La Restauración Borbónica en España: Cánovas, Constitución de 1876 y Fuerzas Políticas

La Restauración Borbónica en España

Primeras Medidas de Cánovas del Castillo

La Restauración. Cánovas encabezó el gobierno formado tras el golpe de Martínez Campos, logrando la conciliación general entre todos los monárquicos, desde los moderados y unionistas hasta los progresistas del Sexenio, alrededor del futuro rey Alfonso XII. Finalmente, el Rey entró en Madrid el 14 de enero de 1875. Durante 1875, las primeras medidas del nuevo régimen consistieron en lograr el apoyo de la Iglesia, suspender los periódicos de la oposición, establecer una nueva política y tribunales especiales para los delitos de imprenta, conseguir un ejército amigo reincorporando a los mandos que habían sido eliminados por el Sexenio, y depurar al funcionariado, renovando los cargos de las diputaciones provinciales y los ayuntamientos. Además, para evitar futuros pronunciamientos militares que podían romper la convivencia continuada que defendía Cánovas, el Rey no sería en adelante solamente la clave del mecanismo político-constitucional, sino también un efectivo jefe supremo del Ejército. Se dieron también pasos para poner fin a la guerra civil con los carlistas en el norte, y al conflicto de Cuba.

El Proceso Constituyente

El proceso constituyente. La convocatoria de Cortes para elaborar la nueva Constitución se hizo por sufragio universal, pero fue un mero trámite porque ya se había organizado un sistema de captación de votos. Antes de que comenzaran los debates, Cánovas consideró fundamental establecer unas premisas para poder colocar la monarquía por encima de los partidos políticos y para que quedara fuera de futuros posibles debates sobre su validez y poderes; apeló para ello a la existencia previa de una constitución interna, que debía ser el fundamento de toda Constitución escrita. En las primeras elecciones, un 90 % de los diputados elegidos lo fueron de su partido liberal-conservador.

La Constitución de 1876

La Constitución de 1876. Elaborada la Constitución por el Congreso, los artículos de esta fueron aprobados en breve tiempo y con pocos debates, si se exceptúan los que afectaban a la cuestión religiosa. El Congreso se dividió entre los defensores de la unidad católica y los partidarios de la tolerancia dentro de la línea de la Constitución de 1869; al final se llegó a una fórmula que pretendía satisfacer a todos. La breve Constitución de 1876, de solo ochenta y nueve artículos, establecía una imperfecta división de poderes, al otorgar al monarca la facultad de nombrar al jefe de Gobierno; reconocía vagamente las libertades políticas básicas; establecía un Parlamento bicameral, con un Senado formado por senadores vitalicios. La Constitución determinaba un Estado confesional, aunque permitía el ejercicio privado de otras religiones. Fue promulgada el 30 de junio de 1876.

El Sistema Político Canovista: Turnismo y Bipartidismo

El sistema político canovista: turnismo y bipartidismo. Una vez aprobada la Constitución comenzó su andadura el sistema canovista, sustentado sobre dos pilares: la soberanía compartida del Rey y las Cortes, y la existencia de unos partidos oficiales. Pensaba Cánovas que eran precisos dos partidos respetuosos de la Constitución para acoger la disparidad de criterios y poder turnarse en el Gobierno. Serían unos grandes partidos de notables cuyos diputados dominarían los escaños del Congreso.

Estos dos partidos estarían apoyados en un electorado de burgueses relevantes que formaban la clase política del país, puesto que la ley electoral de 1878 había restablecido el sufragio censitario, dejando la participación ciudadana reducida a no más de un 5% de la población. Cánovas, jefe del partido liberal-conservador compuesto por diputados de la alta burguesía, alto funcionariado militar o civil y nobleza, precisaba un partido que se estructuraba de acuerdo con la izquierda dinástica, y así convocó al nuevo partido liberal-fusionista formado por progresistas y demócratas, que tenían por jefe a Sagasta.

Las Fuerzas Antidinásticas

Las fuerzas antidinásticas.

El Republicanismo

Durante la Restauración, el movimiento republicano experimentó un fuerte retroceso, ya que se encontraba dividido internamente en multitud de grupos irreconciliables entre sí. De esta manera, la mayor parte de su actuación se limitaba a presentar candidaturas en los distintos procesos electorales, obteniendo invariablemente un número muy reducido de escaños, dada la manipulación del sistema. En realidad, sus posibilidades de éxito eran muy pequeñas, ya que carecía del respaldo del movimiento obrero, y tampoco contaba con el apoyo de las burguesías periféricas, que se mostraban más interesadas en la actuación de los nacientes partidos regionalistas y nacionalistas. No obstante, a partir de la implantación del sufragio universal masculino, ya en la década de los noventa del siglo XIX, comenzaron a mejorar sus resultados electorales, llegando incluso a alcanzar alguna que otra victoria de renombre, como cuando en las elecciones municipales de 1892 triunfó en Madrid el candidato republicano.

El Nacionalismo y el Regionalismo

El nacionalismo y el regionalismo. Durante la Restauración, empezaron a surgir movimientos que reivindicaban los derechos históricos de una serie de regiones, tales como Cataluña, el País Vasco, Galicia y Andalucía. Sin duda, de todos ellos los más fuertes y los primeros en surgir fueron los de Cataluña y el País Vasco, debido a que allí existía una lengua propia y una burguesía desarrollada que mostró interés por las ideas nacionalistas. En Cataluña, el nacionalismo surgió en torno a figuras del calibre de Valentí Almirall o, sobre todo, Enric Prat de la Riba, llegando a redactar un programa, las llamadas Bases de Manresa, que se convirtió en el documento básico del nuevo nacionalismo catalán. Se trataba de un movimiento fundamentalmente burgués, como ya se ha comentado, que en principio no planteaba la independencia de España, sino más bien una propuesta de creación de un sistema federal en el que las distintas regiones consiguieron cierto grado de autonomía y la creación de instituciones propias. Por su parte, el nacionalismo vasco surgió en fechas más tardías, cuando en 1895 Sabino Arana fundaba el Partido Nacionalista Vasco. Aunque inicialmente se mostraba como un movimiento radical, reivindicando la independencia de España, poco a poco fue suavizando su postura, renunciando al separatismo en beneficio de una postura más conservadora. Para terminar con este apartado habría que decir que los demás nacionalismos, como el andaluz o el gallego, tuvieron mucha menos importancia y arraigo, al carecer esas regiones de una burguesía fuerte que los impulsara, por lo que su desarrollo sólo se lograría, y de manera más bien tímida, a partir de principios del siglo XX.

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