1. La Regencia de María Cristina de Habsburgo y el Turno de Partidos
En 1885, tras la muerte de Alfonso XII, el partido conservador gobernaba siguiendo la lógica del turnismo: 1875-1880, partido conservador; 1881-1884, partido liberal. Con la firma del Pacto de El Pardo entre Cánovas y Sagasta se evitó una posible crisis sucesoria al entregar la Regencia a la esposa del rey, María Cristina de Habsburgo, que estaba embarazada del futuro Alfonso XIII, y ceder el gobierno a los liberales para dar confianza a la nación.
Comienza así el llamado «gobierno largo» liberal (1885-1890) que introdujo importantes reformas en el sistema canovista: aprobación de los Códigos Civil y de Comercio, Ley de procedimiento administrativo, ampliación de libertades (Ley del Jurado, de Asociaciones, amplia libertad de expresión, de cátedra, libertad de imprenta, amnistía), culminadas con el sufragio universal masculino de 1890.
En la última década del siglo, los partidos se alternaron bianualmente, mostrando signos de agotamiento. Tuvieron que enfrentarse al problema de Cuba, que estalló en 1895, paralizando la acción de gobierno (el intento de reforma de Antonio Maura de 1892 no prosperó). Su práctica inactividad impidió realizar reformas profundas en Hacienda que incrementasen los recursos del Estado y permitieran su mejor distribución, apenas se preocuparon por la situación de la clase trabajadora o por impulsar la industria y renovar la agricultura.
2. La Oposición al Sistema: Carlistas, Republicanos y Asociaciones Obreras
Durante el último quinquenio del siglo, el régimen de Cánovas comenzó a resquebrajarse, en parte por su muerte en 1897 a manos del anarquista Angiolillo, en parte por el conflicto cubano y la intervención de Estados Unidos y, especialmente, por la mayor actividad de los grupos de oposición: carlistas, republicanos, movimiento obrero, regionalismos y nacionalismos, que provocaron su colapso en 1898.
El Carlismo
El carlismo, derrotado definitivamente en 1876, quedó reducido a la organización estructurada por Nocedal que, entre 1890 y 1923, participó en las elecciones obteniendo entre 7 y 13 diputados en el Congreso. Muy conservadores, perdieron fuerza en Guipúzcoa y Vizcaya, pero la mantuvieron en Navarra y Álava. Al llegar la crisis de 1898 hubo algunas conspiraciones e insurrecciones infructuosas en Cataluña y Levante.
Los Republicanos
Los republicanos fueron legalizados en 1881 y, a partir de las elecciones por sufragio universal de 1890, pudieron acceder a los Ayuntamientos y formar parte de las Cortes. Su escisión en tres tendencias y su escasa incidencia en las reformas sociales les hicieron tener poca repercusión en las masas trabajadoras, siendo su base electoral las clases medias urbanas de Cataluña, Valencia o Madrid.
- La tendencia de Castelar, llamada histórica o posibilista, aceptó la colaboración con el sistema canovista y acabó integrándose en el Partido Liberal de Sagasta.
- En una posición central se encontraban Salmerón y Ruiz Zorrilla, defensores a ultranza de la Constitución de 1869.
- En la izquierda, los federalistas de Pi y Margall y Figueras, los más preocupados por los problemas sociales y que tuvieron una gran implantación electoral entre el proletariado catalán.
El Sector Obrero
El sector obrero había incrementado su número hasta llegar al millón de trabajadores a finales del siglo XIX. Durante la Restauración, el movimiento obrero se escindió en dos corrientes ideológicas surgidas con la I Internacional en 1868: la anarquista y la marxista.
El Anarquismo
El anarquismo se había afincado en el área agraria de Andalucía y en la industrial de Cataluña. Su éxito se basó en su oposición al capitalismo y al centralismo estatal, destructor de los sistemas tradicionales de cooperativismo, comunalismo y autonomía municipal. Durante el último tercio del siglo XIX se crearon numerosas agrupaciones locales, pero pocas federaciones nacionales, como la Federación Regional Española (1870) o la Federación de Trabajadores de la Región Española (1883). Muy reprimidas por su vinculación con la Mano Negra (1883), acusadas de terrorismo por el gobierno. Desde 1882 utilizaron dos estrategias: la huelga general revolucionaria, arraigada principalmente en Cataluña, y el empleo de la violencia, que tuvo más penetración en Andalucía.
Durante la década de los 90 predominó la acción violenta, con episodios como los levantamientos de Jerez de 1882, reprimidos con energía, y respondidos con el atentado de Paulino Pallás contra Martínez Campos en 1893, su ejecución llevó a la colocación de la bomba del Liceo. La represión subsiguiente motivó nuevas acciones anarquistas, como las bombas lanzadas en la procesión del Corpus, que supuso el arresto de 400 anarquistas, que a su vez provocó el asesinato de Cánovas a manos del anarquista Angiolillo en 1897. Esta estrategia continuó en los primeros años del siglo XX con los atentados a Maura y al propio rey Alfonso XIII el día de su boda.
El Socialismo
El socialismo no se constituyó como partido político hasta 1879, fecha de la fundación del PSOE en Madrid. En 1888 se constituyó en Barcelona la UGT, sindicato ligado a la II Internacional, de orientación moderada y reformista. Su estrategia partía de una ideología autoritaria y centralista, partidaria de la dictadura del proletariado, la abolición de la propiedad privada, la huelga revolucionaria y la lucha política. Tanto el PSOE como la UGT tuvieron una fuerte implantación en el País Vasco, Asturias, Madrid y zonas mineras como Río Tinto, Puerto Llano y Linares. No obstante, su expansión fue lenta y solo comenzó a tener relevancia en la primera década del siglo XX, cuando Pablo Iglesias obtuvo en 1910 su escaño como diputado por Madrid.
3. La Oposición al Sistema: Nacionalismos y Regionalismos Periféricos
La creación del Estado Liberal, en su afán de centralización y uniformismo administrativo, no fue capaz de integrar la diversidad de territorios con lengua, cultura e instituciones propias (Navarra, País Vasco) o con un pasado histórico muy arraigado (Cataluña). Durante la Restauración se reafirmó el centralismo al tiempo que se incrementaba el despegue económico e industrial de Cataluña y País Vasco. Ambos factores son determinantes para la formación del nacionalismo en estos dos ámbitos.
El Catalanismo
El catalanismo parte del movimiento de la Renaixença de carácter cultural (1850-1860). Durante el Sexenio, Cataluña afirma su personalidad a través del republicanismo federal, aspirando a tener instituciones políticas y administrativas propias. Al llegar la Restauración, y frustradas sus aspiraciones federalistas, surgieron grupos, personalidades y asociaciones como el antiguo federalista Valentí Almirall y su Diari Catalá de 1879, que fueron la base del Centre Catalá de 1885, del que saldrá el “Memorial en defensa de los intereses morales y materiales de Cataluña” que se enviaría a Alfonso XII. Entre los sectores conservadores y burgueses destacan Joan Mañé i Flaquer, Prat de la Riba, Durán i Bas, Puig i Cadafalch, de los que saldrán asociaciones como la Lliga de Cataluña de 1887 y la Unió Catalanista de 1891. Esta última redactará las Bases de Manresa en 1892. Todos estos grupos aún tenían un carácter regionalista pero reivindicando un poder político para Cataluña dentro del Estado español.
El desastre de 1898 convirtió el regionalismo en nacionalismo, adquiriendo el catalanismo fuerza política, pretendiendo regenerar desde la periferia el desastre español. La burguesía catalana se alía con los defensores del catalanismo en una coalición que triunfa en las elecciones de 1901 y que será el núcleo del primer partido catalán conservador, la Lliga Regionalista de Francesc Cambó y Prat de la Riba.
El Nacionalismo Vasco
El País Vasco conservó sus fueros hasta 1839: Juntas generales, leyes propias, hacienda propia, aduanas, impuestos y privilegios en las contribuciones. Algunos de estos derechos no se perdieron tras el Convenio de Vergara, manteniéndose hasta 1876 (fin de la Tercera Guerra Carlista). La pérdida de los fueros, salvo el llamado “concierto económico”, generó un sentimiento de rechazo hacia el gobierno de Madrid. Estimulado por el ejemplo catalán, el nacionalismo vasco parte del carlismo y se aceleró por el crecimiento económico del último tercio del siglo XIX, plasmándose en una variedad de grupos, personalidades y asociaciones, destacando el de Vizcaya, el más radical, dirigido por Sabino Arana. Este escritor de filiación carlista comenzó a actuar hacia 1893 con el periódico Bizkaitarra y la asociación Euskaldun Batzokija (1894). Luego se creó el Bizkai Buru Batzar (1895), origen del Partido Nacionalista Vasco (PNV), que desde ese mismo año comenzó a participar en las elecciones municipales, a la Diputación y al Congreso. Su ideología era de carácter confesional, racista, antiindustrial y antisocialista.
El Galleguismo
El galleguismo parte del Rexurdimento cultural gallego, cuyas figuras principales fueron Rosalía de Castro y Manuel Murguía, apoyados por Emilia Pardo Bazán. Su conciencia política comienza con la república federal (1873) y continuó con escritores federalistas como Moreno Barcia y su proyecto de constitución gallega de 1887. Hacia finales de siglo el galleguismo se consolida entre las clases medias de abogados, médicos y funcionarios. Alfredo Brañas publica en 1889 “El Regionalismo”, de pensamiento conservador y descentralizador, contra el caciquismo y a favor de la redención de los foros. En 1891 Manuel Murguía crea la Asociación Regionalista Gallega, y en 1897 la Liga Gallega.
El Valencianismo
El valencianismo nace del fenómeno cultural de la Renaixença con nombres como Teodoro Llorente, Constantí Llombart, Félix Pizcuela y Vicente Wenceslao Querol. El primero, conservador, defenderá la unidad de España y se liga a los Jocs Florals de 1879. Llombart se preocupa por la proyección política valencianista y sigue con fidelidad los logros catalanistas. Solo algunos escritores se identifican con el resurgir de la identidad valenciana (Lluís Tramoyeres o Faustí Barberà Martí). Solo a principios del siglo XX aparecen algunas entidades de carácter regionalista, aunque minoritarias como València Nova (1904), que organizó la 1ª Asamblea Regionalista Valenciana.
El Andalucismo
El andalucismo tendrá en Blas Infante su principal representante. En 1915 publicó “Ideal Andaluz” donde reivindicaba la personalidad única de Andalucía y la creación de la Mancomunidad Andaluza.