A comienzos del siglo XX, Rusia seguía regida por un zar de la dinastía Romanov, que gobernaba desde el siglo XVII y ejercía todos los poderes estatales por derecho divino. Aunque Rusia era una gran potencia por su enorme extensión y su gran población, era también un gigante con pies de barro, cuyo atraso respecto a los otros países europeos era manifiesto.
Demografía, Sociedad y Economía
La población rusa estaba formada, en vísperas de la Gran Guerra, por un total de 175 millones que vivían en el campo. Esa enorme población tenía una gran diversidad étnico-lingüística y religiosa. El poder casi absoluto del zar se ejercía gracias a una máquina burocrática civil y militar extensa y todopoderosa, que contaba además con el apoyo de la nobleza y del clero ortodoxo. Estos dos grupos sociales, la nobleza y el clero, junto con la corona, eran los mayores propietarios de la tierra fértil del país y la explotaban mediante grandes latifundios. La inmensa mayoría de la población era un campesinado muy pobre que trabajaba la tierra como jornaleros y arrendatarios, junto con los pequeños o medianos propietarios autónomos. La economía se basaba en una agricultura muy poco productiva. Sin embargo, la economía rusa también iniciaba un intenso proceso de industrialización promovido por el estado.
Las Tensiones Políticas
El lento pero constante proceso de modernización social y económica había conducido, desde muy pronto, al surgimiento de focos de oposición y denuncia de su atrasado sistema político. Tal era el caso del movimiento cultural de la llamada «Intelligentsia», que desde el siglo XIX criticaba el retraso ruso y difundía valores occidentales en contra del parecer de los sectores tradicionalistas. En el plano político, la oposición liberal al despotismo zarista estaba arraigada entre las pequeñas y medias burguesías urbanas, que apoyaban al semitolerado Partido Constitucional Democrático, favorable a una reforma orientada a seguir los pasos de las monarquías parlamentarias de Europa. Por último, desde 1898 actuaba en Rusia el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, inspirado en los principios del marxismo. En sus filas destacó desde el principio, por sus dotes intelectuales y oratorias, un joven dirigente llamado a tener protagonismo crucial: Lenin.
Lenin y la Formación del Bolchevismo
El partido debería ser una organización formada por militantes-soldados selectos que asumiesen el papel de vanguardia de las masas, para dirigir la lucha contra el capitalismo y la burguesía. No podía ser una organización amplia y abierta a las masas, como los partidos socialistas del resto de Europa. Debía ser un núcleo reducido de líderes jerárquicamente organizados para ser capaces de dirigir al movimiento popular. Su objetivo era la conquista del poder político para llevar a cabo un programa de revolución social colectivista e igualitaria.
La Revolución de 1905
En 1905, el imperio de los zares sufrió su primera sacudida revolucionaria grave, como resultado de varios factores combinados. Ante todo, la derrota militar ante Japón, en la disputa por la delimitación fronteriza en el Extremo Oriente, supuso una humillación para el zar y su ejército, y una demostración del creciente atraso de Rusia ante sus vecinos más modernizados. El detonante de la revolución fue una masiva manifestación obrera que un domingo de enero se dirigió al Palacio de Invierno en San Petersburgo para presentar sus reivindicaciones al zar: jornada laboral de 8 horas, subidas salariales, democratización del estado, entre otras cosas. El ejército disparó contra los manifestantes. El conocido como Domingo Sangriento fue la señal para una serie de huelgas y levantamientos revolucionarios por todo el país, que puso al régimen al borde del abismo. Para detener la escalada revolucionaria, el zar prometió a la oposición la concesión de libertades civiles y la convocatoria de una Duma, pero las promesas de Nicolás II no se cumplieron. En vísperas de la Gran Guerra, la camarilla más influyente estaba dirigida por Rasputín.
Rusia en la Gran Guerra
La participación rusa en la Primera Guerra Mundial fue decisiva para la caída del régimen zarista, que no pudo hacer frente al ataque en todas sus fronteras occidentales con el Imperio Alemán, el Imperio Austro-Húngaro y el Imperio Otomano. Entre 1914 y 1917, varios procesos fueron minando la capacidad de acción e incluso la legitimidad del gobierno ruso ante su propia población: el reclutamiento masivo de campesinos analfabetos para formar ejércitos mal preparados y abastecidos; la desarticulación productiva derivada de esa enorme transferencia de trabajadores al ejército; la sucesión de derrotas humillantes, que causaban millares de prisioneros y, sobre todo, las enormes pérdidas humanas. Todo ello propició, además, la expansión del hambre y la miseria en los campos y en las ciudades. Por último, el descontento popular se transformó en una movilización general de las clases burguesas, de obreros y de los campesinos contra la incompetencia del zar y de las autoridades.