La Evolución del Republicanismo
Los republicanos, tras el fracaso de la Primera República, estaban fuertemente divididos en diferentes tendencias y en una continua reorganización de fuerzas, hechos que restaron eficacia y apoyo electoral a su programa político. La adaptación más rápida a las nuevas condiciones la protagonizó el viejo dirigente republicano Emilio Castelar, quien creó el Partido Republicano Posibilista, que aceptaba el juego político de la Restauración. Un grupo contrario fue el del político progresista Manuel Ruiz Zorrilla, que hizo un giro hacia un republicanismo radical que no descartaba la acción violenta contra la monarquía; fundó el Partido Republicano Progresista. Su fracaso, sin embargo, concluyó definitivamente el ciclo insurreccional republicano y una parte de los republicanos optaron por el Partido Republicano Centralista de Salmerón, que pretendía convertirse en el eje de las diversas opciones y tendencias republicanas. Las reformas liberales, en especial el sufragio universal, estimularon la formación de coaliciones como la Unión Republicana, que reunía diversas tendencias y que logró buenos resultados en las elecciones de 1893.
La Reconversión del Carlismo
Tras la derrota carlista en 1876, se prohibió de manera explícita la estancia en España del pretendiente Carlos de Borbón y algunos miembros destacados del carlismo. Todo esto sumió al carlismo en una grave crisis y el partido tardó tiempo en readaptar su actividad a las nuevas circunstancias. Cándido Nocedal, el principal dirigente carlista, consiguió extender los círculos carlistas por toda España, pero su fuerza fundamental continuó en Navarra, el País Vasco y Cataluña. La renovación del partido fue de la mano de Juan Vázquez de Mella, quien en 1886 propuso un programa adaptado a la nueva situación política que se conoce como Acta de Loredan. Ramón Nocedal, hijo del líder carlista, protagonizó una escisión en 1888 y fundó el Partido Católico Nacional, que dejó de reconocer como rey al pretendiente carlista y se convirtió simplemente en un partido católico integrista. A partir de 1890, el carlismo fue reconstruido con la aspiración de convertirlo en un partido de masas y organizado en asambleas locales que recibían el nombre de Círculos y que se difundieron por toda España.
Cuba: La Perla de las Antillas
Tras la Paz de Zanjón (1878), los naturales de Cuba esperaban de la Administración española una serie de reformas que les otorgaran los mismos derechos de representación política en las Cortes que a los españoles de la Península. Siguiendo el modelo bipartidista de la Península, se crearon en Cuba dos grandes partidos: el Partido Autonomista, mayoritariamente integrado por cubanos, y la Unión Constitucional, un partido españolista que contaba con una fuerte militancia de los peninsulares instalados en Cuba. El Partido Liberal de Sagasta se mostró favorable a introducir mejoras, pero no llegó a concretar la abolición formal de la esclavitud hasta 1888. En 1893, los liberales propusieron a las Cortes la aprobación de un proyecto de reforma del Estatuto colonial de la isla, pero fue derrotado por la fuerte presión de los grupos económicos españoles con negocios en Cuba.
La Gran Insurrección
En 1879 se había producido un nuevo intento de insurrección que dio lugar a la denominada Guerra Chiquita. La insurrección de los mambises fue derrotada al año siguiente por falta de apoyo, la escasez de armamento y la superioridad del ejército español. Pocos años después, el Grito de Baire del 24 de febrero de 1895 dio inicio a un nuevo levantamiento, que esta vez fue generalizado.
El jefe de gobierno español, Cánovas del Castillo, envió un ejército comandado por el general Martínez Campos, un militar convencido de que la pacificación de la isla requería una fuerte acción bélica, que había de ir acompañada, sin embargo, de un esfuerzo político de conciliación con los insurrectos. Martínez Campos no logró controlar la rebelión y por este motivo fue sustituido por Valeriano Weyler, que propuso cambiar completamente los métodos de lucha e inició una férrea represión.
Las Actitudes de los Catalanes ante la Guerra
Al estallar el conflicto en Cuba, la mayoría de las clases acomodadas y las principales entidades económicas catalanas, sobre todo el Fomento del Trabajo Nacional, defendieron la españolidad de las colonias y dieron un claro apoyo a la política de guerra del gobierno español. Las clases populares, que sufrían las consecuencias del injusto servicio militar, mostraron un claro sentimiento de oposición a la guerra que se tradujo en actitudes pacifistas y antimilitaristas y, sobre todo, en el rechazo de las quintas. Francisco Pi y Margall fue una de las pocas voces críticas dentro del ambiente de patriotismo exultante que vivía una buena parte de la sociedad española.