La Revolución Industrial en España: un desarrollo tardío y desigual

La Revolución Industrial en la España del siglo XIX

El sistema de comunicaciones: el ferrocarril

Durante el Bienio Progresista (1854-1856) se dio un gran impulso a la construcción del ferrocarril. La Ley General de Ferrocarriles de 1885 concedía importantes ventajas para la construcción del ferrocarril: facilitaba la entrada de capital extranjero, desgravación fiscal de la importación de materiales y subvencionaba un tercio de la construcción. Hasta 1896 se había construido una red básica >13.000km. La extensión del ferrocarril supuso una verdadera revolución de los trasportes, ya que pudieron intercambiar productos entre las diversas regiones españolas a menores costes, por lo que mejoró el abastecimiento de las ciudades. Los efectos negativos fueron el diferente ancho de vía, el trazado radial y la limitada demanda. Se desarrolló también la navegación a vapor, se modernizó el sistema de correos (sello en 1850) y se inició la telegrafía eléctrica.

Proteccionismo y librecambismo

Durante el siglo XIX, la política española se dividió en dos: los que defendían la libertad comercial como forma de estímulo para la economía y los que consideraban necesario proteger la producción propia frente a los fuertes rivales extranjeros, especialmente los británicos. Entre estos últimos, destacaron los empresarios textiles catalanes. El partido progresista y más tarde los liberales de Sagasta fueron partidarios de una mayor libertad comercial y de bajar los aranceles para incentivar el consumo, aumentar la competitividad y favorecer el crecimiento económico. Frente a ellos, se formaron grupos de presión muy activos que coaligaron los intereses de industriales catalanes y los de la siderurgia vasca, que defendían el proteccionismo. El partido conservador de Cánovas implantó el arancel de 1891 y las leyes protectoras de la producción nacional de 1906 y 1907.

La aparición de la banca moderna

La falta de un sistema financiero estable se convirtió en un obstáculo en los inicios de la industrialización en España. La escasez de capital, indispensable para la puesta en funcionamiento de la industria, se debía la baja rentabilidad agrícola, a las dificultades del transporte y a la falta de recursos energéticos. En el reinado de Fernando VII se fundó el Banco de San Fernando, se promulgó un código de comercio y se estableció la Bolsa de Madrid. A partir de 1844 se agilizaron los trámites para la fundación de bancos para obtener mayor movilidad del capital y facilidades de crédito. Desde 1856 se autorizó a los bancos a emitir billetes y la construcción de sociedades de crédito con el propósito de financiar empresas industriales, mercantiles y contratas de obras públicas. Los bancos financiaron la construcción de la red ferroviaria y la Deuda Pública del Estado. Los más destacados fueron los bancos de Barcelona, Santander y Bilbao. Desde 1874, cuando el Banco de España consiguió el monopolio de la emisión de moneda, todas estas entidades pasaron a ser sociedades de crédito comercial y de financiación industrial. El Banco de España desempeñó un papel fundamental al atender las necesidades de financiación del Estado. En ella invirtió el capital nacional y extranjero en lugar de hacerlo en industria o en agricultura. En 1868 se impuso la peseta como moneda nacional. El nuevo sistema monetario tenía un carácter bimetálico y decimal: la peseta se dividía en 100cts y una unidad de oro equivalía a 15 de plata. Las guerras y conflictos de inicios del siglo XIX quebraron la Hacienda española. El déficit se convirtió en crónico y el endeudamiento del Estado se fue incrementando lo que supuso que las inversiones en deuda del Estado detrajeron recursos para la agricultura y la industria, ya que muchos capitales se volcaron en las sustanciosas rentas que producían. La inadecuada fiscalidad apenas gravaba a los sectores más pudientes y hacía recaer su peso sobre las capas bajas y medias, tanto rurales como urbanas, obligó al Estado a recurrir constantemente al endeudamiento y al crédito exterior. La época de la Restauración permitió un importante impulso económico y de reordenación de la deuda hasta el punto de que la Hacienda estatal experimentó un saneamiento notable a inicios del siglo XX que consiguió varios años de superávit.

El desarrollo industrial en España durante el siglo XIX

La industrialización durante el siglo XIX fue tardía e incompleta en relación con otros países europeos. Hasta los años 30 del siglo XX, los dos principales obstáculos de la industria fueron las dificultades para competir en el exterior (elevados precios de la producción) y la debilidad interna del mercado español. Por ello, se puso en marcha una política proteccionista y una activa intervención del Estado en industria.

La industria textil catalana

Hacia 1830, solo había comenzado la industrialización el sector textil catalán. Su desarrollo fue posible por la protección arancelaria y la aplicación de innovaciones tecnológicas (telares mecánicos). Barcelona concentró casi toda la industria algodonera de España y ciudades como Sevilla o Valencia se especializaron en lino, lana y seda. Las limitaciones del crecimiento textil catalán vinieron de la superioridad de la producción inglesa y desde 1860, el alto precio del carbón obligó al aprovechamiento de los saltos de agua de los ríos. El sector fue favorecido con la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas en 1882 y un arancel aprobado en 1906.

La industria siderúrgica

A mediados de los años 30 del XIX se inició la industria siderúrgica en Málaga y a mediados de los 50 se trasladó a Asturias. Esta región mantuvo la hegemonía hasta 1860 gracias a los yacimientos de hulla. Posteriormente, el foco siderúrgico se trasladó a Vizcaya, donde se exportaba hierro a Gran Bretaña y los barcos regresaban cargados de carbón galés. Esto favoreció la aparición de astilleros y otras industrias subsidiarias como la química. En 1902 se fundaron los Altos Hornos de Vizcaya. La protección arancelaria del Estado hizo que la mayor parte del mercado español consumiese hierro vasco. También se explotaron las minas de mercurio, plomo y cobre para la exportación.

Otras industrias destacadas

fueron: agroalimentaria (harina, vino, aceite), química (colorante, lejía, dinamita), papelera (periódicos) y de nuevas fuentes de energía (petróleo, electricidad). Ferrocarril Durante el Bienio Progresista (1854-1856) se dio un gran impulso a la construcción del ferrocarril. La Ley General de Ferrocarriles de 1885 concedía importantes ventajas para la construcción del ferrocarril: facilitaba la entrada de capital extranjero, desgravación fiscal de la importación de materiales y subvencionaba un tercio de la construcción. Hasta 1896 se había construido una red básica >13.000km. La extensión del ferrocarril supuso una verdadera revolución de los trasportes, ya que pudieron intercambiar productos entre las diversas regiones españolas a menores costes, por lo que mejoró el abastecimiento de las ciudades. Los efectos negativos fueron el diferente ancho de vía, el trazado radial y la limitada demanda. Se desarrolló también la navegación a vapor, se modernizó el sistema de correos (sello en 1850) y se inició la telegrafía eléctrica.Proteccionismo y librecambismo Durante el siglo XIX, la política española se dividió en dos: los que defendías la libertad comercial como forma de estímulo para la economía y los que consideraban necesario proteger la producción propia frente a los fuertes rivales extranjeros, especialmente los británicos. Entre estos últimos, destacaron los empresarios textiles catalanes. El partido progresista y más tarde los liberales de Sagasta fueron partidarios de una mayor libertad comercial y de bajar los aranceles para incentivar el consumo, aumentar la competitividad y favorecer el crecimiento económico. Frente a ellos, se formaron grupos de presión muy activos que coaligaron los intereses de industriales catalanes y los de la siderurgia vasca, que defendían el proteccionismo. El partido conservador de Cánovas implantó el arancel de 1891 y las leyes protectoras de la producción nacional de 1906 y 1907. Aparición de la banca moderna La falta de un sistema financiero estable se convirtió en un obstáculo en los inicios de la industrialización en España. La escasez de capital, indispensable para la puesta en funcionamiento de la industria, se debía la baja rentabilidad agrícola, a las dificultades del transporte y a la falta de recursos energéticos. En el reinado de Fernando VII se fundó el Banco de San Fernando, se promulgó un código de comercio y se estableció la Bolsa de Madrid. A partir de 1844 se agilizaron los trámites para la fundación de bancos para obtener mayor movilidad del capital y facilidades de crédito. Desde 1856 se autorizó a los bancos a emitir billetes y la construcción de sociedades de crédito con el propósito de financiar empresas industriales, mercantiles y contratas de obras públicas. Los bancos financiaron la construcción de la red ferroviaria y la Deuda Pública del Estado. Los más destacados fueron los bancos de Barcelona, Santander y Bilbao. Desde 1874, cuando el Banco de España consiguió el monopolio de la emisión de moneda, todas estas entidades pasaron a ser sociedades de crédito comercial y de financiación industrial. El Banco de España desempeñó un papel fundamental al atender las necesidades de financiación del Estado. En ella invirtió el capital nacional y extranjero en lugar de hacerlo en industria o en agricultura. En 1868 se impuso la peseta como moneda nacional. El nuevo sistema monetario tenía un carácter bimetálico y decimal: la peseta se dividía en 100cts y una unidad de oro equivalía a 15 de plata. Las guerras y conflictos de inicios del siglo XIX quebraron la Hacienda española. El déficit se convirtió en crónico y el endeudamiento del Estado se fue incrementando lo que supuso que las inversiones en deuda del Estado detrajeron recursos para la agricultura y la industria, ya que muchos capitales se volcaron en las sustanciosas rentas que producían. La inadecuada fiscalidad apenas gravaba a los sectores más pudientes y hacía recaer su peso sobre las capas bajas y medias, tanto rurales como urbanas, obligó al Estado a recurrir constantemente al endeudamiento y al crédito exterior. La época de la Restauración permitió un importante impulso económico y de reordenación de la deuda hasta el punto de que la Hacienda estatal experimentó un saneamiento notable a inicios del siglo XX que consiguió varios años de superávit.

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