La Restauración Borbónica: Un Periodo de Estabilidad y Desafíos
El pronunciamiento de Martínez (Diciembre de 1874) fue acogido favorablemente por el ejército y las fuerzas políticas conservadoras, significando la restauración de la monarquía. Cánovas del Castillo asumió la regencia del rey Alfonso XII hasta su regreso, pretendiendo un sistema político basado en el bipartidismo y pacificar el país poniendo fin a la guerra de Cuba. La primera medida fue convocar Cortes Constituyentes.
La Constitución de 1876
La Constitución de 1876 defendía los valores tradicionales de la monarquía, la religión y la propiedad. Establecía una soberanía compartida entre el rey y las Cortes, considerando a la monarquía como una institución superior. Se concedían amplios poderes al monarca, incluyendo el derecho de veto, el nombramiento de ministros y la potestad de convocar, suspender o disolver las Cortes sin contar con el gobierno. Las Cortes eran bicamerales: el Congreso, de carácter electivo, y el Senado. Una ley de 1878 estableció el sufragio censitario, que evolucionaría hacia el sufragio universal masculino en 1890.
Se estableció la confesionalidad católica del Estado y se asignó un presupuesto para financiar a la Iglesia, aunque se incluía una amplia declaración de derechos que tendieron a ser restringidos. Se estableció la alternancia en el poder de los dos grandes partidos dinásticos, el conservador y el liberal, y el ejército quedó subordinado al poder civil.
Fin de los Conflictos Bélicos
La guerra carlista finalizó gracias a la intervención de Martínez Campos en 1875 en Cataluña, Aragón y Valencia, y en 1876 en el País Vasco y Navarra. Carlos VII se exilió a Francia. Como consecuencia de la derrota, se abolió el régimen foral, quedando sujetos los territorios vascos al pago de impuestos y al servicio militar. La Guerra de los Diez Años en Cuba finalizó en 1878 con la Paz de Zanjón, que incluía amnistía, abolición de la esclavitud y reformas administrativas. El incumplimiento de estos acuerdos provocó la Guerra Chiquita de 1879 y una nueva insurrección en 1896.
Vida Política y Alternancia en el Poder
Cánovas del Castillo introdujo un sistema de gobierno basado en el bipartidismo y la alternancia en el poder de los partidos dinásticos (conservador y liberal). Eran partidos de minorías y existían acuerdos tácitos entre ellos para asegurar la estabilidad institucional, incluyendo el *pucherazo* y el uso de *caciques* (personas que dominaban y controlaban los principales resortes del poder en un núcleo de población). La adulteración del voto constituyó una práctica habitual en todas las elecciones. De todas las elecciones realizadas, seis fueron ganadas por los conservadores y cuatro por los liberales. Tras la muerte del rey Alfonso XII, se impulsó un acuerdo entre conservadores y liberales, el Pacto del Pardo, con la finalidad de dar apoyo a la regencia de María Cristina y garantizar la continuidad de la monarquía.
Bajo el gobierno de Sagasta, se impulsó una importante obra reformista, como el sufragio universal masculino, la abolición de la esclavitud, la permisividad hacia las fuerzas opositoras y un nuevo código civil. En 1897, Cánovas fue asesinado y Sagasta volvió a formar gobierno. Tras el fracaso en la guerra colonial, el sistema entró en crisis, aunque pervivió 25 años más.
Fuerzas Políticas Marginadas
Durante la Restauración, los republicanos, carlistas, socialistas y nacionalistas quedaron relegados a la oposición y nunca consiguieron suficientes diputados para formar un gobierno influyente. En la izquierda, los republicanos estaban divididos en diversas tendencias: posibilistas de Emilio Castelar, Partido Republicano Progresista de Ruiz Zorrilla, Partido Republicano Centralista de Salmerón y federalistas de Pi y Margall. El sufragio universal masculino permitió aumentar los escaños parlamentarios con la formación de alianzas electorales (Unión Republicana). El republicanismo perdió escaños con la aparición del PSOE, fundado por Pablo Iglesias en 1879.
Carlos VII depositó su confianza en Cándido Nocedal, pero la renovación del partido carlista corrió a cargo de Vázquez de Mella. La propuesta carlista reconocía la unidad católica, el fuerismo y la oposición a la democracia (Acta de Loredan). Ramón Nocedal, hijo de Cándido, fundó el Partido Católico Nacional, dejando de reconocer a Carlos como rey. Otros partidos incluyeron la Unión Católica, liderada por Alejandro Pidal, un partido conservador y católico diferenciado de los carlistas; Segismundo Moret fundó el Partido Democrático-Monárquico, y el general Serrano creó la Izquierda Dinástica.
El sistema político de la Restauración, ideado por Cánovas, se sostenía sobre tres pilares escasamente democráticos: una constitución limitada, la exclusión de partidos no dinásticos y el fraude electoral. Estas prácticas fraudulentas llevaron al desencanto de la población.
Ascenso de los Nacionalismos y Regionalismos
En el último cuarto del siglo XIX, comenzó en España el ascenso de movimientos de carácter regionalista o nacionalista. Grupos de intelectuales, políticos y periodistas empezaron a proponer en ciertas regiones españolas, primero en Cataluña, País Vasco y Galicia, pero más adelante también en Valencia, Andalucía y Aragón, políticas contrarias al centralismo estatal.
Guerra de Ultramar y el Desastre del 98
La derrota y la consiguiente pérdida de las colonias fueron conocidas como el Desastre del 98 y se convirtieron en el símbolo de la primera gran crisis del sistema político de la Restauración. Tras la Paz de Zanjón, los naturales de Cuba esperaban tener los mismos derechos de representación política en las Cortes españolas. Se crearon dos partidos: el Partido Autonomista (que pedía autonomía, reformas políticas y económicas) y la Unión Constitucional. El gobierno liberal de Sagasta solo llegó a concretar la abolición formal de la esclavitud en 1888.
La falta de reforma del estatuto colonial de Cuba propició los deseos de independentismo. José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano, cuyo objetivo era la independencia de Cuba. En 1879 comenzó la Guerra Chiquita, que fue derrotada al año siguiente. Con el Grito de Baire, se inició un levantamiento generalizado. El gobierno español mandó un ejército al mando del general Martínez Campos, que no consiguió controlar la rebelión y fue sustituido por Valeriano Weyler, que inició una férrea represión, pero la guerra no fue favorable a los soldados españoles. Tras el fracaso de Weyler, el gobierno liberal lo sustituyó por el general Blanco, que inició una estrategia de conciliación, decretando la autonomía de Cuba, pero las reformas llegaron tarde, ya que los cubanos contaban con el apoyo de Estados Unidos. El presidente McKinley mostró abiertamente su apoyo a los insurrectos y el hundimiento del acorazado Maine propició la guerra contra Estados Unidos, culpando a España. España perdió Cuba en la batalla de Santiago y Filipinas en la batalla de Cavite, con la Paz de París.
La pérdida de las colonias fue considerada en España como un auténtico desastre que puso en tela de juicio todo el sistema de la Restauración. La derrota se vivió en España como el fin de un glorioso pasado colonial y la pérdida de prestigio internacional, generando depresión social y moral. Se consideró la necesidad de regenerar la sociedad, la economía, la educación y el propio sistema político, reformando males endémicos como el caciquismo y la farsa electoral. El sistema de la Restauración sobrevivió al Desastre del 98, continuando con las mismas prácticas de turno. En 1902, Alfonso XIII subió al trono.