8.2. LA MONARQUÍA HISPÁNICA DE Felipe II. LA UNIDAD IBÉRICA
Hijo de Carlos I e Isabel de Portugal, el reinado de Felipe II comienza en 1556 sobre los siguientes territorios: Castilla, Aragón, Navarra, Franco-Condado, Países Bajos, Sicilia, Cerdeña, Milán, Nápoles, Orán, Túnez, América y Filipinas. En sus primeros años de reinado tuvo que luchar en Europa contra Francia y el Papado hasta llegar a la paz de Cateau-Cambrésis (1559).
En ese año vuelve a la península para no volver a abandonarla. No obstante, los intereses dinásticos se impondrán muchas veces a los intereses nacionales, por lo que la política nacional y la europea estarán muy relacionadas.
La política exterior
Se centró en la guerra contra la herejía y contra el infiel. De 1559 a 1566 hubo una preocupación española por el Mediterráneo, concretamente el occidental. Después del desastre de Djerba, se tomó Malta en 1565. La amenaza del a expansión otomana al Occidente cristiano seguía siendo muy real. España lo sentía internamente en las guerras de Granada de 1569-70. La amenaza a Chipre hizo que España capitaneara la Liga Santa junto a Venecia y el Papa, derrotando a los turcos en Lepanto (Octubre de 1571). La victoria tuvo un enorme peso simbólico, pero no se freno a los turcos ni se les ganó un palmo de terreno.
El segundo punto de la política exterior se centraba en las relaciones con Inglaterra, que se acercaban a la ruptura por la piratería de Hawkins en el Caribe. Había una actitud de guerra abierta, y Felipe VIó que era necesaria una invasión directa de Inglaterra. El éxito de la Armada Invencible dependía de dos cosas: la capacidad de Farnesio de embarcar a su ejército y los suministros, y la inmovilización de Francia. La segunda condición se cumplíó, pero la primera no; el enlace nunca llegó a producirse, provocando el desastre de la Armada, que tuvo que huir al mar del Norte y volver a España circundando las costas de Escocia e Irlanda.
En Francia, Felipe buscó el entendimiento, a pesar que desconfiaba del partido católico Guisa y sus ambiciones dinásticas, que podían llegar a aunar a Francia, Inglaterra y Escocia en contra de España. Los sucesivos asesinatos condujeron al trono a Enrique de Navarra, un protestante que, sin embargo, en 1593 abjuró de su herejía, lo que le ganó el apoyo nacional de los nobles católicos. Con este apoyo, en 1595, Enrique IV declaró la guerra a España, estableciendo alianzas con ingleses y holandeses. Felipe II no puede hacer frente y firma el tratado de Vervins en 1598.
Pero, sin ninguna duda, el frente de la política exterior más activo fue en los Países Bajos. En las 17 provincias había un espíritu de independencia capitaneados por la nobleza (Guillermo de Orange). A ello se unía el problema religioso protestantismo-catolicismo. La solución negociada no fructificó y Felipe vio inevitable una solución militar que llevó a cabo con dureza el duque de Alba. Después de que éste impusiese un nuevo impuesto (“el décimo penique”), se produjo una sublevación general con la resolución general de decidir su propio destino. En la Pacificación de Gante exigían a Felipe la aceptación de la diferencia religiosa y la retirada de las tropas. Felipe II tuvo que ceder con la promulgación del Edicto Perpetuo (1577).
Lo que sí se consiguió, mediante la Liga de Arrás, es que las provincias católicas del S establecieran una alianza firme con España.
Los Países Bajos suscitaron un gran debate de fondo bajo los Austrias. Frente a la política militar e intransigente que se adoptó en muchos momentos, también había representantes del humanismo poserasmista, como los corresponsales del rey Arias Montano y Furió, que pensaban que el rey debía llevar a cabo un perdón general, que los naturales del país debían gobernar junto con los españoles, que las tropas se retirasen totalmente y que cesara toda persecución religiosa. Así, muchos españoles consideraban que las reivindicaciones constitucionales de los Países Bajos eran justas. Además, muchos pensaban que la política de Flandes era una desviación de la verdadera esfera de interés de España: el Mediterráneo. Por último, la guerra era una sangría económica para España.
En España tiene que hacer frente a una serie de problemas:
– la aparición de algunos grupos luteranos.
– la bancarrota de la Hacienda (1557)
– la muerte del heredero al trono, el príncipe Carlos en 1568. Por establecer contacto con rebeldes nobles flamencos, Carlos había sido encarcelado por orden de su padre y muere en prisión.
– en 1567 estalla la rebelión de las Alpujarras.
Unos 150.000 moriscos de Granada se rebelan contra el decreto real que les obligaba a abandonar su lengua, sus vestidos y tradiciones en el plazo de tres años. Se hicieron con el control de las Alpujarras, pero fueron duramente reprimidos por Juan de Austria. Muchos de ellos fueron deportados a Castilla donde siguieron formando comunidades aisladas; otros optaron por abandonar la península.
En 1578 opta al trono de Portugal al morir sin descendencia el último monarca portugués (Sebastián I). Recibíó el apoyo de los nobles portugueses pero no de las clases populares, por lo que en 1580 el duque de Alba invade Portugal sin apenas resistencia. Las Cortes portuguesas reconocieron como rey a Felipe II, y éste se comprometía a respetar las leyes, las instituciones y a reservar los principales cargos para los portugueses. La anexión unía dos inmensos imperios coloniales.
La hegemonía española llega a su apogeo
En los últimos años de su reinado tuvo que afrontar una grave crisis interna propiciada por su secretario Antonio Pérez.
La ambición de éste le llevó a la intriga y al engaño al monarca. Fue apresado durante más de diez años, pero en 1590 se escapó y huyó a Aragón, donde fue protegido por el Justicia Mayor. Cuando Felipe II lo acusa de herejía y es llevado a la cárcel inquisitorial de Zaragoza, estalló una rebelión en esa ciudad, que fue sofocada con el envío de 12.000 hombres y la ejecución de los principales líderes de la rebelión (incluído el Justicia), pero no se pudo evitar que Pérez huyera a Francia. Detrás de la rebelión de Zaragoza está el descontento por el dominio señorial y por la crisis económica causada por la política europea de Felipe II. Las Cortes de Aragón, reunidas en Tarazona en 1592 aceptaron los cambios constitucionales propuestos por Felipe. El poder real avanzaba algo, pero más por la aquiescencia de los nobles aragoneses, temerosos de una revuelta popular o de una invasión francesa.