De los Obstáculos Preindustriales a la Transformación Económica
La Revolución Industrial, un periodo de larga duración que abarca aproximadamente desde 1750 hasta 1870, marcó un antes y un después en la historia económica. Antes de este periodo, el desarrollo se veía frenado por diversos obstáculos. Desde el punto de vista institucional, existían privilegios y monopolios que impedían la innovación. En la agricultura, predominaba un crecimiento extensivo con rendimientos decrecientes, incapaz de alimentar a una población en aumento. La baja productividad agrícola mantenía los salarios reales cerca del nivel de subsistencia, lo que a su vez fomentaba una tecnología intensiva en mano de obra y poco productiva, agravada por una disponibilidad energética ineficiente.
Este panorama experimentó una transformación radical. Se instauró un parlamento que garantizaba los derechos de propiedad, la agricultura experimentó incrementos de productividad gracias a un crecimiento intensivo, se produjo una transición demográfica que permitió salarios reales más altos, la manufactura se mecanizó y se pasó de una energía orgánica a una energía inorgánica más eficiente. A todo este proceso se le conoce como Revolución Industrial.
La Gran Divergencia: Desigualdad Económica Global
La Gran Divergencia se refiere a la creciente desigualdad económica que se ha producido desde 1800 entre el mundo occidental y el resto del planeta. En 1820, Europa era el continente más rico, y los Países Bajos la nación más rica. La Revolución Industrial es el origen de las diferencias de niveles de desarrollo que surgieron de manera acelerada a partir del siglo XIX hasta la actualidad. A lo largo del siglo XIX, Asia pasó de ser el centro mundial de la industria manufacturera a convertirse en una región especializada en la producción y exportación de bienes agrícolas.
Cambios Institucionales: La Monarquía Parlamentaria en Gran Bretaña
El primer cambio significativo se produjo en el ámbito institucional. En Gran Bretaña, la Revolución de Cromwell (1640-1660) dio paso a la instauración de una monarquía parlamentaria, poniendo fin a la monarquía absoluta y fortaleciendo el Parlamento. Este nuevo sistema político trajo consigo un aumento de las garantías jurídicas, como la protección de la propiedad privada, límites a la intervención del Estado y la liberalización del mercado. Además, se crearon leyes que permitieron romper con los obstáculos al desarrollo. La aplicación de impuestos tanto a la clase alta como a la baja permitió a Gran Bretaña una mayor recaudación que otros países europeos.
Revolución Agrícola: El Sistema de Norfolk
Una de esas leyes fue la privatización de tierras comunales, que impulsó el desarrollo de un sistema agrario más eficiente: el sistema de Norfolk. Este sistema rompió con las limitaciones de la agricultura preindustrial, en particular con el sistema de rotación trienal que dejaba una parte de la tierra en barbecho. El sistema de Norfolk implementaba una rotación cuatrienal: la tierra se dividía en cuatro partes, rotando los cultivos anualmente. El primer año se plantaba trigo, el segundo año se dedicaba a alimentos para el ganado, el tercer año a cebada y alimento para el ganado, y el cuarto año a trébol, que también servía como alimento para el ganado y tenía un alto poder de regeneración. Este sistema permitía producir más alimento tanto para las personas como para los animales, facilitando la crianza del ganado estabulado. Por entonces, el sector primario inglés gozaba de un nivel elevado de vida, con incrementos de la productividad agraria, expansión comercial, aumento de la demanda de consumo y una oferta de trabajo orientada al mercado. Las nuevas pautas de comportamiento de los consumidores también jugaron un papel fundamental en el incremento de la demanda. La Revolución Industriosa, un fenómeno comercial impulsado por el consumo, precedió y preparó el camino para la Revolución Industrial, impulsada por la tecnología y los cambios organizativos. En general, las mayores transformaciones económicas se dieron en Gran Bretaña y los Países Bajos.
El Auge del Comercio y el Mercantilismo
El cambio institucional también tuvo un impacto significativo en el comercio. El mercantilismo dominaba las relaciones comerciales de la corona. Entre los siglos XVI y XVII, los europeos se expandieron y dominaron parte del continente asiático. Los ingleses iniciaron este proceso, seguidos por los holandeses, con compañías de comercio por acciones. Estas compañías recibían el monopolio de la corona para comerciar con ciertos productos y actuaban como representantes de la corona en los territorios que ocupaban.
España controlaba Filipinas y el tráfico de plata americana que llegaba por el Pacífico para inyectarse en las economías del sudeste asiático, productoras de bienes de lujo como especias, seda, tejidos de algodón y té. Por otro lado, el parlamento británico dictó las Leyes de Navegación, monopolizando el comercio entre India y América del Norte. Esto significaba que solo los barcos británicos podían atracar en puertos británicos. Esta ley mercantilista arrinconó a los holandeses, y las colonias comenzaron a jugar un papel importante en la economía británica, especialmente en el mercado manufacturero.
El Comercio Triangular y la Acumulación de Capital
Se libraron numerosas guerras para defender los intereses británicos y garantizar el orden interno. El incremento de la productividad agraria y la expansión comercial condujeron a la Revolución Industriosa, que implicó un aumento del esfuerzo laboral de las familias para acceder a bienes de consumo que antes solo estaban al alcance de las clases altas. A medida que se intensificaba el comercio con Asia y América, estos productos llegaban mucho más baratos al continente. Los salarios más elevados en Londres y Ámsterdam, en comparación con el resto de Europa, permitieron una importante demanda de productos manufacturados. Esta demanda impulsó otro tipo de comercio que cobraría gran importancia en el siglo XVIII: el comercio triangular. Este comercio, aunque seguía incluyendo productos de lujo de Asia, también incorporaba bienes de consumo masivo como el té y los tejidos de algodón. Inglaterra vendía productos manufacturados a sus colonias de Norteamérica, que a su vez producían azúcar, algodón y tabaco con mano de obra esclava, productos que resultaban muy rentables en el continente.
El comercio triangular funcionaba de la siguiente manera: se vendían productos en África para comprar esclavos, que eran llevados a trabajar en las plantaciones de tabaco, azúcar o algodón en América. Estas materias primas se transportaban a las fábricas de Gran Bretaña para ser manufacturadas y luego se vendían tanto en África como en las colonias. Este sistema generó una enorme acumulación de capital en Holanda e Inglaterra, además de estimular el consumo de estos productos entre clases cada vez más populares. Inglaterra obtenía beneficios en cada punto del triángulo comercial, y una de las claves de su éxito fue que el capital no salía de Gran Bretaña, sumado a la baratura de sus inputs.
Proteccionismo e Impulso a la Manufactura Rural
El hecho de tener que comprar productos de Asia y América implicaba una pérdida de plata para el comercio británico. Por lo tanto, además de las leyes que controlaban el comercio y privatizaban la tierra, se implementó una política de sustitución de importaciones para proteger la industria nacional. La corona, a través de medidas proteccionistas, impulsó a comerciantes y empresarios (muchos dependientes de las compañías privilegiadas) a utilizar una red de mano de obra agraria que estaba siendo expulsada del campo debido a las mejoras de productividad. Esta mano de obra se empleó en molinos de hilar y tejer que funcionaban con energía hidráulica.
En definitiva, se estaba impulsando una manufactura rural con mano de obra rural. Todavía no se trataba de una industrialización plena, ya que se seguía dependiendo de una gran cantidad de mano de obra y de la energía hidráulica. Sin embargo, la protección del Estado y la política de sustitución de importaciones provocaron el crecimiento de una intensa red de empresas que sentaría las bases de la industrialización. La sustitución de la energía hidráulica por el vapor marcaría el inicio de la Revolución Industrial.
De la Energía Orgánica al Carbón Mineral
Inglaterra abandonó pronto la energía de base orgánica debido a la gran expansión comercial del siglo XVIII y al avance de la urbanización, que provocaron una fuerte deforestación (los barcos y las casas se construían con madera). La escasez de bosques impulsó el uso del carbón mineral, abundante en el territorio británico y con un alto poder calorífico. La invención de la máquina de vapor, que utilizaba carbón mineral para generar movimiento, marcó el inicio de la plena Revolución Industrial.
Primero se descubrió cómo fundir hierro con carbón mineral, lo que permitió una producción rápida y barata de hierro, una materia prima fundamental para la Revolución Industrial. Luego, esta tecnología se aplicó a la industria textil y de hilatura, y posteriormente al transporte.
Transición Demográfica y Crecimiento Urbano
Todas estas transformaciones se reflejaron en la evolución de las tasas de natalidad y mortalidad en Gran Bretaña. A partir de 1700-1800, se produjo una caída de la mortalidad y una natalidad alta y continua, dando lugar a una transición demográfica. El aumento de la natalidad y la disminución de la mortalidad generaron un crecimiento de la población que alcanzó su máximo entre mediados del siglo XVIII y XIX. En este periodo, había más población, mayor nivel de renta y una economía capaz de seguir generando incrementos de productividad a pesar del fuerte crecimiento demográfico. Además, esta población era cada vez más urbana, con acceso a zonas más industrializadas.
Efectos de la Urbanización y el Comercio Internacional
La urbanización tuvo efectos positivos en la economía. Los británicos compraban muchos productos manufacturados del exterior a cambio de plata, lo que significaba que sus importaciones superaban sus exportaciones. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XVIII, esta situación cambió sustancialmente. Gran Bretaña comenzó a vender principalmente mercancías dentro del comercio triangular, reduciendo el drenaje de plata.
Cuando Gran Bretaña alcanzó el punto en el que exportaba mucho más de lo que importaba, inundando los mercados mundiales gracias a la Revolución Industrial, se consideró que estaba en plena Revolución Industrial (alrededor de 1800-1830). Entonces, se produjo el fenómeno conocido como “la patada a la escalera”. Inglaterra abandonó el proteccionismo en favor del libre cambio, donde se suponía que el mercado regulaba las relaciones comerciales entre los países. Esta política fue muy criticada, ya que, como hemos visto, Gran Bretaña había utilizado políticas muy proteccionistas durante su proceso de transformación, con una fuerte implicación de la monarquía en el impulso de las manufacturas. Se pedía al resto de los países que liberaran sus mercados y abandonaran el proteccionismo, lo que generó considerables problemas.
Es importante tener en cuenta los estrangulamientos iniciales en los distintos sectores y actividades: potencia industrial, energía y demanda. Estos obstáculos impedían el crecimiento, pero fueron desmontándose poco a poco a través de regulaciones, muchas veces con relaciones cruzadas. No está claro si primero creció la población y luego se transformó la agricultura, o viceversa. Lo que sí está claro es que se impulsó el comercio internacional y una política de sustitución de importaciones, creando las condiciones favorables para las innovaciones que permitieron abandonar la base orgánica de la energía y generar eficiencia por trabajador. Esto condujo a incrementos de productividad, mejoras en los salarios y la demanda, iniciando un proceso de crecimiento en círculo virtuoso que permitió abandonar la trampa maltusiana.