Antonio Cánovas del Castillo, por su formación como historiador y por tener experiencia política, había llegado a la conclusión de que las divisiones y conflictos internos habían lastrado el progreso del país, por lo que creía necesario establecer un gobierno liberal, conservador y estable. Tras advertir que la Primera República se iba a acabar, preparó la llegada de Alfonso, hijo de Isabel II. En 1874 logró que Alfonso firmara el manifiesto de Sandhurst, que se comprometía a establecer un gobierno constitucional en el país. Faltaba acabar con la República y llevar a Alfonso XII al trono, algo que sucedió tras el pronunciamiento de Martínez Campos. Esto permitió a Cánovas convertirse en el arquitecto de un nuevo sistema político donde reinaban el orden y la estabilidad.
La base de la Restauración iba a ser la Constitución de 1876, un texto flexible para que fuera aceptado por progresistas. La monarquía iba a ser fundamental para garantizar el orden. El rey compartía la soberanía con las Cortes, podía cambiar y destituir al jefe de gobierno y a sus ministros y no respondía ante el parlamento. Se establecieron Cortes bicamerales, con un Senado con miembros por derecho propio o elegidos por el monarca; y un Congreso de los Diputados elegidos por sufragio. La Constitución permitía que en las futuras leyes se regularan los derechos de asociación y reunión y recogía la libertad de prensa y de culto.
La estabilidad política no llegó solo con la aprobación de este texto constitucional; Cánovas tenía en mente la formación de un modelo bipartidista, en el que los dos partidos comprometidos con la Restauración se alternasen en el poder pacíficamente.
- El partido conservador, liderado por Cánovas, defendía el sufragio censitario, la propiedad y la reconciliación con la Iglesia.
- El partido liberal de Sagasta pretendía el sufragio universal masculino, la ampliación de derechos y libertades y la secularización del país reduciendo la influencia de la Iglesia.
Ambos partidos organizaron el turnismo, un pacto por el que acordaban alternarse el poder de forma pacífica. Esto conllevaba la manipulación de procesos electorales para obtener los resultados deseados. El rey destituía al anterior ejecutivo y nombraba como jefe del Gobierno al líder del otro partido. Desde entonces, se daba el “encasillado”, en la que se acordaba el reparto de escaños. A continuación, se procedía a alterar las elecciones a nivel local, tarea en la que jugaba un papel central la figura del cacique, oligarca local que a través de sus influencias, de los favores o de la presión se encargaba de que en su municipio salieran los resultados esperados.
Por otra parte, Cánovas propició una reconciliación con la Iglesia, logrando que la institución reconociera al Estado liberal a cambio de una mayor influencia social y cultural.
El sistema ideado por Cánovas en esta etapa de la Restauración garantizó una mayor estabilidad; sin embargo, especialmente tras el Desastre del 98, se hizo evidente que el régimen atravesaba una grave crisis, sacudido por la corrupción y las demandas de campesinos, trabajadores de la industria y de los nacientes movimientos nacionalistas vasco y catalán.