A finales del Siglo XIX, España solo manténía las colonias de Cuba, Filipinas y Puerto Rico. El periodo de la Restauración coincide con la Época del Imperialismo, donde el poder de un país lo determinaba su nivel de desarrollo industrial, por lo que España, con su escasez de recursos y desarrollo y su débil marina, tenía un papel secundario en Europa. A pesar de no figurar entre los bloques enfrentados de la época imperialista, España tuvo una política exterior de neutralidad y recogimiento.
El sistema Canovista se vio afectado por el conflicto en Cuba, que se adentró en una crisis moral y política tras el Desastre del 98, con la pérdida de las colonias y la aparición del Regeneracionismo, que planteaba la necesidad de modernizar la nacíón. El aprovechamiento intensivo de Cuba como productora de azúcar, tabaco y otros productos tropicales daban grandes beneficios a la nacíón, pero a pesar de estar el negocio en manos de burgueses de la península, también nacíó una burguésía local que se denominaría «criolla»
En cuanto a política, los criollos empezaron a desarrollar un sentimiento de nacionalismo cubano, y veían a España como un estorbo para sus intereses. La desigualdad política de los cubanos frente a los peninsulares no fue solucionada por la administración española, por lo que el sentimiento de independencia crecíó.
En cuanto a economía, España tenía una economía proteccionista que perjudicaba a Cuba.
En cuanto al factor social, en Cuba se seguía manteniendo la esclavitud.
A estos factores se les suma también la intervención de los Estados Unidos, quienes con la doctrina Monroe, negaban cualquier derecho europeo sobre el territorio americano.
Antes de la independencia definitiva de las colonias, ya hubo conflictos previos que presagiaban el futuro de dichos territorios.
El origen del movimiento de independencia comenzó con la Guerra de los Diez Años, y el Grito de Yara, cuando Céspedes libera a sus esclavos y propone luchar contra los colonos españoles. La guerra estuvo dirigida por los criollos, quienes solicitaban medidas revolucionarias para la isla, como una ampliación de las libertades y la autonomía cubana, contando con el apoyo popular que pedía el fin de la esclavitud. A pesar de que se tuviera en cuenta la petición de autonomía en la Constitución del 73, los problemas persistieron durante la Restauración. Cánovas, con la intención de poner paz en Cuba, envió al general Martínez Campos a la isla para negociar, culminando con la firma de la Paz de Zanjón, donde se concedían la mayoría de las peticiones liberales que habían hecho los cubanos.
No obstante, el incumplimiento de las reformas prometidas provocó un nuevo levantamiento, la Guerra Chiquita, donde el general cubano Maceo se reúne con Martínez Campos para expresar la disconformidad de la colonia con la Paz de Zanjón. Los mambises se levantan contra los españoles, pero son derrotados rápidamente por la falta de apoyos y la superioridad del ejército español.
La abolición de la esclavitud significaría grandes pérdidas para los grandes propietarios y los traficantes de esclavos, por lo que se sumaron a là causa alfonsina.
Las constantes tensiones entre los cubanos y los peninsulares preocuparon al ministro Maura, quien propuso la autonomía cubana, pero no tuvo apoyos, Sagasta por su parte logró la abolición de la esclavitud en 1888.
En Cuba, nacieron dos grandes partidos; el Partido Autonomista, que pedía la autonomía de la isla, y la Uníón Constitucional, de carácter españolista. La incapacidad de este último para lograr reformas aumentaron el sentimiento independentista, lo que causó que José Martí fundara el Partido Revolucionario Cubano, que pretendía la independencia y consiguió el apoyo de los Estados Unidos.
Cuba había conseguido un desarrollo económico mayor que el de la península, por lo que los criollos se dieron cuenta de que les beneficiaba más el apoyo comercial de Estados Unidos que el de España.
Estados Unidos lanzaría a España múltiples ofertas para comprar la colonia, sin embargo, todas fueron rechazadas, así que cuando estallara la guerra en 1895, Estados Unidos no dudaría en apoyar a los independentistas en Cuba, también debido a los aranceles que España impónía a Estados Unidos al exportar a Cuba.
El conflicto comenzó en 1895 con el Grito de Baire. En la primera fase de la guerra, Cánovas envió a un ejército bajo el mando de Martínez Campos, acompañado de un espíritu reconciliador. Martínez Campos dimite al negarse a tomar medidas contra los civiles.
En la segunda fase, Weyler sustituye a Martínez Campos, e impone una fuerte represión contra los civiles, aislándolos de los mambises y alejándoles de sus tierras. Los mambises usaban la guerra de guerrillas en la selva, y el ejército español no tenía unos recursos ni preparación adecuados.
En la tercera fase, tras el asesinato de Cánovas, se destituye a Weyler y se envía al general Ramón Blanco, que intenta llegar a una conciliación antes que Cuba consiguiera el apoyo de los Estados Unidos, aunque llegó tarde, por lo que los mambises no aceptan cesar la violencia.
Mientras transcurren estos hechos, se produce una rebelión en Filipinas, iniciada por Rizal, donde había cantidad de misioneros españoles. El conflicto se apaciguó con las negociaciones
llevadas a cabo por Fernando Primo de Rivera.
En la cuarta y última fase de la guerra, Estados Unidos apoya a los independentistas cubanos con armamento, y la prensa norteamericana comienza a posicionarse contra España para que la opinión pública de dicho país viera con buenos ojos la entrada en la guerra.
Para entrar en la guerra, Estados Unidos envía a La Habana el acorazado «Maine», y tras una explosión en este, justifican la culpabilidad de España en este acontecimiento para entrar en la guerra, poniendo a España un ultimátum para que abandone Cuba.
España niega todos los hechos del Maine y rechaza el ultimátum. Como consecuencia, el almirante Cervera pierde la Batalla de Santiago, y España también pierde Filipinas en la Batalla de Cavite, pasando a ser ambos protectorados estadounidenses, junto con Puerto Rico y parte de las Marianas. Posteriormente, España acaba vendiendo también las posesiones que le quedaban excepto las de África a Alemania.
El Desastre del 98 tuvo consecuencias económicas,creando una crisis en la que no tuvo demasiada repercusión la pérdida de las colonias pero sí el gasto militar de la guerra, teniendo que subir los impuestos y creando inflación, y la pérdida del mercado de la industria catalana, que logró que se repatriara el capital a pesar de ello.
También hubo una gran pérdida humana, debido a la mala preparación del ejército, ya que se reclutaba gente con pocos recursos que no pudiera costearse la ausencia del servicio militar.
También se echaban la culpa entre militares y políticos del desastre.
El régimen de la Restauración sobrevivíó, pero surgíó el regeneracionismo que pedía medidas modernizadoras. Aparecieron los nacionalismos vasco y catalán.
El Desastre del 98 fue la inspiración para un grupo literario conocido como Generación del 98, con famosos autores como Baroja o Unamuno.
El Desastre del 98 sirvió para dar a España un golpe de realidad y olvidarse del Imperio que había sido, y le enseñó a mirar hacia adelante en lugar de hacia atrás. Esta visión fue la que dio paso al regeneracionismo, impulsado por un grupo de intelectuales que rechazaban el sistema de la Restauración al considerarlo como un lastre para el progreso del país. Entre estos intelectuales destaca Joaquín Costa, quien llegó a proponer que en España era necesario un «cirujano de hierro» que velará por estas medidas necesarias para España.