TEMA 5: EL MOVIMIENTO OBRERO
Los conflictos sociales son probablemente tan Viejos como la historia, y desde luego, habían aparecido antes de producirse los cambios de la Revolución Industrial. Pero lo que si es cierto, es que las sociedades engendradas por la industrialización tienen una conflictividad más consciente de sí misma y más patente a los ojos de quien la observa.
La nueva sociedad de clases que, desde finales del Siglo XVIII, se va constituyendo, con distinto ritmo e intensidad en unas zonas que en otras, es no sólo una sociedad más abierta y más dinámica que la del antiguo régimen, sino también más conflictiva. El nuevo elemento social en torno al que se articula esa nueva conflictividad, es la clase obrera.
En realidad, la expresión clase obrera hace referencia a unos contornos sociales poco precisos. La constituyen, ante todo, los asalariados de la industria, cuyo número crece enormemente en los países en los que prende con fuerza la revolución industrial. Pero en los indicios de ésta, ese sector social es difícilmente diferenciable, en sus formas de vida y en sus intereses, de los artesanos. La imprecisión no procede sólo de que los márgenes sociales de la clase obrera sean difusos y cambiantes. Viene también del hecho de que la clase obrera dista mucho de ser un sector social completamente homogéneo. Dentro de ella, se individualiza muy pronto «una aristocracia obrera» que a menudo es la protagonista de la acción reivindicativa y que, en ocasiones defiende sus posiciones adquiridas frente a otros sectores obreros menos favorecidos.
Las primeras asociaciones constituidas por los obreros, suelen tener fines concretos de defensa y apoyo mutuo y, a veces, son apéndices de organizaciones vinculadas a otros sectores sociales. Conforme el asociacionismo obrero se va haciendo más autónomo y ambicioso, sus perfiles organizativos cobran mayor nitidez y cabe diferenciar, desde entonces, dos tipos de organización: el sindicato y el partido. Ambos tienen en común, el objetivo inmediato de mejorar las condiciones materiales de vida de los trabajadores, y como otro objetivo, más amplio y general, de transformar la sociedad instaurando un orden social más justo para todos.’ Los sindicatos suelen poner el acento sobre la mejora inmediata, pero es frecuente que compartan con los partidos una filosofía social y política que sitúa las conquistas concretas en la perspectiva de una transformación global.
Lo que fundamentalmente distingue a los partidos de los sindicatos, es que aquellos dan a sus reivindicaciones un marco político, es decir, pretenden la conquista del poder y la transformación de la sociedad por medio del control del Estado. Los sindicatos pueden presionar sobre el Estado e incluso contribuir a transformarlo o destruirlo; los partidos aspiran a participar en él, a modificar sus estructuras y, en general, a utilizarlo como instrumento de transformación social.
2 LOS PRIMEROS CONFLICTOS DE LA SOCIEDAD INDUSTRIAL
Es bien conocida la dureza de las condiciones de vida de los obreros en la primera mitad del Siglo XIX. Al desarraigo producido por la incorporación forzada a un nuevo medio, se unen las largas jornadas de un trabajo en el que el hombre es un mero apéndice de la máquina, la insalubridad de las fábricas y de las viviendas, los bajos salarios, la amenaza del desempleo, etc. Además, a la actividad se incorporan las mujeres y los niños desde edades muy tempranas.
El marco urbano, en el que se desarrollan las relaciones entre patronos y obreros, experimenta asimismo grandes transformaciones que son, en buena parte, expresión de la segregación existente entre las clases. Si éstas están distanciadas en nivel y forma de vida, en su educación y apariencia externa, en su mentalidad y en sus intereses, los barrios urbanos irán adquiriendo también personalidad social: barrios burgueses y barrios obreros quedarán nítidamente diferenciados. Esta realidad no es unánimemente aceptada como un hecho natural y necesario. Los propios obreros empiezan a ser conscientes no sólo de su miseria sino también de su fuerza potencial.
Fuera del ámbito obrero aparecen también testimonios de conciencia y rechazo de los males sociales y ciertas obras literarias («Los miserables» de Víctor Ruga, «Oliver Twist» de Charles Dickens … ) son una clara muestra de ello.
Pero el Estado liberal se desentiende durante largo tiempo de toda legislación social que no sea meramente represiva. Será la propia clase obrera la que, de una forma u otra, empiece a llamar la atención social sobre sí misma.
2.1 LOS PRIMEROS INTENTOS DE ORGANIZACIÓN
Inglaterra, la pionera de la revolución industrial, es también, lógicamente, la patria de los primeros movimientos obreros organizados suscitados por aquella; y si el modelo inglés de revolución industrial constituye un prototipo, puede afirmarse también la existencia inicial de un modelo inglés de movimiento obrero que servirá de punto de referencia para los demás países.
Hasta 1825 el movimiento obrero inglés se caracteriza por la escasa participación en la actividad revolucionaria, que protagonizan principalmente las clases medias, y por la falta de organización y de unidad. Dos formas de protestas tienen lugar en esta etapa: una corriente que propugnaba la destrucción de las máquinas conocida como «Luddismo» y un movimiento político de signo radical vinculado a la revolución francesa.
El término Luddismo viene del nombre de un tejedor llamado Ned Ludd, pionero en la destrucción de las máquinas y como movimiento tiene sus antecedentes en el Siglo XVII y sobre todo en el Siglo XVIII, siglo en el que se promulga una ley para proteger a las máquinas. Pero la oleada luddista más conocida tiene lugar a comienzos del Siglo XIX cuando la aplicación del vapor se generaliza en la industria textil. Es entonces cuando proliferan las amenazas contra los patronos que instalan máquinas y cuando se produce la destrucción de muchos telares mecánicos. En 1812 una ley condena a muerte a los destructores de máquinas y en 1813, 18 dirigentes luddistas son ejecutados en York.
Otro movimiento, en este caso de claro signo político, contó con más apoyo desde finales del Siglo XVIII, favorecido por la concentración de obreros en las ciudades e inspirado en la Revolución Francesa, cuyas ideas fueron difundidas por Tom Paine y Thomas Hardy. Este movimiento dirigido por los radicales y sustentado en las clases medias, pretendía la reforma electoral buscando ampliar el sufragio y fracasó por la represión del gobierno y por el abandono de sus dirigentes más moderados, asustados por la radicalización de los acontecimientos revolucionarios en Francia. Esta reacción permitíó al gobierno combatir no sólo las asociaciones políticas sino también las asociaciones de obreros con fines exclusivamente profesionales: por las Combination Laws (1799-1800) se prohibía cualquier intento de asociación.
Una segunda reacción popular contra la oligarquía dirigente tiene lugar durante la crisis de 1816-1819. Los radicales cuentan esta vez con mayor número de seguidores, pedían ayuda y apoyo para luchar por la reforma política y la abolición de las Combination Laws. Tras la violenta represión, por parte del gobierno conservador, de las manifestaciones y marchas de 1819, se abre paso a una política más tolerante y en 1824 se acuerda la libertad de coalición obrera.
2.2 DEL SINDICALISMO AL CARTISMO
La crisis económica de 1825-1832, provoca una serie de huelgas que provocó que el gobierno revocase la ley de 1824 y restringiese la libertad de asociación, limitándose al ejercicio de la huelga. A partir de entonces hubo un amplio movimiento de organización profesional. Las asociaciones obreras, las Trade Unions existían desde hacía tiempo pero carecían de efectividad; por eso surgíó la idea de crear una gran asociación. En 1829, John Doherty crea la Uníón General de Hiladores del Reino Unido. Esta confederación de sindicatos textiles era el primer intento de unidad obrera y tenía como meta la reducción de la jornada laboral y la creación de un fondo de ayuda con las aportaciones de todos sus miembros.
La agitación obrera logra imponer la Reform Act de 1832; la ansiada reforma electoral por la que habían luchado los obreros amplía el número de votantes hasta un millón,
pero los obreros siguen sin poder votar. La desmoralización se pone de manifiesto con la disolución en 1833 de la asociación de la construcción que había sido más activa. Ese mismo año se promulga la Factory Act, primera ley de protección del trabajo: los menores de 12 años no podrán trabajar más de 8 horas diarias y para los menores de 18 la jornada quedará en 12 horas. Se crean también las primeras inspecciones de trabajo que serán poco efectivas.
Después de insistir con escaso éxito en las reivindicaciones laborales, el movimiento obrero inglés recobrará la movilización política. Una carta enviada en el 1838, por la Asociación Obrera de Londres, al Parlamento Inglés da nombre al Movimiento Cartista. En esta carta se solicitaban: el sufragio universal y secreto, parlamentos anuales, supresión del certificado de propiedad para los miembros del Parlamento, el rechazo a la Ley de pobres de 1834, etc. En torno a estas reivindicaciones políticas se forma un verdadero movimiento popular que en plena crisis económica de 1838-1842, llega a tener un amplio arraigo entre las masas hasta tal punto que Doherty propuso la fundación de un partido del trabajo que, a la postre, no pudo realizarse por desavenencias internas dentro del movimiento. En efecto, la diversidad de tendencias dificulta la confluencia de intereses y el acuerdo sobre la estrategia. Dos corrientes destacan: la moderada, encabezada por Lovett, que propugna la agitación propagandística y la alianza con la burguésía para defender los intereses políticos comunes; la radical de O ‘Brien y O ‘Connors que proponen la huelga general corno forma predominante de lucha. El movimiento cartista sucumbe ante el fracaso de la revolución continental de 1848 que refuerza el conservadurismo en Inglaterra. En cualquier caso, fue el primer movimiento político-social de ámbito nacional de la clase obrera.
3 GENERALIZACIÓN E Internacionalización DEL MOVIMIENTO OBRERO
3.1 LA PRIMERA INTERNACIONAL
La idea de formar una alianza entre las clases trabajadoras se remonta a la revolución francesa, y es en la primera mitad del Siglo XIX cuando surgen los primeros intentos de internacionalización llevados a cabo por los emigrados políticos de varios países. Así surgíó en París, en 1826, la Liga de los Justos, sociedad secreta formada por exiliados alemanes de diversas tendencias que más tarde tuvo que trasladarse a Londres. Allí bajo la influencia de Marx, a quien llamaron a Londres, pasaron a llamarse «La liga de los comunistas» y en un congreso celebrado en Londres en 1847, encargaron a Marx y Engels la redacción de lo que un año más tarde sería el Manifiesto Comunista, el primer programa de un movimiento obrero internacional.
Después de 1848, la Liga de los comunistas se instala en Colonia y, a raíz de la represión que sigue a la revolución, termina disolvíéndose. También en Inglaterra hay algunos intentos de solidaridad internacional, así en 1845 se constituye La Sociedad de los Demócratas Fraternales, que se disolvíó en 1852, o la fundación del Comité Internacional, del que formaban parte representantes de los refugiados de Londres, también fracasó y se disolvíó en 1862.
En 1863 se reúne en Londres un comité presidido por George Odger en el que se redacta un mensaje pidiendo solidaridad a los obreros franceses en el problema polaco y se propone presionar a los gobiernos para evitar la contratación de obreros extranjeros. También se insistíó en celebrar congresos periódicos internacionales para hacer efectivas las acciones. El 28 de Septiembre de 1864, tiene lugar la primera reuníón en el Saint Marti n ‘ s Hall de Londres y en ese momento, a petición del francés Tolain, se crea la Asociación Internacional de Trabajadores.
Como desde su inicio la A.I. T. Estuvo formada por un abanico de tendencias, el comité designado para proseguir el proyecto, que estaba formado por varias secciones nacionales, no sabía cómo conjugar los distintos intereses de los grupos representados. Los delegados no consiguen elaborar los estatutos y Karl Marx recibe el encargo de redactarlos; a través de un llamamiento internacional, trató de exponer la perspectiva comunista de un modo aceptable para las diferentes organizaciones obreras.
Pero ya entonces defendíó en los Estatutos la conveniencia de que los trabajadores formaran partidos políticos para conseguir por ellos mismos su propósito
emancipador «la emancipación debe ser obra de los trabajadores mismos «.
La organización de la A.I. T. No era muy precisa. Estaba formada básicamente por un Comité central con sede en Londres que dirigía unas secciones locales en sus países respectivos. Tenía la pretensión de celebrar congresos anuales. Ya antes del primer congreso se prevéían enfrentamientos. En el Congreso de Ginebra de 1866, aunque no está presente Marx por motivos de salud, se establece un enfrentamiento entre Proudhonianos y Marxistas. Los primeros pretenden que rechacen las huelgas y que no se establezcan sindicatos ideológicos sino cooperativas de producción. Los ingleses se oponen a estas pretensiones. En este congreso se insiste en exigir al Estado medidas sociales encaminadas a reducir la jornada laboral a ocho horas y a mejorar las condiciones de trabajo de las mujeres y de los niños. Por esta causa también se produce un enfrentamiento con los proudhonianos que no están de acuerdo en la intromisión del gobierno en la reglamentación laboral. Pero las conclusiones finales del Congreso expresan la victoria de las ideas de Marx y sus partidarios que seguían teniendo la mayoría en el Consejo General.
A partir del Congreso de Basilea de 1869, el enfrentamiento se produce entre los anarquistas de Bakunin y los Marxistas. Bakunin había fundado en 1868 la Alianza Internacional de la Democracia Socialista e intervino en Basilea como delegado. Su pensamiento respondía a la situación de los obreros en los países menos desarrollados industrialmente. Condena la participación en las elecciones y la lucha por las reformas sociales y piensa que para la revolución es esencial la participación de los campesinos pobres y de los intelectuales. Combate en el seno de la internacional, el dominio del Consejo General sobre las secciones locales y acusa al propio Marx y al Consejo de llevar el movimiento obrero hacia un socialismo burocrático de Estado, cuando debería luchar por una nueva sociedad en la que no hubiera más divisiones entre gobernantes y gobernados.
Bakunin ejercíó una débil influencia sobre las diferentes secciones de la Internacional en Francia y una influencia intensa en zonas de economía poco desarrollada: regiones de Italia, Barcelona,etc.
La guerra Franco – prusiana y posteriormente la formación y fracaso de la Comuna de París provoca la persecución de la Internacional por parte de los diferentes gobiernos, pero serán las divisiones internas las que pongan fin a esta asociación. En el Congreso de la Haya de 1872, Y gracias a la presencia mayoritaria de Marxistas en el Consejo, se decide trasladar la sede a Nueva York para impedir la desintegración total de la Internacional o su caída en manos exclusivamente anarquistas, además Bakunin es expulsado de la Internacional y funda en Saint Imier la «Internacional antiautoritaria». En Filadelfia en 1876, se disuelve el Consejo General de la A.I.T.
3.2 LA SEGUNDA INTERNACIONAL
En 1889 se celebraba en París el primer centenario de la Revolución Francesa. Las organizaciones obreras francesas tomaron la iniciativa de recrear la Internacional Obrera. Estaban presentes en el acto fundacional, entre otros, los franceses Jules Guesde, Paúl Lafargue, los alemanes William Morris, el italiano Andrea Costa y los españoles Pablo Iglesias y José Mesa.
Tras varios intentos fracasados que tuvieron lugar a los largo de los años ochenta, la Internacional renacía así federando a organizaciones socialistas de ámbito nacional que estaban sólidamente arraigadas en sus respectivos países. Durante su cuarto de siglo de existencia, fue conocida por el nombre de la Internacional obrera; el apelativo de Segunda Internacional le fue atribuido tras su disolución en 1914, para diferenciarla de la Primera, la fundada por Marx, y de la Tercera Internacional, creada por Lenin en 1919.
Las diferencias entre la Segunda Internacional y la Primera son notables en lo que se refiere a la homogeneidad y dimensión. Frente a la heterogeneidad de la Primera Internacional, en la que se integraban partidos obreros, sindicatos y movimientos nacionalistas progresistas, la Segunda Internacional
quedó perfilada como una confederación que agrupaba sólo a partidos políticos semejantes. Esta mayor homogeneidad se hizo realidad también en el terreno ideológico: pronto quedó establecido su carácter socialista marxista. Por otra parte, la Segunda Internacional tuvo una incidencia social muy superior a la primera. Si ésta estaba constituida por un brillante y poco ensamblado Estado Mayor (Marx, Bakunin) que dirigía un menguado y heterogéneo ejército, la Segunda Internacional, en cambio, estuvo integrada por un gigantesco ejército que reunía millones de trabajadores a lo largo de toda Europa y también fuera de ella. Fue también la Segunda Internacional la creadora de algunos de los símbolos más conocidos del movimiento obrero: la adopción del himno que lleva su nombre (compuesto por Pierre Degeyter sobre una letra de Eugene Pottier escrita durante la Comuna de París), proclamación de la fiesta reivindicativa del Primero de Mayo, etc.
A diferencia del centralismo de la Primera Internacional, la Segunda no fue, en definitiva, sino una federación flexible de partidos nacionales autónomos para, a través de congresos trienales, conservar un tronco doctrinal común y coordinar acciones de ámbito internacional.
Sus primeros diez años de existencia, hasta comienzos de siglo, conforman el llamado «Periodo constituyente o ROMántico de la Internacional». En ellos se enuncian varias de las reivindicaciones comunes a todo el movimiento: desarrollo de una legislación más favorable a la clase obrera, o el establecimiento de la jornada laboral de ocho horas o la celebración del Primero de Mayo.
Desde el Congreso de París de 1900, se producen avances importantes. Se crea la Oficina Socialista Internacional con dos delegados de cada país y con la misión de preparar los Congresos y las comunicaciones. La Internacional se convierte en el foro donde se discuten graves problemas como la colaboración del movimiento obrero con la izquierda burguesa, los cambios experimentados por el capitalismo y la consiguiente evolución de las perspectivas socialistas, el carácter de colonialismo y su relación con la clase obrera, las amenazas de guerra entre las potencias europeas y las formas de hacerle frente.
A pesar de la afinidad ideológica de sus componentes, también se atravesarán graves problemas internos , sobre todo por la importancia que va adquiriendo el Partido Socialista Alemán. Destaca la denominada «Crisis revisionista» promovida por Eduard Bernstein, defensor de un nuevo socialismo y convencido de que el socialismo triunfaría gracias a las reformas, contando incluso con la burguésía y no por una revolución.
En el Congreso de Copenhague de 1910, se repitió la combinación de antibelicismo y falta de previsión de medidas concretas contra la guerra. En Diciembre del mismo año, se celebró un Congreso extraordinario con un único punto en el orden del día: «la situación internacional y la acción contra la guerra». El Congreso se convirtió en una imponente manifestación contra la guerra, pero el siguiente Congreso extraordinario, cuya celebración estaba prevista en Viena en 1914, no pudo tener lugar porque la guerra había estallado y en su oleada destructiva había arrastrado a una Internacional Obrera que no había podido evitarla.