La Restauración y el Desastre del 98

El Reinado de Alfonso XII: El Sistema Canovista y la Constitución de 1876

Tras el convulso Sexenio Democrático, con los fracasos del reinado de Amadeo I y del periodo republicano, la política española entró en un periodo conservador, marcado por la estabilidad, conocido como la Restauración. Esta Restauración comenzó con la llegada de Alfonso XII, propiciado por Antonio Cánovas del Castillo, quien hizo firmar al príncipe el Manifiesto de Sandhurst. Con este manifiesto, Alfonso XII se presentaba al pueblo español como un personaje conciliador que se ofrecía como monarca constitucional. Tras la publicación de dicho manifiesto y su aceptación por el pueblo, el general Martínez Campos pronunció en Sagunto su golpe militar, permitiendo la coronación del príncipe, lo que supuso el restablecimiento de la casa Borbón en la persona de Alfonso XII.

Este llegó a España desde Francia en enero de 1875, donde inmediatamente firmó un decreto que ratificaba a su amigo y consejero Cánovas como presidente del Consejo de Ministros. Nombró a todos los ministros del gobierno, entre los que predominaban los canovistas junto con los antiguos moderados que habían servido a su madre. Así se inició el nuevo régimen político conocido como Sistema Canovista, que tomaría como modelo el sistema británico, con una monarquía parlamentaria en la que dos partidos tomarían pacíficamente el poder.

Dichos partidos serían:

  • El Partido Conservador, creado por el propio Cánovas, que integraba a los antiguos miembros del Partido Moderado y de la Unión Liberal.
  • El Partido Liberal, liderado por Sagasta, y formado por los antiguos progresistas y constitucionalistas.

Ambos partidos se diferenciaban muy poco en la práctica el uno del otro, coincidiendo ideológicamente en lo esencial: la defensa de la monarquía, el respeto hacia las libertades políticas, y el mantenimiento del Estado centralista y uniforme. Se trataba, por tanto, de un falso régimen parlamentario, ya que los dos partidos, conservadores y liberales, solo representaban los intereses de la burguesía. El turno del poder respondía a acuerdos previos y al fraude electoral (denominado pucherazo), falsificando los votos del censo.

Dentro de este periodo, en el que el gobierno lo ejerció habitualmente el partido conservador con Cánovas en el poder, los principales logros tuvieron que ver con la pacificación bélica, consiguiendo el fin de las guerras carlistas y la insurrección cubana, y sobre todo la creación de la Constitución de 1876. Esta constitución, moderada y basada en lo esencial en la de 1845, con algunos derechos de los proclamados en la de 1869, se caracterizaba por la elasticidad: el articulado, poco preciso, era compatible con los comunes cambios de gobierno, pudiendo así variar las leyes ordinarias sin tener que cambiar la constitución entera, lo que la permitió perdurar durante casi cincuenta años, hasta la dictadura de Primo de Rivera.

El momento más delicado para el nuevo sistema llegó en noviembre de 1885 con la muerte prematura de Alfonso XII, quien había tenido dos hijas con su segunda esposa, María Cristina de Habsburgo. Meses después, daría a luz al futuro Alfonso XIII, lo que contribuyó a perpetuar el sistema bajo la regencia de María Cristina.

La Regencia de María Cristina de Habsburgo y el Turno de Partidos. La Oposición al Sistema: Republicanismo y Nacionalismo

En 1885, tras la restauración de la casa Borbón en el trono español, el rey Alfonso XII falleció prematuramente, quedando su viuda María Cristina como regente hasta la mayoría de edad del futuro Alfonso XIII, primogénito varón y póstumo del fallecido rey.

Durante este periodo, Sagasta fue el encargado de la presidencia del gobierno, reanudando inmediatamente la política liberal durante su gobierno largo, y el turno de partidos. Formándose las Cortes más duraderas de toda la Restauración, que promulgaron una serie de leyes que representaban el ideal del liberalismo, como la Ley de Asociaciones, la Ley del Jurado y la Ley de Sufragio Universal. En cualquier caso, el caciquismo y el fraude electoral siguieron vigentes, y las acusaciones de corrupción contra el partido liberal provocaron que los conservadores volvieran a ser llamados al poder, de nuevo de la mano de Cánovas, hasta su asesinato en 1897.

Otra línea de oposición al sistema fue la aparición de los movimientos nacionalistas periféricos que se manifestaron en la última década del siglo. Estos, denominados como regionalismos y nacionalismos, partían de la idea de las diferencias culturales de cada zona del país, alejándose de la política unitaria propia del Estado liberal. En Cataluña existía una intensa conciencia nacional que se tradujo en iniciativas sociales muy variadas, como asociaciones, periódicos, etc. que trataban de recuperar la lengua y la cultura catalana.

La Liquidación del Imperio Colonial: Cuba y Filipinas, el Desastre del 98 y sus Repercusiones

Durante la época de la Restauración, España contaba únicamente como colonias con las islas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, consideradas los últimos restos del gran Imperio español formado durante la época de los Habsburgo. La mayoría de estas colonias de dicho imperio habían alcanzado su independencia durante el desastroso reinado de Fernando VII, convirtiéndose en repúblicas independientes gobernadas por las minorías criollas, quedando tan solo estas. Estas islas iniciaron sus movimientos independentistas a finales del siglo XIX.

Estos movimientos comenzaron tras el primer intento insurreccional en Cuba, que la firma de la Paz de Zanjón no había logrado disipar. Este sentimiento nacionalista se vio acentuado con el descuido desde la administración central en España, que se mostraba indiferente ante las distintas peticiones de los cubanos de tener un representante en las Cortes, participar en el gobierno de la isla, la libertad de comercio y la abolición de la esclavitud; peticiones que fueron denegadas por el gobierno español. Tan solo durante el gobierno de Sagasta se consiguió concretar la abolición formal de la esclavitud en 1888.

Esta falta de reformas estimuló los deseos de emancipación de la isla, fundándose en 1893, de la mano de José Martí, el Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo era la independencia cubana total. Esta idea logró un importante apoyo exterior, especialmente en EE.UU., ante lo que la guerra volvió a estallar mediante un levantamiento general, denominado el Grito de Baire. El momentáneo presidente del gobierno español, Cánovas, envió un ejército al mando del general Martínez Campos, que trató de reprimir la rebelión, y ante su ineficacia fue sustituido por el general Weyler, quien se mostró implacable con los rebeldes, aplicando la pena de muerte tanto a militares como a civiles.

Tras el asesinato de Cánovas, Sagasta asumió la presidencia del gobierno e introdujo rápidamente algunas reformas buscando la reconciliación con los isleños; reformas que llegaron tarde y no fueron aceptadas por los independentistas, quienes se negaron a aceptar el fin de la guerra. Fue entonces cuando EE.UU. decidió intervenir directamente, enviando el acorazado Maine, que estallaría poco después, siendo culpada directamente España. Estalló así una guerra internacional en la que España, consciente de su inferioridad militar, y al considerar humillante la retirada, decidió participar, siendo la flota española derrotada rápidamente, comenzando así la ocupación estadounidense de la isla.

Paralelamente a este conflicto se produjo la rebelión de las islas Filipinas, en las que los intereses económicos españoles eran muchos menores que en Cuba, pero aun así existía una notable producción de tabaco que servía como enlace para el comercio con Asia. Esta rebelión filipina comenzó con la fundación de la Liga Filipina, y con el apoyo de Norteamérica, quienes también estuvieron presentes como «libertadores», derrotando también a la escuadra hispana, y obligando a España a firmar el Tratado de París en 1898, por el cual España perdía Cuba, Puerto Rico y las islas Filipinas.

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