El Reinado de Carlos III: Reformas y Economía en la España del Siglo XVIII
Reformas Borbónicas y Desafíos Económicos
Los Borbones eran conscientes de que, si no se reformaba el sistema impositivo procurando que todos los habitantes pagasen en relación a su riqueza, incluyendo a los privilegiados (nobleza y clero), el saneamiento económico era imposible.
Cuando el rey llegó de Nápoles para hacerse cargo de la corona, contó con una serie de colaboradores a los que designó para puestos de gobierno, principalmente italianos como Grimaldi y Esquilache.
El Motín de Esquilache y la Expulsión de los Jesuitas
De estas revueltas destaca el Motín de Esquilache de 1766, un levantamiento popular en Madrid contra las medidas tomadas por dicho ministro: limpieza urbana, alumbrado, prohibición de los juegos de azar y uso de armas, uso de sombreros chambergos y capas largas.
A continuación, ordenó la expulsión de los jesuitas, cuyo voto de obediencia al papado los hacía sospechosos de no respetar las órdenes reales, y por ello se les acusó de instigar a las masas contra las reformas de Esquilache.
Carlos III ejerció su derecho a nombrar los cargos eclesiásticos, a controlar la Inquisición y a fundar monasterios, y combatió tenazmente el intento de la Iglesia de constituir un poder dentro del Estado.
La Industria y los Gremios
La industria tradicional, los talleres artesanos, continuaba organizada de forma gremial, con un estricto control sobre la producción y la creación de nuevos talleres.
La falta de demanda interna, siempre sometida además a las crisis cíclicas de la agricultura, y el poder acumulado por las jerarquías gremiales, ligadas al poder municipal, mantenían intacta esta forma proteccionista de producción.
Manufacturas Reales y la Política Manufacturera
El interés de los reyes y ministros del siglo XVIII por impulsar la economía, siguiendo el sistema mercantilista francés, favoreció la creación de numerosas manufacturas reales, que no eran más que grandes talleres dedicados a un producto concreto.
Pero la falta de mercado para dichos productos y la escasa rentabilidad de las nuevas fábricas orientaron la política manufacturera hacia el impulso de los establecimientos privados.
El Comercio Colonial y las Reformas Comerciales
Pero el problema más serio era que el mercado estaba sometido a los límites de la economía agraria, casi de autoconsumo, y los escasos excedentes que podían alcanzar los campesinos apenas alcanzaban para las compras más indispensables.
Solo el mercado exterior, esencialmente colonial, a pesar de la crítica situación que había sufrido en el siglo XVII, mantenía un volumen de transacciones y beneficios importantes.
Una de las primeras reformas fue la creación de compañías privilegiadas, a las que el Estado cedía, a cambio del pago de una cantidad, el monopolio sobre ciertas rutas o ciertos productos.
Todas estas compañías tropezaron con la competencia del comercio británico de contrabando, que introducía en los territorios españoles todo tipo de productos, por lo que los comerciantes exigieron la anulación de las restricciones y los políticos ilustrados los apoyaron.
En años sucesivos se fueron abriendo más hasta que Carlos III promulgó un decreto que permitía el libre comercio desde todos los puertos españoles con América y posteriormente se permitió lo mismo a los americanos, quedando suprimida la Casa de Contratación en 1790.
Cádiz continuó siendo, por el volumen de sus negocios, el gran puerto español del siglo XVIII, albergando la ciudad una burguesía mercantil rica y cosmopolita.
Impulso Económico en Cataluña y Valencia
Las medidas liberalizadoras tomadas para el comercio colonial con América sirvieron para impulsar la economía de algunas zonas, como es el caso de Cataluña, que pudo abrirse a la exportación de sus mercancías.
El puerto de Barcelona se especializó en la exportación de productos locales: aguardientes, tejidos…, generando un proceso de crecimiento económico en el conjunto de toda Cataluña.
Durante el reinado de Carlos III, bajo la influencia de Campomanes, se inició una política de reducción de los privilegios gremiales que facilitó la creación de manufacturas, a la vez que ofrecían ayudas para la instalación de las nuevas industrias.
En Valencia tuvo un crecimiento muy importante la industria de la seda, controlada por comerciantes que combinaban trabajo a domicilio con la instalación de factorías con máquinas modernas.
El auge agrícola, sobre todo ligado a la vid y la exportación, permitió aumentar la demanda de tejidos, al poseer los campesinos mayor renta disponible.
Una serie de empresarios emprendedores, con capitales provenientes de la agricultura y el comercio, vieron la ocasión de escapar a las rígidas reglas gremiales e invirtieron sus ahorros en las nuevas manufacturas.
La Expansión de las Manufacturas de Algodón
Aunque se expandieron las manufacturas de la lana, el cambio revolucionario se produjo en la del algodón, que fabricaban esencialmente indianas, telas ligeras de algodón estampadas.
Hacia 1736-1737 se expandieron unos establecimientos que recibieron el nombre de fábricas, y que representaban una nueva forma de organizar el trabajo y la producción distinta a la del taller artesanal o a la industria domiciliaria: la concentración de la producción y de la mano de obra en un espacio único y la división del trabajo bajo la dirección de un fabricante o propietario.
La expansión de la manufactura catalana se vio, además, favorecida por diversos motivos:
- La ampliación del mercado en Castilla, ya que se abolieron gran parte de las fronteras interiores en España tras la Guerra de Sucesión.
La Ilustración en España
Desde finales del siglo XVII las novedades que circulaban por Europa llegaban a España, aunque se quedaban en unos reducidos núcleos intelectuales. Con el paso de los años, y el asentamiento de los Borbones en el trono, se empezaron a aceptar las nuevas ideas.
Los individuos son para los ilustrados seres sociales que, dirigidos por la razón, buscan la felicidad, la cual se basa en el bienestar y se mide por la cantidad de riquezas (propiedades) que poseen.
Basándose en estos principios, los ilustrados creían que la sociedad humana entraría en una época de progreso indefinido, en la que la razón se vería apoyada por la educación y la actividad económica.
Por último, se enfrentaron al absolutismo monárquico, defendiendo la necesidad de un contrato entre gobernantes y gobernados que garantizase los derechos básicos del individuo.
Los ilustrados españoles fueron pocos, pero tuvieron mucha importancia en los intentos de renovación de la vida española, para cuya decadencia económica y social buscaron soluciones.
Aunque hubo nobles ilustrados, la mayor parte de ellos fueron miembros de la pequeña nobleza sin título y burgueses con profesiones liberales.
La mejora del sistema educativo y el estudio de las ciencias útiles se convirtieron en un objetivo prioritario, el eje sobre el que debía descansar el cambio del país.
Su escaso número y debilidad ante los estamentos privilegiados les hizo confiar en el poder monárquico como el instrumento para cambiar las leyes, avanzar en las reformas y modernizar el país.
Esta experiencia, conocida como despotismo ilustrado, tuvo lugar en los países en que los ilustrados aceptaron que la debilidad de la burguesía y la ignorancia de las clases populares hacían imposible cualquier cambio revolucionario (liberalismo) que no fuera asumido por la monarquía.
Como otros monarcas absolutos europeos, se mostró partidario de seguir algunas ideas de progreso y racionalización siempre que no atentaran contra la autoridad de la monarquía.