EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN (1874-1898)
El 1 de Diciembre, Alfonso XII (tras la abdicación de Isabel II en su favor) firmó el manifiesto de Sandhurst (redactado por Cánovas del Castillo) sintetizando sus posteriores actuaciones. Así, el 29 de Diciembre de 1874, Arsenio Martínez Campos inició una insurrección en Sagunto, proclamando rey a Alfonso XII. Dicho pronunciamiento supuso la restauración de la monarquía en la figura de Alfonso XII; Cánovas del Castillo asumíó la regencia hasta Enero de 1875. Los conservadores acogieron con alegría el pronunciamiento al pensar que volvería la estabilidad política.
Cánovas pretendía la vertebración de un nuevo modelo político que solucionase los problemas que surgieron durante el Sexenio Democrático, entre ellos el cantonalismo. Para esto, abogó por el bipartidismo y pacificar el país mediante el fin de la guerra de Cuba y del conflicto carlista.
La primera medida fue convocar elecciones a Cortes constituyentes para actualizar la Constitución de 1869. Cánovas no era partidario del sufragio universal, pero lo aceptó durante un tiempo hasta la vuelta del sufragio censitario. La Constitución de 1876 se caracterizó por poseer valores tradicionales como el sufragio censitario, la soberanía compartida y las verdades madre para Cánovas: monarquía, propiedad privada y religión). La monarquía era concebida como una institución superior e incuestionable que mediaba en los conflictos políticos. Por todo esto, se le otorgaron amplios derechos como el derecho de veto, nombramiento de ministros… Las Cortes eran bicamerales la mitad de los senadores no constituían un cargo electivo. El sufragio censitario se fijó a partir de una ley de 1878. Sin embargo, en 1890 se aprobó el sufragio universal masculino por parte de los liberales. El Estado se declaraba católico y toleraba otras religiones si no se manifestaban públicamente. Así, se restablecíó el presupuesto de culto. Se establecieron diferentes derechos pero, fueron restringidos a través de leyes posteriores. A fin de asegurar estabilidad política, Cánovas marginó al ejército de la vida política mediante la Real Orden de 1875. Como compensación, se le dotó de un amplio presupuesto y de autonomía para ciertos asuntos internos. El fin de las guerras carlistas y cubana aportó estabilidad al régimen. Al restaurarse la monarquía, algunos carlistas aceptaron a Alfonso. Además, los esfuerzos militares de 1875 redujeron los núcleos carlistas en Cataluña, siendo sofocados finalmente por Martínez Campos. País Vasco y Navarra resistieron hasta 1876, habiendo cruzado en Febrero de ese mismo año Carlos VII la frontera francesa hacia el exilio. La consecuencia de la derrota carlista fue la pérdida de privilegios para los territorios vascos, que debían pagar impuestos al Estado central e ingresar al servicio militar. Sin embargo, en 1878, unos conciertos económicos señalaban que una parte de los impuestos recaudados por las Diputaciones Provinciales debían ir para el Estado. Al finalizar la guerra carlista, se permitíó acabar con más facilidad la guerra de Cuba. Tras la negociación con los insurrectos, en 1878 se firmó la Paz de Zanjón donde se daban ciertos privilegios a los cubanos como una amplia amnistía, la abolición de la esclavitud (aprobada en 1888), reformas políticas y administrativas… Sin embargo, el incumplimiento de estas promesas derivó en posteriores insurrecciones como la Guerra Chiquita (1879) y la de 1895. El sistema político diseñado por Cánovas requería de dos grandes partidos para que se alternasen en el poder. Cánovas fue el principal dirigente del Partido Alfonsino, regio defensor de la restauración monárquica. Al regresar Alfonso XII, se crearon el Partido Conservador (formado por las tendencias conservadoras excepto carlistas e integristas) y de ideología más conservadora y el Partido Liberal (formado por progresistas, unionistas y republicanos disidentes), confeccionado bajo premisas progresistas. Ambos reconocieron la monarquía alfonsina y la alternancia en el poder, recibiendo así el nombre de partidos dinásticos. Diferían en tan sólo algunos aspectos. Ambos defendían la monarquía, la Constitución, la propiedad privada y un Estado centralizado. Su extracción social se basaba en las minorías, era homogénea y se nutría principalmente de clases acomodadas y de la élite del dinero. Los conservadores se mostraban más proclives al sufragio censitario y a la defensa de la Iglesia y el orden social; los liberales, sin embargo, abogaban por el sufragio universal masculino y se decantaban por el reformismo en base a premisas progresistas y laicas. En la práctica, ninguno de los dos partidos promulgó leyes radicales para no incurrir en inestabilidad política. El turnismo estaba garantizado porque, cuando un partido sufría una pérdida de confianza, el monarca mandaba formar gobierno al partido de la oposición, convocando el jefe de ésta elecciones. El sistema del turnismo pacífico pudo llevarse a cabo en gran parte por la acción de la influencia de determinados individuos en la sociedad (caciques). Los caciques eran personajes influyentes en la vida de una localidad, a menudo un gran empresario que daba trabajo a jornaleros. Con su influencia, reorientaban el voto a petición de los gobernadores civiles, utilizando favores con quien creía conveniente y discriminando a sus opositores. La adulteración del voto se produjo principalmente por el establecimiento del sufragio censitario y por el privilegio de los distritos rurales. La victoria por mayoría parlamentaria del partido que convocaba las elecciones era convenida anteriormente, a través de los siguientes pasos:
• El Rey nombraba un nuevo jefe de Gobierno y le otorgaba el decreto de disolución de Cortes.
• El nuevo gobierno convocaba elecciones adulteradas. El Ministro de Gobernación asignaba previamente los escaños en cada circunscripción electoral (encasillado) y enviaba esa lista a los gobernadores civiles. Los candidatos que no eran de la circunscripción misma se llamaban cuneros.
• Los gobernadores civiles, ya informados del resultado que debía salir en las elecciones, transmitían la lista a los alcaldes y caciques y todo el aparato administrativo se ponía a su servicio para garantizar su elección.
• Los caciques, siguiendo esas instrucciones, amañaban las elecciones, consiguiendo el resultado esperado.
El conjunto de trampas que corrompían el sistema electoral se conoce como pucherazo. Para conseguir su objetivo, se falsificaba el censo electoral (con nombres de personas muertas, impedían votar…), se compraban votos o se coaccionaba a los votantes… Entre 1876 y 1898, el turno pacífico se desarrolló con normalidad pero, la crisis de 1898 hizo que salieran a la luz sus carencias. El Partido Conservador se mantuvo en el poder desde 1875 hasta 1881, cuando Sagasta formó un gobierno liberal e introdujo el sufragio universal para las elecciones municipales (1882). En 1884, Cánovas volvíó al poder pero, el miedo de éste a una inestabilidad política tras la muerte de Alfonso XII (1885), forzó a conservadores y liberales a firmar el Pacto del Pardo, por el que se comprometían a dar apoyo a la regente María Cristina. Durante la regencia, el gobierno de Sagasta se extendíó entre 1885 y 1890; periodo en el que surgíó un importante espíritu revolucionario.
Se llevaron a cabo diversas reformas como la Ley de Asociaciones (1887), que permitíó la entrada en juego de los partidos políticos ilegalizados hasta el momento, se abolíó la esclavitud (1888), se introdujo la celebración de juicios por jurados y se impulsó un nuevo Código Civil (1889). Sin duda, la mayor reforma fue constituida por la instauración del sufragio universal para varones mayores de 25 años. Sin embargo, esta reforma fue ineficaz al continuar los métodos de falseamiento electoral. En la última década del siglo, el turnismo siguió su cauce hasta el asesinato de Cánovas. Así, el sistema se vio deteriorado pues dependía en demásía de sus líderes ilustres. En el Partido Liberal surgieron personajes como Germán Gamazo y Antonio Maura que crearon diversas facciones. En los conservadores destacó Francisco Silvela, quien consiguió organizar el Partido Conservador tras la muerte de Cánovas. Durante este siglo, fue también carácterística la utilización del nepotismo como forma para que las relaciones familiares adquiriesen una importancia en la vida política; el parentesco se convirtió en un elemento decisivo que aglutinaba a los partidos de cada localidad, en torno a los cuales se articulaba la sucesión de cargos y liderazgos. Durante la Restauración, diversos partidos quedaron relegados a la oposición sin posibilidad alguna de formar gobierno. Al fracasar el Sexenio Democrático, el republicanismo tuvo que rehacerse a pesar de estar dividido en diversas tendencias. Emilio Castelar evoluciónó hacia posturas más moderadas, creando el Partido Republicano Posibilista cuyo ideario se basaba en confiar en que la monarquía se democratizase. Sin embargo, Ruiz Zorrilla (antiguo progresista), evoluciónó al bando republicano sin descartar la violencia; creó el Partido Republicano Progresista, que fracasó en un intento de pronunciamiento en 1883. Esta insurrección provocó la escisión de Salmerón, quien creó el Partido Republicano Centralista. El republicanismo más fiel a sus ideas fue el Federal, liderado por Pi y Margall. El sufragio universal masculino permitíó al republicanismo aliarse (Uníón Republicana) en 1893 y 1901 para conseguir un mayor número de escaños, excluyendo a los posibilistas. El republicanismo, sin embargo, perdíó una gran cantidad de votos a causa de la fundación del PSOE por Pablo Iglesias en 1879. Tras la derrota carlista de 1876, se prohíbe la estancia de Carlos VII en España y uno de sus más fieles adeptos, Ramón Cabrera, acepta a Alfonso XII como rey, quedando también ilegitimizados por la Constitución de 1876. Para reorganizarse, el pretendiente carlista depositó su confianza sobre Cándido Nocedal, quien extendíó la acción carlista por todo el país. En 1886, Juan Vázquez de Mella redactó el Acta de Loredan para crear un nuevo programa que aceptó el régimen liberal-capitalista, creando la crispación en los sectores más católicos del carlismo. El líder de la corriente más católica (Ramón Nocedal), protagonizó una escisión en 1888 y fundó el Partido Católico Nacional, dejando de reconocer a Carlos VII y convirtiéndose en un partido católico integrista. El carlismo organizó pequeñas insurrecciones en 1899 y 1900 pero se optó principalmente por la vía política. Se fundó el Requeté, no olvidando así sus jerarquías militares. Por otra parte, Segismundo Moret fundó en 1881 el Partido Democrático-Monárquico al que se unieron Montero Ríos y Cristino Martos, hombres con ideales procedentes de la revolución de 1868. Durante finales del Siglo XIX, ascendieron grupos de carácter regionalista o nacionalista. Estos grupos eran contrarios al centralismo del Estado y aparecieron primero en Galicia, País Vasco y Navarra y posteriormente en Valencia, Aragón y Andalucía. Cataluña siempre se caracterizó por su próspera economía, esta fue una razón primordial para que en la burguésía anidara un sentimiento de regionalismo y defendiera a ultranza el proteccionismo. Además, se llevó a cabo una expansión de la lengua catalana, originando el movimiento cultural conocido como la Renaixença, que pretendía recuperar las señas de identidad catalanas. De este modo, la conjunción tenía como componentes el progreso económico y el Renacimiento cultural. Por otro lado, aparecíó en 1880 el catalanismo político del que surgieron diversas tendencias; una de ellas era más tradicionalista y estuvo liderada por el obispo Torras y Bages. La otra tenía carácter progresista y base popular, sustentada en Valentí Almirall, quien creó el Centre Català y defendíó la autonomía de Cataluña. La consolidación del catalanismo se llevó a cabo con las Bases de Manresa en 1892, un documento redactado por la Uníó Catalanista que propónía a Cataluña como una entidad autónoma dentro de España; el regionalismo evoluciónó así a nacionalismo. La crisis de 1898 acrecentó el sentimiento nacionalista y en 1901 se creó la Lliga Regionalista, fundada por Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó. Este partido buscaba tener representación política, que gobernó hasta 1931. El nacionalismo vasco comenzó en la década de 1890, reaccionando ante la pérdida de parte de sus fueros y desarrollándose así el movimiento de los euskaros (que tenía componentes religiosos y tradicionales) y que defendía la cultura vasca. Su propulsor fue Sabino Arana, quien creía ver en peligro las tradiciones vascas por la llegada de inmigrantes de otras regiones españolas (maketos).