes y la de la Corona. Pero en cualquier caso, al menos en teoría, el cambio en el poder debía regirse por el resultado electoral, no se podía gobernar si no se tenía la mayoría en las Cámaras.
La realidad del turnismo de los partidos es que el sistema funcionó de arriba abajo: los partidos conservador y liberal se cedieron el poder periódicamente el uno al otro, pero no a consecuencia de un cambio de opinión pública, sino por obra de un acuerdo mutuo o de su desgaste interno. En consecuencia, la previsión anticipada del turno sin haber contado con el electorado engendraba un fraude en las elecciones: el partido encargado de formar gobierno y de convocar las elecciones resultaba siempre ganador de las mismas.
El procedimiento adoptado era el siguiente. Convocadas las elecciones, el ministro de la Gobernación realizaba el encasillado, es decir, decidía los diputados que iban a ser elegidos en cada distrito. A continuación, el gobernador civil de cada provincia manipulaba las elecciones, previo acuerdo con los caciques comarcales y municipales, a los que compraba los votos recurriendo a cualquier método, incluso la coacción si no lo hacían de agrado. Si estas medidas no daban el resultado previsto, se recurría al pucherazo, votando incluso los vecinos ya fallecidos.
El turnismo, pues, estaba predeterminado por el acuerdo tácito entre los sectores políticos y sociales que poseían el poder, es decir, por lo que se vino a llamar la oligarquía y el caciquismo.
La oligarquía estaba formada por los dirigentes políticos de ambos partidos, estrechamente relacionados con los terratenientes y con la burguesía adinerada. A su servicio estaba el cacique, una persona de gran poder económico en la comarca o pueblo; y éste empleaba su poder para dominar políticamente a los habitantes de su zona de influencia.
2.3. La Tarea Gubernamental
Los gobiernos de la Restauración adoptaron una serie de medidas, entre las que destacaron las siguientes:
- La aprobación de normas liberalizadoras, promovidas principalmente por el partido de Sagasta, durante el periodo llamado «Parlamento largo» (1885-1890), en el que controló el Gobierno. Trató de introducir todos los derechos individuales del texto constitucional de 1869 que la Constitución de 1876 le permitiera; se aprobó, así, la libertad de prensa e imprenta, la de cátedra y la de asociación, que permitió la aparición de sindicatos como la UGT.
- En esta etapa se aprobaron también la Ley del Jurado (1888), que permitía a la sociedad participar en la administración de justicia, así como el Código Civil (1889) y la legislación que implantaba el sufragio universal masculino (1890). Estas reformas constituían la práctica totalidad del programa liberal. Cuando los conservadores regresaron al poder respetaron los cambios que habían hecho sus adversarios.
- La aproximación a los problemas sociales y a la condición obrera. En 1883, por iniciativa de Moret, los liberales crearon la Comisión de Reformas Sociales para estudiar todas las cuestiones relativas al bienestar de las clases trabajadoras. Para ello consultaron a numerosos líderes obreros, incluidos los socialistas. Esta Comisión fue el precedente del Instituto de Reformas Sociales (1903), que posteriormente daría lugar al Ministerio de Trabajo.
- El debate entre los partidarios del proteccionismo y los del librecambismo se resolvió finalmente con la adopción de medidas proteccionistas (arancel de 1891) para proteger los intereses de la industria catalana y vasca, de la minería asturiana y de los productos de cereal castellanos. El proteccionismo, sin embargo, perjudicaba a los consumidores españoles.
Tras la prematura muerte de Alfonso XII en 1885, su esposa María Cristina de Habsburgo, embarazada del que sería Alfonso XIII, asumió la regencia (1885-1902). Cánovas, jefe del Gobierno cuando falleció el rey, acordó con Sagasta cederle el poder durante los primeros años de la regencia (Pacto de El Pardo). La muerte de los dos líderes, Cánovas en 1897 y Sagasta en 1903, no afectó al funcionamiento del sistema.
3. Oligarquía y Caciquismo en Andalucía
Según hemos apuntado anteriormente, el sistema canovista se asienta sobre tres principios básicos: la teoría política de la soberanía compartida, el bipartidismo y el turno pacífico de los dos partidos en el poder.
En Andalucía, este turno funcionó, en general, sin grandes dificultades. Los dos partidos, grupos de notables con amplia clientela, aglutinaban a las clases altas, predominando entre los conservadores la burguesía agraria y entre los liberales la burguesía urbana industrial y de los negocios. Gobernara quien gobernara los intereses de la burguesía se encontraban bien defendidos. Frente a los partidos de turno, se encontraban en Andalucía los republicanos y, desde su fundación en 1879, el Partido Socialista se extendía por la región. En el medio rural se desplegará el anarquismo.
Todo este sistema se articulaba mediante elecciones, farsa política fruto de la corrupción, que tendrá una expresión acabada en Andalucía, con el mismo sistema que hemos visto a nivel nacional.
En España la Restauración expresa la hegemonía de la burguesía agraria y la oligarquía será la fracción de clase detentadora del poder, lo que implica el predominio del sector más conservador en la sociedad. En Andalucía se produjo una disociación entre los intereses de la burguesía agraria y los de la burguesía urbana. El caciquismo aseguró el predominio de la oligarquía y reforzó el papel del señorito. Las clases trabajadoras optaron por intermitentes actitudes de rebeldía social. En la Andalucía de la Restauración aparecen: una oligarquía, débil numéricamente, pero con un gran poder político y social; un caciquismo como mecanismo de control y formación del poder; un inmenso proletariado rural foco de agitaciones sociales, unido a veces, al proletariado urbano.
Esencial en todo el conjunto era el cacique, con una profunda implantación en toda Andalucía. Ser cacique no era tanto tener el poder como estar en una situación de influir en el comportamiento de los demás. Tuvo gran arraigo en Andalucía debido al analfabetismo, dominio de los terratenientes del mercado de trabajo, lo que hacía posible controlar el voto de los trabajadores, y creciente influencia sobre el campesinado del anarquismo, que rechazaba la lucha política. La implantación del caciquismo era, principalmente, rural. En las ciudades empiezan a consolidarse las formaciones políticas de oposición.
Los cambios que hubo en el siglo XIX en el campo, vinieron a reafirmar la estructura tradicional del régimen agrario andaluz: la vieja nobleza acaparaba grandes propiedades; la burguesía terrateniente y la burguesía urbana que invierte en tierras. Todos constituyen la clase de los «señoritos» andaluces. Eran un grupo desocupado y destaca su presencia en un lugar habitual: el casino. Así pues, el señorito, por sus vínculos familiares, su poder económico y su ascendencia sobre la población, se inserta en el engranaje oligárquico-caciquil de Andalucía en esta época.