Partidos políticos del reinado de Isabel II. El Estatuto Real y las Constituciones de 1837 y 1845
La instauración del liberalismo trajo consigo la existencia de órganos representativos (Parlamento, Ayuntamientos, Diputaciones…), siendo los partidos políticos los instrumentos para proveer de representantes a esas instituciones. Surgieron, pues, una serie de fuerzas políticas que representaban las opciones del liberalismo español. Ahora bien, no podemos pensar en partidos como los actuales. En buena medida no eran más que una agrupación de personalidades alrededor de algún notable –civil o militar- y no constituían partidos con programas elaborados, sino corrientes de opinión o “camarillas” vinculadas por relaciones personales o por intereses económicos. Por último, la enorme restricción de derecho a voto y la falta de tradición parlamentaria desvinculaban a la inmensa mayoría de la población de la política de partidos.
Los dos grandes partidos de la época isabelina fueron los moderados y los progresistas, que representaban las dos grandes corrientes del liberalismo de la primera mitad del s. XIX y eran la expresión de la defensa de un sistema monárquico constitucionalista personificado por la monarquía de Isabel II.
Los moderados
Los moderados eran un grupo heterogéneo formado por terratenientes, grandes comerciantes e intelectuales conservadores, junto a restos de la vieja nobleza, del alto clero y de los altos mandos militares. Defensores a ultranza de la propiedad, garantía del orden que querían preservar, encontraron en el sufragio censitario el arma ideal para impedir el acceso de las clases populares a la política. Asimismo, defendieron el principio de soberanía compartida entre las Cortes y la Corona, otorgando a ésta amplios poderes de intervención política (nombrar ministros, disolver las Cortes, etc.); se mostraron partidarios de limitar los derechos individuales, especialmente los colectivos como las libertades de prensa, opinión, reunión y asociación; y fueron partidarios también de la centralización de la Administración y de la primacía del poder ejecutivo sobre los otros poderes. Por último, representaban la opción más clerical del liberalismo, al defender el peso y la influencia de la Iglesia católica. Uno de sus líderes fue Narváez.
Los progresistas
Los progresistas eran también un heterogéneo, en el que predominaban la media y la pequeña burguesía y sectores de la burguesía industrial y financiera, cuyo denominador común era el espíritu de reforma. Defendían el principio de soberanía nacional sin límites y el predominio de las Cortes en el sistema político; rechazaban el poder moderador de la Corona y no aceptaban su intervención directa en la política. Eran partidarios de robustecer los poderes locales (Ayuntamientos libremente elegidos, Milicia Nacional,…) frente al centralismo de los moderados y defendían los derechos individuales y colectivos (libertad de prensa, de opinión, de religión, etc.) que les acercaba a las masas populares. Mantenían también el principio de sufragio censitario (reservado a los que poseían bienes o rentas), pero eran partidarios de ampliar el cuerpo electoral. Sus líderes fueron Mendizábal, Espartero desde 1840, Madoz, Alonso Martínez…Nunca fueron llamados por la corona para formar gobierno y llegaron a él mediante pronunciamientos o levantamientos. Sus gobiernos se sucedieron entre 1835-37, 1840-43 y 1854-56.
En 1854, se formó bajo el lema de “Unión Liberal” un nuevo partido que nació como una escisión de los moderados y que atrajo a su seno a los grupos más conservadores del progresismo. Pretendía constituirse como una opción “centrista” entre los dos partidos clásicos, pero no presentaba ideológicamente ninguna novedad más allá de la de unir para gobernar a los sectores descontentos con la política moderada de la primera década del reinado de Isabel II con aquéllos que se querían alejar de las opciones más radicales y democráticas del progresismo. Sus líderes fueron O´Donnell y Serrano entre otros.
Una escisión de los progresistas dio origen a la formación del Partido Demócrata (1849), que tendría influencia en la vida política de los decenios siguientes. El nuevo partido nació bajo el influjo de los ideales democráticos propagados por Europa en las revoluciones de 1848 y significó el nacimiento de la primera expresión política del pensamiento democrático en España. Los demócratas defendían ya el sufragio universal, la ampliación de las libertades públicas, la intervención del Estado en enseñanza, la asistencia social y la fiscalidad con el objeto de paliar las diferencias sociales y garantizar el derecho a la igualdad entre los ciudadanos.
Constitucionalismo en la España de Isabel II. (Compara el Estatuto Real de 1834 y las Constituciones de 1837 y 1845)
Entre 1833 y 1843 Isabel II no va a gobernar de manera efectiva sino que va a haber un período de regencias: regencia de María Cristina (1833-1841) y regencia del general Espartero (1841-1843).
Durante la regencia de María Cristina, madre de Isabel II, dieron comienzo las reformas liberales con el Estatuto Real de 1834. Debido al descontento de los liberales y al inicio de la guerra carlista la reina se vio abocada a realizar algunas reformas e hizo un esfuerzo por acercarse al liberalismo, promulgándose el Estatuto Real en 1834, que pretendía reconocer algunos derechos y libertades políticas pero sin aceptar todavía el principio de soberanía nacional. (En este período se realizó la división territorial provincial de Javier de Burgos).
Los progresistas, descontentos con las tímidas reformas iniciadas, tenían su fuerza en el dominio del movimiento popular, y en su gran influencia en la Milicia Nacional y en las Juntas Revolucionarias.
En el verano de 1835 además del pronunciamiento de La Granja, los progresistas protagonizaron numerosas revueltas urbanas que obligaron a la regente a formar un nuevo gobierno dirigido por el liberal progresista Mendizábal que asumió la tarea de desmantelar las instituciones del Antiguo Régimen e implantar un régimen liberal, constitucional y de monarquía parlamentaria.
La Constitución de 1837
El gobierno progresista constituido en septiembre de 1836 convocó inmediatamente Cortes extraordinarias, con objeto de que la nación manifestase expresamente su voluntad acerca de la restauración de la Constitución de 1812 o se diera otra nueva si se consideraba conveniente. Tras casi un año de discusiones, las Cortes aprobaron una nueva Constitución, el 8 de junio de 1837, que fue sancionada por Isabel II el 17 del mismo mes.
El nuevo texto constitucional significaba aceptar las tesis del liberalismo doctrinario (conservador) que confería a la corona el poder moderador. El mantenimiento del principio de soberanía nacional, la existencia de una amplia declaración de derechos de los ciudadanos (libertad de prensa, de opinión, de asociación, etc.) así como la división de poderes y la ausencia de la confesionalidad católica del Estado evidenciaban las aspiraciones más progresistas. Pero se introducía una segunda cámara (Senado) de carácter más conservador, se concedían mayores poderes a la Corona (veto de leyes, disolución del Parlamento, facultad de nombrar y separar libremente a los ministros …) y además el sistema electoral, que se remitía a una ley posterior, era censitario y extraordinariamente restringido (el 4% de la población con derecho a voto).
Durante este gobierno progresista (1836-37) se llevó a cabo también la desamortización de Mendizábal, la desaparición de mayorazgos, señoríos, gremios y la supresión de la Mesta.
En las elecciones de septiembre de 1837 los moderados obtuvieron la mayoría y pasaron a ocupar el gobierno. Algo no difícil de entender teniendo en cuenta cuántos y quiénes eran los que votaban. En los años siguientes, los moderados intentaron, sin salirse del marco constitucional, desvirtuar los elementos más progresistas de la legislación del 37.
Los sectores progresistas presionan y hace que María Cristina deja la regencia y comience la Regencia de Espartero (1841-1843) militar muy popular por sus éxitos en América y contra los carlistas.
Tras la caída de Espartero en 1843 y la proclamación como reina de Isabel II, los moderados se hicieron con el apoyo de la Corona. Inmediatamente reprimieron cualquier levantamiento de carácter progresista y desarmaron a la Milicia Nacional. Se iniciaba así un largo período de dominio moderado que, con breves interrupciones, gobernaría el país hasta 1868.
Los moderados y la Corona se aprestaron a modificar la Constitución progresista de 1837, incompatible con sus intereses. Así, una de las primeras tareas de Narváez –jefe de Gobierno- fue preparar la reforma constitucional. El 23 de mayo de 1845 se promulgaba una nueva constitución, pieza fundamental de la organización del nuevo régimen