Los Reyes Católicos: La Construcción de la Monarquía Hispánica
La unión dinástica de los Reyes Católicos se inició con el matrimonio de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. La muerte de Enrique IV de Castilla produjo una guerra civil entre los partidarios de su hija, Juana la Beltraneja (apoyada por el rey de Portugal y facciones de la nobleza castellana), y los de su hermana Isabel (que tenía el respaldo de otros nobles, de muchas ciudades castellanas y del propio Fernando, rey de Aragón). La guerra de sucesión acabó tras la victoria del bando isabelino y la firma del Tratado de Alcaçovas (1479), en el que Portugal reconocía a Isabel como reina de Castilla. Juana fue recluida en un convento.
En ese mismo año (1479), Fernando heredó el trono de Aragón, haciéndose así realidad la unión dinástica de los reinos de Castilla y Aragón. Previamente, en 1475, mediante la Concordia de Segovia, Isabel y Fernando habían fijado las bases de un sistema de gobierno conjunto. Según este acuerdo, en Castilla, Isabel tendría en exclusiva los derechos sucesorios y Fernando sería rey consorte. En Aragón, solo Fernando podría ostentar el título de rey, siendo Isabel la reina consorte. Los impuestos de cada reino se destinarían prioritariamente al mismo, pero el saldo restante se utilizaría de común acuerdo.
Su unión era solamente dinástica, no territorial ni institucional. Aragón y Castilla siguieron manteniendo sus fronteras, sus monedas, sus leyes e instituciones propias (Cortes, sistemas fiscales, etc.). Castilla tenía mucha más población y extensión territorial, su economía era más dinámica y, además, era un reino más unificado internamente y con mayor poder real. La Corona de Aragón, extendida por el Mediterráneo, tenía menor población, una economía más diversa pero afectada por la crisis bajomedieval, y una tradición pactista que limitaba más el poder del rey. Estas circunstancias hicieron que los Reyes Católicos basaran su poder, especialmente el militar y financiero, en los recursos de Castilla.
Organización del Estado Moderno
Los Reyes Católicos sentaron las bases del Estado Moderno en España, organizándolo con los siguientes objetivos principales:
- Fortalecimiento de la autoridad real: Limitaron el poder político de la alta nobleza, apartándola de los altos cargos de gobierno y de las Cortes, aunque consolidaron su poder económico y social (leyes de mayorazgo).
- Lograr la unidad religiosa: Consideraban la unidad de fe como un pilar fundamental para la cohesión del Estado. Se obligó a judíos (1492) y musulmanes (1502 en Castilla) a convertirse al cristianismo o a emigrar. A los musulmanes convertidos se les conoció como moriscos. Para vigilar la ortodoxia de los conversos (judeoconversos y moriscos) y perseguir cualquier vestigio de herejía, se creó la Inquisición o Tribunal del Santo Oficio (1478), una institución con jurisdicción en todos los reinos y dependiente directamente de la Corona.
- Modernizar la administración del Estado:
- Crearon un ejército permanente, financiado por la monarquía, lo que contribuyó a potenciar su política exterior.
- Establecieron la Santa Hermandad (1476), un cuerpo armado de vigilancia y policía rural para mantener la seguridad y el orden público en los caminos y campos de Castilla.
- Desarrollaron una diplomacia unitaria y permanente, con embajadores en las principales cortes europeas.
- Reorganizaron los Consejos, especialmente el Consejo Real de Castilla, que se convirtió en el órgano de gobierno más importante de la administración central, profesionalizándolo con letrados.
- En la administración de justicia, se reorganizaron las Chancillerías (Valladolid y Granada) como tribunales superiores y las Audiencias como tribunales de rango inferior.
- En el control municipal, generalizaron en Castilla la figura de los corregidores, representantes del poder real en las ciudades.
- Se redujo el papel político de las Cortes, especialmente en Castilla, y muchas de sus funciones fueron asumidas por los Consejos.
Política Interior: Unificación Peninsular
La unión matrimonial fortaleció a ambas Coronas, que iniciaron una política expansiva con el objetivo de unificar territorialmente los reinos peninsulares bajo su autoridad:
- La Conquista del Reino Nazarí de Granada (1482-1492) fue un paso decisivo en la política de unificación territorial y religiosa. La guerra, larga y costosa, se inició con la toma de Alhama y terminó el 2 de enero de 1492, cuando el rey Boabdil entregó las llaves de la ciudad de Granada a los reyes. La superioridad militar y artillera del ejército cristiano fue fundamental para el éxito. Tras la conquista, el Papa Alejandro VI les concedió el título de Reyes Católicos. Este hecho puso fin al último poder político musulmán en la Península Ibérica.
- También en 1492, decretaron la expulsión de los judíos que no aceptaron convertirse al cristianismo (sefardíes), con graves consecuencias demográficas y económicas.
- El Reino de Navarra, gobernado por una dinastía de origen francés y disputado con Francia, sería conquistado e incorporado a la Corona de Castilla por Fernando el Católico en 1512, aunque conservó sus fueros, leyes e instituciones propias.
Política Exterior y Descubrimiento de América
Los siglos finales de la Edad Media generaron las condiciones necesarias para los grandes descubrimientos geográficos que marcarían la época del Renacimiento:
- Avances técnicos: Desarrollo de la cartografía, la brújula, el astrolabio.
- Mejoras en la construcción naval (carabelas, naos), que permitían la navegación atlántica.
- Búsqueda de nuevas rutas comerciales hacia las Indias (Asia) para obtener especias y productos de lujo, evitando el control turco en el Mediterráneo oriental y el monopolio portugués de la ruta africana.
Cristóbal Colón presentó a los Reyes Católicos un proyecto basado en la idea (errónea en sus cálculos de circunferencia terrestre) de llegar a las Indias navegando hacia el oeste a través del Atlántico. Tras la toma de Granada y después de arduas negociaciones, los Reyes Católicos aceptaron el proyecto y firmaron con Colón las Capitulaciones de Santa Fe (abril de 1492), por las que se comprometían a financiar la expedición y le otorgaban los títulos de almirante, virrey y gobernador de las tierras descubiertas, así como una parte de las riquezas obtenidas.
La expedición, compuesta por tres naves (la nao Santa María y las carabelas Pinta y Niña), partió del Puerto de Palos (Huelva) el 3 de agosto de 1492 y, tras una escala en Canarias, llegó a una isla del archipiélago de las Bahamas (posiblemente Guanahaní, bautizada como San Salvador) el 12 de octubre de 1492. Colón creyó haber llegado a las Indias Orientales y realizó tres viajes más, explorando diversas islas del Caribe y la costa de Sudamérica.
Tras el primer viaje, se reconocieron los derechos de la monarquía castellana sobre las tierras descubiertas mediante las bulas papales Inter Caetera (1493), que establecían una línea de demarcación. Sin embargo, para resolver las tensiones con Portugal, que también exploraba el Atlántico, se firmó el Tratado de Tordesillas (1494), que desplazó dicha línea divisoria hacia el oeste, permitiendo a Portugal la futura colonización de Brasil. A partir de entonces, se procedió a la exploración, conquista y colonización sistemática del continente americano por parte de la Corona de Castilla.
Otro objetivo clave de su política exterior fue aislar a Francia, su principal rival en Europa (especialmente por el control de Italia y Navarra). Para ello, desarrollaron una hábil política matrimonial casando a sus hijos con herederos de las principales casas reales europeas (Portugal, Inglaterra, Sacro Imperio).
El Imperio de los Austrias: España bajo Carlos I
Política Interior y Conflictos Europeos
Carlos I de España y V de Alemania (1500-1558) fue hijo de Felipe el Hermoso (heredero de Maximiliano I de Habsburgo, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, y de María de Borgoña) y de Juana la Loca (hija y heredera de los Reyes Católicos). Recibió una enorme herencia territorial, en parte resultado de la política matrimonial de sus abuelos:
- Herencia paterna:
- De su abuelo Maximiliano I de Habsburgo: Los territorios patrimoniales de Austria y el derecho a ser elegido Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
- De su abuela María de Borgoña: Los Países Bajos (Flandes), Luxemburgo y el Franco Condado.
- Herencia materna (Reyes Católicos):
- De Fernando el Católico: La Corona de Aragón (Aragón, Cataluña, Valencia, Baleares) y sus posesiones italianas (Nápoles, Sicilia y Cerdeña).
- De Isabel la Católica (a través de su madre Juana): La Corona de Castilla, Navarra y los dominios americanos en expansión.
Durante su reinado, los dominios americanos continuaron expandiéndose (conquista de los imperios Azteca e Inca) y fue coronado Emperador del Sacro Imperio en Aquisgrán en 1520. Esta vasta herencia territorial y el título imperial alimentaron su idea de la Universitas Christiana: un imperio universal cristiano unido bajo su liderazgo espiritual y temporal, en defensa de la fe católica frente a la amenaza de los protestantes y los turcos otomanos.
Conflictos Internos en la Península
Las Comunidades de Castilla (1520-1521)
Tras la muerte de su abuelo Fernando el Católico (1516), Carlos viajó a la Península Ibérica para ser reconocido como rey de Castilla y Aragón. Llegó en 1517 rodeado de consejeros flamencos (como Guillermo de Croÿ), que pronto ocuparon importantes cargos en la administración y la Iglesia, generando gran descontento entre la nobleza y las ciudades castellanas. Carlos no hablaba castellano inicialmente y fue percibido como un rey extranjero.
Convocó Cortes en Castilla (Valladolid 1518, Santiago y La Coruña 1520) para obtener cuantiosos fondos (servicios) destinados a financiar su elección como Emperador del Sacro Imperio. Antes de partir hacia Alemania en mayo de 1520, dejó como regente en Castilla a su antiguo preceptor, el cardenal Adriano de Utrecht. En Alemania, fue elegido Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, adoptando el nombre de Carlos V.
El descontento acumulado en las ciudades castellanas por la política inicial del rey (nombramientos de extranjeros, salida de dinero del reino, desatención a las peticiones de las Cortes) estalló en la Rebelión de las Comunidades. En ciudades importantes como Toledo, Segovia y Salamanca, sectores de la baja nobleza (como Padilla, Bravo y Maldonado), de la burguesía urbana y del clero tomaron el poder municipal, expulsando a los corregidores y formando comunidades (ayuntamientos revolucionarios) que se coordinaron en la Santa Junta de Ávila. Sus principales peticiones eran:
- Que el rey residiera en Castilla y hablara castellano.
- Exclusión de los extranjeros de los cargos públicos.
- Que se prohibiera la salida de oro y plata del reino.
- Mayor protagonismo político de las Cortes frente al poder real.
- Reducción de impuestos y gastos de la Corte.
Intentaron, sin éxito, obtener el apoyo de la reina Juana, recluida en Tordesillas, para legitimar su movimiento. El movimiento adquirió un cariz antiseñorial en algunas zonas rurales, lo que provocó que la alta nobleza, inicialmente dubitativa o incluso favorable a algunas demandas, apoyara decididamente al bando imperial. El ejército real, con el apoyo clave de la alta nobleza, derrotó a los comuneros en la Batalla de Villalar (23 de abril de 1521). Sus principales líderes (Padilla, Bravo y Maldonado) fueron ejecutados, poniendo fin a la revuelta. La derrota de los comuneros significó el fortalecimiento del poder real en Castilla.
Las Germanías (1519-1523)
Paralelamente, en el Reino de Valencia y, en menor medida, en Mallorca, se desarrolló la Rebelión de las Germanías. Fue un movimiento de carácter fundamentalmente social, aunque con implicaciones políticas. Sus causas fueron una mezcla de crisis económica, epidemias y tensiones sociales entre artesanos y pequeños burgueses urbanos (agrupados en germanías o hermandades de oficios) contra la oligarquía urbana y la nobleza feudal local.
Aprovechando la huida de la nobleza de Valencia debido a un brote de peste, los agermanats se hicieron con el control de la ciudad en 1519 y extendieron la revuelta por gran parte del reino. El movimiento también tuvo un fuerte componente antiseñorial y antimusulmán, atacando a la población mudéjar (musulmanes no convertidos), a la que veían como sumisa aliada de la nobleza y competidora en el trabajo. La Corona, apoyada por la nobleza, reprimió duramente la rebelión entre 1521 y 1523. Al igual que en Castilla, la derrota de las Germanías reforzó el poder real y nobiliario en Valencia.
Conflictos Exteriores
La política exterior de Carlos V estuvo marcada por la defensa de sus vastos y dispersos territorios y de su ideal de unidad católica (Universitas Christiana). Sus principales frentes de conflicto fueron:
Guerras contra Francia
La rivalidad con el rey Francisco I de Francia por la hegemonía en Europa fue una constante durante todo el reinado. Las principales causas de conflicto fueron:
- El control del Ducado de Milán (Milanesado), clave para las comunicaciones entre los territorios imperiales.
- La disputa por los territorios de Flandes, Borgoña y Navarra (cuya incorporación a Castilla por Fernando el Católico no era aceptada por Francia).
- La propia elección imperial, a la que también aspiraba Francisco I.
Hubo numerosas guerras (hasta siete conflictos armados). Un hito clave fue la aplastante victoria imperial en la Batalla de Pavía (1525), donde el propio Francisco I fue hecho prisionero y obligado a firmar el Tratado de Madrid (que luego incumplió). Sin embargo, Francia no cejó en su empeño y promovió alianzas contra el Emperador (como la Liga de Cognac o Clementina, en la que participó el Papa Clemente VII). Como consecuencia de esta liga, las tropas imperiales amotinadas, por falta de pagas, protagonizaron el brutal Saco de Roma (1527), un hecho que conmocionó a la cristiandad y deterioró la imagen del Emperador. Los conflictos con Francia se sucedieron con treguas y tratados (como la Paz de Cambrai o Paz de las Damas, 1529, y la Tregua de Niza, 1538), pero la rivalidad perduró durante todo el reinado y continuó con su sucesor, Enrique II.
Lucha contra el Imperio Otomano
El expansivo Imperio Otomano, bajo el brillante liderazgo del sultán Solimán el Magnífico, representaba una gran amenaza para los intereses de Carlos V y la cristiandad por dos frentes:
- En Centroeuropa: Los turcos avanzaban por los Balcanes y Hungría (tras la batalla de Mohács, 1526) y llegaron a sitiar Viena, corazón de los territorios Habsburgo, en 1529. Carlos V acudió en defensa de la ciudad y logró levantar el asedio, frenando temporalmente el avance otomano por tierra.
- En el Mediterráneo: La actividad de los piratas berberiscos (corsarios norteafricanos aliados de los otomanos), como los hermanos Barbarroja, que actuaban desde bases como Argel y Túnez, hostigaba continuamente las costas españolas e italianas y amenazaba la navegación comercial.
Carlos V intentó responder a esta amenaza. Dirigió personalmente la exitosa expedición para la conquista de Túnez (1535), pero fracasó estrepitosamente en la Jornada de Argel (1541) debido al mal tiempo. A pesar de algunos éxitos parciales, no consiguió una solución definitiva al problema turco ni a la piratería berberisca en el Mediterráneo.
Conflictos religiosos en Alemania: La Reforma Protestante
El mayor desafío interno al ideal de imperio universal cristiano de Carlos V fue la Reforma Protestante. Iniciada por el monje agustino Martín Lutero en 1517 con la publicación de sus 95 tesis contra las indulgencias, se extendió rápidamente por el Sacro Imperio Romano Germánico. Numerosos príncipes y ciudades alemanas abrazaron el luteranismo, en parte por convicción religiosa, pero también como una forma de oponerse al poder centralizador del Emperador católico y de secularizar bienes de la Iglesia.
Carlos V, como Emperador, se erigió en defensor de la ortodoxia católica. Intentó inicialmente una solución dialogada y de compromiso en la Dieta de Worms (1521), donde Lutero se negó a retractarse. Ante el fracaso de la vía negociadora y la condena papal a Lutero, la ruptura se consumó.
Los príncipes protestantes alemanes formaron una alianza político-militar, la Liga de Esmalcalda (1531), para defender sus intereses frente al Emperador. Esto llevó a un largo conflicto religioso y militar en Alemania. Carlos V obtuvo una importante victoria militar sobre la Liga en la Batalla de Mühlberg (1547), pero no logró aplastar definitivamente el movimiento protestante ni imponer una solución religiosa por la fuerza.
Finalmente, desgastado por las continuas guerras contra Francia y los turcos, y ante la imposibilidad de someter militarmente a los príncipes protestantes (que contaron con apoyo francés), Carlos V se vio forzado a aceptar la división religiosa de Alemania. En la Paz de Augsburgo (1555), se reconoció oficialmente la fractura religiosa del Imperio según el principio cuius regio, eius religio (la religión del príncipe determina la religión oficial de su territorio), permitiendo a cada príncipe elegir entre catolicismo y luteranismo (el calvinismo quedó excluido). Esto supuso el fracaso definitivo de la idea imperial de Carlos V de una Universitas Christiana bajo una única fe y un único emperador. Poco después, en 1556, Carlos V abdicó, dividiendo su herencia: cedió el título imperial y los territorios austriacos a su hermano Fernando, y el resto de sus dominios (España, Italia, Países Bajos, América) a su hijo Felipe II.
Los Austrias del Siglo XVII: Gobierno de Validos y Crisis de 1640
Los monarcas españoles del siglo XVII —Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700)—, conocidos tradicionalmente como los Austrias Menores en contraste con sus predecesores Carlos I y Felipe II, han sido considerados reyes con menor implicación directa en las tareas de gobierno. Delegaron gran parte del poder efectivo en validos o privados, figuras clave de este periodo. Estos eran hombres de la máxima confianza personal del rey (generalmente miembros de la alta aristocracia) que actuaban como una especie de primer ministro, dirigiendo la política y la administración, aunque sin un cargo oficial específico más allá del favor real. Estos validos a menudo gobernaron de forma personalista y autoritaria, buscando su propio beneficio y el de sus facciones, y marginando en ocasiones a los Consejos tradicionales y a las Cortes.
Felipe III (1598-1621)
El reinado de Felipe III se caracterizó por una política exterior más pacifista que la de su padre (la llamada Pax Hispanica) y por el gobierno de su valido, Francisco de Sandoval y Rojas, Duque de Lerma.
El Duque de Lerma utilizó su posición de poder para su enriquecimiento personal y el de sus familiares y allegados (nepotismo), acumulando una inmensa fortuna y repartiendo cargos y mercedes. Uno de sus actos más controvertidos y costosos fue el traslado temporal de la Corte de Madrid a Valladolid (1601-1606), motivado probablemente por intereses personales y económicos. Su creciente impopularidad, las intrigas palaciegas y las acusaciones de corrupción llevaron finalmente a su caída en 1618 (se hizo nombrar cardenal para evitar ser juzgado), siendo sustituido en el favor real por su propio hijo, el Duque de Uceda.
Política Interior de Felipe III
El reinado se vio afectado por una persistente crisis financiera, heredada del reinado anterior y agravada por los enormes gastos de la corte y la corrupción administrativa. A pesar de la política pacifista, los compromisos exteriores seguían siendo costosos. Se declaró una nueva bancarrota de la Hacienda Real en 1607.
El hecho más trascendental de la política interior fue la expulsión de los moriscos (descendientes de los musulmanes convertidos forzosamente al cristianismo) decretada en 1609 y llevada a cabo hasta 1614. Las razones de esta drástica medida fueron complejas:
- Desconfianza religiosa y social: Se les consideraba falsos conversos (criptomusulmanes) y una comunidad aparte, que mantenía sus costumbres y no se integraba plenamente en la sociedad cristiana vieja.
- Temor a alianzas exteriores: Se sospechaba de sus posibles vínculos con los piratas berberiscos del norte de África y con el Imperio Otomano, viéndolos como una potencial quinta columna.
- Búsqueda de prestigio y cohesión interna: Algunos historiadores sugieren que fue una medida para reforzar la imagen de la monarquía como defensora intransigente de la fe católica y para lograr una mayor cohesión interna, coincidiendo además con la firma de la Tregua de los Doce Años (1609-1621) con las rebeldes Provincias Unidas (Holanda), un acuerdo visto por algunos sectores de la corte como una humillación militar y política que requería una demostración de fortaleza en el frente interno.
Las consecuencias demográficas y económicas de la expulsión (afectó a unas 300.000 personas) fueron muy graves, especialmente en los reinos de Valencia y Aragón, donde los moriscos constituían una parte importante y muy especializada de la mano de obra agrícola, dejando despobladas y arruinadas comarcas enteras.
Felipe IV (1621-1665)
El largo reinado de Felipe IV estuvo dominado por la figura de su valido, Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde-Duque de Olivares, quien dirigió la política española entre 1621 y 1643. Olivares fue un político enérgico, con una visión clara y ambiciosa para la Monarquía Hispánica.
Política de Olivares
Olivares mostró una sincera voluntad de llevar a cabo profundas reformas económicas, sociales y políticas para devolver a la Monarquía Hispánica su perdido prestigio internacional y su fortaleza interna, aunque muchos de sus ambiciosos proyectos fracasaron o generaron una enorme oposición que acabó provocando su caída y una grave crisis.
Su ideario político quedó plasmado en documentos como el famoso “Gran Memorial” (1624), un informe secreto dirigido al joven rey Felipe IV donde exponía sus principales líneas de actuación.
Objetivos
- Política exterior: Restaurar la reputación y la hegemonía de la Monarquía Hispánica en Europa (reputación). Esto implicó abandonar la política pacifista de Felipe III y adoptar una política exterior mucho más agresiva y belicista: se reanudó la guerra con Holanda al expirar la Tregua de los Doce Años (1621) y España se implicó de lleno en la devastadora Guerra de los Treinta Años (1618-1648) en apoyo de los Habsburgo austriacos y la causa católica.
- Política interior: Fortalecer política y económicamente a la monarquía, buscando una mayor centralización administrativa y una mayor cohesión y solidaridad entre los distintos reinos que la componían, superando la estructura federal heredada de los Reyes Católicos.
Reformas Propuestas
Para implementar sus planes, Olivares impulsó la creación de Juntas (órganos de administración específicos para ciertos asuntos, que pretendían agilizar la toma de decisiones al margen de los lentos Consejos tradicionales). Sus principales proyectos de reforma fueron:
- Reforma de la administración y la Hacienda: Intentos de moralización de la vida pública, reducción de gastos suntuarios de la corte y medidas para aumentar los ingresos de la Hacienda Real, que chocaron con la corrupción arraigada y la oposición de los grupos privilegiados.
- Creación de una red nacional de erarios (bancos públicos): Un proyecto para crear un sistema bancario estatal que liberara a la Corona de su dependencia de los banqueros extranjeros (genoveses). Fracasó por la falta de confianza y la oposición de las Cortes y los privilegiados a aportar el capital necesario.
- Medidas proteccionistas: Fomento del comercio interior y las actividades artesanales para estimular la producción nacional.
- Proyecto de unificación jurídica e institucional: Olivares consideraba que la diversidad foral e institucional de los distintos reinos (especialmente los de la Corona de Aragón y Portugal) era una debilidad para la monarquía. En el Gran Memorial propuso al rey un plan a largo plazo para que todos los reinos de Felipe IV adoptaran las leyes e instituciones de Castilla «castellanizació»), logrando así una mayor unidad política y fortaleza militar. Este proyecto centralista generó enormes resistencias en los reinos no castellanos, celosos de sus fueros y autonomía. La aplicación de políticas tendentes a esta unificación forzosa (aunque fuera de forma indirecta) contribuyó decisivamente al estallido de las graves rebeliones de 1640.
- Unión de Armas (1626): Fue su proyecto más ambicioso, famoso y controvertido, directamente relacionado con el anterior. Ante el agotamiento de Castilla, principal sostén financiero y militar de la monarquía, Olivares pretendía crear un enorme ejército permanente de 140.000 hombres, que fuera reclutado y sostenido financieramente por todos los reinos de la monarquía en proporción a su población y riqueza. Buscaba así una mayor solidaridad y reparto del esfuerzo bélico entre todos los territorios. El plan fracasó estrepitosamente por la decidida oposición de las Cortes de los reinos de la Corona de Aragón (especialmente Cataluña) y de Portugal, que lo consideraban contrario a sus fueros y a su autonomía fiscal y militar. Esta oposición a la Unión de Armas fue un detonante clave de la crisis de 1640.
El enorme esfuerzo bélico exterior y las fallidas reformas interiores, junto con el estilo de gobierno autoritario de Olivares, generaron un creciente descontento que culminó en la grave crisis de 1640. Olivares fue finalmente apartado del poder por el rey en 1643, siendo sustituido por su sobrino, Don Luis de Haro, como figura principal del gobierno, aunque sin el título formal de valido.
La Crisis de 1640
El año 1640 marcó el momento más crítico del reinado de Felipe IV y de toda la Monarquía Hispánica de los Austrias, precipitando la caída de Olivares y poniendo en serio peligro la propia unidad e integridad del Imperio. Varios factores confluyeron en esta profunda crisis:
- El descontento generalizado en muchos sectores sociales por las reformas de Olivares, su estilo de gobierno autoritario y la creciente presión fiscal.
- El agotamiento económico y humano de Castilla, que soportaba la mayor parte del peso financiero y militar de la monarquía, debido a las continuas y costosas guerras exteriores (Guerra de los Treinta Años, guerra con Holanda, y desde 1635, guerra abierta con Francia).
- La fuerte resistencia de los reinos periféricos (Corona de Aragón, Portugal) a la política centralista de Olivares y a sus exigencias fiscales y militares (Unión de Armas), que consideraban un ataque a sus fueros y libertades.
El momento culminante de esta tensión llegó en 1640 con el estallido casi simultáneo de graves rebeliones de carácter secesionista en Cataluña y Portugal, a las que se sumaron otros levantamientos menores en Andalucía, Aragón y Nápoles en años posteriores.
La Rebelión de Cataluña (Guerra dels Segadors, 1640-1652)
La guerra contra Francia (iniciada en 1635) se desarrollaba principalmente en la frontera catalana (Rosellón). La presencia de tropas reales (mayoritariamente castellanas y mercenarias) alojadas en Cataluña y los abusos cometidos por los soldados contra la población local generaron una enorme tensión social y política. Olivares, además, exigía que Cataluña contribuyera con hombres y dinero al esfuerzo bélico, en aplicación de la Unión de Armas, lo que contravenía los fueros catalanes que limitaban las obligaciones militares fuera de su territorio.
Los enfrentamientos entre campesinos (segadors) y soldados derivaron en una sublevación generalizada en la primavera de 1640. El Corpus de Sangre (7 de junio de 1640) en Barcelona, un violento motín durante el cual fue asesinado el virrey real (Conde de Santa Coloma), marcó el inicio de la rebelión abierta contra Felipe IV. Las instituciones catalanas (la Generalitat), lideradas por Pau Claris, rompieron con la monarquía hispánica y buscaron la protección de Francia, el gran enemigo de Felipe IV. Llegaron a nombrar conde de Barcelona a Luis XIII de Francia y Cataluña se convirtió temporalmente en una república bajo protección francesa.
Se inició una larga y destructiva guerra que duró doce años. Finalmente, el desengaño de los catalanes con la interesada ocupación francesa (que se comportó más como un ejército de ocupación que como un aliado) y el agotamiento generalizado por la guerra, la peste y el hambre, llevaron a la rendición de Barcelona ante las tropas de Felipe IV (dirigidas por Don Juan José de Austria) en 1652. Felipe IV recuperó el control del Principado, prometiendo a cambio respetar sus fueros y constituciones tradicionales (con algunas excepciones). Sin embargo, la guerra con Francia continuó y, por la Paz de los Pirineos (1659), España tuvo que ceder a Francia los territorios catalanes al norte de los Pirineos (el Rosellón y parte de la Cerdaña).
La Rebelión e Independencia de Portugal (Guerra de Restauración, 1640-1668)
En Portugal crecía desde hacía tiempo el descontento contra la Unión Ibérica (iniciada en 1580 con Felipe II). La nobleza, el clero y la burguesía portuguesas consideraban que la unión con España les reportaba más inconvenientes que ventajas: la monarquía hispánica no defendía adecuadamente sus vastos intereses comerciales y coloniales (especialmente frente a los ataques holandeses a Brasil, África y Asia), los portugueses se veían relegados en los cargos de gobierno y las exigencias fiscales y militares de Olivares (como la Unión de Armas o el intento de reclutar tropas portuguesas para luchar en Cataluña) eran vistas como una violación de su autonomía y una carga inaceptable.
Aprovechando la crisis catalana y la concentración de tropas españolas en ese frente, un grupo de nobles portugueses (los»conjurado») protagonizó un rápido golpe de estado en Lisboa el 1 de diciembre de 1640. Expulsaron a la virreina Margarita de Saboya y proclamaron rey al noble más poderoso del país, el Duque de Braganza, que reinó con el nombre de Juan IV. Se restauraba así la independencia de Portugal.
Se inició una larga y difícil guerra (la Guerra de Restauración Portuguesa) entre Portugal (apoyada intermitentemente por Francia e Inglaterra) y la Monarquía Hispánica, que tuvo que luchar en varios frentes a la vez. A pesar de algunos intentos, Felipe IV no pudo recuperar Portugal. Finalmente, la independencia portuguesa fue reconocida oficialmente por España en el Tratado de Lisboa (1668), ya durante la regencia de Mariana de Austria (madre de Carlos II).
Carlos II (1665-1700): El Fin de la Dinastía
El reinado de Carlos II, el último Austria español, comenzó con la regencia de su madre, Mariana de Austria, debido a la minoría de edad del rey. Durante este periodo y el reinado personal posterior, continuó la figura del valido o favorito, aunque con menor poder y estabilidad que Lerma u Olivares. Destacaron personajes como el jesuita Nithard (confesor de la reina regente), Fernando de Valenzuela, y sobre todo, el hermanastro del rey, Don Juan José de Austria, quien llegó a dar un golpe de estado para hacerse con el poder.
El reinado estuvo marcado por la evidente debilidad física y mental del monarca (el»Hechizad»), fruto de la consanguinidad de los matrimonios Habsburgo, lo que dificultó enormemente la acción de gobierno. También fueron constantes las intrigas palaciegas y las luchas por el poder entre diferentes facciones nobiliarias que rodeaban al rey.
A pesar de la imagen de decadencia general, hubo algunos intentos de reforma económica y administrativa, y la situación económica y demográfica tendió a mejorar ligeramente en las últimas décadas del siglo. Sin embargo, en política exterior, España continuó perdiendo territorios en Europa frente a la Francia de Luis XIV (Paz de Aquisgrán 1668, Paz de Nimega 1678).
El problema más grave del reinado fue la falta de un heredero directo. Carlos II se casó dos veces pero no tuvo descendencia. La incertidumbre sobre su sucesión se convirtió en el principal asunto de la política europea en los últimos años del siglo XVII. Las principales potencias europeas (Francia, Austria, Inglaterra, Holanda) maniobraron y firmaron tratados secretos de reparto de la Monarquía Hispánica. Carlos II, en su último testamento, nombró heredero a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia, con la esperanza de mantener la unidad de sus dominios. Su muerte el 1 de noviembre de 1700 sin descendencia directa marcó el fin de la dinastía de los Habsburgo en España y abrió las puertas a la Guerra de Sucesión Española (1701-1714) entre los partidarios del candidato Borbón (Felipe de Anjou) y los del candidato Austriaco (el Archiduque Carlos de Habsburgo).