El Sexenio
Democrático es una de las etapas más agitadas de la Historia Contemporánea de España, que transcurre entre 1868, (con la marcha de Isabel II al exilio), y 1874. Este periodo se abre con un alzamiento militar y civil liberal que pretende, sin conseguirlo, un régimen democrático. A pesar de ello, aportó la primera constitución democrática del s. XIX.
Democrático es una de las etapas más agitadas de la Historia Contemporánea de España, que transcurre entre 1868, (con la marcha de Isabel II al exilio), y 1874. Este periodo se abre con un alzamiento militar y civil liberal que pretende, sin conseguirlo, un régimen democrático. A pesar de ello, aportó la primera constitución democrática del s. XIX.
La España del s. XIX se modernizó con retraso y no cogíó el tren de la industrialización(hablar de la II Revolución Industrial, el Gran Capital…). Destacó por la baja productividad de la agricultura, el retraso de la construcción de la red ferroviaria, de la explotación de su riqueza minera y la escasez de recursos energéticos, de capital y de espíritu emprendedor.
Las causas de la revolución de 1868 son muy variadas:
-Crisis de subsistencia por las malas cosechas de 1867-68. (Trae las secuelas de carestía de alimentos, hambre y mortalidad. Agudiza el descontento popular, que favorece a los partidos de izquierdas).
-Crisis financiera internacional de 1856 a 1865, con el hundimiento de la Bolsa y la quiebra de muchos bancos y empresas. (En el caso de España, la industria textil catalana sufre los recortes de las exportaciones de algodón con causa de la Guerra de Sucesión norteamericana).
Crisis política, con el agotamiento del régimen político moderado (corrupción, empeño por mantenerse en el poder por la fuerza… Se une el descrédito personal de la reina, acusada de llevar una vida licenciosa, y dejarse influir en política en su camarilla, formada por el padre Claret y sor patrocinio, la monja de las llagas). Mientras tanto, los partidos políticos de la oposición, ante la imposibilidad de alcanzar el poder por vías legales, optan por la preparación de un movimiento revolucionario.
La muerte de O’Donnell en 1867 facilitó la adhesión del general Serrano, el nuevo dirigente de la Uníón Liberal, a su causa revolucionaria.
La revolución comenzó con el pronunciamiento de la armada al mando del almirante Topete(de origen mejicano, llegó a ser ministro en tres ocasiones) y del ejército dirigido por Prim (militar de prestigio que participó en la I Guerra Carlista y en las campañas de África, era dirigente del partido progresista y encabezó el pronunciamiento militar que destrónó a Isabel II) y Serrano. La revolución se consolida gracias a la formación de juntas revolucionarias de carácter civil, cuyo poder político lo ejercía la de Madrid, que encargó a Serrano la formación de un gobierno provisional.
En un primer momento, el poder político residíó en las juntas revolucionarias, que reclamaron amplias medidas de democratización política: sufragio universal, libertad de expresión, de asociación y de culto), y de reformas sociales (desamortización, abolición de los consumos…).
El gobierno provisional, con Prim y Serrano como hombres fuertes, compuesto por unionistas y progresistas, decretó la disolución de estas juntas y asumíó su ideario democrático.
Pero una de las cuestiones clave era la forma de gobierno, monarquía o república, que debían decidir unas Cortes Constituyentes. Éstas, elegidas por sufragio universal, dieron vida en pocos días a la Constitución de 1869. Además, vieron surgir nuevos grupos políticos, entre los que destacará el republicano, dirigido por Pi y Margall.
El nuevo texto constitucional, promulgado el 1 de Junio de 1869, introducía significativas novedades:
La Constitución de 1869 establecía un régimen monárquico. El problema residíó en quién ocuparía el trono vacante. Los partidos políticos no fueron capaces de ponerse de acuerdo y la cuestión adquiríó pronto dimensiones internacionales. Finalmente, Prim logró que Amadeo de Saboyá, hijo del rey de Italia Víctor Manuel II, aceptase la Corona.
El corto periodo de la República estuvo plagado de hostilidades; las dos facciones de los republicanos, los unitarios y los federalistas, se enfrentaron militarmente a raíz de la proclamación de los cantones (comenzado por los republicanos federales intransigentes, que querían instaurarla sin esperar a que las cortes aprobaran una constitución federal. Se generalizó en Valencia, Murcia y Andalucía. Salmerón recurríó al ejército para sofocar la insurrección cantonal, lo que supuso un giro conservador del régimen). Si a esto se le añade la III Guerra Carlista (en la que el dominio de las provincias vascas les permitíó formar un estado carlista), queda claro que la consolidación de la República era imposible. Por otro lado, en Cuba, donde la guerra continuaba, la República tampoco controlaba la situación. Además, los proyectos de reformas políticas y sociales, en el que destacaba la abolición de la esclavitud, chocaron con la oposición de los hacendados, haciendo de Cuba el principal foco de ayuda a la causa alfonsina.
Mientras tanto, los monárquicos habían conseguido la cesión de derechos de Isabel II en su hijo Alfonso y habían publicado el Manifiesto de Sandhurt: Cánovas del Castillo estaba organizando la restauración borbónica. Pero el general Martínez Campos precipitó la situación al pronunciarse en Sagunto y proclamar como rey de España a Alfonso XII.