Los Orígenes del Movimiento Obrero: Ludismo, Asociaciones y Cartismo
El Ludismo
La primera reacción de los obreros fue su oposición al maquinismo, por considerarlo responsable del desempleo y de los bajos salarios. Artesanos y trabajadores se rebelaron contra las máquinas, destruyéndolas. Este movimiento recibe el nombre de ludismo, por Ned Ludd, obrero inglés que lideró el movimiento que, en 1811, emprendió la destrucción violenta de la maquinaria textil. Además de en Inglaterra, las destrucciones de máquinas alcanzaron a otros países europeos como Francia, Bélgica, Alemania y España.
Las Primeras Asociaciones de Trabajadores
El Estado, además de permanecer al margen de las relaciones laborales entre empresarios y obreros, prohibía las asociaciones obreras. Sin embargo, Inglaterra fue el primer país en reconocer el derecho de asociación obrera (1824). Las primeras asociaciones fueron las Sociedades de Socorros Mutuos, donde los mutualistas cotizaban para atender situaciones de accidente, enfermedad o muerte. En 1825, se crearon las Trade Unions, sindicatos de obreros de un mismo oficio, organizados para obtener mejores condiciones de trabajo. El nacimiento de las Trade Unions marcó la aparición del sindicalismo.
La Lucha por la Participación Política: El Cartismo
El movimiento cartista buscaba mejorar la condición obrera a través de la vía parlamentaria. Se pensaba que, si los trabajadores, que constituían la mayoría de la población, reformaban la ley electoral, se podrían conseguir desde el Parlamento las necesarias medidas de reforma social. Con ese objetivo, en 1838, la Asociación de Trabajadores de Londres redactó la Carta del Pueblo, con peticiones políticas para avanzar hacia la democratización del Estado: sufragio universal, supresión del requisito de poseer propiedades para ser diputado, voto secreto, etc. Las peticiones de la Carta fueron continuamente rechazadas.
Marxismo y Anarquismo
Marxismo
Toma su nombre de Karl Marx, quien, en colaboración con Friedrich Engels, escribió diversas obras que constituyen el soporte teórico de la ideología socialista. Las de mayor influencia fueron el Manifiesto Comunista (1848) y El Capital, obra de Marx, que es la crítica más seria al sistema capitalista. El primer postulado de la doctrina marxista es la lucha de clases. Por un lado, la clase obrera, el proletariado, formada por aquellos cuya fuente de ingresos procede de su esfuerzo físico; por otro, la clase capitalista, la burguesía, formada por aquellos cuya principal fuente de ingresos no procede de un salario. Ambas clases, oprimida y opresora, se encuentran en lucha: la primera, para intentar cambiar el orden socioeconómico mediante la conquista del poder; la segunda, para mantener la estructura existente. Según Marx, esta lucha terminará con la victoria del proletariado, que instaurará una dictadura del proletariado para organizar la transición de la propiedad privada a la colectiva. El nuevo Estado obrero se encargaría de la dirección de la actividad económica, eliminaría las desigualdades como paso previo a una sociedad sin clases y sin Estado, la sociedad comunista, que sería el objetivo final.
Anarquismo
El anarquismo se desarrolló en la segunda mitad del siglo XIX como una alternativa distinta del marxismo. Su principal teórico fue Mijaíl Bakunin. Aunque no tiene una ideología tan definida como el socialismo, algunas de sus ideas son el rechazo de la propiedad privada y la defensa de la propiedad colectivista. A diferencia de los marxistas, no buscan conquistar el poder del Estado, sino destruirlo. Su objetivo final era alcanzar la anarquía, una sociedad basada en la libertad individual, la propiedad colectiva y la desaparición de todas las autoridades. Algunos anarquistas recurrieron a la violencia, asesinando a figuras como Alejandro II de Rusia, Cánovas del Castillo en España y Humberto I de Italia.
La Primera Internacional (AIT)
En 1864, aprovechando la Exposición Universal de Londres, se celebró un encuentro de delegados de organizaciones obreras, del que surgió el acuerdo de fundar la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), o Primera Internacional. Entre los fundadores estaba Karl Marx. Inicialmente, la AIT parecía destinada a tener una larga vida, con adhesiones de sindicatos y grupos obreros de Francia, Italia, España, Alemania, etc. Sin embargo, las discrepancias ideológicas entre Marx y Bakunin dividieron a la AIT. Ambos perseguían una sociedad igualitaria a través de una revolución que destruyera el Estado burgués, pero diferían en el método. Marx creía que el proletariado debía organizarse en un partido obrero para dirigir la revolución hacia la conquista del Estado. Bakunin, en cambio, rechazaba la formación de partidos obreros y abogaba por una revolución inmediata contra el Estado, para crear una sociedad organizada en comunas.
La represión de la Comuna de París (1871) afectó a la Internacional, acusada de haber provocado la insurrección. Muchos países europeos la declararon ilegal. La ruptura definitiva entre marxistas y bakuninistas tuvo lugar en el Congreso de La Haya (1872), donde los bakuninistas fueron expulsados al no aceptar la estrategia de formar partidos obreros nacionales. La AIT, debilitada, trasladó su sede a Nueva York y, en 1876, en el Congreso de Filadelfia, acordó su disolución.
La Segunda Internacional
Tras varios intentos fallidos de revivir la AIT, en 1889, en París, durante el centenario de la Revolución Francesa, se organizó un congreso con representantes de diferentes partidos socialistas, donde se creó la Segunda Internacional. Se acordó impulsar la jornada laboral de 8 horas y convocar manifestaciones para el 1 de mayo de 1890.
Los congresos de la Internacional se convirtieron en foros de debate. Uno de los grandes dilemas fue la «crisis revisionista», liderada por Eduard Bernstein. A diferencia de Marx, Bernstein creía que el socialismo podía alcanzarse de forma pacífica y gradual, a través de reformas en los parlamentos, sin necesidad de una revolución. Esto dividió al socialismo entre revolucionarios y reformistas.
Otro tema clave fue el colonialismo, visto como una necesidad para el funcionamiento del capitalismo, aunque implicara la explotación de las colonias. También hubo intentos de frenar la guerra en Europa, que se veía venir desde 1900. Sin embargo, al estallar la Primera Guerra Mundial en 1914, los partidos socialistas apoyaron a sus gobiernos, votando a favor de los créditos de guerra. Esta decisión rompió la Segunda Internacional.