Orígenes y Evolución del Movimiento Obrero en España: Del Ludismo al Sindicalismo

Orígenes y Evolución del Movimiento Obrero en España

Los Comienzos del Movimiento Obrero Español

Hasta el primer tercio del siglo XIX, las protestas obreras tuvieron un carácter ludita, es decir, de oposición a las nuevas máquinas a las que consideraban la causa del desempleo entre los trabajadores. Se produjeron así algunos episodios de destrucción de máquinas como los de la zona de Alcoy o el incendio, en 1835, de la fábrica de Bonaplata en Barcelona. Sin embargo, los trabajadores pronto se convencieron de que sus problemas radicaban en las condiciones laborales que imponían los patronos, por lo que trataron de conseguir el derecho de asociación, prohibido por la legislación liberal, para tener éxito en sus reivindicaciones. Surgieron así sociedades de ayuda mutua a las que los trabajadores contribuían con aportaciones para asegurarse una ayuda en caso de paro o enfermedad, siendo la primera de ellas la Sociedad de Protección Mutua de Tejedores de Algodón (Barcelona, 1840).

Fue bajo el reinado de Isabel II cuando avanzó la toma de conciencia de los obreros, si bien durante un tiempo el Estado liberal siguió prohibiendo las asociaciones obreras y las huelgas. A pesar de ello, las reivindicaciones obreras —principalmente el incremento salarial y la reducción de la jornada laboral— fueron creciendo y se tradujeron en huelgas a mediados de siglo, como las de 1855 contra la introducción de las máquinas de hilar.

Paralelamente aparecieron nuevas corrientes ideológicas que fueron articulando el movimiento obrero.

Se difundió así el llamado socialismo utópico, que inspirado en los planteamientos de Fourier, Owen y Saint-Simon, defendía la creación de sociedades igualitarias mediante la colaboración entre clases sociales, el cooperativismo y un reparto equitativo de la riqueza. En esta línea destacaron Joaquín Abreu, seguidor de Fourier, que preconizaba la fundación de falansterios o cooperativas de producción y consumo de carácter principalmente agrícola y donde estaba abolida la competencia económica y la propiedad privada, Fernando Garrido y Sixto Cámara entre otros. En el ámbito político, el movimiento obrero estuvo en sus inicios muy vinculado a la ideología republicana, siguiendo las tesis de Auguste Blanqui, por lo que en 1868, cuando fue aprobado el sufragio universal masculino, los trabajadores votaron frecuentemente por las candidaturas republicanas.

Paralelamente, también tuvo lugar una creciente conflictividad social agraria, especialmente en Andalucía, donde abundaban los jornaleros. Relacionados con esta situación estuvieron el fenómeno del bandolerismo, esto es, bandidos rebeldes frente al orden impuesto, que en grupos robaban y asaltaban caminos, aldeas o cortijos, y situaciones de tensión que dieron lugar a ocupaciones de tierras, quema de cosechas y disturbios. Los principales tuvieron lugar en algunos puntos de Castilla, en el campo sevillano (Utrera, Arahal) y en 1861 en Loja (Granada) donde el movimiento insurreccional, (conocido como la «revolución del pan y el queso») dirigido por Pérez del Álamo, fue duramente reprimido.

Nuevos episodios de tensión se produjeron a finales de siglo en Andalucía, como las ejecuciones de campesinos acusados de pertenecer a la supuesta organización anarquista «Mano Negra» (1884) y la ocupación campesina de Jerez (1892).


El Desarrollo del Movimiento Obrero Español

Durante el Sexenio Democrático se produjo un impulso del obrerismo, y no solo por el reconocimiento del sufragio universal masculino y del derecho de asociación a los trabajadores, sino porque el clima de mayor apertura producido tras la Revolución de 1868 permitió la entrada en España de nuevos planteamientos ideológicos.

De especial importancia fue la difusión de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), conocida como Primera Internacional, que había sido fundada en Londres en 1864. En su seno se promovieron planteamientos revolucionarios como la abolición de la sociedad de clases, la supresión de la propiedad privada, y el recurso a la huelga para reivindicar mejoras laborales y sociales. La difusión de los ideales internacionalistas, principalmente de orientación anarquista, permitieron la aparición de numerosas organizaciones obreras, especialmente en Madrid y Barcelona, y la creación de la Federación Regional Española (FRE) de la AIT en el Congreso Obrero de Barcelona, en 1870. Pronto, sin embargo, esta acabó dividiéndose en dos ideologías diferenciadas, el anarquismo y el marxismo, lo que unido a su ilegalización por el régimen de la Restauración, provocó su decadencia hasta su disolución en 1881.

El anarquismo fue difundido en España por el italiano Giuseppe Fanelli, y fue la corriente obrera mayoritaria en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, a pesar de la persecución que sufrió por parte de los gobiernos de la Restauración. Tuvo su principal arraigo entre las masas jornaleras de Andalucía y los trabajadores industriales de Cataluña, articulándose en torno a la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE, 1881). Esta corriente sostuvo, en buena medida, el rechazo al parlamentarismo, la acción directa para conseguir la revolución social y la implantación del comunismo libertario, lo que llevó a episodios de violencia y atentados contra políticos, miembros de la burguesía y de la Iglesia.

El socialismo marxista fue inicialmente introducido en España por Paul Lafargue, y tuvo su mayor implantación en el País Vasco, Madrid y Asturias. Esta corriente dio lugar a la fundación por un grupo de trabajadores encabezados por Pablo Iglesias, del Partido Socialista Obrero Español (PSOE, 1879), quien fundó también el semanario El Socialista (1886), órgano de expresión de este partido, y el sindicato Unión General de Trabajadores (UGT, 1888). El PSOE se proclamaba inicialmente marxista y revolucionario, al tiempo que reclamaba profundas reformas sociales como el derecho de asociación y manifestación, el sufragio universal, la reducción de la jornada laboral o la prohibición del trabajo infantil.

Su crecimiento fue lento pero constante, estimulado por la fundación de la Segunda Internacional (1889), de hegemonía socialista. Siguiendo las directrices de esta, a finales de siglo el partido decidió participar en las elecciones, inicialmente en alianza con los republicanos, aunque, por el momento, tuvo una fuerza limitada.

En el movimiento obrero cabe mencionar también el sindicalismo católico, iniciado a partir de 1864 con la fundación por el jesuita Antonio Vicent de los primeros círculos obreros católicos. Solo alcanzó cierta importancia cuando la Iglesia, a finales del siglo XIX, impulsó el catolicismo social, aunque su implantación fue modesta y limitada a zonas rurales del interior peninsular.

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