Sublevaciones Indígenas y Criollas en Oruro: Objetivos y Rupturas (Siglo XVIII)

Es la historia de la rebelión mestiza-criolla del 10 de febrero de 1781, de su relación y de las contradicciones con la sublevación de indios. Es la historia de la minería orureña de la segunda mitad del siglo XVIII, de los mineros criollos, de su rol en la vida política y, especialmente, en la rebelión; su prisión y muerte.

Los Objetivos Generales de los Sublevados Indígenas

Las principales fuentes para el estudio de esos objetivos son los hechos y acciones de los sublevados, sus proclamas y las declaraciones de los prisioneros. Sin embargo, en cualquier caso, el punto de partida es el mismo: acabar con la situación económico-social de explotación que sufría el indígena-campesino durante la colonia. La consigna de **Túpac Amaru**: «Cortar el mal gobierno, de tanto ladrón que nos roba la miel de nuestros panales» se propagó por toda el área sublevada y resumía metafóricamente el sentido de la revolución.

No existía libre disponibilidad de la mano de obra y, por otro lado, el campesino no estaba incorporado a la economía de consumo, sobre todo en lo que se refiere a productos de ultramar. El sistema de repartir obligatoriamente mercancías al indígena rompió esas limitaciones. Los revolucionarios indígenas de 1781 no solamente plantearon la supresión de las obligaciones a las que estaban sometidos, sino que algunos sectores radicalizados incorporaron la necesidad de acabar con los propietarios de tierras, así como de minas y que unas y otras pasaran a propiedad de las comunidades.

Con el propósito de acabar con el sometimiento económico que padecían, los revolucionarios identificaron un objetivo inmediato para lograr sus propósitos. En todas las sublevaciones locales anteriores y al comienzo de la sublevación general, el objetivo político número uno fue acabar con los corregidores y con las autoridades indígenas que colaboraban con ellos.

Lo mismo sucedió en la sublevación promovida por **Tomás Catari** en Chayanta. A los caciques que se declararon en pro de la sublevación, los movieron dos tipos de motivos: económicos – pues debían responder con sus bienes cuando no podían cobrar el reparto o el tributo – y políticos: el **nacionalismo inca**, aspecto que se analizará posteriormente.

En este punto, lo que se trata de destacar es que los sublevados tenían también como objetivo cambiar, si era preciso con la violencia, a sus autoridades indígenas abusivas. Dámaso Catari declaró durante el interrogatorio: «Le movía saber que su Rey Túpac Amaru venía a favorecerles, quien se había dignado escribir y despachar edictos al común de las provincias ofreciéndoles su amparo y el tratarles con mucha suavidad, haciendo un cuerpo entre indios y españoles criollos, acabando a los europeos, a quienes encargaba degollasen sin distinción de personas, clases ni edades, porque en todo debía mudarse el gobierno».

**Julián Apaza Túpac Catari**, entre sus exigencias para levantar el cerco de la ciudad de La Paz, planteó «que se les dejase salir a los europeos para sus tierras». Pero donde más se manifestó el odio al europeo fue en los hechos mismos de la sublevación, ya que la mayoría de los europeos encontrados por los sublevados en los caminos, por ser trajinantes, en sus minas o en sus haciendas fueron muertos; en muchos casos, como en Tapacarí, Cochabamba, se cumplió aquello de no hacer distinción ni de clases ni de edades. Pero el sentido de independencia indígena era muy diferente al de los criollos porque iba identificado con una revolución económica y social.

Tanto en los objetivos económicos como en los políticos, se distinguen dos líneas: una moderada y otra radical. Sin embargo, como ya se anotó, los mismos dirigentes moderados optaron luego por una línea independentista, americana; pero bajo la hegemonía inca.

El conocido Bando Real de **Túpac Amaru II** es el mejor ejemplo de la evolución del pensamiento del líder máximo de la revolución, quien al principio reconoció el gobierno de la Corona española.

Finalmente, existe otro factor importante, digno de tomarse en cuenta, en conjunto con los objetivos económicos y políticos: la revolución cultural, revolución cultural que, aunque parezca paradójico, significaba también el rescate de la tradición cultural precolombina. En la arquitectura, en la escultura y en la pintura, los artífices indígenas dejaron la huella de su simbología y de sus valores, y también, hasta donde les era posible, su pintura de protesta.

Este renacer de la expresión cultural indígena, de larga gestación en el siglo XVIII, tuvo obvia repercusión e influencia en la sublevación general. El peligro que vieron los españoles en este movimiento cultural se reflejó en las acciones represivas contra esas manifestaciones y en que, después de la derrota de los sublevados, se hubiese intentado acabar con las lenguas nativas.

Robins, al respecto, califica esta posición como de nativismo, que buscaba el gobierno nativo bajo las órdenes del Inca. En cambio, muchas de las bases de la rebelión eran retrospectivas al buscar un retorno total al mundo prehispánico y una «sociedad netamente nativa» sin españoles, ni criollos ni mestizos.

Relacionado con la cultura, está el problema religioso. El problema religioso estuvo presente en la sublevación general, pero con matices muy diversos.

Túpac Amaru y otros dirigentes políticos de la rebelión plantearon claramente que no tenían ninguna intención de atacar a «nuestra sagrada religión católica». La acción de Colque empezó contra el reparto y también llevó a la muerte del corregidor; pero allí murieron también todos los acompañantes y el cura, a diferencia de Challapata, no interpuso sus buenos oficios, pues prefirió huir.

En el pueblo de Paria, el cura Arcos tuvo que salir huyendo, no sin antes sufrir humillaciones y vejaciones. Inclusive en el radical pueblo de Paria, los indígenas aceptaron a un nuevo cura, el criollo Beltrán, acusado luego de cómplice de la sublevación.

No se equivocaron al huir porque las convocatorias de los indígenas de esas zonas pedían dar con el paradero de estos intermediarios de la explotación.

Esa pugna contra los caciques explotadores se manifestó claramente en los pueblos directamente dependientes del corregimiento de Oruro, donde, a más de buscar dar muerte al corregidor, los campesinos tenían como objetivo concreto la muerte del cacique Manuel Campoverde. El primero logró huir, el segundo fue muerto por los rebeldes.

En suma, esta primera fase de la sublevación tuvo como objetivos centrales acabar con los abusos del reparto, dar muerte a los corregidores y malos caciques y desterrar a los malos curas. Este vacío de poder fue llenado, en algunos casos, por los entonces aliados criollos, pero dentro de la mira de un nuevo gobierno encabezado por el rey inca.

A estos objetivos centrales, hay que añadir el antieuropeísmo, piedra angular que permitió la alianza con los criollos; éste era un objetivo de ambos tipos de sublevación. El antieuropeismo se manifestó violentamente, en lo que podríamos llamar una guerra a muerte.

En Challacollo, fue muerto un maestro de primeras letras; en el camino a Challapata, un comerciante; pero la matanza más grande se dio en la misma ciudad de Oruro. Al día siguiente, llegaron los indios bajo la consigna de «defender a sus hermanos criollos» y así dieron muerte a cuanto europeo encontraron.

En ese primer momento de la alianza criollo-indígena, el movimiento tenía un profundo sentido americano. Esa situación cambió cuando se produjo el enfrentamiento con mestizos y criollos de Oruro, pero, sobre ello, se tratará después de analizar los objetivos de la rebelión criolla, que, como ya se vio en los capítulos precedentes, coincidió en el tiempo y en algunos objetivos comunes.

Causas y Objetivos de la Rebelión Criolla

Como se presentó en los capítulos correspondientes, varias causas llevaron a los criollos y mestizos de la villa de Oruro a protagonizar una profunda rebelión con importantes consecuencias. Ambos partidos tuvieron interpretaciones diferentes de los sucesos del 10 de febrero, especialmente en cuanto a las causas precipitadoras.

Para los criollos, la causa inmediata de los sucesos fue la provocación del corregidor y de sus allegados y la consecuente conspiración para matar a los orureños que formaban parte de las milicias. Es decir, actuaron para defenderse de los chapetones.

En cambio, para los del partido europeo, la causa principal de los sucesos fue la alianza de los criollos con Túpac Amaru y su profundo odio a los europeos, reflejado en la matanza a los comerciantes españoles. Según esos testigos, otro objetivo de los rebeldes fue apropiarse de los caudales de los comerciantes.

En todo caso, lo sucedido el 10 de febrero y los días posteriores no fue solamente un hecho coyuntural, no fue una protesta de corta duración, sino una rebelión, cuyo proceso de gestación fue de muy larga duración y que se remontaba por lo menos a cinco décadas antes. La sublevación de Amarus y Cataris originó el contexto favorable para que la rebelión explotase, así como, años después, la invasión de Napoleón a España creó las condiciones propicias para el inicio de la guerra de la independencia.

Por lo tanto, la influencia de la sublevación indígena y los conflictos de las milicias fueron las causas precipitadoras; las causas estructurales fueron, como ya se dijo, de muy larga gestación.

En primer lugar, estuvieron las causas económicas. La mayoría de los españoles peninsulares, autoridades y comerciantes, eran de reciente permanencia en Oruro y de origen vasco: Urrutia, Gurruchaga, Mugrusa, Endeyza, etc.

Como han señalado correctamente otros estudiosos de la sublevación de Oruro, como Frigeiro y Cornblit, Oruro vivía, desde los años previos a 1781, una profunda crisis minera, sustento principal de la villa. Los grandes mineros criollos, en el momento de la rebelión, tenían una gran iliquidez y estaban endeudados con el fisco y con los grandes comerciantes europeos.

En segundo lugar estuvieron las causas políticas. Esto significaba la pérdida del poder local que durante años estuvo en manos del partido criollo.

Como bien ha demostrado Bernard Lavalle en sus estudios sobre el criollismo americano, la confrontación entre criollos y europeos por el poder municipal data desde el siglo XVI, confrontación que se agudizó en Oruro en los años de la rebelión indígena. Lavalle señala que la tensión entre los conquistadores y los hijos de los conquistadores con los funcionarios recién llegados databa desde las guerras civiles del Perú en los primeros años coloniales.

Por su parte, los europeos consideraban a los criollos como españoles degenerados por el medio ambiente y por el mestizaje.

El patriotismo criollo tuvo una percepción de lo americano, pero tuvo más de patria chica; por lo tanto, tenía contradicciones no sólo con los europeos, sino también con los criollos de otras regiones.

El ejemplo de lo sucedido en Oruro es una demostración más de lo que acontecía en toda la América Hispana, pero con sus propios matices. Como se ha visto en cientos de páginas de este libro, existen dos interpretaciones para cada uno de los hechos que sucedieron durante el 10 de febrero, días antes y días después, pero lo que no se puede negar es que esos hechos sucedieron y que los mismos como las interpretaciones posteriores reflejan esa profunda pugna.

La participación de los criollos de otras regiones también reflejó la dualidad complementaria y contradictoria de la patria americana y la patria local. Unos, como Del Llano, se sintieron tan advenedizos y extranjeros como los europeos; otros, como el limeño Menacho, el chileno Flores, el chuquisaqueño Mejía y el potosino Menéndez, estaban plenamente integrados al llamado partido criollo.

Cornblit detalla estos conflictos desde 1741, cuando la familia de los Herrera disputaba esos cargos contra nuevos migrantes vascos y gallegos.

Años después, el liderazgo del partido criollo pasó a la familia de los Rodríguez, estrechamente vinculada con los Herrera. A diferencia de lo sucedido en décadas anteriores, la protesta verbal pasó a los hechos violentos.

Como se vio en los capítulos descriptivos sobre la rebelión criolla, el desprecio mutuo entre criollos y europeos era muy grande. Los europeos, si bien no con las mismas palabras de los debates del siglo XVII, consideraban a los criollos ya no como hispanos nacidos en América, sino como cholos, palabra que en la época cargaba todo el desprecio y prejuicio al mestizaje.

Por su parte, los criollos consideraban a los europeos, como advenedizos sin raíces ni abolengo, sin arte ni oficio, que simplemente aprovechaban su condición de europeos para disfrutar del poder político y económico. No faltó quien los calificara de judíos, ajenos a la religión católica.

Más difícil que la independencia política, militar y económica fue la independencia mental de España. La herencia de la sangre hispana, del idioma castellano y la religión católica no tenía por qué convertir a los criollos en superiores a los indígenas; sin embargo, así lo sintieron muchos criollos desde el siglo XVI hasta el siglo XX y no hay pocos fundamentalistas que lo siguen sintiendo en este nuevo milenio.

También se reflejó en el hecho de que muy pocos criollos acudieron al llamado de Túpac Amaru para lograr una enorme alianza que alcanzase el propósito de expulsar a los europeos. Pese al fracaso de la alianza y las frustraciones posteriores, la adhesión fue un hecho innegable que la convierte en precursora de la construcción de la nación boliviana, proceso muy posterior a la construcción del estado boliviano que durante muchas décadas no consideró la participación de los pueblos originarios.

Puede concluirse, coincidiendo con Frigeiro, que en Oruro existió una clara conciencia política del poder criollo con identidad americana. El movimiento orureño fue «proto -independentista».

El liderazgo de los Rodríguez incorporó, además de los criollos, a mestizos y a líderes nativos. Sin embargo de esa innegable ambigüedad, los Rodríguez y el partido criollo orureño representaron a un nacionalismo criollo que, a diferencia de otros, se vinculó estrechamente al nacionalismo inca.

Causas de la Alianza

Si bien existen referencias a criollos y mestizos simpatizantes de la sublevación general de indios, en ningún lugar, como en Oruro, se produjo una alianza tan concreta. Esto se debió a varias causas generales como locales.

Ese descontento no solamente se reflejó en protestas pacíficas, sino en hechos violentos, como las revueltas contra las aduanas que se dieron en ciudades como La Paz y Cochabamba.

Por lo tanto, el ambiente era propicio para una sublevación general de todos los estamentos americanos contra el gobierno español. Era obvio, también, que el Inca asumiera que los europeos, sin el apoyo de criollos y mestizos, iban a ser derrocados fácilmente.

Como se ha visto también, no todos los jefes rebeldes creían en esa alianza, peor aún cuando la alianza intercultural se dio en el bando contrario.

Para los criollos y mestizos, esa alianza también fue necesaria para consolidar su victoria contra los europeos y para evitar la toma de la ciudad de Oruro por los indios.

Si bien la alianza tenía mucho de cálculo político y más de un objetivo antieuropeo que proamericano, es decir, un pacto más por la destrucción de un enemigo común que por la construcción de un proyecto compartido, existen varias referencias que indican que en el proceso de mestizaje orureño la herencia india pesaba tanto como la herencia hispana.

Estas referencias permiten deducir que en Oruro existían espacios culturales de convivencia entre criollos, mestizos e indios, como la iglesia, las fiestas, el idioma, la comida, que facilitaron la alianza.

Estas circunstancias facilitaron la alianza en Oruro y que, durante las principales jornadas de la rebelión orureña, todos los sectores sociales, culturales y étnicos actuaran unidos, reconociendo el liderazgo directo de los Rodríguez e indirecto de Túpac Amaru.

Sin embargo, esa alianza no fue asumida por todos y, por esa razón, no duró muchos días.

Causas de la Ruptura

A los pocos días surgió la ruptura de la alianza criolla -mestiza e indígena. Los campesinos indígenas, mayores en número, si bien reconocieron el liderazgo de los Rodríguez, impusieron su poder y, por tanto, los criollos, aunque muy efímeramente, aceptaron las exigencias y los símbolos de la revolución indígena.

En esos días de febrero, los revolucionarios indígenas mostraron ante los habitantes de Oruro hasta qué punto su revolución significaba también un profundo cambio cultural. Inclusive, se llegó a organizar un desfile haciendo gala del nuevo vestir y dando vivas al rey Túpac Amaru.

Los sublevados exigieron la devolución total del tributo que habían pagado en la navidad de 1780. Asaltaron tiendas criollas y así precipitaron la ruptura violenta, su derrota y expulsión.

La lucha por la tierra fue un punto en que los sublevados mostraron grandes divergencias, resultantes de sus diferencias económicas y sociales. Por ejemplo, los últimos sublevados en rendirse fueron los de la hacienda de Sillota, propiedad de Don Jacinto Rodríguez.

La ruptura entre criollos e indígenas fue violenta y la revolución se radicalizó. Pese a toda esa radicalización, los curas fueron respetados; el de Poopó fue expulsado y otros fueron tomados prisioneros.

Esa inédita relación entre el nacionalismo criollo y el nacionalismo inca se rompió por conflictos económicos, políticos y militares. La posición multiétnica de los Amarus y de caciques como Lope Chungara perdió paulatinamente ante las posiciones más radicales y que, lastimosamente, derivaron en matanzas indiscriminadas, como la de Tapacarí, tan censurables como la represión violenta por parte de los peninsulares y sus adeptos.

Por su lado, los criollos -que ya sentían la derrota de su proyecto- retrocedieron hasta convertirse en parte de la alianza conservadora y reaccionaria contra la histórica sublevación de Amarus y Cataris.

Los Objetivos de los Sublevados Indios de Oruro y las Provincias Aledañas

Como ya se dijo en el subcapítulo 2, es importante distinguir dos momentos de la sublevación indígena en Oruro y las provincias aledañas: antes y después de la ruptura con los criollos. Varios de ellos se mantuvieron, pero otros se radicalizaron, sobre todo en la variación de una posición antieuropea a una posición ampliada también en contra de los criollos y mestizos de Oruro.

Pese a la ruptura, los rebeldes indígenas no presentaron un bloque homogéneo. Hasta último momento, los del sur trataron de mantener una alianza con los criollos; al tener conciencia de la magnitud de su lucha, actuaban con mayor responsabilidad.

La fuente histórica utilizada para esta parte son las declaraciones de los prisioneros indígenas que tomaron las milicias de la villa después de cada uno de los intentos de invasión. Por ello, además de tomar en cuenta las diferencias de concepciones en cuanto a los objetivos, es necesario apuntar las limitaciones que tiene la declaración de un prisionero.

Perdieron y de las declaraciones de los prisioneros de ese día, se desprende que la mayoría confundía los objetivos finales con los objetivos inmediatos; todos coincidieron en afirmar que querían acabar con la villa como objetivo inmediato. Esta última resolución fue la que eligieron para su ejecución.

En cambio, Lorenza Bárbara, natural de la doctrina de San Juan (doctrina de Paria – jurisdicción de la villa) y mujer legítima de Agustín Nicolás, alcalde nombrado por el justicia mayor, declaró que los indios le dijeron «que por qué había cogido el nombramiento cuando ya no se obedecen a corregidores, alcaldes, ni menos a los curas; hasta la llegada de dicho Tupaamaro, que por pascua arribaría a estos lugares».

Cercaron la villa, hostilizando desde los cerros sin dejar entrar víveres, hasta que el cerco fue roto por las milicias de la villa y muchos indios fueron tomados prisioneros, abriéndoles proceso Jacinto Rodríguez, como justicia mayor.

Nuevamente los prisioneros insistieron en el objetivo inmediato de «arruinar la villa», «guerrear contra los moradores de la villa y desolarla», «aniquilar la villa y llevarse sus despojos»; vengarse de los criollos y, sobre todo, de los hermanos Rodríguez.

Pero, además, algunos de los prisioneros se manifestaron también en contra de los sacerdotes, incluyéndolos en las listas de sus posibles eliminados. Charcas 601.

Eusebio Padilla, minero natural de Oruro, de 25 años, declaró que estando en el mineral de la Joya (jurisdicción de la villa) halló que dos indios capitanes convocaban gente a pedimento de los indios de Sillota con el objeto de: en definitiva, la destrucción de la villa era un objetivo inmediato, tenía también la finalidad de preparar el terreno hasta la llegada de Túpac Amaru. En la región de Oruro, el objetivo político estaba mucho más claro que en la propia capital de la rebelión.

Santos Mamani, el líder de Challapata, llegó a las cercanías de Oruro cuando ya se habían cumplido las primeras invasiones y resultado la consiguiente mortandad. Para que todo ello pudiera darse, era necesario el desconocimiento de toda autoridad, civil y religiosa, la destrucción de la villa y la implantación del gobierno de Túpac Amaru, como única garantía de que el cambio económico se daría a continuación.

Francisco Mendoza, natural de Challapata, ayllu Llave, de 38 años, declaró que los objetivos de los sublevados eran: «desahogarse de las continuas pensiones de tributos, repartos, y otros muchos que recaen sobre los miserables indios». Antonio Campos, de 25, residente en Poopó por ser mayordomo del ingenio, consideraba lo mismo y que especialmente los de (Poopó) querían matar a Juan de Dios por el «agravio que sufrieron de su parte por la expulsión que fueron objeto después de la muerte de los europeos» otras declaraciones similares: Ventura Arroyo, de 26

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