Conquista y Romanización: Legado Cultural Romano
El proceso histórico iniciado en la Península en el siglo III a. C. con la llegada de los romanos estuvo determinado por el objetivo de vencer a los cartagineses, dentro de las guerras púnicas. La conquista se realizó en etapas:
Primera Etapa (218-197 a. C.): Roma sustituye a Cartago. La toma de Sagunto por Aníbal y la ruptura del pacto del Ebro llevan al Senado romano a ocupar territorios cartagineses.
Segunda Etapa (197-133 a. C.): Organización provincial y conquista de la Meseta. Tras la derrota cartaginesa, se establecen dos provincias: Hispania Citerior e Hispania Ulterior. Se someten rebeldes en las guerras lusitanas y celtibéricas.
Tercera Etapa (29-19 a. C.): Sometimiento de cántabros y astures. Con Augusto, se finaliza la conquista.
La pax romana aceleró el proceso de romanización, asimilando modos de vida romanos: organización territorial (Gallaecia, Tarraconense, Cartaginense, Bética y Lusitania), estructuras socioeconómicas, derecho, cultura, religión, urbanización y obras públicas. La ciudad fue clave como unidad administrativa y foco de romanización, con servicios públicos y monumentos.
Este proceso de aculturación fue intenso desde el siglo I a. C., especialmente en el Mediterráneo. El legado cultural romano se refleja en la latinización y la cristianización. El latín, lengua de derecho, ciencia y cultura, originó las lenguas romances. La religión cristiana, tras el Edicto de Milán (313) y el Edicto de Tesalónica (380), se consolidó como factor de cohesión.
Invasiones Bárbaras: Reino Visigodo
La crisis del Imperio Romano en Hispania se agravó en el siglo V con la entrada de suevos, vándalos y alanos. Los visigodos, desde el 416, establecieron su capital en Toulouse y luego en Toledo (507). Leovigildo (568-586) favoreció la integración con hispanorromanos.
El reto fue consolidar una monarquía fuerte. Las instituciones incluyeron el Aula Regia, los Concilios y la organización territorial en provincias. La adaptación del derecho romano (Liber Iudiciorum) y la conversión al cristianismo de Recaredo reforzaron la unidad, reflejada en los Concilios de Toledo.
Evolución Política: Emirato y Califato de Córdoba
Desde 711, la invasión musulmana sometió gran parte de Hispania al Islam. En 711-718, controlaron casi toda la Península. La rápida conquista se debió a la guerra civil visigoda y pactos con los árabes. Se establecieron puntos estratégicos para dominar territorios.
Los invasores eran beréberes y árabes. Entre 714-756, Al-Ándalus fue un Emirato dependiente de Damasco. En 756, Abd al-Rahmán I proclamó un Emirato independiente. En 929, Abd al-Rahmán III estableció el Califato de Córdoba (929-1031), logrando la hegemonía de Al-Ándalus.
Crisis del Siglo XI: Reinos de Taifas
Tras la muerte de Al-Hakam II, Almanzor controló el poder. En 1031, el califato se dividió en reinos de taifas. Los primeros reinos de taifas (siglo XI) destacaron por su esplendor cultural pero debilidad militar. Esto facilitó el avance cristiano y la llegada de almorávides, almohades y benimerines, dando lugar a los segundos y terceros reinos de taifas.
Organización Económica y Social
El Estado musulmán desarrolló la agricultura con innovaciones agrarias. Las ciudades prosperaron con la artesanía y el comercio exterior, usando dinar y dirham.
La sociedad era diversa étnica y religiosamente, con musulmanes (árabes, baladíes, beréberes) y no musulmanes (muladíes, mozárabes, judíos). Era una sociedad urbana, con ciudades como Córdoba y Sevilla, centros de administración, comercio y cultura.