La pérdida de las colonias forma parte de un proceso de redistribución colonial entre las grandes potencias desde1895 a 1905, que también perjudicó a países como Italia, Rusia, Japón, Francia o la República Sudafricana, y que benefició esencialmente a Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, convertidas así en las grandes potencias coloniales. Ante un proceso de acaparamiento de territorios coloniales, España era potencia de segunda fila desde el siglo XVIII. Sin embargo, el desastre supuso un auténtico aviso
en la conciencia de los españoles, y arrastró una serie de consecuencias importantes. Están, en primer lugar, las pérdidas humanas que en conjunto fueron unos 120.000 muertos. La mayoría de las muertes se debieron a enfermedades infecciosas. Si al principio los daños no repercutían demasiado en una opinión pública adormecida, poco a poco comenzaron las protestas y se fue extendiendo la amargura entre las familias pobres cuyos hijos habían sido enviados a pelear en las colonias por temas económicos. Los perjuicios psicológicos fueron importantes: los soldados heridos, pésimamente atendidos, muriendo d hambre etc . Aunque la guerra comportó grandes pérdidas materiales en la colonia, no fue así en la metrópoli. Los gastos de la guerra ascendieron a más de 2.000 millones de pesetas, lo que provocó el aumento del déficit del Estado y la necesidad de aumentar impuestos y reformar la Hacienda. La privación del mercado colonial afectó sobre todo a la industria catalana, aunque lograron atraer capitales de indianos enriquecidos. Tampoco aconteció la gran crisis política que se había vaticinado y el sistema de la Restauración sobrevivió. Los nuevos gobiernos intentaron aplicar a la política las ideas del regeneracionismo, sin mucho éxito. Consecuencia inmediata fue la pérdida de autoridad y el final de la carrera de la primera generación de dirigentes, como Francisco Silvela y Antonio Maura, en el partido Conservador, o Eugenio Montero Ríos y José Canalejas, en el bando liberal. Pero quizás fue más grave el desprestigio militar, derivado de la dureza de la derrota, a pesar de la capacidad de generales y tropas. Era evidente que el Ejército no había estado preparado para un conflicto como el ocurrido aunque en último extremo la responsabilidad era más política que militar. Fundamentalmente, la crisis del 98 causó un importante impacto psicológico entre la población y que sumió al país en un estado de desencanto y frustración porque significó la destrucción del mito del Imperio español. La prensa extranjera presentó a España como una “nación moribunda”, con un sistema político corrupto y unos políticos incompetentes. Según la opinión de Silvela: España “se había quedado sin pulso”. Frente a esta visión pesimista de la realidad española, surgieron una serie de críticas tanto hacia el funcionamiento del sistema político como a la propia mentalidad derrotista y conformista del país. La tesis regeneracionista se basaba en la constatación del aislamiento del cuerpo electoral del país, de la corrupción de los partidos políticos y del atraso económico y social de que España presentaba respecto a los países europeos más avanzados. Los regeneracionistas presentaban programas basados en una reorganización política, la limpieza del sistema electoral, la reforma educativa, las obras públicas… Y, en definitiva, una actuación encaminada al bien común y no en beneficio de los intereses políticos de la oligarquía. Sin embargo, no quisieron formar partidos ni participar en la vida política porque no querían implicarse personalmente en la vida parlamentaria. Confundían así el mal funcionamiento del sistema con la validez del propio sistema democrático liberal. Por ello su crítica fue estéril, porque no transcendió en un movimiento político concreto con capacidad de acción. El movimiento regeneracionista estuvo muy influenciado por la Institución Libre de Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos y el krausismo. Consideraban que la sociedad española y la política no favorecía ni la modernización de la cultura ni el desarrollo de la ciencia. Entre regeneracionistas destaca Joaquín Costa (1846-1911), político y escritor aragonés que alcanzó una extraordinaria popularidad. Costa propugnaba la necesidad de modernizar y europeizar España olvidando las glorias del pasado. «Escuela y despensa y cien llaves al sepulcro del Cid». Pretendía sustituir la política del régimen de la Restauración, que favorecía a la oligarquía, por otra que beneficiara a las clases medias. Así proponía: 1. El reparto de la tierra. 2. La construcción de grandes obras hidráulicas. 3. La extensión de un programa educativo, acompañado de la construcción de escuelas que sacará a las masas de su tradicional ignorancia.
Muchas de las críticas de Costa, se plasmaron en las protestas de las Cámaras Agrarias y de Comercio ambas formarían en 1900 la Unión Nacional. Planteaban el fomento de la riqueza, las reformas administrativas, la reducción de gastos del Estado, la descentralización, etc. Otras posiciones críticas que confluyeron alrededor del Modernismo y de la Generación del 98; del criticismo de la burguesía catalana que redobló sus motivos para la defensa de su peculiaridad regional o nacional, y de la expansión del movimiento obrero, que entró a participar en la política nacional. Además, el desastre del 98 sirvió de argumento para los nacionalismos periféricos, sobre todo el vasco. Para algunos sectores del catalanismo, era el momento de fomentar una regeneración española orquestada desde la dinámica Cataluña. Algunos de los nuevos políticos que en el contexto del desastre se pusieron al frente de los partidos, como Silvela, Maura… Adoptaron ideas regeneracionistas. En Marzo de 1899 la presión política desembocó en un voto de censura hacia Sagasta, causado por la derrota. Francisco Silvela formó un gobierno que presentó un programa regeneracionista, con el propósito de moralizar la vida política. Pero el gobierno entró pronto en crisis. En Marzo de 1901 Sagasta volvió a formar gobierno. En Mayo de 1902 Alfonso XIII era proclamado Rey y un año más tarde, ya retirado del gobierno, moría Sagasta. Con la muerte del viejo líder liberal, el inicio del reinado, y las consecuencias del desastre, termina el primer periodo del régimen de la Restauración.