La Restauración Borbónica: Estabilidad Política y Desafíos en España (1874-1931)

El Régimen de la Restauración: Características y funcionamiento del sistema canovista

Tras el fracaso del Sexenio Democrático, se restauró la monarquía borbónica con Alfonso XII, dando paso a una etapa de cierta estabilidad política hasta finales del siglo XIX. Esta estabilidad se apoyó en la Constitución de 1876, el sistema bipartidista impulsado por Cánovas del Castillo y una mejora económica.

Sin embargo, el sistema se sostenía sobre un importante fraude electoral, lo que excluía a las masas populares y a los partidos no dinásticos. Además, surgieron nuevas ideologías opositoras, como el regionalismo y nacionalismo en zonas periféricas y un movimiento obrero cada vez más fuerte.

La figura clave del periodo fue Antonio Cánovas del Castillo, quien preparó el regreso de los Borbones durante el gobierno de Serrano.

Redactó el Manifiesto de Sandhurst, firmado por el príncipe Alfonso, en el que este se ofrecía como la única solución para los problemas de España, defendiendo una monarquía conservadora, católica y comprometida con el liberalismo político y el orden social. Aunque Cánovas no quería un nuevo pronunciamiento militar, el general Martínez Campos proclamó rey a Alfonso XII en Sagunto en 1874, con apoyo del ejército y la burguesía.



Bases del sistema

El sistema se basaba en principios que Cánovas consideraba «irrenunciables»: defensa de la monarquía borbónica, la religión católica, la soberanía compartida entre Rey y Cortes, la subordinación del ejército al poder civil, la defensa de la propiedad privada, el orden social, y el Estado centralista con control de las colonias.

Para garantizar la estabilidad, se estableció un sistema de turnismo entre dos grandes partidos dinásticos que compartían estas bases ideológicas. El Partido Conservador, liderado por Cánovas, agrupaba a los sectores más tradicionales, mientras que el Partido Liberal, dirigido por Sagasta, reunía a antiguos progresistas, unionistas y demócratas. Ambos partidos, formados por élites y clase media acomodada, se turnaban en el poder sin cuestionar el sistema. No se promulgaban leyes que el otro tuviera que derogar.

Los partidos excluidos del sistema —republicanos, carlistas, socialistas, anarquistas y nacionalistas catalanes y vascos— pasaron a formar la oposición. Destacan el PSOE fundado en 1879 por Pablo Iglesias y el anarquismo, fuerte en Andalucía y Cataluña.


La Constitución de 1876

Redactada bajo los principios de Cánovas, fue la de mayor duración en la historia de España. Recogía la soberanía compartida entre Rey y Cortes; el Rey tenía amplios poderes (derecho de veto, disolver Cortes, nombrar gobierno y senadores). Las Cortes eran bicamerales (Congreso y Senado).

El tipo de sufragio no se fijaba: la ley electoral de 1878 estableció el sufragio censitario y la de 1890, con los liberales, el universal masculino. España se definía como un Estado confesional, aunque se permitía el culto privado de otras religiones. Se reconocían derechos y libertades, pero su aplicación se dejaba a leyes posteriores, lo que permitió restringirlos.



El turnismo

El turno pacífico era un mecanismo por el que los dos partidos dinásticos se alternaban en el poder para evitar inestabilidad y golpes de Estado.

Cuando un partido se desgastaba, el rey llamaba al otro a formar gobierno, que convocaba elecciones para consolidar su mayoría. Estas elecciones eran manipuladas para asegurar la victoria, lo que hacía que el sistema fuera una ficción democrática.


Fraude electoral y caciquismo

La alternancia solo era posible por el fraude electoral, organizado desde el Ministerio de la Gobernación y ejecutado por gobernadores civiles, alcaldes y caciques.

El ministro elegía a los candidatos “oficiales” y los caciques, personas influyentes sobre todo en el ámbito rural, se encargaban de controlar el voto mediante favores, amenazas o compra de votos. Se utilizaban trampas como el pucherazo, con censo manipulado, actas falseadas y coacciones. La elevada abstención (menos del 20% de participación) mostraba el desinterés y desencanto de la sociedad hacia un sistema cerrado.



Fin de los conflictos bélicos

La Restauración logró finalizar dos conflictos: la Tercera Guerra Carlista, que terminó con la rendición de Carlos VII y la abolición del régimen foral en Navarra y el País Vasco; y la Guerra de los Diez Años en Cuba, que acabó con la Paz de Zanjón (1878), en la que se acordó la amnistía, la abolición de la esclavitud y reformas que no se cumplieron, lo que provocó una nueva guerra.


Evolución política

El reinado comenzó con gobiernos conservadores hasta 1881, que restringieron libertades y reforzaron el centralismo.

A partir de ahí, los liberales introdujeron reformas. La muerte de Alfonso XII en 1885 dejó a Mª Cristina como regente, lo que motivó el Pacto del Pardo, un acuerdo entre partidos dinásticos para sostener el sistema.

Durante la regencia se aprobó la Ley de Asociaciones, se abolió la esclavitud y en 1890 se instauró el sufragio universal masculino. En la última década del siglo, el turnismo se mantuvo, pero empezó a debilitarse por la dependencia de sus líderes y el fraude constante, lo que alimentó el desencanto social.

El desastre del 98 (pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas) evidenció la crisis del sistema. Surgió el regeneracionismo, un movimiento que pedía reformas profundas. Aunque el sistema había proporcionado estabilidad, lo hizo a costa de la corrupción, exclusión y apatía popular, lo que acabaría llevándolo a la crisis definitiva con la Dictadura de Primo de Rivera y la caída de Alfonso XIII en 1931.

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