El Congreso de Viena (1815) supuso la devolución a todos los monarcas absolutos de los tronos que Napoleón les había arrebatado. El regreso de Fernando VII a España tras el Tratado de Valençay (1815) y el Manifiesto de los Persas, documento en el que el monarca derogó la Constitución de 1812 y toda la obra legislativa de las Cortes de Cádiz. Supuso la vuelta al Antiguo Régimen, que comenzó con el Sexenio Absolutista (1814-1820) en la que los privilegios fiscales se manifestaron de nuevo como base negativa de la situación financiera. En 1818 se llegó a la bancarrota, pero para solucionarla era necesario retomar las medidas liberales. Este periodo incitó la conspiración por parte de los liberales con sectores del ejército contra el absolutismo mediante pronunciamientos. Los liberales clandestinamente manténían sus ideales, y culpaban al Antiguo Régimen de las continuas derrotas militares, de la bancarrota y de la pérdida de las colonias. Desde 1814 se repitieron levantamientos armados contra Fernando VII, encabezados por militares liberales, todos fracasaron hasta 1820 cuando triunfó el pronunciamiento del Coronel Riego, que supuso la reanudación de los principios liberales y recuperaron el poder por la fuerza y reestableciendo la Constitución de 1812 por lo que dio comienzo al Trienio Liberal (1820-1823).Los liberales se dividen en moderados y radicales. Los moderados persiguen un gobierno fuerte en manos del rey, sufragio censitario y defensa prioritaria de la propiedad y el orden. Los radicales, por su parte, exigen control parlamentario del gobierno, ampliación del sufragio, libertad de opinión y la formación de la milicia nacional. Tras el Congreso de Verona (1822), la Santa Alianza derrota a los liberales españoles con la ayuda de los Cien Mil Hijos de San Luis. Fernando VII recupera el poder absoluto dando pie así a la Década Ominosa. El retorno del rey al poder supuso la destrucción de todo cuanto habían hecho los liberales en el trienio anterior. La restauración del Antiguo Régimen a estas alturas era muy difícil debido a la inviabilidad económica del régimen señorial, la pérdida del mercado americano y la oposición liberal cada vez más extendida, pero volvieron los diezmos, se ordenó la devolución de propiedades a los clérigos, se invalidaron todas las sentencias judiciales y administrativas efectuadas entre 1820 y 1823. Por supuesto se realizó una represión violenta contra los liberales y sus propiedades. Francia y Rusia llamaron la atención a Fernando VII por su excesiva dureza. Entre 1823 y 1833 el endeudamiento estatal crecíó multiplicándose por diez. Las ideas reformistas necesarias eran rechazadas por los absolutistas intransigentes, quienes exigían a Fernando VII que reintrodujera incluso la Inquisición. La muerte de Fernando VII (1833) originó un grave problema sucesorio. Según la recién aprobada Pragmática Sanción, su hija Isabel sería reina mientras su hermano Carlos M.ª Isidro quedaba apartado del trono. De esa manera, el poder quedó en manos de la Regente M.ª Cristina, suponiendo el estallido así de la primera guerra carlista.
Este fue el denominado enfrentamiento entre los partidarios de Carlos María Isidro, hermano del difunto rey, favorables al absolutismo y defensores de las tradiciones, llamados carlistas, y los partidarios de Isabel, hija y legítima heredera, los isabelinos o cristinos.Los defensores del carlismo pertenecían sobre todo a un mundo rural, pequeños propietarios empobrecidos, artesanos arruinados, que ven con recelo las reformas, pero también la pequeña nobleza y parte del clero. Se desarrolló en la zona norte de España, sobre todo en el País Vasco, Navarra y zonas de Cataluña, Aragón y Valencia. Desconfiaban de la igualdad jurídica, las reformas tributarias, la separación de la Iglesia y el Estado y la abolición de los fueros tradicionales. Su lema “Dios, patria, rey y fueros”, resume su ideología. La regente M.ª Cristina, que contaba con parte de los absolutistas fieles a Fernando VII, pactó con los liberales como única manera de mantener el trono para su hija.ççCarlos “el pretendiente carlista” recibíó el apoyo con armas y dinero de potencias absolutistas como Austria, Rusia y Prusia. Isabel II, sin embargo, contó con el apoyo de Inglaterra, Francia y Portugal, favorables a la implantación de un liberalismo moderado en España. La guerra tuvo tres etapas, la primera guerra carlista (1833-1839) se inició con el levantamiento de partidas carlistas en el País Vasco y Navarra. La segunda guerra carlista (1846-1849), que más que una Guerra Civil fue una insurrección durante la Década Moderada y por último, la tercera guerra carlista (1872-1876), iniciada una vez destronada Isabel II, ya en el Sexenio Revolucionario.
Este fue el denominado enfrentamiento entre los partidarios de Carlos María Isidro, hermano del difunto rey, favorables al absolutismo y defensores de las tradiciones, llamados carlistas, y los partidarios de Isabel, hija y legítima heredera, los isabelinos o cristinos.Los defensores del carlismo pertenecían sobre todo a un mundo rural, pequeños propietarios empobrecidos, artesanos arruinados, que ven con recelo las reformas, pero también la pequeña nobleza y parte del clero. Se desarrolló en la zona norte de España, sobre todo en el País Vasco, Navarra y zonas de Cataluña, Aragón y Valencia. Desconfiaban de la igualdad jurídica, las reformas tributarias, la separación de la Iglesia y el Estado y la abolición de los fueros tradicionales. Su lema “Dios, patria, rey y fueros”, resume su ideología. La regente M.ª Cristina, que contaba con parte de los absolutistas fieles a Fernando VII, pactó con los liberales como única manera de mantener el trono para su hija.ççCarlos “el pretendiente carlista” recibíó el apoyo con armas y dinero de potencias absolutistas como Austria, Rusia y Prusia. Isabel II, sin embargo, contó con el apoyo de Inglaterra, Francia y Portugal, favorables a la implantación de un liberalismo moderado en España. La guerra tuvo tres etapas, la primera guerra carlista (1833-1839) se inició con el levantamiento de partidas carlistas en el País Vasco y Navarra. La segunda guerra carlista (1846-1849), que más que una Guerra Civil fue una insurrección durante la Década Moderada y por último, la tercera guerra carlista (1872-1876), iniciada una vez destronada Isabel II, ya en el Sexenio Revolucionario.