Rusia y la Segunda Guerra Mundial (1917-1939)

Rusia (1917-1939)

La Revolución Rusa

Cuando Marx escribió sus teorías sobre la inevitable revolución que llevaría al poder al proletariado, él pensaba que ese proceso que destruiría la civilización burguesa e instauraría un régimen comunista tendría lugar en un país industrializado como Inglaterra. Sin embargo, sus predicciones fallaron y la revolución proletaria tuvo lugar, paradójicamente, en el país europeo menos proletario y más campesino de Europa: la Rusia zarista.

El líder e ideólogo de la revolución rusa de 1917 fue Lenin, que tras hacerse con el poder intentó llevar a cabo una política marxista ortodoxa. El camino no fue fácil: en primer lugar, tuvo que aceptar una rendición humillante ante Alemania en la Primera Guerra Mundial, y en segundo lugar, tuvo que afrontar una guerra contra el llamado Ejército Blanco, que representaba a las fuerzas contrarias a la revolución y que fue derrotado por el Ejército Rojo.

Con el Ejército Blanco derrotado, el poder de Lenin se volvió indiscutible. Rusia se convirtió en el corazón de un nuevo estado: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Esta denominación escondía una realidad distinta a lo que el concepto de «unión soviética» expresaba; era un eufemismo para el dominio de la Rusia histórica sobre una serie de pueblos y naciones que se convirtieron en sus súbditos.

En un primer momento, Lenin intentó llevar a cabo una política comunista ortodoxa, eliminando la propiedad privada y nacionalizando todos los medios de producción. Pero pronto tuvo que enfrentarse a un estancamiento económico y a la resistencia de buena parte del campesinado a las medidas colectivistas, lo que lleva a la segunda gran paradoja de la revolución rusa: para consolidarse, tuvo que traicionar sus principios. Nace así la NEP (Nueva Política Económica), por la que Lenin liberalizó la economía rusa.

El ascenso de Stalin

Tras la muerte de Lenin en 1924, sube al poder Stalin, quien abandona la NEP e inaugura una época de ortodoxia comunista, planificación de la producción y culto a la personalidad. Si Lenin salvó la revolución haciendo concesiones, Stalin se valió del terror para imponer el comunismo. En primer lugar, llevó a cabo una depuración política entre las élites del partido comunista y del ejército mediante las llamadas Purgas. En el aspecto económico, desarrolló los Planes Quinquenales, que imponían unos objetivos de producción que obligaron a la sociedad rusa a un enorme sacrificio, solo posible por el terror y la reverencia que Stalin supo imponer sobre sus ciudadanos. Al mismo tiempo, Stalin supo convertir al país en una superpotencia militar, y la amenaza comunista se volvió más real que nunca.

Otro aspecto que Stalin dejó claro fue el absoluto control de Moscú sobre el resto de las repúblicas socialistas soviéticas. La hambruna provocada en Ucrania como método de represión fue el ejemplo más perfecto del imperialismo estalinista. Al mismo tiempo, Stalin demostró una gran capacidad para la manipulación y el fortalecimiento del culto a la personalidad, ordenando no solo el asesinato de su antiguo rival, Trotsky, sino también borrándolo de las fotografías.

La represión estalinista tuvo su principal instrumento de terror en los Gulag, campos de concentración en Siberia, cuya verdadera naturaleza no fue admitida en Rusia hasta la Perestroika, en los años 80. En cualquier caso, Stalin supo combinar el terror, el culto a la personalidad y un balance de éxitos económicos e industriales. Su figura era gigantesca, una especie de encarnación de Pedro el Grande, capaz de inspirar temor y admiración a partes iguales.

Un posible efecto colateral del estalinismo fue la pasividad o complacencia con la que Europa toleró el nacimiento del régimen nazi alemán, como un colchón defensivo frente a la URSS.

Política exterior de Stalin

Respecto a la política exterior de Stalin, aunque en principio él era partidario de fortalecer el comunismo en Rusia antes de exportar la revolución, lo cierto es que Stalin intervino, por ejemplo, en la Guerra Civil Española, apoyando a la República. Sin embargo, esta intervención provocó uno de los innumerables cismas que debilitaron al bando republicano, ya que hubo comunistas españoles contrarios a la colaboración de Stalin. El POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) sería abiertamente antiestalinista, lo que provocó enfrentamientos con el PCE (Partido Comunista de España).

Otro aspecto polémico de la política exterior de Stalin fue su relación con la Alemania nazi. Si bien en teoría el nazismo y el estalinismo eran doctrinas opuestas que polarizaron las posiciones de gran parte de Occidente, y a pesar de que la guerra entre ambos países parecía inevitable, a la hora de la verdad Alemania y la URSS firmaron un Pacto de no Agresión que abrió la puerta a la invasión alemana de Polonia y a la Segunda Guerra Mundial.

La Segunda Guerra Mundial

El ascenso del nazismo

Al igual que el fascismo italiano, el nazismo alemán se nutría de la frustración, pero su programa ideológico era más amplio. Poseía unas implicaciones filosóficas que enlazaban con el Romanticismo en su rechazo a la sociedad burguesa y sus valores, y tenía un elemento racista y supremacista, junto con la teoría del Lebensraum («espacio vital»). El problema de fondo es hasta qué punto el nazismo como sistema hubiera tenido el mismo alcance sin la figura de Adolf Hitler.

Ya en 1923, los nazis intentaron dar un golpe de estado, pero fracasaron y Hitler fue encarcelado. En prisión escribió Mein Kampf («Mi lucha»), que supone una declaración de intenciones y un alucinado manifiesto filosófico y político que anticipa lo que serán los aspectos más sombríos del nazismo, que es tanto una ideología (como el comunismo) como una brutal negación de todos los valores del humanismo y la Ilustración.

La relativa recuperación económica de mediados de los años 20 obligó a los nazis a volver a un segundo plano, hasta que la crisis de 1929 les dio una segunda oportunidad. La economía alemana volvió al abismo del paro y la inflación, justo lo que el nazismo necesitaba. En las elecciones de 1933, Hitler gana las elecciones, pero una vez en el poder, los nazis destruyeron la democracia desde dentro. La pasividad occidental frente a los excesos nazis puede explicarse por la necesidad europea de tener un muro de contención frente a la amenaza soviética, y el hecho de que las Olimpiadas de 1936 se celebraran en Berlín demostraba la estupidez suicida o la complicidad inmoral con la Alemania nazi.

Economía nazi

La política económica de Hitler industrializó el país, redujo el paro y aumentó la producción, por lo que se han querido ver paralelismos entre el estatismo soviético de la época de Stalin y la resurrección económica nazi. Pero hay una diferencia: Stalin puso el estado al servicio del estado, mientras que Hitler puso el estado al servicio de la economía y de los capitalistas alemanes. Para algunos historiadores, el nazismo fue una forma depurada y brutal de capitalismo.

Zeitgeist: espíritu de una época.

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