Origen y naturaleza del franquismo –
El franquismo fue el régimen político y social que nacíó durante la Guerra Civil debido a la necesidad de los militares sublevados de dotarse de un mando único, una estructura administrativa paralela a la republicana, una legislación y un poder ejecutivo antiparlamentario y antidemocrático. Este entramado se apoyaba en una ideología política representada por un partido único, el Movimiento, que ellos mismos encarnaban. Los sublevados encontraron la respuesta a sus necesidades en la figura de Francisco Franco, que, a lo largo de toda la dictadura, hasta su muerte en 1975, concentró en su persona la potestad e iniciativa legislativas, se rodéó de gobiernos formados por ministros de su total confianza y no contó con un Parlamento representativo ni una Constitución que limitara sus poderes. Con el tiempo, sin embargo, se promulgaron un conjunto de leyes (denominadas Leyes Fundamentales) y la Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958). Aunque el régimen evoluciónó, impulsado por las circunstancias, los cambios sociales y económicos y la presión popular, permanecíó siempre fiel a sus principios iniciales y nunca abandonó su carácter de dictadura personal. La ideología del régimen, que se identificaba con el pensamiento de las derechas conservadoras y autoritarias europeas de entreguerras, pervivíó, con algunos matices, hasta los años setenta. Los rasgos principales de esta ideología fueron los siguientes:
Rechazo de la sociedad burguesa contemporánea y nostalgia de etapas pasadas en las que España triunfaba. Se añoraba la época de los Reyes Católicos, cuyos símbolos, el yugo y las flechas, emplearon tanto los falangistas como el régimen en su conjunto. Se idealizaba, así mismo, el Imperio de los Austrias mayores y, muy especialmente, el de Felipe II. Con él se equiparó a Franco, considerado un nuevo cruzado contra los liberales (“masones” para el régimen), los no católicos (“judíos”, según la denominación oficial de franquismo)
Y los marxistas (calificados de “comunistas”).
Aversión hacia las instituciones políticas liberales y la democracia parlamentaria, identificadas con la «masonería» o la «judeomasonería», a las que se hacía responsables de la decadencia nacional. A partir de los años sesenta, el lenguaje se moderó y simplemente se consideró que el liberalismo era inadecuado como modelo político para España, dado el carácter bárbaro y anarquista que supeustamente distinguía a los españoles.
– Represión durísima del marxismo y del comunismo y, en general, de todo el movimiento obrero. Las condenas a muerte contra activistas de izquierda duraron prácticamente hasta el final del régimen. Solía hacerse responsable al comunismo de las conspiraciones contra el Estado. Además, el anticomunismo militante del franquismo le permitíó romper su aislamiento internacional durante la guerra fría con el Estado.
– Un exacerbado nacionalismo, combinado con la xenofobia y el caolicismo más conservador. Este se convirtió en la religión oficial del Estado, ya que se consideró parte esencial del «alma española». Con el tiempo, la identificación entre el régimen y el catolicismo motivó el rechazo de numerosos sectores progresistas de la Iglesia católica. El nacionalismo se entendíó de forma centralista y exclusivista, lo que supuso la desaparición de cualquier indicio de autonomías y nacionalismos periféricos, a los que se consideraba separatistas y antiespañoles. Se prohibíó el uso en actos públicos, escuelas e iglesias de los idiomas catalán, vasco y gallego.
La consolidación del régimen (1951-1959) –
Durante este período se produjeron transformaciones orientadas a solucionar los problemas planteados por las protestas de 1951; se eliminaron, así mismo, progresivamente algunos aspectos de la política autárquica y aislacionista carácterísticos de la década anterior. La culminación de este proceso fueron la puesta en marcha del Plan de Estabilización y la visita a España del presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower. Ambos acontecimientos tuvieron lugar en 1959; Eisenhower fue recibido por multitudes que simbolizaban la satelización de España por Estados Unidos. Entre las señas de identidad de esta etapa se pueden señalar las siguientes:
– La tendencia católica crecíó. Estaba representada en estos años por miembros de la ACNP; por un lado, se mantuvo en el Gobierno nombrado en 1951 Alberto Martín Artajo, ministro de Asuntos Exteriores; fue designado ministro de Educación otro miembro de la misma institución, Joaquín Ruiz Giménez, un reformista moderado que inició cierta apertura en su área. El contrapeso a las reformas correspondíó al falangista Gabriel Arias Salgado, quien estaba a cargo del Ministerio de Información y Turismo e impuso una severa censura de prensa. Carrero Blanco se consolidó como la mano derecha de Franco.
– En 1956 se produjeron protestas entre los universitarios, lo cual obligó a Franco a realizar un nuevo cambio de timón en 1957. Los ministros católicos, ahora del Opus Dei, fueron conocidos como tecnócratas. Este equipo, con López Rodó a la cabeza, diseñó el Plan de Estabilización de 1959 y fue también el artífice del crecimiento económico de los años sesenta. El responsable de la entrada del Gobierno de los tecnócratas fue el cada vez más influyente Carrero Blanco, quien, junto a estos ministros, fue reuniendo un grupo de influencia de carácter monárquico que desplazó definitivamente a los falangistas del poder. La otra «familia» del franquismo que resultó perjudicada, aunque en menor grado, fue la de los militares, que perdíó protagonismo a partir de 1957. – Se tendíó a una mayor liberalización económica, aunque se adoptó una línea represiva en los ámbitos social y político. También se completó la institucionalización del régimen, eliminando símbolos a través de la Ley de Porcedimiento Administrativo (1958). No se abandonó, sin embargo, la línea política esencial del franquismo, resumida en la defensa de la unidad de España, la prohibición de partidos políticos y la democracia orgánica. Esta ideología se plasmó en la Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958), en la que se definía al régimen como una «monarquía tradicional, católica, social y representativa». – Después de 1950, las relaciones diplomáticas del régimen mejoraron. La España franquista resultaba útil a Estados Unidos para su política de contención del comunismo, ya que, a pesar del carácter antidemocrático del Gobierno, constituía una plataforma para su red de bases militares. En este contexto, en Septiembre de 1953 se firmó una serie de pactos con Estados Unidos que supónían la integración económica y militar de España en los planes estratégicos de la potencia líder del bloque occidental. Los acuerdos firmados permitían a los estadounidenses construir bases militares en Torrejón (en las cercanías de la muy poblada ciudad de Madrid, un objetivo potencial de los misiles soviéticos), Zaragoza, Morón de la Frontera (Sevilla) y Rota (Cádiz). A cambio, Franco obténía lo que quería, es decir, seguridad económica y militar para su régimen, pues nunca creyó en la integración de España en la modernidad representada por Estados Unidos. Estos acuerdos significaban, por otra parte, un importantísimo recorte de la soberanía nacional y de la libertad de acción internacional, lo cual entraba en abierta contradicción con una política que se autodeclaraba ultranacionalista. España se convertía, además, en un satélite en la órbita de Estados Unidos, aunque no entró a formar parte de la comunidad occidental como miembro del pleno derecho, ya que no disfrutó de las ayudas del Plan Marshall, y su ingreso en la CEE y en la OTAN fue vetado. No obstante, España fue admitida en la ONU en 1955. Poco antes, en 1953, se firmó con la Santa Sede un Concordato que consagró la confesionalidad del Estado español: la religión católica era obligatoria en la escuela, el único matrimonio válido era el religioso (y, por tanto, indisoluble); la Iglesia era mantenida por el Estado y estaba exenta de impuestos. A cambio, a Franco se le reconocía