La Segunda República: Avances, Tensiones y el Camino a la Guerra Civil

POLÍTICA DE REFORMAS Y REALIZACIONES CULTURALES. REACCIONES ANTIDEMOCRÁTICAS

El Bienio Reformista (1931-1933)

Tras el triunfo electoral de la coalición republicano-socialista en 1931, presidida por Azaña, se puso en marcha una ambiciosa política de reformas para modernizar el país. Se buscaba reducir el poder de las élites tradicionales y responder a las expectativas de cambio de las clases medias y obreras.

Una de las primeras prioridades fue la reforma educativa. En un país con un altísimo nivel de analfabetismo, se apostó por una educación pública, laica y progresista. Se construyeron miles de escuelas, se mejoró el salario del profesorado y se impulsaron iniciativas como las Misiones Pedagógicas, acercando la cultura a las zonas rurales.

También se acometió una reforma militar que intentaba someter al Ejército al poder civil. Se cerró la Academia General de Zaragoza, se promovieron jubilaciones anticipadas de oficiales y se creó la Guardia de Asalto. Sin embargo, esta reforma molestó profundamente a muchos sectores del estamento militar, lo que culminó en el fallido golpe del general Sanjurjo en 1932.

En el campo, se impulsó una reforma agraria que intentaba romper con el sistema de latifundios. Aunque se aprobó la Ley de Bases de la Reforma Agraria, su aplicación fue lenta y generó una gran oposición por parte de los propietarios rurales.

El ámbito laboral también fue objeto de cambios profundos, liderados por Largo Caballero. Se establecieron jornadas de ocho horas en el campo, medidas para asegurar el empleo local y subidas salariales gracias a los Jurados Mixtos.

A nivel territorial, se aprobó el Estatuto de Autonomía de Cataluña en 1932, pero las aspiraciones similares en el País Vasco se vieron frenadas por divisiones internas entre nacionalistas, socialistas y republicanos.

Estas reformas, sin embargo, encontraron una fuerte resistencia por parte de sectores privilegiados, la Iglesia, los terratenientes y parte del Ejército. A todo ello se sumó la crisis económica mundial y el estallido de tensiones sociales. En este contexto, la derecha se reorganizó en torno a la CEDA de Gil Robles, y en enero de 1933, tras los sangrientos sucesos de Casas Viejas, el gobierno de Azaña cayó y se convocaron nuevas elecciones.

El Bienio Conservador (1933-1936)

Las elecciones de 1933 dieron el triunfo a las derechas, gracias a la desunión de la izquierda, la participación católica y la abstención anarquista. Lerroux formó gobierno, apoyado por la CEDA, aunque sin incluirla directamente al principio, por temor a una reacción revolucionaria.

Pronto se paralizaron muchas reformas del bienio anterior. Los terratenientes volvieron a rebajar salarios, la Iglesia recuperó poder en educación y los militares depurados retornaron a sus cargos. En Cataluña, las relaciones con el Estado se deterioraron, y crecieron las tensiones sociales con huelgas y movilizaciones campesinas.

En 1934, ante el temor de una deriva autoritaria tras la posible entrada de la CEDA en el Gobierno, socialistas y sindicatos llamaron a una huelga general. Esta alcanzó su punto más crítico en Cataluña, donde Companys proclamó el Estado Catalán, y en Asturias, donde los obreros se levantaron violentamente. La represión fue brutal, especialmente en Asturias, con intervención militar dirigida por Franco y miles de víctimas.

Tras estos hechos, la situación se fue radicalizando aún más. La extrema derecha (Falange y monárquicos) presionaba a la CEDA, mientras que en la izquierda, Largo Caballero comenzaba a adoptar un discurso revolucionario. El escándalo del estraperlo hundió al Partido Radical y debilitó al Gobierno, dando paso a nuevas elecciones en 1936.

El Frente Popular (1936)

En febrero de 1936, la izquierda acudió unida bajo el Frente Popular —una alianza entre republicanos, socialistas y comunistas— que obtuvo la victoria electoral. Esta coalición se comprometía a retomar las reformas y frenar el avance del fascismo, como ya ocurría en otros países europeos.

Azaña volvió al poder, pero pronto se encontró con una situación muy delicada: violencia callejera, enfrentamientos entre falangistas y obreros radicalizados, ocupación de tierras y un progresivo colapso del orden público. La tensión política creció cuando Alcalá Zamora fue destituido como presidente de la República y sustituido por el propio Azaña. Santiago Casares Quiroga fue nombrado jefe de Gobierno, aunque sin apoyo del PSOE, cada vez más inclinado hacia la vía revolucionaria.

En este clima enrarecido, los asesinatos del teniente Castillo y de Calvo Sotelo polarizaron aún más a la sociedad. El gobierno, temiendo un golpe, dispersó a los generales más sospechosos, pero esta medida no impidió que, el 17 y 18 de julio de 1936, estallara la sublevación militar que daría comienzo a la Guerra Civil.

Conclusiones

La Segunda República fue una etapa breve pero intensa, en la que se intentó construir un régimen democrático y socialmente justo. Logró avances importantes en educación, derechos de la mujer y participación política, pero se topó con obstáculos muy profundos: una élite tradicional que no aceptaba perder sus privilegios, un contexto internacional hostil con el auge del fascismo y la crisis económica, y errores propios como la falta de control del orden público o la gestión política.

La polarización creciente entre clases populares y grupos dominantes, entre reformistas y reaccionarios, condujo a un callejón sin salida. Finalmente, el intento democrático terminó siendo abortado por una rebelión militar que dio inicio a la Guerra Civil, abriendo un periodo aún más oscuro de la historia de España.

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