La Restauración Borbónica en España (1875-1931): Orígenes, Funcionamiento y Crisis del Sistema Canovista

Introducción: Un Nuevo Sistema Político para España

La Restauración Borbónica es el periodo de la historia de España que se inicia con el regreso de los Borbones al trono, personificado en Alfonso XII. Se institucionaliza con la Constitución de 1876 y se extiende hasta el inicio de la Dictadura de Primo de Rivera (1923) o la II República (1931). No supuso una simple vuelta al pasado, sino la instauración de un régimen nuevo, aunque con la vuelta de la dinastía. Antonio Cánovas del Castillo, político malagueño y líder del partido Alfonsino durante el Sexenio Democrático, fue el principal artífice e ideólogo de este sistema, por lo que también se le conoce como «Sistema Canovista«.

Tras la abdicación de Isabel II en junio de 1870, el príncipe Alfonso firmó el Manifiesto de Sandhurst. Siguiendo el consejo de Cánovas, garantizaba que su monarquía sería dialogante y constitucional, aceptaba parte de los avances políticos del Sexenio y aseguraba que no habría represalias contra los integrantes de la Gloriosa. Cánovas pretendía una vuelta a la Monarquía pacífica y sin intervención militar, pero el general Martínez Campos se adelantó y se pronunció en Sagunto el 30 de diciembre de 1874 a favor de la Monarquía. El Gobierno de Serrano no opuso resistencia y dimitió. Cánovas formó un gabinete de regencia el 31 de diciembre y comunicó al príncipe Alfonso su proclamación como rey. El 14 de enero de 1875, el nuevo monarca entró en Madrid, produciéndose así la Restauración monárquica en la persona de Alfonso XII (1875-1885).

Fundamentos Doctrinales del Sistema Canovista

Para comprender la Restauración, es fundamental conocer el pensamiento político de Cánovas del Castillo, ideólogo de un régimen que buscaba la máxima estabilidad posible, y su pasado como liberal moderado. Su objetivo era unir a las facciones liberales en torno a un régimen basado en unas «verdades madre»1, cuya aceptación permitiría la participación en la política oficial. Estos principios fundamentales eran:

  • La nación: Cánovas, admirador del tradicionalismo francés y alemán, veía la nación como una creación histórica con tintes providencialistas.
  • La monarquía: Considerada la forma de gobierno histórica de España y, por tanto, la que debía prevalecer.
  • La legitimidad dinástica: Basada en el origen y la historia, encarnada, para Cánovas, en los Borbones.
  • La soberanía: Debía ser compartida entre el Rey y las Cortes.
  • La libertad: Considerada un patrimonio inalienable del hombre, aunque Cánovas mantenía una concepción abstracta de este concepto, heredera de ideas liberales.

De estas «verdades madre» emanaba, según Cánovas, la «constitución interna» de España, inamovible frente a las constituciones externas, que podían variar según la época. Estas ideas eran la base de la convergencia y el pacto. Cánovas buscó una nueva estabilidad, basada en la oposición entre partidos políticos y fuerzas contrapuestas, partiendo del principio de que «si se quiere evitar la mutua destrucción era preciso admitir la mutua tolerancia». Para evitar el «pronunciamiento» como método de cambio, se necesitaba una alternancia política pacífica de partidos que aceptaran las «ideas madre» y la «constitución interna».

Cánovas introdujo un sistema de gobierno basado en el bipartidismo y la alternancia en el poder (turnismo) de dos grandes partidos liberales leales a la corona, los denominados partidos dinásticos: el Conservador y el Liberal. Estos partidos renunciaban a los pronunciamientos como mecanismo para acceder al gobierno. La oposición era considerada positiva: el partido mayoritario gobernaría, mientras que el otro se opondría al gobierno, pero nunca al régimen. Se aceptaba un turno pacífico que aseguraba la estabilidad institucional, eliminando la preponderancia del partido conservador (moderado) durante el reinado de Isabel II, mediante la participación en el poder de las dos familias del liberalismo, y poniendo fin a la intervención del ejército en la vida política.

El problema radicaba en cómo funcionaría este turno. La alternancia debía realizarse mediante elecciones, pero ni Cánovas ni Sagasta creían en ellas. Por ello, el turno se lograba mediante la manipulación electoral, con unas reglas aceptadas por los partidos dinásticos: cuando el partido en el gobierno fracasaba, el rey, como árbitro del sistema, llamaba a gobernar a la oposición, que convocaba unas elecciones que eran ganadas por el partido en el poder en ese momento. De esto se encargaba el ministro de la Gobernación, con el apoyo de los Gobernadores y de los caciques, a través de tácticas como el «encasillado» y el «pucherazo«. Con estos principios (pacto, bipartidismo, turnismo) se consiguió dotar al sistema de estabilidad, aunque para ello se recurriera al caciquismo.

La Construcción del Sistema de la Restauración

Cánovas tuvo libertad para buscar un sistema seguro gracias al ansia de paz del país. Las figuras clave en el inicio del régimen fueron el rey Alfonso XII, un rey constitucional; el propio Cánovas, jefe del Partido Conservador; y Sagasta, el otro gran político de la Restauración, que aceptó las reglas del juego y formó el Partido Liberal, atrayendo a toda la izquierda del liberalismo.

Para asentar las bases del nuevo régimen, Cánovas implementó en 1875 una serie de medidas para atraer a los sectores sociales y económicos más poderosos del país. Para obtener el apoyo de la Iglesia, restableció el Concordato de 1851, garantizando su sostenimiento por parte del Estado y un papel relevante en la enseñanza. También buscó el apoyo del ejército. El periodo de la Restauración y el actual han sido los únicos en la historia contemporánea de España donde el protagonismo civil ha estado por encima del militar: el «civilismo» se impuso al «militarismo» que había caracterizado la historia del siglo XIX. Como contrapartida, se otorgó a los militares cierta autonomía para sus asuntos internos y se dotó al ejército de un elevado presupuesto. Atrajo a la burguesía de negocios, terratenientes, amplios sectores de profesionales urbanos y cuadros de la Administración con promesas de orden social, estabilidad política y respeto a la propiedad.

Era imprescindible convocar Cortes Constituyentes para elaborar una Constitución que fijara las bases del sistema político de la Restauración.

En diciembre de 1875 se convocaron elecciones por sufragio universal, como establecía la Constitución vigente de 1869.

La Constitución de 18762 es una mezcla de la Constitución de 1845 y de la declaración de derechos de 1869. Sus características principales son:

  • Soberanía compartida entre el Rey y las Cortes. El rey mantenía el poder ejecutivo, sancionaba y promulgaba leyes, podía nombrar y separar a los ministros, y era inviolable. Las Cortes eran bicamerales, con un Congreso elegido por sufragio censitario y un Senado formado por senadores por derecho propio, otros nombrados por el rey y otros elegidos por sufragio censitario. La iniciativa legislativa correspondía al rey y a ambas cámaras. Las Cortes podían ser convocadas o disueltas por el rey, quien tenía la obligación de convocar nuevas elecciones tres meses después de su disolución.
  • Declaración de derechos similar a la de 1869, pero con derechos limitados y posibilidad de suspensión en circunstancias especiales. El Artículo 11 muestra un retroceso en la tolerancia religiosa: el catolicismo era la religión oficial y el culto de otras religiones, aunque permitido, se reducía a la esfera privada.

Cánovas pretendía que en esta Constitución se encuadrasen el máximo de partidos para terminar con la costumbre de que cada partido fabricase su propia constitución, provocando el retraimiento del otro y el consiguiente recurso al golpismo para acceder al poder. Es la constitución más duradera de la historia del constitucionalismo español, vigente desde 1876 hasta 1931.

La política de Cánovas fue restrictiva en el terreno de las libertades y en el campo social. Nombró nuevos alcaldes y gobernadores afectos a la monarquía y decretó medidas represivas contra la oposición, aunque trató de atraerse a algunos líderes progresistas y demócratas. Las actividades de los partidos de la oposición quedaron prohibidas y sus periódicos cerrados; se establecieron tribunales para los delitos de imprenta y las críticas a la institución monárquica estaban prohibidas; además, se restringió la libertad de cátedra.

La estabilidad del régimen se vio favorecida por el fin de la III Guerra Carlista en 1876. El general Martínez Campos acabó con la resistencia carlista en Cataluña y, aunque la lucha continuó durante algunos meses en el núcleo vasco-navarro, en marzo de 1876 el ejército de Carlos VII se rindió definitivamente (Manifiesto de Somorrostro). Esto permitió enviar tropas a Cuba para poner fin al largo conflicto, que se cerraría en falso en 1878, con la firma de la Paz de Zanjón.

Funcionamiento del Sistema

Cronológicamente, la primera parte de la Restauración se extiende desde 1875 hasta 1902 (mayoría de edad de Alfonso XIII), aunque la pervivencia de la monarquía parlamentaria se mantiene hasta 1923, año del golpe militar de Primo de Rivera. Dentro de esta primera etapa, se distinguen dos fases: el reinado de Alfonso XII (1875-1885) y la regencia de María Cristina de Habsburgo (1885-1902).

La historia de la Restauración hasta 1898 es, afortunadamente, monótona: una máquina bien engrasada donde todo lo que ocurre está previsto en el sistema, incluida una larguísima Regencia. La dualidad de partidos no llegó de golpe, pero llegó.

En 1881, tras el debate sobre la esclavitud en Cuba, y una vez que Sagasta se fortaleció, recibió el encargo de formar gobierno. Actuó de acuerdo a ideas más liberales: amplió la libertad de prensa, concedió amnistía, rehabilitó a los republicanos y promulgó una ley de asociaciones (que permitió la legalización del PSOE, fundado unos años antes). En 1884 volvió Cánovas, respetando lo hecho por Sagasta. Cánovas era muy fuerte políticamente, pero a fines de 1885 murió el rey, abriéndose una larga Regencia, hasta la mayoría de edad del neonato Alfonso XIII. Cánovas dejó el poder en manos de Sagasta, acordando una sucesión pacífica y el apoyo mutuo entre ambos partidos. Fue el Pacto del Pardo, que inició el «parlamento largo» liberal, en el que se planteó la vuelta al sufragio universal. Las primeras elecciones de nuevo por sufragio universal fueron en 1890, con Cánovas en el poder, quien las ganó. Se siguieron alternando los gobiernos hasta que Cánovas fue asesinado en 1897 por el anarquista Angiolillo.

La Crisis de la Restauración

La Restauración, pese a su capacidad de pervivencia, llevaba en su interior los gérmenes de su destrucción. La guerra de Cuba y la catástrofe del 98 fueron los primeros detonantes. Las causas de la caída del sistema canovista fueron el distanciamiento entre la llamada «España Oficial» y la «España Real».

En primer lugar, la «España Oficial» se basaba en el olvido del pueblo, ya que se puede considerar a España como un «estado sin pueblo». Existía una desconfianza hacia la capacidad del pueblo para gobernarse. Se mantuvieron las formas, pero no la esencia, celebrándose multitud de elecciones con resultados falsificados.

En segundo lugar, la corrupción electoral era un hecho conocido: todas las elecciones las ganaba por mayoría el partido en el poder, el que organizaba los comicios. En vez de ser las elecciones las que hacían los gobiernos, era al revés. Eran los «grandes electores», Posada Herrera por los liberales y Romero Robledo por los conservadores, los encargados de organizar una pirámide que utilizaba el Ministerio de la Gobernación, gobernadores, alcaldes y caciques para falsear las elecciones (caciquismo, «lázaros», encabezados). El cacique, un personaje rural en contacto con sus zonas de influencia, se convirtió en un intermediario, degradando la administración del Estado en el medio rural. Con el sufragio universal, este fenómeno se extendió y las técnicas de manipulación quedaron al descubierto, generando el descrédito del sistema.

Frente a la «España Oficial», surgió la «España Real», con movimientos y acontecimientos que sobrepasaban a un sistema político viciado. Destaca el movimiento obrero. El sector anarquista, mayoritario en España, se mantuvo como sección de la I Internacional hasta 1881. El pequeño núcleo marxista de Madrid (Pablo Iglesias) formó el Partido Socialista (PSOE), que en 1888 creó también la UGT (Unión General de Trabajadores). A partir de principios del siglo XX, estas organizaciones aumentaron sus seguidores e iniciaron una alianza con republicanos para intentar limpiar el sistema político y mejorar las condiciones de vida de los obreros.

Surgieron además movimientos que intentaban transformar el país: el laicismo y el regionalismo. El laicismo, encabezado por la Institución Libre de Enseñanza, intentaba abrirse a las corrientes culturales europeas de la época. El regionalismo, sobre todo en Cataluña (Renaixença), ponía de manifiesto el diferente nivel de desarrollo de la región con respecto al resto del Estado. A partir de 1882, con las Bases de Manresa, se convirtió en un movimiento popular, seguido discontinuamente en otras regiones (País Vasco).

Por último, destacan los problemas exteriores. La política exterior española tenía un problema de base: Cuba. Tras el fracaso de Maura por intentar una autonomía real para la isla, se inició el levantamiento revolucionario en Cuba. Dirigido por Martí y tras el «Grito de Baire» en 1895, se reinició la Guerra en Cuba. Ni la política de «guante de terciopelo» de Martínez Campos, esperando que pudiera repetir la pacificación de los años setenta, pero éste se dio cuenta de que la situación era diferente, ni la de «mano de hierro» del General Weyler, que llegó con un mayor contingente de tropas españolas, consiguieron acabar con la insurrección. Tras las batallas de Cavite y Santiago, se llegó al Tratado de París (1898) y la pérdida de las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

A partir de 1902, se inicia otro momento histórico, con la mayoría de edad de Alfonso XIII y la sucesión de acontecimientos que llevarán a la desintegración del edificio político de la Restauración. Se asistirá a dos intentos fracasados de reformar el sistema desde dentro, a partir de las ideas del Regeneracionismo: el de Maura desde el partido conservador (tras la Semana Trágica, en 1909, tuvo que dimitir) y el de Canalejas desde el partido liberal, que murió en atentado en 1912. La crisis y la revolución fracasada de 1917 destrozaron la dinámica del turnismo. La dictadura de Primo de Rivera (1923) pondría fin a la Constitución y, posteriormente (1931-1936/39), tendría lugar una segunda experiencia republicana.

1 Cánovas del Castillo, A. (1876). *Discursos*. Madrid.

2 *Constitución de la Monarquía Española* (1876). Madrid.

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