MUDÉJARES Y MORISCOS
Es difícil establecer la línea divisoria entre mudéjares y moriscos. Entendemos por mudéjares la población musulmana de la península ibérica que, a medida que se conquistaban territorios de Al-Ándalus, se quedaba a vivir en los reinos cristianos, conservando costumbres y religión. Jurídicamente, los denominamos moriscos en el momento en que esta población musulmana se convierte al catolicismo. Ahora bien, esta división es puramente externa, por cuanto muchas de las conversiones al cristianismo, después de acabada la Reconquista, fueron forzadas y siguieron practicando su religión y costumbres de manera oculta.
A lo largo de la Edad Media, el paso de mudéjar a morisco fue escalonado y minoritario, ya que en el territorio ocupado por los reinos cristianos se les permitió seguir con su religión, con algunas prohibiciones (peregrinaje, no a La Meca, o llamada a la oración) y mantener sus trabajos (muchos de ellos en la agricultura) con distintos grados de propiedad y contratos agrícolas. Fruto de esta situación es el desarrollo del arte mudéjar, ya que los oficios arquitectónicos estaban, en buena medida, ocupados por musulmanes. Además, se trataba de un arte muy económico, realizado con materiales modestos como ladrillo, mampuesto o madera.
La situación cambió con la llegada de los Reyes Católicos (siglo XV) y a lo largo de la modernidad. Los Reyes Católicos habían pactado con los musulmanes del reino de Granada unas capitulaciones que incumplieron, ya que Cisneros obligó a los musulmanes del reino de Castilla a convertirse al cristianismo en 1501-1502. En el resto de los reinos (reinado de Carlos I) también se obligó al bautismo forzoso o la expulsión. Esta presión religiosa llevó a algunos levantamientos moriscos, como en las Alpujarras granadinas en 1568-1570. 80,000 moriscos granadinos fueron deportados a Castilla. La sociedad española reaccionó de desigual manera ante el problema morisco: la Iglesia recurrió a campañas evangelizadoras, de dudoso éxito, y en momentos determinados a la Inquisición. Los nobles (aragoneses y valencianos) defenderán a los moriscos dentro del sistema señorial. En general, el pueblo despreciaba a los moriscos. Socialmente, en su mayoría eran campesinos especializados en determinados productos y, a veces, artesanos y trajineros.
En el siglo XVII, los moriscos españoles se cifraban en un mínimo de 300,000, el mayor número de ellos instalados en Valencia y el Valle del Ebro. En 1609, el duque de Lerma (valido de Felipe III) procedió a su expulsión. A pesar de algunas sublevaciones, de manera progresiva los moriscos fueron abandonando el suelo español. Las causas de esta expulsión son:
- Miedo al avance del Islam (ocupación turca y berberiscos del norte de África).
- La desconfianza de la Iglesia y el odio popular.
- La centralidad del poder frente a los señores feudales.
Las consecuencias de la expulsión:
- Aspectos demográficos: en la Corona de Aragón se pierde el 20% de la población, en Valencia un tercio.
- La nobleza pierde rentistas, pero se quedó con sus tierras.
- Se resienten actividades económicas como la agricultura, artesanía y comercio.
- Se intensifica la idea de unidad religiosa, ya comenzada con los Reyes Católicos.
EL TRABAJO DE LOS INDÍGENAS AMERICANOS TRAS LA CONQUISTA: LAS ENCOMIENDAS (SIGLOS XVI Y XVII)
Se inscribe dentro de la colonización y conquista de América, desde su descubrimiento en 1492 hasta la gran conquista del siglo XVI. Hernán Cortés conquista el imperio azteca y Francisco de Pizarro el incaico. Los nuevos territorios supusieron una importante fuente de ingresos para la Corona castellana, que basó gran parte de esta riqueza en la explotación de mano de obra indígena.
Definimos la encomienda como el sistema de explotación económica y, a la vez, de relaciones sociales entre indígenas y colonizadores, que fue instituido de forma jurídica por los españoles en América. En esencia, este sistema suponía la entrega por parte de la Corona de Castilla de un determinado número de indios (encomendados) a un español (encomendero) para que prestasen una serie de servicios personales, en forma sobre todo de trabajo en el campo, o pagasen unos tributos, recibiendo a cambio instrucción y evangelización. Así pues, hubo dos tipos de encomiendas en América: de servicios y de tributos. La primera en aparecer fue la de servicios y predominó en el espacio antillano. Después, con la conquista de México y Perú (distintos tipos de indígenas), fue predominante la encomienda de tributos.
Sin embargo, la aparición de importantes filones mineros en esta zona hizo que cobrara de nuevo gran importancia la mano de obra indígena, pero esta se encauzó hacia un trabajo asalariado, que se denominó mita en Perú y cuatequil en México.
El trabajo de extracción de minerales (fundamentalmente plata) contrató cerca de 30,000 obreros (indios en Perú, mestizos y mulatos en México). La mita, en la práctica, se convirtió en un trabajo forzado (tenía antecedentes incaicos) por el cual los varones adultos de cada poblado estaban obligados a acudir a las minas durante varios meses para trabajar a cambio de un jornal irrisorio. Cada minero debía extraer diariamente de 20 a 25 kilos de mineral. A la explotación indígena en la gran mina de plata de Potosí la denomina el historiador Céspedes del Castillo «una de las páginas más negras de la historia colonial, el subsidio a la minería pagado con el sudor, el hambre y la muerte de los indígenas».
Con el impresionante descenso demográfico indígena durante los siglos XVI y XVII, se vacía a la encomienda de sus trabajadores y se inicia una pugna entre los españoles por conseguir mano de obra. Los nuevos españoles que llegaban a América carecían de trabajo gratuito, una vez que habían comprado estancias (grandes territorios para cultivos europeos), por lo que tuvieron que proveerse de naborías (reparto de indios en calidad de criados, tenía un carácter temporal de uno a tres años) o yanaconas (indios servidores, como al antiguo Inca o personalidades del imperio) indígenas, españoles libres a sueldo o esclavos comprados. Las Leyes Nuevas de 1542 limitan la encomienda a una vida, privándola de su carácter hereditario y haciendo depender el tributo que deben entregar los indios al encomendado del número de estos. Estas medidas produjeron gran conmoción en toda América y, sobre todo, en Perú (levantamiento de encomenderos acaudillados por Gonzalo Pizarro).
Frente a esta situación, aparecen defensores de los indios, como Montesinos (discurso de 1511) y, más adelante, Bartolomé de Las Casas, que recriminó los excesos de los encomenderos españoles, que habían producido una feroz reducción de la población indígena. Su propuesta de supresión de la encomienda no llegó a tener una respuesta oficial, pero no fue del todo inútil: se modificó con las Leyes Nuevas y se puso la base del moderno debate sobre la dignidad de los pueblos conquistados.