3. La Revolución del Transporte: El Ferrocarril
En España se pretendía seguir el ejemplo de los países de Europa Occidental, que desde 1840 habían creado una red ferroviaria que estimulaba la economía en su conjunto, pues facilitaba los intercambios y potenciaba la industria siderometalúrgica. La primera línea construida en España fue la de Barcelona-Mataró (1848), pero la aceleración de la construcción se desencadenó a partir de la:
- Las principales concesiones se otorgaron a compañías extranjeras que importaron el material ferroviario, con lo que, a diferencia de lo ocurrido en otros países, la construcción de la red española no estimuló apenas la industria siderúrgica nacional.
- La red ferroviaria española es de estructura radial, con Madrid como centro. Lo que facilita la comunicación de Madrid con las distintas regiones, pero no la comunicación entre ellas.
Para algunos historiadores, a pesar de estos aspectos negativos, el ferrocarril resultó el instrumento indispensable para que España pudiera conseguir un sistema de transporte más barato y eficaz en comparación con los sistemas de transporte terrestre tradicionales. Los tres grupos financieros (constituidos en su mayor parte con capitales franceses) que obtuvieron las principales concesiones ferroviarias fueron:
Transformaciones Sociales: Crecimiento Demográfico, de la Sociedad Estamental a la Sociedad de Clases y Génesis del Movimiento Obrero
1. Crecimiento Demográfico
La población española pasó de 11 millones de habitantes, en 1800, a 18,6 en 1900. Fue un crecimiento lento, 6% anual, inferior al de otros países europeos, debido a una mortalidad y a una natalidad españolas, más propias de una sociedad del Antiguo Régimen que de un país moderno. La tasa de mortalidad era muy elevada (al finalizar el siglo aún era del 28%) por:
- Las guerras.
- Las enfermedades infecciosas (cólera y tuberculosis) que afectaban a unas clases populares subalimentadas y expuestas al contagio por las deficientes medidas higiénicas y sanitarias. Desde mediados de siglo los gobiernos comenzaron a tomar medidas frente a esto (inspección de aguas, recogida de basuras, vacunación).
- Las crisis de subsistencias por malas cosechas, debidas a la escasa productividad de la agricultura española, agravadas por las pésimas comunicaciones. Hasta el último tercio de siglo con el ferrocarril, no se atenuaron las consecuencias de estas crisis.
La mortalidad era compensada por una elevada natalidad, que explica el crecimiento demográfico.
En las décadas finales del siglo, la proliferación de medios de transporte, como el ferrocarril o los barcos de vapor, abarataron los viajes, y la corriente migratoria aumentó de forma significativa. En el interior, dio lugar a un proceso de migración del campo a la ciudad, un éxodo rural hacia ciudades periféricas (Sevilla, Valencia, Málaga, Bilbao, Barcelona) y de Madrid, en unos casos promovido por el auge industrial, en otros por la mayor demanda de servicios.
Se produjo un gran incremento de la emigración al exterior, debida al débil desarrollo del país y a la penuria de los sectores populares. Entre 1880 y 1914, cientos de miles de españoles embarcaron hacia Sudamérica, sobre todo hacia Argentina, y la mayoría de ellos lo hizo de forma definitiva.
2. De la Sociedad Estamental a la Sociedad de Clases
La revolución liberal-burguesa supuso la transformación de la sociedad estamental en una sociedad de clases. La sociedad ya no se divide en estamentos cerrados, con estatutos jurídicos diferentes, sino que todos son ciudadanos son iguales ante la ley. El principal criterio de división social es el económico, que clasifica a la población por su nivel de renta -clases altas, medias y bajas- o por su papel en el proceso de producción -burguesía industrial, clase obrera,..-.
1) La Nueva Clase Social Dominante: Las Clases Altas
La alta nobleza conservó sus títulos, con carácter honorífico -sin privilegios estamentales-. Los nobles que poseían señoríos en el Antiguo Régimen salieron favorecidos por como se abolió en España el régimen señorial, ya que las tierras de los señoríos pasaron a poseerlas como propiedad privada. La alta nobleza también se dedicó a invertir sus rentas en Deuda, en Bolsa, en la Banca y el ferrocarril, fundiendo sus intereses con los de la burguesía. Conservó centros de poder por su posición en la Corte, en el Ejército, y en la política porque ocupaba escaños vitalicios en el Senado.
La alta burguesía fue la nueva clase que emergió al beneficiarse con la compra de las tierras desamortizadas y con las inversiones en finanzas, industrias y ferrocarriles.
Junto a la alta nobleza y a la alta burguesía, habría que incluir dentro de la clase dominante a los altos cargos del ejército y del Estado y a la jerarquía eclesiástica.
Se constituyó una oligarquía terrateniente, industrial y financiera, resultado de la alianza entre la vieja alta nobleza y la nueva burguesía propietaria. Esta oligarquía se erigió en clase dominante del nuevo régimen liberal. Grupo hegemónico que se consolidó durante la Restauración.
2) Las Clases Medias
Formadas por la mediana y pequeña burguesía (propietarios agrarios y de fincas urbanas de nivel medio, medianos y pequeños comerciantes y empresarios), cargos intermedios del ejército y del funcionariado y profesionales liberales de rentas medias. En España, su escaso número, no más del 5%, evidenciaba la polarización de la sociedad española y era un reflejo de la débil industrialización.
3) Las Clases Bajas
El campesinado era el 80% de la población a mediados del s-XIX. En la mitad norte de España abundaban los pequeños propietarios agrarios, en el interior los pequeños arrendatarios, y, en el sur los jornaleros agrícolas, por el predominio de los latifundios. Los campesinos fueron los grandes sacrificados de las reformas liberales, ya que no se reconocieron sus derechos sobre las tierras señoriales ni se les facilitó el acceso a las propiedades desamortizadas. La situación del jornalero sin tierra era la peor: salarios de hambre, paro estacional. Unos huyeron del hambre emigrando a centros industriales, otros optaron por soluciones desesperadas (ocupación de tierras, bandolerismo).
Dentro de la población popular de los núcleos urbanos se pueden distinguir los siguientes grupos:
- Trabajadores de los talleres artesanales.
- El crecimiento de las ciudades, en la última parte del siglo, provocó el aumento de los trabajadores del sector servicios (niveles inferiores de los funcionarios y empleados públicos y los trabajadores “de cuello blanco”, los oficinistas de las empresas, sociedades y organismos financieros).
- Trabajadores del servicio doméstico. Un numeroso grupo que se empleará y vivirá en los palacios de la nobleza, en las residencias de la alta burguesía y en casas de sectores de clase media.
- Trabajadores no cualificados y población marginal (mendigos, prostitutas,…).
- El proletariado urbano de las zonas industriales fue la nueva clase en aumento, aunque todavía minoritaria, que se nutrió del éxodo rural y de los antiguos artesanos arruinados. Las condiciones de vida de la clase obrera eran especialmente duras:
- Jornadas superiores a las 12 horas.
- Salarios muy bajos.
- Trabajo de mujeres y niños con menos salario.
- Inseguridad y falta de higiene en el trabajo (accidentes y enfermedades laborales).
- Crecimiento de barrios obreros sin saneamientos. Foco de enfermedades infecciosas y sociales (alcoholismo y enfermedades venéreas) propias de medio social embrutecido en el que se hacinaban las familias en habitaciones compartidas.
- Inexistencia de las prestaciones sociales del Estado: jubilación, enfermedad.
3. Génesis y Desarrollo del Movimiento Obrero en España
1) De los Orígenes hasta 1868
Hasta 1868 el movimiento obrero se desarrolló dentro del no reconocimiento del derecho a asociación por parte de las autoridades liberales. Tuvo su mayor fuerza en Cataluña (2/3 de los proletarios españoles 100.000 pertenecían a la industria textil catalana).
Las acciones del primer obrerismo español combinaron manifestaciones aisladas y violentas propias del ludismo (destrucciones de máquinas en Alcoy (1821), incendio de la fábrica Bonaplata de Barcelona (1835)) con la creación de mutualidades obreras para cubrir las necesidades básicas de sus asociados en caso de enfermedad o accidente (sociedades de ayuda mutua), pero también en caso de huelga para financiarla (sociedades de resistencia).
El siguiente paso organizativo fue la constitución de sindicatos de oficios (agrupación de los obreros de un mismo oficio en una determinada localidad). El primero se fundó en Barcelona en 1840: la Asociación de Tejedores de Barcelona. Pronto proliferaron por todo el país. En 1844 los moderados las prohibieron, y la mayoría de ellas pasaron a la clandestinidad.
Durante el Bienio Progresista, el obrerismo conoció una mayor expansión, gracias a cierta tolerancia del gobierno. Se produjo un importante movimiento en Cataluña en defensa del reconocimiento del derecho al asociacionismo obrero (lo que no se consiguió). En julio de 1855 estalló en Barcelona una primera huelga general en defensa del derecho de asociación.
Durante el gobierno de la Unión Liberal (1856-63), el movimiento obrero permaneció aletargado, por la prosperidad económica y por la represión gubernamental. A partir de 1863, volvieron las movilizaciones obreras, ahora politizadas por demócratas y republicanos, contra el régimen de Isabel II. La actuación de los obreros sería decisiva en la Revolución de 1868.
En cuanto a las agitaciones campesinas, ocurrieron sobre todo en Andalucía (sublevación de Loja de 1861), zona de latifundismo y de jornaleros agrícolas, y respondían al mismo esquema: el hambre empujaba a la ocupación ilegal de tierras, pero su carácter local y la escasa o nula organización del movimiento facilitaba la intervención de la Guardia Civil y la represión.
2) El Movimiento Obrero durante el Sexenio Democrático: El Internacionalismo
El reconocimiento de la libertad de asociación permitió a las organizaciones obreras salir a la luz y expandirse. La revolución de 1868 despertó las esperanzas de obreros y campesinos en reformas sociales. Pero la falta de estas provocó la separación del movimiento obrero de los partidos demócrata y republicano. Llegaron las ideas revolucionarias del internacionalismo, partidarias de la revolución social y de la abolición de la propiedad privada, con la rápida implantación en España de la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores) o I Internacional.
En 1868 Bakunin envió a Gluseppe Fanelli a España para que organizara la sección española de la AIT, dentro de la corriente anarquista (que pretendía la revolución social y la abolición del Estado, no siendo partidaria de la creación de partidos políticos obreros, ni de participar en las elecciones). Fanelli creó dos secciones, a las que se adhirieron organizaciones y asociaciones obreras: una en Madrid y otra en Barcelona, la más numerosa y sólida. En 1870 se reunió en Barcelona el primer congreso de la Federación Regional Española de la AIT (FRE).
El Congreso fijó objetivos sindicales y sociopolíticos, además de la posición anarquista de no crear ningún tipo de partido obrero ni de colaboración ni alianza de la Federación Regional Española con los partidos burgueses. En 1871, llegó a Madrid Paul Lafargue, yerno de Marx, para reconducir hacia el marxismo a los internacionalistas españoles. Los marxistas defienden la toma del Estado por la clase obrera (en su lucha de clases contra la burguesía), no su disolución, porque consideran al Estado como un instrumento para realizar la revolución social (alcanzar la sociedad socialista, donde la propiedad de los medios de producción fuera de carácter colectivo, frente a la sociedad capitalista-burguesa, donde la propiedad de los medios de producción es de carácter privado, lo que da lugar a la plusvalía, el origen de la desigualdad y de la explotación entre los hombres). Los marxistas son partidarios de los partidos políticos obreros y de participar en el juego parlamentario. Lafargue consiguió que un pequeño grupo de la sección madrileña constituyese la marxista Nueva Federación Madrileña.
Comenzó así la escisión del movimiento obrero español entre socialistas y anarquistas.
En el Congreso de Zaragoza de la FRE (1872), la mayoría de los representantes de los obreros de Cataluña se adhirieron a los planteamientos de Bakunin. Los marxistas fueron expulsados. Se consolidaba así el predominio de la corriente anarquista en el movimiento obrero español.
Al comienzo de 1873, la Federación Regional Española contaba con más de 25.000 afiliados, un tercio catalanes.
La proclamación de la I República (febrero de 1873) provocó una oleada de huelgas que forzaron a los patronos a hacer concesiones en jornada y salarios. Fue la participación obrera en el movimiento cantonal, pese a la desaprobación de sus dirigentes internacionalistas, lo que fue utilizado por los sectores conservadores para acabar con la AIT. Tras el golpe de Pavía, la dictadura del general Serrano decretó la ilegalidad de la AIT y de las asociaciones obreras.
3) El Movimiento Obrero durante la Restauración: Anarquistas y Socialistas
Con la Restauración, las organizaciones obreras conocieron una dura represión y pasaron a la clandestinidad. El Gobierno liberal de 1881 trajo consigo una mayor permisividad y las asociaciones obreras pudieron ir saliendo de la clandestinidad, hasta su legalización definitiva en 1887. Por la progresiva industrialización, aunque fuera sólo en algunas regiones, creció la importancia social y numérica de la clase obrera.
Las Corrientes Anarquistas
En 1881 la Federación Regional Española cambió su nombre por el de Federación de Trabajadores de la Región Española. Su mayor implantación se dio en Andalucía y Cataluña. Los desacuerdos internos y la constante represión favorecieron que parte del movimiento anarquista optara por la «acción directa», y organizara pequeños grupos revolucionarios para atentar contra los pilares del capitalismo: el Estado, la burguesía y la Iglesia. Era la propaganda por la acción. Estos magnicidios serían la llamada a una revolución espontánea de las masas populares.
Durante la etapa 1893-97, se produjeron atentados contra personajes claves de la vida política de la Restauración y las bombas en el Liceo de Barcelona y en la procesión del Corpus. Los atentados fueron seguidos de una gran represión, muchas veces indiscriminada contra todo el movimiento anarquista (incluidas las asociaciones que no tenían nada que ver con la violencia terrorista), y provocaron una espiral de violencia basada en una dinámica de acción/represión/acción. El momento clave de esa espiral fueron los procesos de Montjuïc, celebrados en 1897 en Barcelona, en los que fueron condenados y ejecutados cinco anarquistas (como venganza por la represión gubernamental, el anarquista italiano Angiolillo asesinó a Cánovas.
La proliferación de atentados ahondó la división del anarquismo entre los partidarios de la acción directa individual y los que propugnaban una acción colectiva de masas. Estos, con más fuerza en Cataluña, creían que era imposible la revolución a partir de pequeños grupos de activistas; por ello, planteaban la revolución social como un objetivo a medio plazo y daban prioridad a la fundación de organizaciones de carácter sindical. Esta nueva tendencia, de orientación anarco-sindicalista, triunfará a principios del s-XX (CNT (1910)). El anarcosindicalismo defendía la huelga general revolucionaria como el instrumento que “derrumbaría” la sociedad burguesa e instauraría la nueva “sociedad libertaria” (anarquista) basada en pequeñas células de producción y de vida (formadas a partir de los sindicatos), en la que participarían democráticamente todos sus miembros y que se asociarían y colaborarían libremente.
Los Socialistas
Después de la represión de 1874, los marxistas de la Nueva Federación Madrileña se reorganizaron en torno al núcleo de los tipógrafos, sector numeroso en Madrid, centro de la prensa y el mundo editorial. Fueron ellos quienes, junto a algunos intelectuales, fundaron en mayo de 1879 el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Siendo Pablo Iglesias su principal líder. En 1888, en Barcelona, los socialistas impulsaron la creación de un sindicato socialista, la Unión General de Trabajadores (UGT). Partido y sindicato tuvieron en Madrid, Vizcaya y Asturias sus zonas de mayor influencia, mientras su presencia en Cataluña o Andalucía fue escasa. Desde entonces se marcaría la línea divisoria clara entre el partido, con objetivos políticos, y el sindicato, cuya función reivindicativa e inmediata era la defensa de los trabajadores en la sociedad capitalista. El PSOE era un partido marxista, de orientación obrerista y partidario de la revolución social. El partido se afilió a la II Internacional, participó en la celebración del Primero de Mayo de 1890 (jornada de lucha del internacionalismo obrero en demanda de la jornada de 8 horas de trabajo) y logró tener concejales en algunos ayuntamientos. Aunque defendía la participación en la vida política, su negativa a colaborar con los republicanos hizo que no tuviese representación en Cortes hasta 1910.
La UGT respondía al modelo de sindicato de masas que englobaba a obreros de todos los sectores de la producción y se organizaba en secciones de oficios en cada localidad. La UGT elaboró un programa reivindicativo de mejoras en las condiciones laborales de los obreros y defendió la negociación colectiva entre obreros y patronos así como el recurso a la huelga. La consolidación del movimiento socialista se produciría tras la oleada de huelgas de comienzos del s-XX (huelga general en Vizcaya en 1903), cuyo éxito confirmó a la UGT como organización de masas.