REVOLUCIÓN LIBERAL EN EL REINADO DE ISABEL II (1833-1868). CARLISMO Y GUERRA CIVIL: CONSTRUCCIÓN Y EVOLUCIÓN DEL ESTADO LIBERAL
En septiembre de 1833 murió Fernando VII, y su viuda, María Cristina, heredó, en nombre de su hija Isabel, la corona de España. Carlos María Isidro no aceptó esta decisión y se puso al frente de los carlistas, que llevaban unos meses preparando su levantamiento. Comenzó así una guerra civil que duraría hasta 1839, la primera guerra carlista.
El carlismo es un movimiento político que surgió en la última etapa del reinado de Fernando VII y que defendía el absolutismo frente al liberalismo.
En un comienzo contó con amplios sectores de la Iglesia que no aceptaban los principios de soberanía nacional y la política anticlerical del liberalismo plasmada en la desamortización de bienes eclesiásticos. Por otro lado, el campesinado sin acceso a las tierras desamortizadas recibió las reformas liberales con hostilidad.
El carlismo fue un movimiento rural que no perdió nunca su condición de insurrección popular.
La ideología del carlismo, Dios, Patria, Rey, se basaba en el absolutismo monárquico, la intransigencia religiosa y el régimen tradicional de propiedad de la tierra.
Primera guerra carlista (1833-1840)
Las zonas de mayor implantación de la sublevación fueron el País Vasco y Navarra y las áreas montañosas de Cataluña, Levante y Aragón. En la primera de ellas, los ejércitos carlistas tuvieron como dirigente más destacado al general Tomás de Zumalacárregui. Dominaron con facilidad las áreas rurales, pero no llegaron a ocupar ciudades de importancia. Zumalacárregui murió a consecuencia de las heridas recibidas en el sitio de Bilbao, objetivo estratégico de los carlistas para obtener reconocimiento en el exterior.
El general carlista Ramón Cabrera, acompañado por el pretendiente a la Corona, llegó en una expedición desde la zona del Maestrazgo hasta las puertas de Madrid (Expedición Real de 1837).
Finalmente, en 1839, se llegó a un acuerdo de paz, Convenio de Vergara, entre los generales carlistas Maroto y Espartero. El acuerdo garantizaba la conservación de algunos derechos forales vascos y reconocía los empleos y grados militares a los miembros del ejército carlista que se enrolasen en el ejército isabelino. El pretendiente don Carlos no aceptó el convenio y se exilió en Francia.
LAS REGENCIAS
A lo largo del reinado de Isabel II se alternarán en el poder, mediante pronunciamientos, los liberales de uno y otro signo. De 1833 a 1868 se suceden los siguientes períodos:
Primer período moderado (1833-1835)
Bajo la dirección de doceañistas como Martínez de la Rosa, político andaluz de ideas liberales, comenzó la regencia de María Cristina. Las medidas más notables fueron la promulgación del Estatuto Real y la nueva organización territorial del Estado.
Los progresistas en el poder (1836-1843)
El liberalismo progresista tomó el poder mediante el Motín de los sargentos de la Granja que exigió la restauración de la Constitución de 1812. Sin embargo, las nuevas Cortes elaboraron una nueva Constitución, la de 1837.
Con este marco constitucional se pudieron promulgar algunas leyes revolucionarias, como la supresión de pagar diezmos a la iglesia, la eliminación de aduanas interiores, etc.
Los progresistas, bajo la dirección política de Mendizábal, acometieron la desamortización de gran parte de los bienes del clero.
La Ley de Ayuntamientos de 1840 hizo dimitir a la regente. El general Espartero, reciente vencedor de los carlistas, con el apoyo de los progresistas gobernó de forma dictatorial reprimiendo a los moderados hasta 1843.
El regente se ganó el rechazo de todos con su política radicalmente librecambista que ponía en peligro la incipiente industria textil catalana. Ante las protestas desencadenadas, ordenó el bombardeo de Barcelona. Algunos sectores progresistas que habían apoyado inicialmente a Espartero, se enfrentaron a él pues no aceptaban las formas autoritarias y represivas del regente. En 1843 una revuelta militar encabezada por Narváez hizo caer al gobierno. Espartero se exilió en Londres.
ISABEL II
A los trece años, Isabel II fue coronada en 1843. Durante los primeros diez años de su reinado se acometieron reformas que limitaron las efectuadas por los progresistas: fundación de la Guardia Civil (1844), Concordato con el Vaticano (1851), promulgación de un nuevo Código Penal (1848), Código Civil, leyes de educación, etc.
Pero el cambio político fundamental se recoge en la nueva Constitución moderada de 1845, que sustituye a la de 1837 y asume los principios del liberalismo censitario.
El Bienio Progresista (1854-1856)
Un nuevo pronunciamiento progresista encabezado por generales como Serrano y O’Donnell, en Vicálvaro, provocaba la caída del Gobierno moderado. La reina llamó a Espartero que volvió a ostentar la jefatura de Gobierno.
En estos dos años se comenzó a redactar una nueva Constitución progresista (1855), que quedó en proyecto (la non-nata); se reanudó la desamortización.
Del año 1855 es también la ley de Ferrocarriles, a partir de la cual se planificó la red ferroviaria. Además el Bienio Progresista coincidió con un buen momento de la economía española, caracterizado por las exportaciones de productos agrícolas e industriales favorecidas por la guerra de Crimea (1853-56) y las buenas cosechas de estos años.
La Unión Liberal y el final del reinado
O’Donnell funda un nuevo partido, la Unión Liberal, que pretende sobre todo el mantenimiento del orden ante el desarrollo creciente del movimiento obrero y demócrata.
En este período cabe destacar la paralización de la desamortización de 1855, y la promulgación de la primera Ley de Educación, la de Claudio Moyano.
Se enviaron tropas a Indochina, norte de África y México, principalmente.
Entre las capas ilustradas se implantaba el Partido Demócrata (escisión de los progresistas) y aparecía el republicanismo, al tiempo que se creaban las primeras organizaciones obreras y se producían agitaciones entre el campesinado jornalero.
A partir de 1866, la corrupción y descrédito de la Corte de Isabel II unida a una gravísima crisis industrial y financiera hicieron que arreciaran las agitaciones sociales. Tras reprimir con fusilamientos la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil y las manifestaciones estudiantiles (por la destitución de los catedráticos republicanos Castelar y Sanz del Río), se produjo la alianza de progresistas y demócratas, el llamado Pacto de Ostende, que llevaría a la revolución de septiembre de 1868, la Gloriosa, que supuso la caída de Isabel II.