La Década Ominosa y el Trienio Liberal (1814-1823)
La Década Ominosa abarca los hechos que tuvieron lugar durante el reinado de Fernando VII entre 1814 y 1823. El 10 de marzo de 1820, con el inicio del Trienio Liberal, el gobierno restableció el sistema constitucional, concediendo una amnistía a los liberales encarcelados. Desde el punto de vista político, destaca la división de los liberales en dos facciones: los moderados, partidarios de reformar la Constitución para restarle poder a las Cortes a favor del monarca y limitar la participación popular, y los exaltados, que preferían mantener el sistema constitucional tal como estaba.
Fernando VII, una vez «sentado otra vez en el trono», agradeció al pueblo, a Dios «omnipotente» y a la intervención de «sus poderosos aliados» de la Santa Alianza, que enviaron al mando de su primo, «el duque de Angulema», a su «bravo ejército» conocido como los Cien Mil Hijos de San Luis, ayudándole a restablecer el absolutismo. En 1823, el rey cargó contra los liberales, a los que consideró «traidores» y «cobardes», y juró la Constitución, anulando los actos del Trienio Liberal, declarándolos «nulos y de ningún valor», ya que, según él, «carecía de libertad».
Tras el manifiesto de apoyo de los absolutistas al rey, a través del Manifiesto de los Persas, que defendía la monarquía absoluta y el despotismo ilustrado, y cuyo objetivo era animarlo a volver al absolutismo, se restableció la Monarquía Absoluta y se devolvió el poder a las instituciones del Antiguo Régimen. Esta restauración contó con dos apoyos fundamentales: la derrota de Napoleón, que permitió una reestructuración de las monarquías europeas y las relaciones internacionales, y la Santa Alianza, que fue el instrumento de intervención contra los movimientos liberales, formada por los reyes de Rusia, Prusia, Austria, Francia y España. La ausencia de apoyos internos al régimen constitucional impidió que este tuviera tiempo de implantarse en España.
El Sexenio Absolutista y la Cuestión Sucesoria
Se dio paso así al Sexenio Absolutista, que llevó a cabo la reposición del Antiguo Régimen y sus instituciones. Se restablecieron las Audiencias, el Consejo de Indias y el Consejo de Estado, que se convirtió en un consejo de ministros con figuras como Calomarde, ministro de Gracia y Justicia. En esta reposición de la sociedad estamental, se restableció el poder nobiliario y volvieron los gremios.
La política represiva buscaba la depuración contra «las ideas liberales y revolucionarias», queriendo la «persecución o anulación de sus partidarios». Durante el Trienio Liberal se produjo la división entre moderados y exaltados. Durante la segunda restauración absolutista, los absolutistas se dividieron en reformistas, que eran partidarios de suavizar el absolutismo, y los ultras, que defendían la restauración completa del absolutismo, incluyendo el restablecimiento de la Inquisición.
La monarquía se implicó en unas reformas racionales de la economía a través del Código de Comercio y la creación de la Bolsa. Se elaboró un proyecto de centralización del Estado que atentaba contra los fueros de Navarra y el País Vasco. Fernando VII contrajo matrimonio en cuatro ocasiones sin conseguir descendencia masculina. Ante esta situación, promulgó la Pragmática Sanción, que derogaba la Ley Sálica, la cual impedía a las mujeres la sucesión al trono. Esto fue una sorpresa para los ultrarrealistas, que tenían la esperanza de que don Carlos sucediera al rey. En octubre de 1830 nació Isabel, princesa de Asturias. Los carlistas (partidarios de don Carlos) se negaron a aceptar la nueva situación, influyendo sobre el monarca enfermo para que repusiera la Ley Sálica.
No se trata solo de un conflicto sobre quién debía ser el monarca, sino de una lucha por imponer un modelo u otro de sociedad. En torno a don Carlos se agrupaban las fuerzas partidarias del Antiguo Régimen, opuestas a cualquier forma de liberalismo. María Cristina comprendió que, para salvar el trono de su hija, tenía que buscar apoyos en los liberales. Nombrada regente mientras durara la enfermedad del rey, formó un nuevo gobierno reformista, decretó una amnistía y se preparó para enfrentarse a los carlistas.
Orígenes del Movimiento Obrero en España
El movimiento obrero en España, desde sus orígenes hasta la división de la AIT, abarca temas como las reivindicaciones de las movilizaciones obreras, la evolución de las formas de organización y lucha, y la identificación y caracterización de las principales organizaciones de trabajadores. El movimiento obrero se inició por el malestar de los obreros ante las pésimas condiciones de trabajo a las que estaban sometidos, como, por ejemplo, las largas jornadas laborales, la disciplina estricta, la supresión de descansos los domingos y días festivos, los despidos frecuentes, la ausencia de pensiones por enfermedad y de derechos laborales o sindicales, y las pésimas condiciones en las que se encontraban las fábricas.
Con la instalación del liberalismo, se suprimieron los gremios y los trabajadores no tenían ninguna organización asociativa, lo que llevó a los obreros a protestar e intentar organizarse. El ludismo, sin una ideología definida, fue una reacción de los obreros que consideraban que las máquinas eran las culpables de sus males. Las primeras protestas tuvieron lugar en 1820, momento paralelo a la extensión de la industrialización y la introducción de nuevas máquinas. El proceso más espectacular ocurrió en Barcelona con la quema de la fábrica El Vapor.
Los obreros, enfadados por la pérdida de su oficio, reaccionaron destruyendo las fábricas y máquinas. Un claro ejemplo es la destrucción de las máquinas en la Fábrica de Tabacos de La Coruña, donde las mujeres que allí trabajaban, molestas ante las «nuevas operaciones que no les prestan ni acomodan», puesto que no saben hacerlas, «tardando tanto en elaborarlas que apenas sacan la tercera parte del jornal que acostumbraban», actuaron «arremetiendo contra los jefes y empleados del establecimiento», mostrando su descontento ante las nuevas máquinas. Los obreros se dieron cuenta de que tenían que buscar otro camino, ya que sus acciones eran reprimidas por el gobierno, no conseguían sus objetivos y, además, se quedaban sin empleo.
El Asociacionismo Obrero y la Primera Huelga General
El asociacionismo fue la alternativa por parte de los obreros para defender sus intereses y coordinar su actuación frente a los patronos. Los obreros, que «van camino de su ruina» debido a la mengua de los salarios, sucediéndose la crisis industrial, pedían «el libre ejercicio del derecho de asociarse» para «atender a todos sus intereses».
Las primeras sociedades obreras fueron creadas bajo la apariencia de sociedades mutualistas y de beneficencia. Con carácter sindical, nacieron en Cataluña. A pesar de la oposición de los empresarios, el sindicalismo se expandió primero en forma de federaciones que funcionaban como sociedades de socorro. Durante la crisis política de 1854, se originó en Barcelona la primera huelga general de España por la introducción de una nueva máquina hiladora, generando un movimiento de solidaridad en todas las empresas, lo que provocó que el Capitán General de Cataluña prohibiera el uso de estas. Los patronos no aceptaron esta orden, pero se formó un comité paritario entre patronos y obreros que llegó a un acuerdo sobre el aumento de los salarios.
La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT)
Como respuesta a la explotación de los trabajadores como consecuencia de la Revolución Industrial, surgió la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), con el objetivo de lograr un orden social justo e igualitario contra el capitalismo. La AIT era un símbolo de solidaridad internacional entre los obreros por encima de las fronteras. Esta asociación era partidaria de una acción unitaria del proletariado y la organización de la clase obrera, de la lucha por la emancipación económica y por la abolición de la sociedad clasista, la explotación infantil y la mejora de las condiciones laborales de la mujer, la solidaridad obrera internacional, la huelga como instrumento de lucha y la abolición de la propiedad privada de los bienes de producción y de los ejércitos permanentes.
Discrepancias entre Bakunin y Marx
Sin embargo, existían algunas discrepancias entre Bakunin y Marx. Bakunin quería que la AIT fuera una coordinadora de movimientos social-revolucionarios autónomos, centrando su atención en el hombre y en su libertad, oponiéndose al autoritarismo y rechazando la participación política, proponiendo la creación de sindicatos en lugar de partidos políticos. Por otro lado, Marx pensaba que la I Internacional debía funcionar como centralizadora, unificadora y orientadora del movimiento obrero, exponiendo que la historia es una lucha de clases entre explotados y explotadores, y postulaba una situación transitoria que era un Estado obrero, aceptando el juego político, lo que suponía la participación en las elecciones.